Edición 580 - Desde el 12 al 25 de Noviembre de 2004
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Lo que esconde el “boom” exportador

Temporeras quemadas
POR PLAGUICIDAS


LAS quemaduras de Olivia (derecha) abarcan desde el abdomen hacia abajo.

En medio de sus dolores, las temporeras Edita Araya Fajardo, de 58 años, y Olivia Muñoz Palma, de 34, tuvieron la entereza de mostrar sus heridas ante las cámaras de televisión, mientras se encontraban internadas en el Hospital Regional de Talca. Sus piernas, antebrazos, parte del abdomen y del torso estaban llenos de llagas. Era el resultado de una mañana de trabajo recolectando habas en un huerto del fundo “El Descanso”, en el sector de Pelarco, VII Región.
Las trabajadoras relataron que el cultivo estaba notoriamente húmedo cuando comenzaron a trabajar a primera hora del 22 de octubre; lo atribuyeron al rocío o lluvia del día anterior. Mientras cosechaban, sus pies, piernas y ropas se fueron empapando. Alrededor del mediodía, buena parte de la humedad se había evaporado dejando a la vista residuos de un polvo blanco sobre las plantas, ropas y cuerpos. Varias de las 23 temporeras de San Clemente que habían sido trasladadas a Pelarco para desempeñar ese trabajo comenzaron a sentir mareos, náuseas, debilidad y picazón en la piel. En la tarde, en sus casas, fueron apareciendo manchas y ampollas en la piel, como si se hubieran quemado. Todas resultaron con lesiones de diferentes niveles. Once llegaron al consultorio de San Clemente, donde les administraron durante varios días inyecciones y otros medicamentos, sin diagnóstico claro y sin derivarlas al hospital. “Es inconcebible que un consultorio ubicado en una zona donde estas intoxicaciones por plaguicidas son frecuentes, no haya indagado más a fondo. La información quedó guardada en el escritorio del médico -comenta Alicia Muñoz, dirigenta de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Anamuri)-. Hay un decreto que establece la obligatoriedad para los centros de salud de notificar de inmediato a la instancia superior cada caso de intoxicación que se sospeche causado por plaguicidas. Esa información debe ser canalizada al Ministerio de Salud. Pero aquí no hubo notificación, como correspondía”.

INTOXICACIONES AGUDAS

Sólo cinco días después, Edita Araya y Olivia Muñoz fueron trasladadas al Hospital Regional de Talca, donde permanecieron internadas once días debido a la gravedad de sus lesiones. El doctor Carlos Concha, jefe de la Unidad de Salud Ocupacional del Servicio de Salud del Maule, informó que a Edita Araya se le diagnosticó eritema multiforme con ampollas y alergia intensa, en tanto Olivia Muñoz presentó dermatitis ampulosa severa y alergia intensa. “Estas afecciones son graves”, comentó el médico.
La Agrupación de Mujeres Temporeras de la Población San Máximo de San Clemente, a la que pertenecen muchas de las trabajadoras afectadas, tuvo la iniciativa de denunciar el caso a la estación regional de Televisión Nacional y luego la información se irradió a otros medios. Gracias a eso, esta intoxicación masiva no quedó silenciada, como ocurre frecuentemente. El año pasado se notificaron en los servicios de salud del país 633 intoxicaciones agudas causadas por plaguicidas. Sin embargo, se presume que por cada caso que se informa existen otros cuatro sin notificar. Por lo tanto, se estima que anualmente se producen aproximadamente 2.500 intoxicaciones de este tipo. Los principales afectados son quienes trabajan en la temporada de cosecha. A esto se agregan otros daños crónicos, como los que repercuten en niños que nacen con malformaciones congénitas (ver PF 577 y 578).

DESESPERANZA

Contentas por haber sido dadas de alta y poder reunirse con sus familias, Edita Araya y Olivia Muñoz recibieron a PF en el hospital de Talca, con mucha incertidumbre acerca de su futuro. Sus heridas se secaron, pero la piel no ha terminado de recuperarse. Miran con tristeza las manchas en distintas partes de sus cuerpos. Van de un color café oscuro al púrpura intenso. En el caso de Olivia, casada y madre de dos hijos pequeños, el daño abarca desde la parte alta del abdomen hasta las rodillas. Duda que las manchas desaparezcan. “Mi cuerpo está muy feo”, murmura. No saben si habrá algún tipo de reparación para ellas. Como no tienen previsión, fueron atendidas como indigentes y sólo con grandes sacrificios sus familias han podido cubrir los gastos de recetas y pasajes para ir a visitarlas.
“Es una injusticia tremenda, un perjuicio demasiado grande -dice Edita-. Somos mujeres de bajos recursos que nos ganamos la vida trabajando durante la temporada de cosecha. Y ahora, por lo que nos dijo un doctor, no vamos a poder volver a trabajar más en el campo por el daño con que quedamos en la piel. ¿Quién nos va a pagar este daño a nosotras?”.
Por el día de trabajo en el fundo “El Descanso” Edita recibió 4.500 pesos y la primera receta médica le costó más de 6.000 pesos. Su marido es trabajador forestal y gana el sueldo mínimo. Viven con la menor de cinco hijos y un nieto. Ella trabaja hace diez años como temporera. “El dueño del fundo es el culpable de todo esto, porque le tiene que haber colocado ‘algo’ al cultivo, pero ni siquiera se ha hecho presente para ver qué necesitamos”, agrega Edita.
Las responsabilidades tienden a diluirse en una larga cadena de intermediarios. El dueño del fundo arrendó una parte de su propiedad a un agricultor que sembró habas, que luego vendió la cosecha en verde a otra persona. Se presume que esta última fue quien dispuso la fumigación que afectó a las trabajadoras, quienes fueron llevadas hasta el cultivo por un contratista. No obstante, según la versión que entregó el agricultor al Servicio de Salud del Maule, la última vez que se aplicó plaguicidas en el cultivo habría sido en julio de este año. La intoxicación, de acuerdo con esta versión, podría haber sido provocada por manzanillones, hierba con la cual las trabajadoras habrían tenido contacto en el huerto. “Esto nos deja confundidos -reconoce el doctor Concha-. Tendremos que esperar el informe del SAG”. El Servicio Agrícola y Ganadero, encargado de fiscalizar la comercialización y uso de plaguicidas, está analizando una muestra del cultivo. Pero aún no da a conocer resultados.
Para las temporeras y para entendidos en el tema, no hay duda del origen del problema. “No soy especialista, pero con tantos casos de intoxicación con plaguicidas que he visto como dirigenta, no tengo dudas de que ésa es la causa del estado en que están las temporeras de San Clemente”, dice Alicia Muñoz, quien viajó a la zona desde Santiago. Por su parte, la Agrupación de Mujeres Temporeras de la Población San Máximo de San Clemente, creada hace dos meses, se prepara para presentar una querella.
Mientras diversos servicios investigan sin llegar a conclusiones definitivas, las temporeras cuentan con el apoyo solidario de Anamuri, de la representación en Chile de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América Latina (RAP-AL) y de la Federación de Sindicatos Campesinos de la VII Región. La presidenta de esta última organización, Verónica Concha, está gestionando con el INP el pago de alguna indemnización a estas trabajadoras que carecen de previsión.

