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Excesos y ansiedades
de la economía chilena
La economía chilena parece registrar marcas olímpicas.
Por donde se la mire, surgen cifras expansivas: las ventas del comercio,
los créditos de consumo, el mercado inmobiliario, el comercio exterior
-con énfasis especial en las exportaciones-, etc. Un conjunto de
variables que ha puesto a la economía en un ritmo de crecimiento
sensiblemente mayor al de los cuatro años previos. Al primer semestre
del 2004, el producto chileno aumentó un 4,9 por ciento, cifra
que podría mantenerse o ensancharse para hacer cerrar el año
en torno o sobre la proyección del cinco por ciento.
Se trata de un compuesto de variables que aun cuando encandilan a no pocos
actores y observadores, no logran convencer a los especialistas. Hay algo
en la economía nacional que no consigue colocar las expectativas
en las cimas que alcanzaron durante la década pasada. La confianza
en el crecimiento económico, como correa transmisora hacia el desarrollo
-pese a las recientes estadísticas de Mideplan que suscriben una
reducción en los índices de pobreza-, es un axioma que los
hechos no logran comprobar.
Hay cifras para todas las grandes áreas de la economía.
Las ventas del comercio al detalle crecieron en julio un 6,9 por ciento,
en comparación con el mismo mes del 2003: marcan una expansión
promedio del 4,3 por ciento entre enero y julio. Un ritmo de crecimiento
dispar, con grandes altibajos, que ha llevado al gremio mercantil a colocar
sus proyecciones anuales en una tasa del cinco por ciento. Los chilenos,
según estos guarismos, estaríamos gastando más no
sólo en bienes de consumo durables, sino también en artículos
de primera necesidad: las ventas de los supermercados crecieron en julio
un 7,6 por ciento.
Un referente directo con estas ventas puede hallarse en el aumento de
los créditos de consumo, los que en julio pasado crecieron a una
tasa del 17,4 por ciento en comparación con los montos que registraron
en julio del 2003. Esta fuerte alza, que sin duda influye en las ventas
del comercio, podría, sin embargo, decaer en los meses siguientes
de concretarse el alza de tasas de interés anunciada por el Banco
Central. No pocos consumidores estarían quemando los últimos
cartuchos antes del aumento en el precio del dinero.
Otra noticia que tiene relación directa con el consumo es el repunte
de las ventas inmobiliarias, las que se expandieron en julio a una tasa
del 26,2 por ciento, que es, según los actores del sector, una
marca histórica. Se trata de un alza tal vez puntual, pero que
tiene relación con el crecimiento de los créditos hipotecarios,
los que en julio aumentaron a una tasa del 15 por ciento.
Pero es el comercio exterior el área que exhibe la escalada más
persistente. Entre enero y julio del año en curso las exportaciones
han crecido nada menos que un 45,8 por ciento, en comparación con
el mismo período del año pasado. Las importaciones, por
su parte, aumentaron en un 18,8 por ciento.
Faltaba sólo la inversión, que es el indicador que lleva
a proyectar el presente hacia el futuro. Según publicó El
Mercurio el 24 de agosto, la inversión anotó una expansión
del ocho por ciento durante el segundo trimestre del año en curso,
lo que representa el 24,7 por ciento del producto. Un aumento que estaría
explicado por una fuerte alza de la inversión en maquinaria y equipos
productivos, la que, a su vez, se explica por las bajas tasas de interés
y la caída en el precio del dólar. El sector privado, se
puede inferir, estaría invirtiendo y percibe un promisorio futuro
económico.
CIFRAS FRAGMENTADAS
Las cifras expresadas hablan de un enorme auge para la economía
chilena. Sin embargo, también podemos afirmar que el grado de satisfacción
no logra expandirse e impregnar no ya al conjunto de la sociedad chilena,
sino al conjunto de los actores económicos y productivos. Las estadísticas
se producen y reproducen y con excepciones, decantan. Un reciente estudio
de la Fundación Terram señala que el 96,1 por ciento de
las exportaciones las realizan las grandes empresas, en tanto sólo
el 1,1 por ciento las micro y pequeñas empresas. Un dato que no
es menor, al considerar que las micro y pequeñas empresas conforman
el 97 por ciento del universo empresarial.
