Edición 574 - Desde el 20 de agosto al 2 de Septiembre de 2004
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“Clientes” de hospederías

Pobres entre los pobres

LA hospedería diferenciada de mujeres del Hogar de Cristo.

En las afueras del Hogar de Cristo, como a las cinco de tarde, se empiezan a reunir los pobres entre los pobres. Uno, de alrededor de 30 años, se acerca y me pide una moneda o un cigarro. Le paso 100 pesos y dos puchos. No ha pasado un minuto y se me acerca otro, vestido con harapos y de rostro demacrado. Es un viejito, bastante curado y por 100 pesos me cuenta parte de su vida. Entre frases incoherentes, logro entender que llegó a Santiago desde Valdivia, hace algunos años. Sólo encontró trabajos esporádicos, y reconoce que el trago es en gran parte culpable de su mala situación, pero que no puede dejarlo. Ya son ocho años los que ha vivido en la calle pasando hambre, frío, y sobreviviendo gracias a una moneda solidaria.
Ellos son un par de ejemplos de las personas en “situación de calle”, aquellas que se encuentran en una situación temporal, permanente o crónica de exclusión social y extrema pobreza, con carencia de hogar y una ruptura total o parcial con su familia o amigos y que viven en las calles o bajo los puentes. En Chile, son miles las personas en esta situación, pero ni siquiera se sabe cuántos: se dice que podrían ser desde cuatro mil a veinte mil.
Para estas personas, dormir en una hospedería es como hacerlo en un hotel de lujo. En Santiago, se estima que existen alrededor de doce de éstas como “negocios”, que de todas formas realizan una labor social. Pero las que acogen al grueso de los indigentes son las hospederías del Hogar de Cristo: a alrededor de mil cada noche, en ocho programas entre los que se encuentran la hospedería de hombres mayores, la de jóvenes, la de mujeres y la diferenciada, para mujeres con problemas psiquiátricos, donde se les entregan servicios básicos de alojamiento, comida, vestuario y salud, además de servicios especializados como psiquiatría y orientación, en busca de su reinserción social.

