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Las
oscuras bases
del modelo
De forma unánime, la Cámara de Diputados acordó,
hace un par de semanas -por segunda vez en su historia postdictadura-
crear una comisión investigadora de las acciones (u omisiones)
realizadas por órganos del Estado en las privatizaciones efectuadas
durante el régimen militar. El acuerdo, y es éste el aspecto
relevante, se tomó tras una demanda parlamentaria que buscaba investigar
las cuentas de Augusto Pinochet en el Banco Riggs. Al no alcanzarse un
acuerdo en esa materia, los congresistas derivaron de modo tangencial,
por un lado pero también directo, hacia el proceso de privatizaciones.
La Cámara no pasó de un tema a otro, sino que demostró
que ambos están íntimamente relacionados. La oscuridad de
las cuentas de Pinochet, que de alguna manera responderían a un
fraude al Fisco, se extiende a las múltiples privatizaciones que
también habrían involucrado pérdidas irregulares
al erario público.
Aun cuando el acuerdo explicita que no será posible presentar acusaciones
constitucionales por hechos acaecidos antes del 11 de marzo de 1990, ello
no inhibe la posibilidad de una investigación y la determinación
“del impacto que el proceso de privatizaciones generó en
la concentración de la riqueza y en la mala distribución
del ingreso, con el consiguiente daño patrimonial al Estado chileno”.
Según el texto de acuerdo, las privatizaciones que se realizaron
durante el régimen militar no sólo fueron oscuras y dañaron
el erario fiscal, sino que los operadores del proceso no asumieron ninguna
responsabilidad política ni tampoco penal; se trató de un
proceso de traspaso de la riqueza desde el Estado a privados, lo que,
hasta el día de hoy, ha creado una concentración de la propiedad
y también una fuerte concentración de la renta en estos
grupos. Puede afirmarse que sobre estas bases se apoya la actual institucionalidad
económica.
La oscuridad que hoy observamos en las cuentas de Pinochet se ha extendido
a las privatizaciones. Y qué mejor ejemplo que Endesa, la privatización
más paradigmática de la dictadura. José Yuraszeck,
aquel opaco funcionario de Pinochet y ex militante de la ultraderechista
Patria y Libertad, se convierte de la noche a la mañana en “zar
de la electricidad” tras protagonizar, con secuestros, querellas
e investigaciones judiciales incluidas, no precisamente la operación
mayor de nuestra amplificada globalización, sino el fraude bursátil
más grande de nuestra historia. La decisión del Congreso
de investigar las privatizaciones, por tanto, no sólo pone en tela
de juicio el proceso de enajenación realizado durante la dictadura,
sino las bases sobre las cuales se ha apoyado toda la economía
de la Concertación. El tan glorificado auge económico parte
de una gran estafa al Fisco.
EL “LEGADO DEL REGIMEN”
La periodista María Olivia Monckeberg en su libro
El saqueo de los grupos económicos al Estado chileno eleva a tres
mil millones de dólares las pérdidas fiscales durante el
proceso privatizador. Unas 400 empresas públicas pasaron con dudosos
procedimientos a manos de los asesores y funcionarios más cercanos
a Pinochet. Un tesoro, un botín preciado, que robusteció
bajo el alero del poder económico al poder político. Una
operación que apuntaba, como les gusta decir a la derecha, a consolidar
y prolongar el legado del régimen militar. El Chile actual, parafraseando
a Tomás Moulian, se edificaba sobre unos poderes económico
y político fusionados. Un mismo poderío que se mantendría
intacto tras el retorno a la democracia.
“El último gabinete de Pinochet que asumió después
del triunfo del No en el plebiscito -señala Monckeberg-, tuvo un
carácter marcadamente economicista. El objetivo estratégico
de ese equipo estaba a la vista: asegurar la proyección de la ‘obra
del régimen’. Trasladar las empresas a manos de quienes habían
detentado el poder en esos años fue su norte. Y para eso aplicaron
el acelerador a fondo”.
