Edición 578 - Desde el 15 al 28 de Octubre de 2004
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MORTALES

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PLAGUICIDAS
MORTALES

A quienes han seguido de cerca -y sin anteojeras- la relación entre los plaguicidas y el nacimiento de niños con malformaciones congénitas, no les sorprenden los casos de la provincia de Melipilla descritos en la edición Nº 577 de PF. Lo que no deja de asombrar es la ceguera de quienes debieran tomar decisiones para impedir que esto siga ocurriendo.
Los empresarios de la agroexportación y las autoridades con injerencia en el tema, prefieren refugiarse en la excusa de que no hay “certeza” de daños genéticos provocados por los agrotóxicos. También niegan otros efectos (cancerígenos, neurológicos, etc.) en las personas directamente expuestas a estos productos. Si bien es cierto que es muy difícil establecer con certeza una relación causa-efecto cuando el perjuicio no se manifiesta de inmediato, existen suficientes estudios que descartan que se trate de una mera coincidencia. En Chile, estos estudios los han realizado generalmente mujeres del área de la salud y en las zonas dedicadas al cultivo de frutas y hortalizas para la exportación en las regiones V, VI, VII, VIII y Metropolitana, que son las que presentan un mayor consumo de plaguicidas.
La investigación más reciente, cuyos resultados se dieron a conocer el año pasado con escasa repercusión, la efectuó Soledad Duk, académica del Departamento de Biología Molecular de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Concepción. Fue un trabajo de más dos años con alrededor de cien temporeras de las comunas de Nacimiento, Negrete, Mulchén y Coihueco. Los análisis revelaron que estas mujeres tenían cuatro veces más daños genéticos, a nivel de cromosomas, que aquellas de zonas urbanas sin contacto con plaguicidas. Por consiguiente, el riesgo de experimentar en el futuro afecciones como cáncer y dar a luz hijos con malformaciones congénitas, es mucho mayor. Y eso que las trabajadoras monitoreadas no manipulaban agrotóxicos en forma directa.
“Por lo general, se considera que las temporeras no están expuestas a los plaguicidas, porque se supone que ellas entran a los campos después de haber sido fumigados. Pero a menudo no les permiten usar guantes cuando seleccionan la fruta, pues les restaría sensibilidad en los dedos. Además entran a cosechar con la misma ropa con que salen de sus casas. Luego la lavan junto con la ropa de toda la familia y eso implica contaminar el hogar, los alimentos, los niños. Tampoco se cumple a cabalidad con las leyes laborales en el aspecto sanitario, como tener agua y comedores a disposición de las temporeras. Por eso, porque no se les proporcionan los medios de protección adecuados, creo que las mujeres tienen mayor riesgo”, señala la bióloga. Y agrega algo más: “Ellas no se atreven a decir que están mareadas o que se sienten mal, porque les dicen que si no están dispuestas a trabajar hay veinte personas esperando ocupar su lugar”.
Este estudio es el primer análisis teórico-práctico realizado en la VIII Región sobre los peligros que acechan a las trabajadoras de la agroexportación. Y se hizo porque, según dijo Soledad Duk, “notamos que a nivel reproductivo hay un incremento en los niños que nacen con poco peso, en los abortos y otros problemas de fertilidad”. Por esa razón, enfatiza la necesidad de informar a hombres y mujeres de los riesgos genéticos y reproductivos que corren en el lugar de trabajo, y tomar las medidas necesarias.

EL “BOOM” RANCAGÜINO

El primer llamado de atención sobre la vinculación entre el uso de plaguicidas y un aumento de las malformaciones genéticas lo formuló, a fines de los 80, la médico genetista Victoria Mella, del Hospital Regional de Rancagua. En esa oportunidad, tras un riguroso seguimiento de casos, logró establecer que en esta zona, donde se generó el boom de la fruticultura, la cantidad de niños que nacía con malformaciones severas múltiples casi triplicaba la media nacional.
Con posterioridad, otro estudio de la matrona Alejandra Rojas -que contó con la colaboración de las doctoras Ximena Barraza y María Elena Ojeda que consistió en el seguimiento de 427 casos de niños malformados nacidos en el Hospital Regional de Rancagua entre 1996 y 1998- señaló que los padres expuestos a plaguicidas tienen un 40 por ciento de riesgo de concebir hijos con alguna malformación, como hidrocefalia, anancefalia, mielomeningocele (columna abierta o bífida), fisura palatina o síndrome de Down, entre otras. La exposición puede ser tanto del padre como de la madre, por vivir en las cercanías de campos fumigados o por su actividad laboral.
“Los plaguicidas son reconocidos como agentes genotóxicos, es decir, interactúan directa o indirectamente con el material genético, modificándolo o variando su expresión”, señaló Ximena Barraza en un seminario donde describió los resultados de este trabajo. La pediatra genetista explicó, además, que como las células tienen cierta capacidad de reparación, una célula puede recuperarse si el daño no es muy intenso. Pero si éste es muy grande, la célula puede morir o sobrevivir con un daño o modificación que transmitirá a su descendencia. Así, pueden ser varias las generaciones en riesgo.
Para la doctora Barraza, la mejor forma de evitar el riesgo para la salud humana y ambiental es disminuir al máximo la exposición a plaguicidas. ¿Cómo? Simplemente reduciendo su uso o mediante métodos alternativos para el control de plagas. “Se trata de un problema de salud pública”, afirma. Lamentablemente, eso no ha ocurrido. En los últimos seis años, la importación de plaguicidas en Chile se ha incrementado en 280 por ciento. Son más de cien productos los que circulan libremente con autorización del SAG, a pesar que varios de ellos han sido clasificados como “sumamente peligrosos” y “muy peligrosos” por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Mientras, los casos de niños que nacen con malformaciones se incrementan desde la III Región (Copiapó) hasta la VII. Los más expuestos son los aproximadamente 400 mil trabajadores y trabajadoras agrícolas que a partir de noviembre entran de lleno a la temporada de cosecha.

