Edición 580 - Desde el 12 al 25 de Noviembre de 2004
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General Cheyre entre la espada y la pared

Ha causado impacto que el comandante en jefe del ejército, general Juan Emilio Cheyre Espinosa, asumiera -a nombre de esa rama castrense- “las responsabilidades que como institución le cabe en todos los hechos punibles y moralmente inaceptables del pasado”.
Después de treinta y un años, el ejército reconoce lo que era un “secreto” conocido por todos los miembros de la institución. Todas las ramas de las FF.AA. y Carabineros rechazaron enfáticamente las conclusiones del Informe Rettig (febrero de 1991) que ya apuntaron a esa responsabilidad institucional. Ahora, las cosas han cambiado. Al menos en las palabras. Es efectivo que la declaración de Cheyre -titulada “Ejército de Chile: el fin de una visión”, publicada en La Tercera el 5 de noviembre- no llega al rechazo moral, tampoco a la expresión de arrepentimiento sincero y menos a la petición de perdón a las víctimas y a la ciudadanía, pero constituye, sin embargo, un paso significativo.
Al abordar el tema de la tortura y represión durante el régimen militar, Cheyre señala que fueron consecuencia de la guerra fría. Fue, sostuvo, “una visión que condujo a la comprensión de la política que consideraba enemigos a los que eran sólo adversarios y a la reducción del respeto a las personas, su dignidad y sus derechos”. Después de caracterizar el contexto, el comandante del ejército se pregunta: “¿Excusa el escenario de conflicto global ya descrito las violaciones a los derechos humanos ocurridas en Chile?”, y da una respuesta categórica: “Mi respuesta es no. Las violaciones a los derechos humanos, nunca y para nadie pueden tener justificación ética”. Coherentemente con lo dicho, concluye: “El ejército de Chile tomó la dura pero irreversible decisión de asumir las responsabilidades que como institución le cabe en todos los hechos punibles y moralmente inaceptables del pasado”.
Objetivamente, las palabras del general Cheyre representan un cambio sustancial respecto de lo que hasta ahora había sido la posición oficial del ejército. Podrían constituir un aporte a la reinserción de las fuerzas armadas en la sociedad democrática, aun cuando hasta ahora, sólo el ejército ha llegado tan lejos. El mérito de la declaración pasa a ser objetivo y actúa como tal, al margen de las motivaciones que, según todo indica, no fueron estrictamente éticas y más bien correspondieron a necesidades políticas. Pero esto no disminuye su importancia, que es concordante con actuaciones anteriores de Cheyre.
Presumimos buena fe en el general Cheyre, pero no se puede olvidar que actúa motivado por factores políticos apremiantes. Se acercan los fallos en muchos procesos por crímenes y atrocidades que involucran a militares. Las investigaciones en el asesinato del químico de la Dina, Eugenio Berríos, llegan a concluir que organismos clandestinos del ejército siguieron funcionando durante la transición y, sobre todo, está próximo a ser conocido el informe sobre tortura y prisión política, elaborado por la comisión presidida por el obispo Sergio Valech. Este informe caracterizará la responsabilidad institucional de las fuerzas armadas y Carabineros en más de treinta mil casos de horrendas torturas, violaciones y vejámenes de todo tipo. Se trata de actuaciones delictivas violatorias de la legislación internacional sobre derechos humanos, especialmente de los Convenios de Ginebra, ratificados por Chile, y también de la legislación penal interna. Finalmente, el descubrimiento de las cuentas secretas de Pinochet en el Banco Riggs terminó de demoler la figura del dictador, y fue un golpe muy duro para el ejército que lo reconoce como Benemérito y que, hasta hoy, lo destaca como liberador de Chile del comunismo. El líder paradigmático del ejército ha dejado de serlo y se ha convertido en una figura despreciable con las manos sucias por asesinatos, torturas, corrupción y robo de caudales públicos.
La declaración del general Juan Emilio Cheyre merece otras consideraciones. No fueron sólo la Doctrina de Seguridad Nacional y la guerra fría las causas de los crímenes y aberraciones de los militares chilenos. Los factores señalados existían a lo menos quince años antes de 1973. El problema central es que las fuerzas armadas de nuestro país se mueven con estricto sentido de clase. Formadas en el prusianismo de la obediencia irrestricta, con una ideología reaccionaria con evidentes connotaciones clasistas y racistas, se sienten identificados con los sectores adinerados y actúan a su servicio.
