Edición 576 - Desde el 16 al 30 de Septiembre de 2004
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Revista quincenal de asuntos políticos, informativos y culturales que publica la Sociedad Editora, Impresora y Distribuidora de Publicaciones y
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Premio Nacional de Literatura

Amor
y Muerte
en Armando
Uribe


Con una larga trayectoria, el poeta, ensayista, académico y diplomático Armando Uribe Arce acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura. El escritor -de setenta y un años- además de sus libros de poemas ha escrito sobre derecho penal y minería, sobre religión y política.
¿Qué significado le da usted a recibir el Premio Nacional?
“Le confieso que en el fondo-fondo, que es un fondo de orgullo y soberbia, no creo que tenga tanta importancia. Y a la vez apruebo que se le dé importancia, porque lo literario, la poesía, las actividades desinteresadas de los seres humanos, merecen atención, y noto, a raíz de este premio, que hay mucha atención. Esto también satisface las vanidades que no se puede dejar de tener. Por otro lado, me siento orgulloso de estar en una fila de personas que han recibido este premio, como Joaquín Edwards Bello, Pablo Neruda, y otros escritores con los cuales tuve amistad: José Santos González Vera, Manuel Rojas, etc. Me siento muy honrado”.
¿Por qué piensa que el premio no debería contemplar una retribución monetaria?
“Me da vergüenza tocar el punto, porque de nuevo aparece la vanidad. Tengo que hablar de mi situación práctica en la vida. Estoy jubilado desde 1998. Cuando volví a Chile, no tuve trabajo desde 1990 en adelante, lo que hice fue todo ad honorem. En el 98 jubilé con 25 años de profesor, de los cuales los últimos diez fueron como profesor titular de la Sorbona, en París. Vivimos en esta casa con mis dos hijas y tres nietos, de forma que yo me atrevo a decir austera pero privilegiada, si uno la compara con la situación del pueblo. Sobre todo con la extrema pobreza e indigencia, cosas insoportables que existen en Chile. Por lo tanto, yo no necesitaba la erogación por ley de una cantidad que para un indigente sería estratosférica, y una suma mensual que es de varios sueldos mínimos. Eso me da cierta vergüenza, porque recibir esto por haber escrito versos... Escribir poesía tiene que ser una actividad gratuita. La poesía que he hecho la considero completamente ad honorem”.
Germán Marín afirmó que usted “ladra pero no muerde”, y que debería haber rechazado el premio. Y Enrique Lafourcade dijo que su premio es resultado de apariciones televisivas...
“Considero que es bueno que no todos estén de acuerdo con un premio. Porque cuando uno recibe elogios, sólo se satisface y no aprende nada. En cambio con la crítica -por violenta que sea- uno aprende otras maneras de ver lo que ha publicado. Respecto a lo dicho por Marín, yo acepto ser perro, porque en muchos versos míos me he comparado con el perro y he hablado incluso de la muerte, de tener muerte de perro. Me considero un animal entre otros del reino animal. Y en ese sentido todos podemos ser perros. Ahora, que ladro, sí ladro. Ladro con indignación sobre todos los asuntos que me parecen injustos y que son injustos, objetivamente. Como lo que ocurre en Chile con las transnacionales. Entonces, yo ladro en artículos y entrevistas, o en libros como Carta abierta a Agustín Edwards, porque me había censurado y vetado en El Mercurio por una entrevista que ellos mismos pidieron sobre la gran minería del cobre y que no publicaron. Por lo tanto, ladro con razones. Un perro que ladra, alerta a quien va a ser violentado. Sobre que no muerdo, yo creo que se muerde de distintas maneras, y aunque yo sea desdentado puedo dar dentelladas bastante fuertes. No digo que se las vaya a dar al señor Marín, que es un escritor cuyas obras conozco más o menos y que tiene derecho a decir lo que quiera en materia literaria. Como había criticado mucho que el jurado se compusiera por funcionarios públicos y también otras cosas del premio, pensé en la posibilidad de renunciar. Lo conversé con mi familia y un amigo escritor. Todos sostuvieron que habría sido una muestra de soberbia y exhibicionismo que habría provocado una atención mayor que recibir el premio. Y les encontré razón.
Sobre el señor Lafourcade, él es polémico. Criticó que yo era un desdentado. Le voy a dar una explicación: ¡No quiero regalarle dientes postizos a la calavera! ¡Y que además son caros! También siento que así, desdentado, me identifico más con la mayor parte del pueblo, que a cierta edad, y a veces joven, es desdentado. Para el señor Lafourcade seguramente yo violo la estética en la cual él tanto se interesa”.