Concedamos que hay un auge económico y una reducción de
la pobreza. Hay una mejoría en los extremos, lo que no estaría
midiendo la calidad de vida de la población. Un dato más
o menos cercano son las estadísticas de desempleo del INE, que
miden cantidad y no calidad: ha venido aumentando de forma sostenida durante
los últimos meses, pese a la reactivación económica.
En julio el desempleo se ubicó en 9,7 por ciento, cuando un año
atrás se situaba en 9,1 por ciento.
No hay que recurrir a información sindical o de especialistas independientes
para verificar la precariedad de nuestras condiciones laborales, sobre
las cuales se sostiene el consumo nacional. Las cifras desplegadas hace
unas semanas por la directora del Trabajo, María Ester Feres, si
bien no son una gran novedad, destacan por venir de donde vienen. La productividad
laboral chilena es casi tres veces menor a la de economías europeas.
Sin embargo, los chilenos laboramos más horas que cualquier otro
trabajador, con un promedio de once horas diarias y sin recibir remuneración
extra.
La encuesta Casen, de Mideplan, complació a sus autores con las
cifras de reducción de la pobreza. Pero al hacer una observación
más detallada acerca de la distribución del ingreso, se
observan números aterradores. Un 45 por ciento de los hogares chilenos
obtiene un ingreso igual o menor a 290 mil pesos (460 dólares)
mensuales, los que serían tipificados como clase baja. Entre la
clase media, que es el 50 por ciento de la población, el 30 por
ciento de los hogares obtiene entre 290 mil y 575 mil pesos y el 15 por
ciento, clasificados como media-media, ingresos entre 575 mil y 1.050.000
pesos. Es decir, el 90 por ciento de los hogares chilenos tiene ingresos
inferiores a un millón de pesos, con los cuales ha de costear todos
o prácticamente todos los gastos de seguridad social. No son recursos
de consumo o diversión: están destinados a la salud, previsión,
educación y otros servicios varios. Podemos decir que el 90 por
ciento de los chilenos está exigido por la modernidad del libre
mercado.
Esta interpretación, que es nuestra, lo es también de conspicuas
figuras de la Concertación, que comienzan a ver las enormes fisuras
del actual modelo de desarrollo económico. El senador Alejandro
Foxley, en un artículo publicado bajo el título de “La
necesidad de una protección social de los outsiders”, pone
en tela de juicio las modernizaciones económicas como generadoras
de bienestar social. En realidad -y esta es tal vez una lectura personal-
el parlamentario no ve ninguna salida social clara al modelo económico
de mercado vigente, tema que tendría que ser acogido -dice- por
el Estado.
“Las empresas -dice Foxley- tienen que tener una alta capacidad
de adaptación al cambio. El trabajador, protegido anteriormente
por una inamovilidad de hecho, queda (hoy) desprotegido con trabajos inestables
y con episodios recurrentes de desempleo, con la consecuencia de una aguda
percepción de inseguridad. Se generan lagunas previsionales, está
desprotegido frente a eventos catastróficos en el plano de la salud,
de la continuidad educacional de sus hijos o de un piso mínimo
de ingresos cuando está desempleado”. Lo que anteriormente
fueron derechos, ya sea sindicales o ciudadanos otorgados por el Estado,
hoy son obtenidos individualmente desde proveedores del sector privado.
Así ocurre con la salud, la educación o la previsión.
Foxley no plantea de forma explícita volver al sistema estatal
de protección social; no obstante, no ve en el corto plazo ningún
atisbo de mejoría social, por la entrega al sector privado de la
seguridad social.
Foxley termina su artículo con una clara opinión. “Mientras
más se extiende la provisión de servicios básicos
al sector privado, se encuentran límites conceptuales respecto
del tipo de sociedad que se desea construir”. Respecto de las autopistas
urbanas por ejemplo, dice que “una sociedad abierta, democrática,
debe procurar que ciertos bienes públicos como el acceso a calles,
plazas y parques esté garantizado para todos los ciudadanos, independientemente
de su capacidad de pago. Debería ser financiado por el Estado con
recursos generales de carácter tributario”.
La descripción que hace Foxley es un retrato de la gran masa ciudadana
chilena, la que se enfrenta cada día con mayor evidencia con la
óptima realidad empresarial. Chile es un escenario de grandes negocios,
con una masa laboral y consumidora -hasta el momento- muy disciplinada.
La exigencia y el esfuerzo podrían hallar, muy pronto, sus limitaciones
PAUL WALDER
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