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La derecha y los fondos
de Pinochet
TRAICIONES FAMILIARES
La
historia relata que Augusto Pinochet -junto con el almirante Merino- fue
el miembro de la junta militar más cautivado, a comienzos de los
setenta, por el nuevo modelo económico presentado por los Chicago
boys. Lo impulsó a partir de entonces contra viento y marea -tal
vez seducido por las bases anti socializantes y por extensión anticomunistas
del modelo-. Un modelo económico y de sociedad basado en el individualismo,
la iniciativa privada, el emprendimiento personal y otras sutilezas derivadas
del capitalismo más clásico, entonces reinventado.
Todo aquello más o menos lo sabíamos desde hace tiempo.
Lo nuevo es que Pinochet fue, también, si no un gran discípulo
de Milton Friedman y Arnold Harberger, un empeñoso alumno que realizaba
sus tareas y experimentaba por cuenta propia. Pinochet, hoy lo confirmamos,
se tomó al pie de la letra aquello del emprendimiento personal,
el individualismo más puro y la iniciativa privada. Tanto, que
pudo convertir, en un ejercicio de alquimia financiera a través
de mano invisible, sus esforzadas cotizaciones previsionales en una nada
despreciable fortuna personal. Pinochet absorbió de forma magistral
los nuevos valores que el capitalismo a ultranza impregnó en la
sociedad chilena. El sano egoísmo, que es el motor de emprendimiento
privado, le ha calzado a la perfección.
La doctrina neoliberal, que se impone en los setenta bajo la égida
militar y se expande en los ochenta con el mismo ímpetu y tutelaje,
ha tenido en sus promotores, más que en sus seguidores, curiosas
contradicciones. Cuando las fuerzas armadas traspasaron las áreas
públicas de la economía hacia manos privadas, no lo hicieron
con su particular sistema previsional, acto que aun cuando pudo tener
argumentos técnicos poco atractivos para los nuevos administradores
de la seguridad social, tuvo también criterios amparados en algo
así como el sentido común de una especie que cuida sus reservas
de cara al futuro. Podían colocar -por decreto- los fondos de los
trabajadores en el nuevo experimento financiero, mientras mantenían
los propios bajo buen recaudo. Los años les dieron la razón.
EL FESTIN DE EYZAGUIRRE
Los fondos de Pinochet, sin embargo, es evidente que
corren por otro sendero. No son previsionales, qué duda cabe, sino
que -y en eso estamos de acuerdo- proceden de otras y oscuras fuentes.
Tan oscuras que ni su defensa ni su familia las han podido aclarar. Son
tan enrevesadas, que ni las explicaciones sibilinas de su contador, el
“cerebro financiero” Oscar Aitken, destapado a modo de gran
transparencia por El Mercurio, han logrado ordenar una contabilidad deforme.
Los argumentos de Aitken, sus contables explicaciones para lavar lo indeleble,
fueron, pese al apoyo del mencionado matutino, un nuevo argumento para
sus querellantes y detractores. Tan precaria fue la argumentación
del “cerebro financiero”, que llevó a Nicolás
Eyzaguirre a darse un festín retórico cuando dijo que “si
hay algún asesor previsional que a usted le dice que le deje manejar
sus fondos previsionales porque le va a dar una rentabilidad del 30 por
ciento anual durante los siguientes años, denúncielo a la
justicia, porque lo está tratando de estafar. Y si un funcionario
público de alta responsabilidad y de dedicación exclusiva
señala que va a acumular diez ó quince millones de dólares
y por eso está muy tranquilo para cuando cumpla 65 años,
también hay que denunciarlo a la justicia porque lo más
probable es que esté robando”.
Pinochet, que fue, para sus sectarios, el héroe épico que
anticipó el fin de la guerra fría, ha caído en desgracia
por un asunto menor de impuestos, lo que nos recuerda a un menos épico
pero también furibundo y violento personaje del antiguo Chicago.