Mucho antes de la guerra fría los “valientes soldados” participaron en feroces represiones y masacres de obreros y pobladores. Asimismo, se declararon orgullosos de la “pacificación de la Araucanía” que fue, simplemente, un terrible genocidio. El temor a los sectores populares, mezclado con una fuerte carga de odio atizado por la oligarquía, llevaron a sus mandos y a la mayoría de la oficialidad a levantarse contra el gobierno constitucional del presidente Salvador Allende. El adversario, convertido en enemigo, fue el pueblo, el proletariado, los campesinos, los estudiantes, los “rotos”, que amenazaban las posiciones de poder de la oligarquía y del imperialismo. Se agregó un hecho que el actual comandante en jefe, que participó en esa dictadura, prefiere omitir: la penetración extranjera y la manipulación de las FF.AA. por los servicios de inteligencia de Estados Unidos.
No basta con reducir todo a la guerra fría. Hay que señalar, al mismo tiempo, en qué forma y en qué circunstancias concretas los militares se pusieron del lado de los elementos más retardatarios y opulentos de la sociedad. Junto con reprimir a la Izquierda se acercaron a la derecha y la ayudaron a recuperar sus privilegios. Una situación que perdura hasta hoy. El ejército que comanda el general Juan Emilio Cheyre sigue amarrado a la globalización neoliberal, sirve de garante a un modelo económico y político funcional al capital financiero y aspira a convertirse en socio menor del ejército de Estados Unidos, en aventuras armadas en diversos escenarios so pretexto de propósitos éticos y humanitarios.
En las palabras de Cheyre asoman visiones candorosas, cuando habla de “una época y una manera de existir que como pueblo y como nación se ha dejado atrás”. Eso es una ilusión. Millones de chilenos saben que sigue viva la huella de la sangre y el crimen. Y que existen maniobras en las que participa el ejército para asegurar la impunidad, lo que es una ofensa cotidiana a la dignidad de los chilenos.
Sin embargo, teniendo presente lo anterior, queremos señalar que en la declaración del general Cheyre hay potencialidades democráticas, en un cuadro muy complejo que tiene que ver también con arraigadas visiones militares y la ideología imperante en los cuarteles. Las palabras del general Cheyre deberían ser seguidas por pasos concretos orientados a eliminar las causas de fondo que facilitaron los crímenes, los abusos y la corrupción que ahora se repudian. Medidas como una reforma a fondo de la justicia militar, y de las normas sobre obediencia militar; cambios doctrinarios; abandono de granjerías irritantes, tutelajes e inamovilidades sin sentido; apertura de las escuelas de oficiales a los sectores populares para que las fuerzas armadas sean representativas de la verdadera composición social del país, son pasos indispensables de un proceso largo y difícil de democratización del país.
No creemos en el ghetto militar y mucho menos en la tutoría militar sobre la sociedad. Las fuerzas armadas deben estar bajo el control irrestricto de las autoridades civiles emanadas de la soberanía popular, y estar comprometidas con la democracia. Pero también deben colaborar en cuestiones centrales de interés general y en la defensa y promoción de la soberanía en su sentido más amplio, amenazada por la globalización imperial. De este modo, se podrá producir un progresivo acercamiento entre militares y civiles -que ahora desconfían unos de otros- y disminuirá el justificado rencor del pueblo contra los uniformados.
Las palabras del general Juan Emilio Cheyre deberían constituir un primer paso en un camino necesario que llevará a la meta cuando, como dijo el general Carlos Prats, “en la conciencia individual de los militares se produzca la convicción de la ineludible necesidad patriótica de una estrecha identificación de los institutos armados con los intereses del pueblo, que son comunes a la gran mayoría nacional”.
Esa convicción no surgirá espontánea en la mente de los militares. Se forjará con medidas institucionales y, también, con la influencia de los cambios y transformaciones progresistas que sea capaz de impulsar la lucha democrática de los chilenos
PF

(Editorial revista "Punto Final" Nº 580, 12 de noviembre, 2004)

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