POBREZA, VIOLENCIA
Y ABANDONO

La hospedería femenina acoge a mujeres de 17 o más años con o sin hijos. Tiene capacidad de 102 camas y el promedio de alojamiento diario son 90 adultas y 30 niños. Aquí se les entrega cama limpia, duchas con agua caliente, artículos de aseo, cena y desayuno. Aquellas que están en peor situación, pueden quedarse durante el día y se les da almuerzo, once, y una muda completa de ropa para ellas y sus hijos. “Les cobramos simbólicamente 100 pesos, para que sientan que al pagar pueden exigir un buen servicio y se sientan más dignas”, explica el encargado de esta hospedería, José Luis Arriagada.
Un grupo importante de mujeres llega a ese lugar por violencia intrafamiliar: “Las mujeres que llegan acá tienen en promedio cinco años de sufrir violencia física, sicológica y sexual. Por lo tanto, vienen en estado de crisis emocional, porque la situación no da para más”. Explica Arriagada que más que techo y una cama, lo que necesitan esas mujeres es sentir que están en un ambiente de paz, donde no serán agredidas.
Para los casos en que el regreso de la mujer a su casa sea muy complicado, o que implique riesgo de vida, el Hogar de Cristo cuenta con un programa llamado Casa de la Mujer. Tiene un sistema de atención residencial hasta por seis meses. “En ese período tratamos que se recuperen sicológicamente y les enseñamos a enfrentar los problemas de manera distinta, que aprendan cuáles son sus derechos, cómo evitar ser maltratadas y a quién acudir en caso de violencia”, señala Arriagada.
Otro grupo importante son las mujeres de provincia, que llegan a Santiago en busca de trabajo. Vienen con baja calificación, poca experiencia laboral y muchas expectativas. Según Arriagada se encuentran con una realidad muy difícil, “no hallan trabajo, se les acaba la plata y al fin no tienen otra opción que quedarse en la calle. A través de Carabineros llegan al Hogar de Cristo”. A ellas se les ayuda a hacer un currículum, a ocuparse de su presencia personal... pero si después de un mes no tienen éxito, sólo queda pagarles pasaje de vuelta a su lugar de origen.
También son muchas las mujeres que llegan debido a un embarazo no deseado. “Lo típico es la joven empleada puertas adentro. Cuando los patrones se enteran, la echan”, indica Arriagada. En esos casos, aparte de techo y comida, se les da tratamiento sicológico y se les orienta para que decidan si van a quedarse con la guagua o prefieren darla en adopción. Otro grupo son las ancianas que llevan años mendigando en la calle y que han sufrido un paulatino deterioro. “Muchas de ellas en su juventud tuvieron trabajos informales, como atender un puesto en la Vega. En la medida que envejecen, sólo les queda cuidar el puesto, luego pedir para vivir, hasta que terminan solas, mendigando en la calle”, explica Arriagada.
Debido a la diversidad de mujeres que acuden a la hospedería, suelen darse conflictos, generalmente en la entrada, en el comedor y en los dormitorios. Estos problemas se deben “a la falta de costumbre de respetar al otro, porque en la calle obtienen lo que pueden a costa del que está al lado. Y aquí, aunque no necesiten robar pañales para su hijo, igual lo hacen. Es difícil reeducarlas”.
También está el grupo de las mujeres con problemas psiquiátricos, que tras una evaluación son derivadas a la hospedería diferenciada de mujeres. Entre ellas está Isabel Sagredo, quien sufre de epilepsia y lleva más de un año y medio en ese lugar. En sus 41 años, Isabel carga toda una vida de pobreza y violencia intrafamiliar. Tras la muerte de su madre, vivía con su papá, su pareja y sus hijos. “En la casa estábamos mal, mi papá trabajaba poco y se lo pasaba tomando. Por cualquier cosa se enojaba y me pegaba cuando llegaba curado y rabiando a la casa”.
Esta familia alojaba en una pieza arrendada en Quinta Normal, en una situación de pobreza extrema. “Yo tenía que estar pidiéndole dinero a otras personas para comprar pan, o para hacer almuerzo, y cuando podía les devolvía”, recuerda Isabel quien tampoco tuvo buenas parejas. “Cuando vivía ahí tuve dos hijas con mi primera pareja. Pero lo eché porque tomaba mucho y también me pegaba. Con el segundo, tuve dos hijos más, pero también me pegaba. Un día me dijo que iba a buscar una casa, para irme con él. Pero se fue y me dejó botada”.