MITO DEL “USO SEGURO”

Además de los estudios teórico-prácticos realizados en Chile, hace décadas existen en el ámbito internacional evidencias científicas sobre la relación entre el uso de plaguicidas y enfermedades y disfunciones de los sistemas nervioso, inmunológico y reproductivo. María Elena Rozas, coordinadora de Alianza por una Mejor Calidad de Vida y Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas en América Latina (Rap-AL), señala que esas evidencias las han aportado instituciones como la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, la Academia de Ciencias de ese país, el Programa de Naciones Unidas para el Ambiente, la Organización Mundial de la Salud y la Agencia Internacional de Investigaciones del Cáncer.
Detrás del negocio de los agrotóxicos está un puñado de influyentes transnacionales como Monsanto, Syngenta, Bayer, Basf, Dupont y Dow, las mismas que comandan el negociado de los transgénicos. Y detrás de las importaciones de los plaguicidas en Chile -el año pasado fueron 21.196 toneladas- se cobijan los intereses del sector agroexportador, que ocupa el tercer lugar entre los que lideran el “éxito” del modelo neoliberal en nuestro país. En la temporada recién pasada este sector acumuló un ingreso superior a 1.900 millones de dólares.
María Elena Rozas señala, sin embargo, que es perfectamente posible pensar en una agricultura industrializada sin uso de agrotóxicos. “Investigadores y productores agrícolas han demostrado que es viable obtener un balance entre el medio ambiente, los rendimientos sostenibles, la fertilidad biológica del suelo y el control natural de plagas, a través del diseño de agroecosistemas diversificados -lo opuesto a los monocultivos industriales- y el uso de tecnologías de bajo costo. En Chile un estudio realizado por la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) demostró que la mayoría de las plagas y enfermedades del campo se pueden controlar en forma biológica”, dice la dirigenta de Rap-AL.
En su opinión, ¿por qué hay tantos problemas de salud en Chile que tienen su origen en el uso de plaguicidas? Nuestro país es el que presenta la mayor cantidad de niños que nacen con malformaciones en América Latina.
“Por una parte, se debe a que en Chile están registrados plaguicidas que la OMS ha clasificado como extremada y altamente peligrosos, con gran potencial para producir intoxicaciones agudas. Pero también se usan muchos plaguicidas que producen efectos crónicos, o sea, que se manifiestan en el largo plazo. Por otra parte, existen normas para reglamentar el uso de plaguicidas que no se respetan, y condiciones económicas, laborales, culturales y sociales que no pueden garantizar ese mito del ‘uso seguro de plaguicidas’. En nuestro país, y en general, en América Latina, no existe ninguna posibilidad del ‘uso seguro’ que proclama el discurso oficial”.
¿Qué es lo que impide que eso ocurra?
“Uno de los mayores problemas es que la agricultura convencional obliga a los trabajadores a manipular venenos que ponen en peligro sus vidas, en aras de una mayor productividad y de una supuesta mejor calidad de los productos que se exportan. Además, es evidente que existe falta de voluntad política de las máximas autoridades para fomentar, efectivamente, una agricultura sin químicos. Tampoco hay voluntad en los empresarios, que en su mayoría se saltan las normas y no respetan el derecho de los trabajadores a ser informados sobre los riesgos que corren. Respecto de los funcionarios, falta información y capacitación, como también faltan recursos. En esas condiciones, las posibilidades para fiscalizar la gran cantidad de predios agrícolas que hay en el país son ínfimas”.
Por eso, Rap-AL plantea que las autoridades deben adoptar medidas para prohibir los plaguicidas más dañinos y la población debe exigir protección frente al uso abusivo de agrotóxicos. “Pero las autoridades, de Melipilla por ejemplo, intentan demostrar capacidad de reacción frente a la inquietud de la población por el aumento de malformaciones congénitas (ver PF 577) con actos burocráticos como la Comisión Provincial de Plaguicidas -integrada por la gobernación y prácticamente todos los servicios públicos (incluyendo el INP) e instituciones privadas (empresariales), como la Mutual de Seguridad y la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) que, entre otras cosas, no reconocen las intoxicaciones con plaguicidas como accidentes o enfermedades laborales-, uno de cuyos objetivos fue dar inicio a una campaña de prevención: ‘Por el uso responsable de plaguicidas: Protejamos nuestra salud y el medio ambiente’. Nuevamente, la responsabilidad de ese ‘protejamos’ es asignada a los trabajadores, como si tuvieran alguna posibilidad de incidir en las decisiones de los empresarios sobre cuándo y cómo fumigar, dotación de ropas, guantes, mascarillas y otros equipos de protección. Más aún, cuando la mayoría de las temporeras vinculadas a esas labores están a merced de contratistas que les escatiman la mitad de sus salarios”.

