Edición 575 - Desde el 3 al 16 de Septiembre de 2004
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No todo lo que
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Juegos olímpicos

No todo lo que
brilla es oro


Fue agotador y todo Chile se cansó. Entre gritos, sobresaltos, el corazón a punto de desbocarse y el peso de una cultura de mala suerte, asistimos emocionados al triunfo tenístico chileno en los juegos olímpicos. Y no fue fácil, porque la victoria no se remite sólo a los interminables sets en Atenas, sino que a luengos años de espera y frustradas esperanzas. Quizás, como manifestó el presidente Ricardo Lagos, porque a nosotros los chilenos todo nos cuesta. Sólo cabe esperar que el aserto presidencial no se refiera a que todos tenemos serios problemas estructurales físicos y mentales. En cualquier caso, no se pueden minimizar o subvalorar las medallas de oro y bronce obtenidas en Grecia por Fernando González y Nicolás Massú.
Sin embargo, lamentablemente, la justa victoria de estos jóvenes deportistas dio paso a una avalancha de patrioterismo que, más que provocar entusiasmo, produce vergüenza. Y a esta euforia nacional se han sumado los medios de comunicación, los políticos de distinto signo, psicólogos, sociólogos y aquella nueva especie vernácula, crisol de mediocridad y estulticia: los opinólogos. Nadie puede criticar la calidad tenística y la generosa entrega de González y Massú en la brega olímpica, pero de ahí a sostener que esto constituye un acto épico y que el país ha cambiado para siempre, hay una distancia sideral.
En primer lugar, es posible argumentar que ambos tenistas eran los únicos con posibilidades reales de obtener una medalla, y que tenían casi la obligación de ganar: porque son deportistas profesionales que cuentan desde hace tiempo con apoyo financiero en términos de publicidad, fondos propios -producto de su inserción en el circuito internacional de tenis- y, por supuesto, con un solvente apoyo familiar. Es decir, son prácticamente los únicos deportistas chilenos de élite, al contrario del remanente de la delegación chilena que lo son de nombre -altisonante por cierto- pero no de hecho. Exhibieron tesón y garra, no hay duda, pero extrapolar la victoria olímpica a la realidad del país y afirmar que han cambiado el espíritu y alma nacionales es osado, por decir lo menos.
Las culturas y las sociedades no cambian ni se transforman profundamente de la noche a la mañana. Los patrones de comportamiento y los valores internalizados por generaciones de chilenos en el marco de una cultura capitalista dominante, pervivirán mucho más allá del recuerdo de un triunfo olímpico, lamentablemente. Ello, a pesar de que las cúpulas políticas, qué duda cabe, intentarán por todos los medios utilizar las únicas medallas de oro obtenidas por Chile en su historia deportiva para movilizar a la opinión pública.
Y ya han comenzado a hacerlo: el ministro de Educación, Sergio Bitar, declaró que será importante para incentivar la educación física en los colegios. Loable iniciativa, pero, al mismo tiempo, señaló que servirá para impulsar el estudio del inglés, pues ni Massú ni González habrían llegado donde están ni habrían triunfado en Atenas si es que no hubiesen sabido inglés. Es un misterio ministerial saber cómo se llegó a esta conclusión, pero lo que está claro es que la inmensa mayoría de los chilenos no tiene ninguna posibilidad de hacer lo que hizo la familia de Fernando González, es decir, trasladarse a Miami por cuatro años y vivir en función de su hijo deportista. Encomiable gesto familiar, pero ilusorio pensar que esta experiencia puedan repetirla aquellos niños, niñas o jóvenes chilenos que en la actualidad, motivados por la hazaña olímpica, sueñan con ser campeones y emular a González y Massú.
De hecho, en los mismos días en que todo Chile celebra y habla de tenis, se dieron a conocer los resultados de la encuesta Casen para el año 2003, donde se establece inequívocamente que aún subsisten en Chile tres millones de pobres, teniendo alrededor de 730 mil chilenos la condición de indigentes. El estudio oficial define como pobres a aquellos hogares con ingresos insuficientes para satisfacer cada mes las necesidades básicas de sus integrantes. Es decir, 43.712 pesos en zonas urbanas y 29.473 pesos en zonas rurales. Asimismo, define como indigentes a aquellos hogares que logran satisfacer sus necesidades alimentarias, pero no logran cubrirlas adecuadamente: para ellos se estiman ingresos de 21.856 pesos en zonas urbanas y 16.842 pesos en zonas rurales. La utilización de tal metodología es, por cierto, controversial, puesto que tales cantidades son absolutamente insuficientes para llevar una vida plena. Además, basta que un hogar aumente en un peso sus ingresos mensuales para que abandone automáticamente su categoría de pobre o se materialice el paso desde la condición de indigente a la de pobre. En otras palabras, los guarismos exhibidos como un avance por el gobierno, no dan cuenta de la verdadera situación de millones de compatriotas que a duras penas subsisten en el marco de un sistema de mercado implacable como el chileno.
De acuerdo a la mencionada encuesta, habría disminuido ligeramente la brecha entre ricos y pobres en nuestro país. Sin embargo, Chile continúa siendo el país que, en el continente americano y a nivel mundial, posee una de las peores distribuciones del ingreso. Huelga decir que tanto González como Massú pertenecen al grupo privilegiado de chilenos que se encuentra en la cúspide de la pirámide y, por cierto, no se encuentran desempleados, como el 9,8 por ciento de la fuerza laboral -casi 600 mil trabajadores- que simplemente carecen de la posibilidad de generar ingresos para llevar una vida digna. Ninguno de ellos, como tampoco la mayoría de los chilenos que deben laborar doce horas diarias para poder subsistir, agobiados por la precariedad del empleo y las crecientes deudas, podrán jamás nunca brindar a sus hijos la oportunidad de convertirse en deportistas de élite.
Entonces, todo esta algarabía y euforia patrioteras que intentan persuadirnos de un Chile cualitativamente distinto y de una supuesta garra nacional que constituiría parte fundamental de nuestra identidad y cultura, carece de fundamento. Porque, vamos, el triunfo es altamente meritorio, pero fueron dos personas con evidente ventaja respecto a los otros deportistas nacionales que, en algunos casos, ni siquiera pudieron viajar con sus técnicos porque no había financiamiento para ellos. Claro que un alto número de dirigentes no tuvo problemas, ni menos aun vergüenza, de ir a pasear a Atenas. De este modo, jamás se avanzará por la senda adecuada para elaborar e implementar políticas públicas en la esfera del deporte que, de manera sistemática y creativa, incentiven y entreguen los elementos para que nuestra juventud acceda a todas las disciplinas que le interesen y en las que tenga posibilidades reales de competir a nivel internacional. Como lo han hecho Cuba y China, por ejemplo.
En el intertanto, rebautizar como Nicolás Massú a la calle 3 Norte de Viña del Mar, donde reside su familia, o designar a ambos deportistas como hijos ilustres de distintas ciudades, no pasará de ser una anécdota

MAURICIO BUENDIA

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