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Parchando la Constitución
El
gobierno de la Concertación, y la derecha, se empeñan en
presentar las reformas consensuadas para eliminar algunos aspectos especialmente
antidemocráticos de la Constitución, como notable avance.
Una vez más, se habla de un “hito histórico”
y se anuncia -nuevamente- el término de la transición. La
realidad es, sin embargo, más prosaica. Como era previsible, las
reformas constituyen parches a la Constitución pinochetista, que
seguirá vigente en lo sustancial.
Básicamente las reformas tienen que ver con el término de
los senadores designados y vitalicios; con la transformación del
Consejo de Seguridad Nacional en organismo meramente asesor del presidente
de la República y en la atribución que se concede a éste
para reemplazar a los comandantes en jefe de las fuerzas armadas, informando
al Senado para los efectos de transparencia. Se establece también
un nuevo ordenamiento para los estados de excepción, se modifica
al Tribunal Constitucional y algunos aspectos de la normativa sobre nacionalidad.
Queda pendiente un eventual acuerdo sobre la duración del período
presidencial, y sobre el número de integrantes de la Cámara
alta. No se modifica, sin embargo, el sistema binominal, que hasta ahora
ha jugado en favor de la derecha ya que le permite, con algo más
de un tercio de la votación, tener la misma representación
parlamentaria que tienen aquellos que representan al 60%.
Un parlamentario de la Concertación llegó a decir que de
la Constitución de Pinochet sólo quedaba la firma. Todo
lo demás había sido cambiado. Se trata de una exageración
intencionada. Se mantienen, obviamente, la inspiración autoritaria,
expresada en un presidencialismo exacerbado, las bases ideológicas
del modelo neoliberal y el derecho de propiedad irrestricto y altamente
protegido.
Hablando del sistema binominal, un personero derechista, Renato Gazmuri,
en carta al director de El Mercurio, sostuvo: “Se mantiene el sistema
binominal que atenta contra los derechos básicos de los ciudadanos.
Las cúpulas partidarias, que no representan a más del 1,2%
de los ciudadanos inscritos, tienen el mayor poder de decisión
sobre quiénes pueden ser elegidos para cualquier cargo de representación
popular”. Y agrega: “Para defender el sistema se invoca la
‘estabilidad’. Lo que tenemos es la estabilidad de los camposantos.
La misma que tuvo México durante los 70 años de gobierno
del PRI, mediante un mañoso sistema electoral. ¿Es eso lo
que queremos en Chile?”.
Puede aceptarse que las modificaciones significan un avance, pero no que
luego de ser parchada, remendada, la Constitución puede seguir
rigiendo indefinidamente.
Y ése es uno de los mayores peligros del acuerdo y las posibles
reformas: que, en función de ellas, se cancele la demanda de una
nueva Constitución elaborada por una Asamblea Constituyente, y
aprobada por el pueblo. Unica forma de generar una Constitución
ajustada a los tiempos y a las aspiraciones de los ciudadanos que rechazan
la democracia puramente electoral, alejada de los problemas concretos,
que no acepta la participación y transforma a los representantes
en grupo privilegiado que se reelige indefinidamente al amparo del binominalismo.
La Concertación ha declarado que insistirá en el término
del sistema binominal. El presidente Lagos ratificó ese planteamiento
y calificó al actual sistema como “aberrante e injusto”.
Sin embargo, hay razones para dudar de la seriedad de estas promesas.
En primer lugar, porque la Concertación, al aceptar de buenas a
primeras la eliminación de senadores designados y vitalicios, se
privó de un arma de presión que podía ser determinante
frente a la derecha. Hay, además, precedentes de que a la Concertación
le interesa el permanente empate político que permite la democracia
“de los consensos”, aunque en ella invariablemente gane la
derecha.
En 1989 aceptó la eliminación de normas que le habrían
permitido disponer de mayoría para aprobar las leyes ordinarias.
Quedó, entonces, a merced de la derecha que hizo primar su voluntad
en el Senado. Puede, incluso, suponerse que la mantención del sistema
binominal es un acuerdo reservado de la Concertación con la derecha,
porque sirve en el fondo a ambos bloques. Incluso para el caso de que
triunfe Lavín, pues entonces la Concertación podría
aprovechar el sobredimensionamiento de su representación parlamentaria.
La Constitución pinochetista, aunque sea parchada y remendada,
y el conjunto de la institucionalidad, se aleja crecientemente de las
preocupaciones del pueblo. Junto a otros factores, ello explica el cada
vez mayor distanciamiento de los jóvenes -y otros sectores- de
la política y del sistema electoral, que objetivamente deslegitima
al sistema y lo hace más vulnerable.
Parece evidente que Chile necesita una nueva Constitución generada
por el pueblo a través de una Asamblea Constituyente. Una nueva
Constitución que se ajuste a los tiempos, que exigen participación,
apertura y posibilidad de que los ciudadanos controlen a los que gobiernan.
Debe, por lo tanto, contemplar el plebiscito como instrumento regular
para adoptar las grandes decisiones nacionales o para resolver contiendas
en materias trascendentes. Debe reconocer la existencia de los pueblos
originarios y establecer normas para su adecuada autonomía así
como la descentralización del país. Los mandatos de las
autoridades deben ser susceptibles de revocación. Se imponen reformas
profundas a la administración de justicia y también, una
nueva concepción del derecho de propiedad, sujeto en su ejercicio
a consideraciones de bien común. Debe atenderse a concepciones
de soberanía geoeconómica que entreguen al pueblo de Chile
el manejo soberano de sus riquezas y le aseguren que no será privado
de elementos esenciales para la existencia misma de la nación,
como son los alimentos, recursos hídricos, energía, salud
básica y educación indispensable.
No habrá terminado la transición hasta que no exista una
verdadera democracia formalizada en una nueva Constitución
PF
(Editorial, revista “Punto Final” Nº 578, 15 de octubre,
2004)
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