MANEJO ECOLOGICO
DE PLAGAS EN CUBA

Un ejemplo de modelo agrícola sin plaguicidas es el que ha venido ganando terreno en Cuba desde los años 70, cuando se inició un sistema que combina el control químico y el control biológico de plagas, con el propósito de ir reduciendo paulatinamente el primero. Este manejo ecológico se basa, a grandes rasgos, en la instalación de centros, en distintas partes de la isla, donde se reproducen insectos y hongos que son enemigos naturales de ciertas plagas, los que luego se liberan al ambiente. También se utilizan plantas que repelen insectos y hongos dañinos, y otras que atraen organismos benéficos.
En forma paralela, los cubanos pusieron en práctica métodos de control cultural para prevenir el ataque de plagas, como la rotación y la asociación de cultivos (mezclando diferentes especies que se protegen entre sí) y manejo ecológico de los suelos, entre otros. “En muchos países latinoamericanos se presta escasa atención a la investigación de control cultural, porque al empresario privado le resulta menos rentable”, señala Nilda Pérez, coordinadora de Rap-AL en Cuba.
En el primer año de aplicación de estas prácticas, el uso de plaguicidas se redujo en 55 por ciento. En 1992 la baja era de 63 por ciento y ha continuado descendiendo. En la actualidad, se emplean medios biológicos de control en más de un millón de hectáreas, lo que representa la cuarta parte de la superficie cultivable de la isla. Además de las ventajas ambientales, el control biológico genera beneficios económicos nada despreciables. Algunas de estas prácticas han significado el ahorro de dos tercios de lo que se hubiera gastado en agrotóxicos. Nilda Pérez destaca que estos avances hacia una agricultura sana y sustentable se han dado debido al interés del Estado, al trabajo de un número elevado de investigadores, educadores y aplicadores especializados en este tipo de producción, y al diseño de programas que buscan combinar seguridad alimentaria con desarrollo humano

PATRICIA BRAVO

MUERTE DE TEMPORERA

El 7 de octubre falleció en el Hospital Hernán Henríquez, de Temuco, la temporera Macarena Elizabeth Mendoza Valenzuela, de 20 años, a causa de una intoxicación aguda producida por inhalación de agrotóxicos. La joven trabajaba en el fundo San Luis, de la comuna de Lautaro, donde le encargaron que preparara una mezcla de insecticidas y fertilizantes para aplicar en plantaciones de arándanos, sin más protección que guantes y una mascarilla de género. Durante esta faena, Macarena sintió mareos y malestar estomacal. Poco después, inconsciente, fue trasladada a diversos centros de urgencia, pero no se logró salvarla. Otra temporera también experimentó síntomas de intoxicación y quedó internada en el servicio de urgencia del Hospital de Lautaro.
Intoxicaciones de este tipo ocurren año tras año. El 2003 se notificaron 633 intoxicaciones agudas causadas por plaguicidas en el país, con una tasa de 4,7 por cien mil habitantes. Pero como en muchas regiones estos casos no se registran -por cada caso notificado existen cuatro sin notificar-, se estima que a nivel nacional, en un escenario conservador, ocurren aproximadamente 2.500 intoxicaciones al año.
Aunque son los que más corren riesgos, no sólo los trabajadores del campo están expuestos. A menudo las intoxicaciones son resultado de fumigaciones aéreas, como la que en octubre de 2003 comprometió la salud de los niños de la Escuela G-737 de María Pinto, en la provincia de Melipilla. Cinco estudiantes debieron quedar hospitalizados. La empresa Alas Agrícolas había fumigado un predio de Ruiz y Gallo Ltda. a sólo 17 metros de la escuela, en circunstancias que la ley exige más de 200 metros de distancia respecto de cualquier centro poblado. El Sesma le aplicó una multa que las autoridades del colegio estimaron irrisoria.
Y en septiembre de este año, el director de la escuela de Pan de Azúcar, localidad de la provincia de Coquimbo, denunció que los niños y habitantes del lugar sufren cada vez mayores dolencias provocadas por las fumigaciones, que se efectúan desde hace alrededor de diez años en los cultivos de hortalizas colindantes. “En esta escuela hay 331 niños, desde prekinder, y lo más común es que sufran dolores de cabeza. Las aspirinas no duran nada... A veces también tienen mareos y náuseas”, dice María Aguilera, jefa técnica del establecimiento escolar. En otras escuelas rurales expuestas al mismo problema los profesores han detectado un alto nivel de dificultades de aprendizaje y coordinación motora fina en los niños

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