En su desesperación, Isabel Sagredo intentó suicidarse. “Un día molí como cuarenta pastillas para la epilepsia y me las tome con jugo”, indica. Pero se salvó. Tiempo después, su padre la echó de la casa. “Me tuve que quedar en la calle, pero me daba vergüenza pedir plata y pasé mucho hambre y frío”. Luego de tres días a la intemperie, unas personas avisaron a Carabineros que la llevaron a la hospedería. “Aquí he estado tranquila y segura. Me atienden bien, están pendientes de una y en el día, voy a talleres de costuras”, señala.
Pero los problemas de Isabel no terminan ahí. Sus dos hijas quedaron con su padre, “pero a él lo echaron de la pieza por no pagar el arriendo y lo último que supe es que mis hijas ya no estaban con él. Ahora no sé dónde están”. Cuando se vaya del Hogar de Cristo tendrá que arreglárselas para vivir con una pensión de 37 mil pesos que obtiene por su enfermedad.
Casos como éste son los que recibe la terapeuta ocupacional Valeria Ortiz, encargada de la hospedería diferenciada de mujeres, donde acogen a mujeres que aparte de su situación de calle tienen problemas como amputaciones, invalidez, diabetes, hipertensión, incontinencia urinaria, etc., además de problemas psiquiátricos. “Es un trabajo muy complejo. Trabajamos con personas que están extremadamente dañadas y que no son consideradas en ningún lugar. Ni en el censo, ni en las políticas publicas, ni en nada”, subraya la terapeuta.
Si a lo anterior sumamos que la mayoría tiene un bajo nivel de escolaridad, poca sociabilidad y habilidades laborales, y una deficiente autoestima, resulta indispensable entregar una formación desde lo más básico, para reinsertarlas en la sociedad. “Nosotros nos presentamos como una terapia de choque, reenseñando hábitos como bañarse, levantarse a cierta hora, dormir en una cama, comer en una mesa y sentada en una silla”. A raíz de sus experiencias en la calle, también se les debe enseñar a convivir: “De repente se forman peleas por falta de tolerancia y respeto de los turnos. Todo lo quieren ya, inmediatamente, y se ponen violentas”, indica Valeria Ortiz.
En esta hospedería no se cobra nada, pero a las mujeres que tienen algún ingreso se les inculca ser autosuficientes y preocupadas de su persona, explica la terapeuta. “Por ejemplo, si alguna tiene una pensión, una monitora la acompaña a cobrarla y pasan a comprar lo que necesite: ropa, toallas higiénicas, jabón, champú, etc. Al principio reaccionan mal, porque nunca han tenido una persona que les diga cómo administrar su dinero. Pero nosotros tratamos de convencerlas de que es importante, para que se acostumbren a ser autosuficientes en la medida de lo posible”.
A Valeria Ortiz, una de las cosas que le molesta es la discriminación hacia estas personas. “La gente cree que los problemas de salud mental no les tocan. Miran desde una postura lejana, como si eso no existiera en Chile. Se les rechaza y separa, hay una tremenda deshumanización”. Con seis años de experiencia, la terapeuta recalca que estas personas pueden tener futuro. “Yo he visto gente en situaciones muy complicadas que han salido adelante. Esto pasa porque exista voluntad, como sociedad y políticas gubernamentales, de inclusión y no de rechazo”.
Este estigma también hace que los voluntarios para este trabajo sean muy escasos. “Aquí contamos con sólo cuatro voluntarios para 46 personas. Son pocos porque cuando postulan y visitan la hospedería se asustan con las locas, no les gustan los olores o los piojos”. La joven Catalina Marabolí, una de estas pocas voluntarias, indica que ha sido una experiencia muy enriquecedora y reconoce que “una tiene que estar preparada para ver una realidad fuerte, con historias de vida muy complicadas; pero eso no hace a estas personas diferentes del común de la gente, sólo hay que comprender que han llevado una vida muy difícil”.

