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Juegos olímpicos
No todo lo que
brilla es oro
Fue
agotador y todo Chile se cansó. Entre gritos, sobresaltos, el corazón
a punto de desbocarse y el peso de una cultura de mala suerte, asistimos
emocionados al triunfo tenístico chileno en los juegos olímpicos.
Y no fue fácil, porque la victoria no se remite sólo a los
interminables sets en Atenas, sino que a luengos años de espera
y frustradas esperanzas. Quizás, como manifestó el presidente
Ricardo Lagos, porque a nosotros los chilenos todo nos cuesta. Sólo
cabe esperar que el aserto presidencial no se refiera a que todos tenemos
serios problemas estructurales físicos y mentales. En cualquier
caso, no se pueden minimizar o subvalorar las medallas de oro y bronce
obtenidas en Grecia por Fernando González y Nicolás Massú.
Sin embargo, lamentablemente, la justa victoria de estos jóvenes
deportistas dio paso a una avalancha de patrioterismo que, más
que provocar entusiasmo, produce vergüenza. Y a esta euforia nacional
se han sumado los medios de comunicación, los políticos
de distinto signo, psicólogos, sociólogos y aquella nueva
especie vernácula, crisol de mediocridad y estulticia: los opinólogos.
Nadie puede criticar la calidad tenística y la generosa entrega
de González y Massú en la brega olímpica, pero de
ahí a sostener que esto constituye un acto épico y que el
país ha cambiado para siempre, hay una distancia sideral.
En primer lugar, es posible argumentar que ambos tenistas eran los únicos
con posibilidades reales de obtener una medalla, y que tenían casi
la obligación de ganar: porque son deportistas profesionales que
cuentan desde hace tiempo con apoyo financiero en términos de publicidad,
fondos propios -producto de su inserción en el circuito internacional
de tenis- y, por supuesto, con un solvente apoyo familiar. Es decir, son
prácticamente los únicos deportistas chilenos de élite,
al contrario del remanente de la delegación chilena que lo son
de nombre -altisonante por cierto- pero no de hecho. Exhibieron tesón
y garra, no hay duda, pero extrapolar la victoria olímpica a la
realidad del país y afirmar que han cambiado el espíritu
y alma nacionales es osado, por decir lo menos.
Las culturas y las sociedades no cambian ni se transforman profundamente
de la noche a la mañana. Los patrones de comportamiento y los valores
internalizados por generaciones de chilenos en el marco de una cultura
capitalista dominante, pervivirán mucho más allá
del recuerdo de un triunfo olímpico, lamentablemente. Ello, a pesar
de que las cúpulas políticas, qué duda cabe, intentarán
por todos los medios utilizar las únicas medallas de oro obtenidas
por Chile en su historia deportiva para movilizar a la opinión
pública.
Y ya han comenzado a hacerlo: el ministro de Educación, Sergio
Bitar, declaró que será importante para incentivar la educación
física en los colegios. Loable iniciativa, pero, al mismo tiempo,
señaló que servirá para impulsar el estudio del inglés,
pues ni Massú ni González habrían llegado donde están
ni habrían triunfado en Atenas si es que no hubiesen sabido inglés.
Es un misterio ministerial saber cómo se llegó a esta conclusión,
pero lo que está claro es que la inmensa mayoría de los
chilenos no tiene ninguna posibilidad de hacer lo que hizo la familia
de Fernando González, es decir, trasladarse a Miami por cuatro
años y vivir en función de su hijo deportista. Encomiable
gesto familiar, pero ilusorio pensar que esta experiencia puedan repetirla
aquellos niños, niñas o jóvenes chilenos que en la
actualidad, motivados por la hazaña olímpica, sueñan
con ser campeones y emular a González y Massú.
De hecho, en los mismos días en que todo Chile celebra y habla
de tenis, se dieron a conocer los resultados de la encuesta Casen para
el año 2003, donde se establece inequívocamente que aún
subsisten en Chile tres millones de pobres, teniendo alrededor de 730
mil chilenos la condición de indigentes. El estudio oficial define
como pobres a aquellos hogares con ingresos insuficientes para satisfacer
cada mes las necesidades básicas de sus integrantes. Es decir,
43.712 pesos en zonas urbanas y 29.473 pesos en zonas rurales. Asimismo,
define como indigentes a aquellos hogares que logran satisfacer sus necesidades
alimentarias, pero no logran cubrirlas adecuadamente: para ellos se estiman
ingresos de 21.856 pesos en zonas urbanas y 16.842 pesos en zonas rurales.
La utilización de tal metodología es, por cierto, controversial,
puesto que tales cantidades son absolutamente insuficientes para llevar
una vida plena. Además, basta que un hogar aumente en un peso sus
ingresos mensuales para que abandone automáticamente su categoría
de pobre o se materialice el paso desde la condición de indigente
a la de pobre. En otras palabras, los guarismos exhibidos como un avance
por el gobierno, no dan cuenta de la verdadera situación de millones
de compatriotas que a duras penas subsisten en el marco de un sistema
de mercado implacable como el chileno.
De acuerdo a la mencionada encuesta, habría disminuido ligeramente
la brecha entre ricos y pobres en nuestro país. Sin embargo, Chile
continúa siendo el país que, en el continente americano
y a nivel mundial, posee una de las peores distribuciones del ingreso.
Huelga decir que tanto González como Massú pertenecen al
grupo privilegiado de chilenos que se encuentra en la cúspide de
la pirámide y, por cierto, no se encuentran desempleados, como
el 9,8 por ciento de la fuerza laboral -casi 600 mil trabajadores- que
simplemente carecen de la posibilidad de generar ingresos para llevar
una vida digna. Ninguno de ellos, como tampoco la mayoría de los
chilenos que deben laborar doce horas diarias para poder subsistir, agobiados
por la precariedad del empleo y las crecientes deudas, podrán jamás
nunca brindar a sus hijos la oportunidad de convertirse en deportistas
de élite.
Entonces, todo esta algarabía y euforia patrioteras que intentan
persuadirnos de un Chile cualitativamente distinto y de una supuesta garra
nacional que constituiría parte fundamental de nuestra identidad
y cultura, carece de fundamento. Porque, vamos, el triunfo es altamente
meritorio, pero fueron dos personas con evidente ventaja respecto a los
otros deportistas nacionales que, en algunos casos, ni siquiera pudieron
viajar con sus técnicos porque no había financiamiento para
ellos. Claro que un alto número de dirigentes no tuvo problemas,
ni menos aun vergüenza, de ir a pasear a Atenas. De este modo, jamás
se avanzará por la senda adecuada para elaborar e implementar políticas
públicas en la esfera del deporte que, de manera sistemática
y creativa, incentiven y entreguen los elementos para que nuestra juventud
acceda a todas las disciplinas que le interesen y en las que tenga posibilidades
reales de competir a nivel internacional. Como lo han hecho Cuba y China,
por ejemplo.
En el intertanto, rebautizar como Nicolás Massú a la calle
3 Norte de Viña del Mar, donde reside su familia, o designar a
ambos deportistas como hijos ilustres de distintas ciudades, no pasará
de ser una anécdota
MAURICIO BUENDIA
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