La fusión de ambos poderes salta a la vista. Los mismos altos funcionarios
de Pinochet se repiten en las cúpulas corporativas. Entre los ministros
que se proyectaron al mundo de los negocios -cito un artículo de
Belarmino Elgueta Becker en PF 545- destacan Jorge Cauas, Sergio de Castro,
Pablo Barahona, Hernán Büchi, Carlos Cáceres, Juan
Antonio Guzmán, José Piñera, Miguel Angel Poduje,
Sergio Melnick, Máximo Silva Bafalluy, Alvaro Donoso, Luis Larraín
y otros. De este modo, las privatizaciones no son sólo un traspaso
de riqueza, sino una operación política para mantener y
proyectar en el poder a los grupos afines a Pinochet.
El descubrimiento de las cuentas de Pinochet en Estados Unidos ha precipitado
un fenómeno de trasvasije del poder en la derecha. La derecha política
más dura, que hoy ha perdido el poder, aún mantiene su lealtad
con el ex dictador pese a las evidencias del turbio origen del dinero.
La derecha económica, cuyo poder salió fortalecido tras
la dictadura mediante la apropiación de las empresas públicas,
se desmarca finalmente de la controvertida figura del anciano militar.
No lo hace sin embargo de “la obra del régimen”, que
es el elemento que legitima su poder y su fortuna.
LEGITIMACION DE
LAS PRIVATIZACIONES
La legitimación final de aquel poder y del turbio
proceso de privatizaciones no la hizo la derecha, sino la Concertación.
Al recurrir a los más sorprendentes ejercicios de transformismo
político e ideológico, los actuales gobernantes, al certificar
un modelo económico, legalizaron también “el saqueo”.
A partir de allí todo se conoce. Las falencias democráticas
fueron suplidas por el éxito macroeconómico, ahora garantizado
por los nuevos gobernantes. La economía de mercado y su interfaz
más doméstica, el consumo de masas (como elemento democratizador
y estrategia comunicacional), pasó, tras un proceso de cuidadoso
marketing y publicidad, a conformar el núcleo simbólico
y discursivo de los gobiernos.
Los países latinoamericanos adoptaron la fórmula planteada
hacia finales de los 80 por el Banco Mundial y el FMI para los países
periféricos, que se conoció como el “Consenso de Washington”.
Jorge Vergara Estévez, en un breve ensayo titulado “La experiencia
chilena de las privatizaciones”, publicado en la revista Laberinto
número 13 de la Universidad de Málaga, España, cita
al economista John Williamson, quien resume la famosa fórmula.
Esta consistía en “la aplicación de los diez instrumentos
de política económica neoliberal para llevar adelante el
objetivo de un sistema capitalista mundial basado en la libertad del mercado,
donde predominan los más ‘aptos’ en una especie de
darwinismo social”. Estas medidas, hoy bien conocidas por los chilenos,
eran, por cierto, la disciplina fiscal, reducción del gasto público,
reformas tributarias para disminuir los impuestos directos a los mayores
ingresos y aumentar los indirectos, tasas de interés de acuerdo
al mercado, tipo de cambio real según el mercado, liberalización
de las importaciones, estímulo a la inversión extranjera,
privatizaciones de empresas públicas y desregulación del
proceso económico.
Chile, que hacia finales de los 80 ya había realizado gran parte
de estas reformas, amplificó, profundizó y refrendó
este proceso, lo que fue un reconocimiento a las políticas económicas
de la dictadura y una legalización de sus procedimientos y consecuencias.
A partir de esta extrema concentración del poder económico
y también político se desarrolla nuestra transición,
la que sin llevar a una verdadera democracia sí consolida y refuerza
la estructura económica basada en el sector privado. Si ésta
es nuestra actual base, lo que hoy tenemos en el entramado económico
y social son sus efectos. El acuerdo de la Cámara de Diputados
de investigar las privatizaciones no debería ser un mero ejercicio
de arqueología económica, sino una búsqueda del origen
de los problemas -como la enorme desigualdad y el progresivo deterioro
de la distribución de la renta- que con el correr de los años
no han hecho más que agravarse
PAUL WALDER
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