MULTIPLES IRREGULARIDADES

Las condiciones inhumanas en que se desarrolla en muchos lugares el trabajo agrícola de temporada, quedan al descubierto en este caso. El grupo de trabajadoras de San Clemente expuesto a esta intoxicación fue “enganchado” por el contratista Alejandro Esparza, quien las llevó en un camión de carga de ganado hasta el cultivo de habas que debían cosechar. Las mujeres no sabían el nombre del lugar en el que se encontraban ni cuánto les pagarían por la recolección. Allí se enteraron que les pagarían apenas 500 pesos por saco recolectado. Más aún, el contratista les cobró 500 pesos por el traslado de ida y vuelta al lugar de trabajo.
Desde que se denunció la intoxicación, las mujeres han recibido amenazas de parte de los contratistas en el sentido de que si hablan perderán la posibilidad de trabajo. A la presidenta de la Agrupación de Mujeres Temporeras de la Población San Máximo, María Jacqueline Hernández, intentaron pegarle. Por eso, muchas trabajadoras han optado por callar. Entre ellas, hay una temporera con un mes de embarazo y con manos y pies heridos, que ni siquiera se atrevió a ir al consultorio por temor. María Jacqueline dice que el año 2002 hubo otra intoxicación en un cultivo de maíz, pero callaron. Una mujer se desmayó y dos tuvieron que consultar en el policlínico.
“Hay mucha injusticia en el campo, no se respeta nada -señala la dirigenta-. Una va a trabajar y aunque pida que la contraten, no lo hacen. Los contratistas se quedan con alrededor de 25.000 pesos diarios y la gente gana normalmente entre 3.000 y 4.000 pesos al día. Les pagan un porcentaje por cada persona que llevan al huerto y por cada saco cosechado. Se hacen un buen sueldo a base del sacrificio de la gente. A veces ofrecen un salario y después pagan otro, y como el trabajo ya está hecho hay que recibir lo que sea”.
En una reunión con temporeras de la agrupación, efectuada en la población San Máximo de San Clemente, PF recogió innumerables denuncias de abusos. Con frecuencia los dueños de los predios contratan aviones que fumigan mientras las trabajadoras están en plena faena. “Ni siquiera nos avisan -señaló Erika Berríos-. Antes no decíamos nada, pero después de lo que pasó y de lo que ahora sabemos sobre los plaguicidas, vamos a exigir que nos saquen del potrero cuando fumigan”. A veces las hacen entrar a un cultivo rociado la noche anterior con agroquímicos, cuando aún persiste el penetrante olor a estas sustancias. Nunca les han advertido sobre los riesgos que corren. A menudo las trabajadoras sufren de dolores de cabeza. Y algunas han quedado con evidentes daños crónicos. Es el caso de Claudia Ñanculaf, quien sufrió hace tres años una intoxicación con plaguicidas en una resecadora de maíz. “A los quince días tuve que dejar de trabajar, porque tenía los brazos inflamados. Desde entonces me quedó la piel áspera y escamosa en los brazos, piernas, espalda... Y en primavera es peor, porque me pica y la piel se me sale a pedazos”.
No sólo no existen contratos de trabajo para estas temporeras. Tampoco cuentan con baños ni agua limpia para beber y lavarse antes de volver a sus casas. Las mujeres tienen que comer sentadas en el suelo la colación que ellas mismas llevan. De guarderías para los hijos, ni hablar. El trato es denigrante. “Realmente duele, porque la humillación es muy grande. Pero aquí no hay otro trabajo”, dijo Mónica Cabrera. “Se trafica con el hambre de la gente”, agregó la ingeniera agrónoma Paula Acevedo, quien está impartiendo un curso de capacitación a las temporeras. Verónica Concha Calderón dice que tanto la federación que preside como Anamuri han hecho numerosas campañas, “pero las leyes siguen sin respetarse”. “El presidente Lagos, cuando estuvo en Longaví, mostró por televisión la fruta que se exporta y dijo ‘esta es la fruta más linda que vendemos en otros países gracias al trabajo de las temporeras’ -recuerda Verónica-. Bueno, y detrás de esa exportación, ¿cuántos problemas ocultos tenemos las trabajadoras y trabajadores de este país?”

PATRICIA BRAVO
En San Clemente

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