POBRE PERO DIGNO

Once años de funcionamiento tiene la hospedería de jóvenes Padre Alvaro Lavín, en la calle Esperanza, cerca de Mapocho. Tiene una capacidad para 158 camas, pero durante períodos de más demanda, como en invierno, echa mano a colchonetas y a un salón, y puede acoger hasta a 200 personas. “Cobramos 400 pesos diarios, pero sólo a aquellos que están en condiciones de pagar”, señala Francisco Osorio, encargado de la hospedería.
Este centro de acogida estaba originalmente orientado a trabajadores de carácter informal del sector Mapocho y La Vega: carretoneros, cartoneros y comerciantes ambulantes. Pero la realidad ha cambiado bastante. “Ahora atendemos a personas con problemas mentales, adictos y cesantes crónicos con más de seis meses sin trabajo”. Se agrega un importante porcentaje de inmigrantes, de alrededor de 7%, “fundamentalmente de Perú, Bolivia y Argentina, pero también de otros lugares como España o Africa. La mayoría vino en busca de trabajo y les fue mal”, señala el encargado.
También ha cambiado el tipo de indigentes. A la extrema pobreza se suma el aumento de personas con graves problemas de alcoholismo, drogas y por delitos. “La vida interna es por lo general tranquila. Pero a veces surgen problemas serios por los efectos de la droga o por descompensaciones psiquiátricas, intentos suicidas o agresiones. De hecho no hay ninguna persona en el equipo que no haya sido agredida”. En todo caso, Osorio subraya que estas personas no son de por sí agresivas, sino que hay infinidad de factores que gatillan la violencia.
Para Osorio las hospederías ya no son sólo lugares que dan techo, comida y abrigo. “Aparte de esas necesidades básicas, les enseñamos a conocer y ejercer sus derechos, para que aprendan a valerse por sí mismos. Les ofrecemos una red de servicios para facilitar su reinserción social”. El encargado indica que este es el proceso más difícil. “Para la gente, son estropajos, un desecho humano. Es muy complicado que se les dé una oportunidad. No se comprende que el problema real es el entorno en el que les ha tocado vivir”.
Osorio explica que la mayoría de los hospedados sufren pobreza, rompimiento de vínculos familiares y han sido olvidados por la sociedad. Son hombres solos, con un promedio de 33 años. No tienen un mal nivel educacional, por lo tanto podrían ser personas económicamente activas. Pero no se les ha dado oportunidades. Es el caso de Pedro Contreras, un hombre soltero de 42 años con estudios de gastronomía y que lleva más una semana en la hospedería.
Proviene de Valparaíso, tiene diez hermanos y conflictos familiares. Los problemas de dinero comenzaron cuando terminó la dictadura: “Sin apoyar a Pinochet, en la dictadura había harta pega en Valparaíso. Después empezó a bajar y quedé sin trabajo casi dos años, hasta que se inició la construcción del Congreso. Trabajé como obrero unos meses y cuando se terminó la obra, volví a quedar cesante”.
La situación de Pedro Contreras siguió empeorando. Como seguía cesante, el ambiente en la casa comenzó a ponerse difícil. No le quedó otra que irse.
El año 92 llegó a San Felipe, donde trabajó de temporero: “Me encontré con un amigo que trabajaba en un fundo. Yo lo había alojado antes en mi casa, y me devolvió la mano consiguiéndome pega. A esa altura, quería trabajar en cualquier cosa. Se me había olvidado cómo eran los billetes”, señala. Pero como era un trabajo temporal, la cesantía llegó de nuevo. En 1996 se vio por primera vez en la necesidad de acudir a la hospedería Padre Alvaro Lavín. Luego de tres semanas consiguió un empleo.
En su último trabajo, podando en un fundo en Peralillo, le jugaron chueco: “El contratista no me pagó imposiciones ni sueldo. Ahora estoy en litigio en la Inspección del Trabajo, porque me deben 325 mil pesos”. En sus idas y venidas en busca de trabajo, llegó por segunda vez a la hospedería santiaguina. “Estoy sin pega hace dos meses. Llevo una semana viviendo de unos pocos ahorros; en la libreta me quedan sólo 600 pesos”.
A pesar de su complicada situación económica y a diferencia de muchas otras personas como él, Pedro viste cuidadamente y no olvida su aseo personal. “Me preocupo de vestirme y andar limpio. No porque seamos pobres y estemos en una hospedería vamos a andar cochinos y hediondos. Se puede ser pobre pero digno”. Y aunque ha tenido la necesidad, Pedro Contreras nunca ha llegado a pedir dinero en la calle: “Me da vergüenza, no puedo. No quiero limosnas, me gusta ganarme las cosas”, señala.
Por eso, todos los días, después del desayuno y hasta la noche, sale a buscar empleo. “He ido caminando desde aquí, Cumming, hasta más allá del Hospital Militar en Providencia, con lluvia, frío y pasando hambre: tres horas de ida y tres de vuelta”, dice. Además de ser un ejemplo de dignidad, es uno de los miles de chilenos en situación de pobreza extrema que no quieren regalos, sino que exigen su derecho al trabajo y a remuneraciones justas

JIMMY ALEXIS QUINTANA


La pobreza invisible

El encargado de la hospedería Padre Alvaro Lavín, Francisco Osorio, define la situación de las personas a quienes atiende: “Trabajamos con la pobreza invisible. Los beneficios del programa Chile Solidario no llegan a estas personas: no tienen existencia legal, no tienen documentación, no fueron encuestados en el Censo, están en la más completa exclusión social. Son entes que vagan por ahí y que no tienen existencia para políticos, gobierno o los medios”.
Osorio recalca que hay gran responsabilidad del Estado porque no hay una propuesta para las personas en situación de calle. El Hogar de Cristo trata de rehabilitarlas, pero ese esfuerzo no sirve porque cuando vuelven a la calle, carecen de apoyo para continuar un proceso de reinserción social. “Cuando vuelven a la hospedería lo hacen en peores condiciones que la primera vez. No es por nada que Chile está en el séptimo lugar en cuanto a la peor distribución del ingreso en el mundo”.
Francisco Osorio destaca que hay indigentes durmiendo a pasos de La Moneda y que el Hogar de Cristo no tiene recursos para una hospedería de niños. “¿Entonces, qué pasa con ellos? Aunque se diga que el Estado subsidia al Hogar de Cristo, en realidad ocurre al revés. En la práctica, estamos asumiendo una responsabilidad que corresponde al gobierno”

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