Y ha sido atrapado por el mismo andamiaje que construyó. Su refundación
del país, los nuevos valores sociales basados en el mercado y el
individualismo, le han pasado la cuenta. En el Chile actual -parafraseando
a Moulian- es más grave estafar que asesinar. Sus acólitos,
aquellos que le han defendido en todos los crímenes, le han dado
la espalda en un asunto de dinero. Se trata de un asunto de privados,
de iniciativa privada. Así lo han expresado figuras de la UDI y
así leímos en La Segunda, vespertino afín en su esencia
e historia a la dictadura. “Aunque la apreciación de su legado
histórico, con sus luces y sus sombras, y de su indudable influencia
en la transformación del país no resultara modificada por
este episodio, sería absurdo que hasta su albacea se esmerara en
hacernos compartir como adecuada una versión de lo ocurrido absolutamente
inaceptable y repudiable”.
No vamos a salir nosotros ahora en defensa de Pinochet. Pero sí
podemos observar el comportamiento de sus otrora adalides. Aquellos que
se enriquecieron con las privatizaciones, aquellos a quienes apuntaló
tras la crisis de los ochenta: aquellos mismos (que no son sus donantes)
son hoy sus detractores. En asuntos de dinero y de ganancias, las lecciones
de Friedman son la ley: todos somos individuos aislados empujados a sus
propias libertades y destinos. La ley de la selva, practicada en detenciones
y violaciones a los derechos de humanos, sólo existe para la derecha
en asuntos de dinero. La ley, es más, sólo está allí
para cuestiones pecuniarias, para cautelar los intercambios mercantiles.
OCULTANDO LAS PRIVATIZACIONES
La derecha ha cerrado filas en ya varias ocasiones para
evitar una investigación sobre las privatizaciones. Si así
ha sido, es fácil presumir que hay algo que se intenta ocultar.
Cuando hace un mes el Congreso discutió la idea de investigar las
cuentas secretas de Pinochet, lo que salió de aquella sesión
fue una nueva investigación de las privatizaciones, las que no
tendrían, es necesario aclararlo, un destino práctico sino
testimonial. Un giro que ha sido natural, que ha relacionado de manera
directa los oscuros fondos de Pinochet con las privatizaciones. Ambas
operaciones, ha dicho la Cámara, han estado inspiradas por el mismo
fin, que es, inferimos, el enriquecimiento ilícito.
Los argumentos de Aitken han buscado enlazar los millonarios fondos de
Pinochet con todas estas extrañas -por usar un suave apelativo-
operaciones financieras amparadas y estimuladas por la dictadura. Pero
por cada una de ellas, la respuesta ha sido negativa. No sólo están
las palabras de Eyzaguirre, sino las que ha levantado la misma derecha.
La Segunda editorializaba que los “argumentos que se invocan para
explicar eventualmente el crecimiento del capital que se habría
acumulado, como un trato excepcional por parte del banco con utilidades
excepcionales repetidas año tras año, el uso al límite
de las oportunidades del capitalismo popular, donaciones cuantiosas y
secretas de particulares y, para qué decir, un aprovechamiento
de fondos estatales reservados en beneficio personal, constituyen en tal
sentido la peor de las excusas…”
¿Por qué motivos La Segunda intenta borrar estas argumentaciones?
Obviamente, porque mezclar el capitalismo popular o las privatizaciones
con los fondos de Pinochet podría abrir una línea de investigación
que llevaría a decenas de asesores del ex dictador a rendir cuentas
ante los investigadores. El enriquecimiento de los ministros y otros altos
funcionarios de Pinochet se ha realizado bajo la misma oscura inspiración,
que es la iniciativa privada llevada al paroxismo de los egoísmos.
Por tanto, más vale echar tierra y silenciar el ruido. “Se
trata de un asunto de privados y no vale la defensa corporativa”
hemos oído en estos días.
Hemos dicho que no vamos a defender a Pinochet en su actual soledad. Pero
tampoco vamos a defender a quienes hoy, ante el complicado trance de su
mentor, se alejan y refugian en sus abultadas empresas. Los fondos de
Pinochet, su tenebroso y sucio origen, y crecimiento, responden a la misma
inspiración, criterios y procedimientos de los hoy magnates protegidos
por su antiguo benefactor. La derecha, podemos decir, no es sólo
egoísta y cínica: es traidora hasta con sus padres
PAUL WALDER
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