LA MUERTE Y EL AMOR
Entre “Transeúnte pálido”, su primer libro y “Las críticas en crisis” (LOM Ediciones), recién aparecido, han pasado cincuenta años. ¿Cuáles diría usted que son las diferencias y cercanías entre estas dos obras?
“Me sorprende ver hasta qué punto he repetido mi interés en los mismos asuntos. La muerte desde el comienzo; incluso desde los catorce años, que fue cuando escribí mi primera poesía. Eso me interesó desde que advertí que uno se moría. ¡Aunque uno quiera, no es eterno! Entonces, he repetido ese tema desde el comienzo hasta el final en términos que no son tan diferentes, salvo que tal vez, sin darme cuenta, he tratado de profundizar más.
También me he ocupado del amor. Entendiendo el amor como enamoramiento. Lo que Freud llamó una sicosis transitoria. ¡El amor se conserva toda la vida con la persona que uno se ha casado para toda la vida! En mi caso, ella murió hace tres años y yo he conservado ese amor y el enamoramiento por quien fue mi mujer durante cuarenta y cuatro años. Porque cuando murió me volví a enamorar, literalmente. Igual que cuando tenía veinte años, y eso se mantiene hasta hoy. ¿Por qué? Me ocurrió así no más, no es mérito mío”.
Otra constante en su poesía es la rabia. Uno de sus poemarios se titula “Rabio como rabio, odio lo que odio”. ¿Es la rabia un derecho del ser humano, una manera de disentir, quizás?
“Creo que sí. Lo que yo trato es que mis rabias tengan argumentos que las justifiquen. La indignación es una actitud de rechazo de lo que nos parece injusto. En mi caso, siempre he tratado de que sea con argumentos. Es cierto que en la poesía hay menos lógica. Pero están más o menos visibles los motivos que lo llevan a uno a la indignación. Es un derecho del ser humano. Muchas veces, por malentender virtudes, se cree que demostrar con palabras la indignación que uno siente, es vicio. Además, se sabe que quienes reprimen esos movimientos que vienen del inconsciente, que cuando llegan a la conciencia pasan a justificarse con motivos, con razón, le reaparecen en su conducta de manera mucho peor que al expresarlo verbalmente o por escrito. Por ejemplo, la venganza, que es distinta de la indignación y muchas veces se manifiesta en agresión física”.
“Las brujas de uniforme” es un libro claramente político. ¿Considera usted que la poesía social -o política- es una propuesta vigente? Algunos mantienen que ese tipo de poemas está pasado de moda.
“La poesía no admite modas. En la poesía no hay progreso de la manera como se busca en la vida económica, por ejemplo, llena de estadísticas. Quiero decir que el que se escriba en un año más de lo que se ha escrito hace cien, quinientos o mil años no significa que sea mejor y se produzca más de lo que ya se ha escrito. Prueba de eso es la validez de la Ilíada y la Odisea, por dar un ejemplo. O de las Coplas de Jorge Manrique o la Divina Comedia.
Sobre el discurso político o social en la poesía, no sólo es legítimo sino necesario. Estoy convencido que cuando una persona realiza una obra, cuando escribe poesía o prosa, lo que lo induce es una cierta energía innata que se expresa en palabras que uno trata que estén cargadas de emoción y sentido. A la vez uno está rodeado de personas que son las que ha conocido. Y también está rodeado de los que han escrito e influido en uno. Toda obra humana es colectiva; las obras literarias lo son en particular, porque no sólo son colectivas en cuanto al esfuerzo de los contemporáneos de quien realiza el trabajo, sino que son colectivas respecto a los esfuerzos que han realizado todos los que han escrito antes y cuyas obras están presentes, pesan, inducen. ¡Y eso es social!”.

