El
general no tiene
QUIEN LO DEFIENDA
Autor: Walter Garib
En la soledad de su pieza, mientras aguarda que el valet
lo venga a vestir después del desayuno, el general
medita sobre su pasado. Desde hace meses, por no decir años,
un esplín como el de Garrick, el actor inglés,
le impide dormir. Sus sueños otrora plácidos,
cuando ninguna hoja de la república encarcelada se
movía sin él saberlo, se han transformado en
una sucesión de desventuras. Observa, con la angustia
de quien se siente traicionado, cómo la oligarquía
que lo encumbró en el poder y le hizo el camino fácil
para cometer tropelías, le da la espalda. “¿Acaso
no fui un buen capataz, leal a los principios de los patrones?”
se pregunta y bebe un sorbo de café con cardamomo,
aunque se lo han prohibido.
Algo recuerda de cuando leía, porque se lo recomendaban
sus amanuenses que preparaban desde ya sus memorias de prócer.
Y como la memoria aún lo acompaña, desmintiendo
a quienes lo quieren acusar de haber alcanzado la condición
de gagá, rememora el monólogo de Segismundo:
“¡Ay! mísero de mí. ¡Ay! infelice…
Ya que me tratáis así, qué delito cometí
contra vosotros, naciendo”. Acaso lucubra, en sus exaltados
instantes de lucidez, que ojalá el monólogo
de Segismundo no sea el del acabo de mundo…
¿Dónde están aquellos que sumisos se
prosternaban a su paso y alababan su intelecto, su condición
de gobernante, estadista y de guerrero aún no demostrado
en contienda alguna? ¿Dónde están aquellos
que le pedían favores, embajadas, ministerios, granjerías?
De a poco emprendieron el vuelo, cuando dejó de ser
quien era. Se hicieron humo, sir, porque son unos mal agradecidos.
Ahora, andan muy concertacionistas, hablando maravillas del
régimen.
“¿Merezco este trato?” se pregunta compungido
(…)
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