HUELLAS DE LA DICTADURA
A propósito de la “Divina Comedia”. Cuando el Dante ve al demonio dice “No morí, y tampoco quedé vivo”. Considerando esa expresión, ¿podría ser la visión del golpe militar para los chilenos lo que la visión de Lucifer fue para el Dante?
“Me alegro que haya citado ese verso. Efectivamente, el empleo que usted hace del verso para caracterizar la visión de los chilenos con respecto al golpe y la dictadura es exactísima. ¡La verdad es que ése es el sentimiento que uno tiene! Es la visión siniestra de Pinochet que aún está presente. Porque como digo en un libro llamado El fantasma de la sin razón, Pinochet encarnó históricamente, incluso en su cuerpo físico y mentalidad, un arquetipo del inconsciente colectivo chileno que es la violencia. La historia de Chile, desde el siglo XVI, ha sido atroz. Con una violencia constante, mayor que la de países equivalentes a Chile. Toda esa violencia, desde la guerra llamada de Arauco, quedó enraizada en el poder hasta el día de hoy. Es la violencia que quiere ser legítima, que trata de enmarcarse en la ley y que trata de ser justificada. Y eso lo encarnó más que ninguno -y lo encarna todavía, porque está vivo- el señor Pinochet”.
Tras el plebiscito de 1988, la clase política pactó una salida con la derecha y los militares. ¿Cuál cree que fue el peor daño que causó ese acuerdo?
“Esas reformas acordadas con la dictadura y la derecha. Engañaron al pueblo. Algunas de esas reformas fueron completamente contrarias a la posibilidad de democracia, hasta el día de hoy. Los acuerdos fueron relativamente públicos, pero eran mucho más detallados que lo que aparecían en las reformas. ¡Engañaron al electorado que los votó favorablemente! Había reformas que beneficiaban a quienes participaron en el régimen dictatorial, al empresariado y a los aprovechadores de las privatizaciones. Hubo también acuerdos secretos que manejó, entre otros, ¡el nefasto y nefando Enrique Correa! Acuerdos secretos que significaban que no se podía tocar judicialmente a Pinochet, ni a quienes colaboraron con él. Esos acuerdos secretos siguen funcionando. Se ha visto durante la llamada transición, que es indefinida, en que no ha habido modificaciones de fondo a la Constitución”.
Usted ha escrito mucho sobre derecho minero. ¿Qué opinión le merece la batahola sobre el royalty?
“El proyecto del gobierno sobre la regalía del royalty es muy malo, muy complicado, muy negativo. La idea de un royalty es distinta. Los proyectos presentados por parlamentarios eran mejores. Con su proyecto el gobierno sabía -y tal vez, quería- que sería derrotado. ¿Por qué? Porque Lagos, en 1999, cuando fue a Estados Unidos a hacer esas visitas que hacen los candidatos chilenos desde hace algún tiempo y que comparo con las que hacen los obispos al Papa, fue recibido por Rockefeller y se comprometió a no modificar el tratamiento de las inversiones norteamericanas en la gran minería del cobre. Y por eso fue contrario al royalty desde que en el Parlamento, principalmente a través del senador Lavandero, aparecieron voces sosteniendo que se debía cobrar una regalía a compañías que además no habían pagado impuestos. Sólo una lo hizo, todas las demás cero, año por año, argumentando que tenían deudas con sus matrices, y por lo tanto pérdidas. Así se produjo el escándalo del año 2002: la Disputada declaró durante más de veinte años que tenía pérdidas y sin embargo, había beneficios. Y fue vendida en 1.300 millones de dólares. Escándalo que produjo una atención pública que se ha manifestado a través del apoyo que ha tenido la idea del royalty. Lagos vio que no podía seguir oponiéndose al royalty, como se opuso en los años 2002-2003 y principio del 2004. Entonces, en los últimos meses, dio un viraje y se declaró partidario del royalty. Pero hicieron un proyecto que innecesariamente consideraron agregar en la ley orgánica constitucional de concesiones mineras, lo que debía tener un quórum mucho mayor. En circunstancias que el royalty podía fijarse por ley ordinaria. Por lo tanto, cuando lo perdieron tenían que tener presupuestado que no iban a contar con los votos de la oposición ni con la opinión del empresariado. O sea, ganaron crédito frente a la opinión pública al hacer la prueba y frente a los inversionistas norteamericanos al cumplir su palabra. Y, además, tienen una yapa, puesto que el próximo año el gobierno puede presentar un proyecto equivalente en plena campaña presidencial. ¡Esas cosas no se hacen! ¡No es moral!
En otro plano, una de las críticas que se hacen a los gobiernos de la Concertación es su doble discurso en materia de libertad de prensa. Por un lado se comprometen a repartir equitativamente el avisaje estatal, pero en la práctica, todo va a El Mercurio y Copesa. Incluso la mayoría de los medios que lucharon contra la tiranía desaparecieron por falta de recursos, y al gobierno nada le importó.
El señor Eugenio Tironi, ¡sociólogo de palacio!, personaje que también considero nefasto, sostuvo constantemente que la Concertación no tenía necesidad de medios de comunicación imparciales -que podían ser, por lo tanto, críticos de la Concertación- como eran los que desaparecieron. En esto, que no es una democracia y menos una democracia representativa, estos señores que proclaman la libertad para todo, en realidad operan contra la libertad de los medios independientes, imparciales y críticos, de una manera sucia y grosera. Para mí, el rol de los chilenos que llaman intelectuales debe ser criticar las realidades del poder, y no sólo del poder del Estado sino también el tremendo poder del empresariado extranjero y el de Estados Unidos, que desde la entrada en vigencia del tratado de libre comercio ha transformado a Chile en un enclave norteamericano. Ha hecho perder al país su soberanía e independencia, y ha quebrado la historia de Chile. Desde el siglo XIX se fundó un Estado que quería ser civilizado, al estilo europeo, y que de alguna manera, con altos y bajos, se logró durante 140 años. Todo eso lo destruyó la dictadura y no se restauró, desde 1990 hasta hoy”.

FALSOS CRISTIANOS
Usted ha escrito varias cartas, entre ellas “Carta abierta a Agustín Edwards”. ¿Qué opinión le merece que este señor que complotó en Estados Unidos para derrocar al gobierno de Salvador Allende, hoy encabece la Fundación Paz Ciudadana y aparezca dando lecciones de democracia y patriotismo?
“Me parecería un chiste, si no fuera trágico. Es una tragedia en que los responsables del golpe estén impunes y aparezcan como personajes nacionales. Ejercen mucho poder a través de los medios de comunicación, y también con iniciativas como Paz Ciudadana. De hecho, han cooperado con gobiernos y empresariado para que en Chile sea más agudo este sistema ideológico anticristiano, que es el neoliberalismo. ¡Totalmente anticristiano! Sin embargo, funciona con la derecha sobre todo, con los que se declaran católicos, tan buenos, tan cristianos, tan amables, tan generosos. Pero es un sistema completamente anticristiano, porque perjudica a los seres humanos. Y esto en Chile es con exceso, lo que ha hecho que existan diferencias inaceptables”.
En las “Críticas de Chile” escribió que: “La dictadura no fue un error/ tiene apellidos,/ como colas de rata o lagartija,/ y su elenco de honor para asesinos/ los regocija todavía”.¿Piensa que alguna vez habrá reconciliación?
“Tengo la esperanza de que Chile sea un país civilizado como se pretendió alguna vez. ¡No me hago ilusiones, pero tengo la esperanza! Podría decir que desde el punto de vista religioso, hay que tener fe, esperanza y caridad. Quienes tienen la responsabilidad de modificar esto a fondo son las nuevas generaciones. Está probado que no son las generaciones que han mandado en Chile, personas de mediana edad y aún ancianos que siguen interviniendo en política -como el señor Patricio Aylwin, que ya debería estar encerrado en su casa preparándose para morir-, los que van a solucionar esto. Y como dijo el padre Hurtado, es la justicia la que debe dominar finalmente”

ALEJANDRO LAVQUEN

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