Edición 567 - Desde el 14 al 27 de mayo de 2004
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Los medios
y su teoría del caos

Hay campañas orquestadas y hay otras improvisadas. Las que hemos observado y padecido durante las últimas semanas parecen corresponder a las segundas, por su obscena transparencia y su torpeza. Se trata de campañas mediáticas que han dejado en evidencia toda la pasión ideológica y partidaria de los dueños de la prensa escrita, que, pese a su fruición y perseverancia, revelan una torpeza descomunal: tras torrentes de tinta, de ardientes titulares y enunciados, la campaña demuestra, al final, ser una mera y artificial hinchazón mediática. Esta es nuestra prensa. El consorcio político-ideológico del papel de diario busca modelar el devenir nacional y acotarlo a los intereses, ya sea personales, ya sea partidarios, ya sea económicos de éste o aquel grupo financiero o industrial.
La primera campaña ha sido la denominada Crisis del Gas. De partida, no ha sido crisis sino una dilatación más, bien orquestada por cierto, de un tema informativo. Tanto así, que encuestas privadas llegaron a revelar que el racionamiento energético futuro, eventual, imaginario, había pasado a ser la mayor preocupación ciudadana, por sobre el desempleo y… la delincuencia. El poder mediático en la sociedad del espectáculo puede mover montañas.
Ha habido pasión, tenacidad a toda prueba, pero faltó agudeza. Es posible que La Tercera haya conseguido restarle unos cuántos puntos en las encuestas a la canciller Alvear -aunque, a decir verdad, ella también expuso con excesiva transparencia sus falencias-, pero no logró ni generar un conflicto diplomático de difícil manejo ni tampoco, en este cauce brutal, hundir a La Moneda.
El interés de El Mercurio tampoco tuvo grandes resultados. Logró en algún momento desplazar en el manejo de la crisis al gobierno, y reemplazarlo por la dirigencia del sector privado: Juan Claro sí que es alguien que conoce de gases, se leyó y escuchó. Pero Juan Claro viajó a Argentina, llegó a Madrid y salió de los titulares. De sus reuniones sólo surgió -el martes 4 de mayo- un titular algo incongruente con las causas de la crisis: “Españoles acusan clima antiinversión”. Una imputación que, ¿falta decirlo?, duró sólo aquel martes.
Ese mismo martes La Segunda, la mano más combativa del consorcio Edwards, publicaba, a modo de denuncia, unas declaraciones de Cristina Fernández, esposa del presidente Néstor Kirchner. Estas opiniones fueron amplificadas, en la mañana siguiente, por el titular de La Tercera, bajo la tesis que la “Intervención de esposa de Kirchner molesta a La Moneda”.
¿Qué había dicho Cristina Fernández según La Tercera? Dos cosas, que le habrían molestado al gobierno. Que Argentina haría todo lo posible para mediar en las relaciones entre Chile y Bolivia y que la “crisis energética estaba contaminada por intereses electorales que buscarían deteriorar la imagen del presidente Lagos”. Lo que no dijo La Tercera, pero sí lo habría pensado Fernández, era quién buscaba deteriorar la imagen de Lagos. La respuesta, sin embargo, caía de madura. Fernández apuntaba al poder mediático de la oposición chilena, que desató una campaña del terror por la escasez energética. Ni La Tercera ni El Mercurio están ni estarán para hacer este tipo de reflexiones sobre sus propios actos.
El gobierno negó -cómo no hacerlo- que se tratara de una campaña para perjudicar a la Concertación. Francisco Vidal, hábilmente, deslizaba aquel miércoles la inminente decisión del gobierno, con la tesis que se trata de un problema de Estado. Era un anticipo a la declaración de Lagos de impulsar la creación de un consorcio público-privado para poner fin a la dependencia energética con Argentina. Un golpe mediático a la mediatización de la crisis y a los puristas del libre mercado.
Los reportajes del domingo, que son más que una interpretación de los hechos una opinión política sesgada, dijeron lo que debían decir. La Tercera prefirió disipar el gas y levantar su viejo y enrevesado Caso MOP-Gate, en tanto El Mercurio insistió en levantar a Juan Claro cual héroe épico. “Claro descarta racionamiento” fue el titular de portada, y, por si no quedara claro, el cuerpo de Reportajes, con foto del dirigente tamaño póster, repetía que “Juan Claro raya la cancha al gobierno”. Así interpretan la realidad nacional.

HISTERICAS GENUFLEXIONES

La otra gran campaña es aún más artificiosa, voluntariosa y ha transparentado la incontinencia ideológica de estos conglomerados periodísticos. La Píldora del Día Después, así como fueron las Jocas, como lo fue la cumbre de género en Beijing o las erráticas campañas del sida, fue, tal vez por el mismo hábito conservador, levantada como nuevo fetiche maligno. Las declaraciones del arzobispo de Santiago se glorificaron, tal vez no como palabra sacra sino como un nuevo flanco de conflicto electoral. La ley divina -así lo dijo en radio Agricultura el obispo de San Bernardo- estaba amenazada por las políticas sanitarias inspiradas en una poco elevada ley terrenal.
La discusión de la entrega de la píldora a través de los consultorios municipales, que había sido alimentada por los dos grandes medios escritos, llegó a quienes estaba dirigida: la derecha. La decisión final recaía en los alcaldes, -supuestamente conservadores y confesionales- de la UDI y RN. La conciencia ética recordada por los obispos y bien amplificada por estos medios, los obligaba a rechazar la píldora, pese a las eventuales sanciones administrativas.
Algo ha cambiado el imaginario colectivo desde la espuria y rebuscada discusión por las Jocas. Los confesionales alcaldes y alcaldesas no apelaron a su conciencia ética, sino a su conciencia política y electoral. Pese a los escandalosos titulares -El Mercurio tituló el jueves 5 “Salud amenaza con recortar platas a alcaldes”- los alcaldes prefirieron la plata y su futuro electoral.
El deleite histérico de estos medios por el escándalo los dejó cazados en su propia trampa: convirtieron una medida sanitaria del gobierno en una sólida y aumentada campaña municipal, cuyos positivos efectos electorales no los deben haber ni soñado en La Moneda.
Estos editores y periodistas actuaron tal como lo habían hecho tantas veces durante la década pasada, intuyendo un retroceso y un acto de contrición oficial ante la reacción eclesiástica. La exageración de la medida, que instalaron en la agenda cual acto hereje, inmoral y totalitario, entre otros calificativos posibles, fue, sin duda, una nueva derrota -la otra de la semana fue la promulgación de la ley de divorcio- para el poder conservador de la Iglesia Católica y para la corriente más fundamentalista -que es, por cierto, la mayoritaria- de la oposición.
El domingo 9 de mayo fue día de reportajes políticos. ¡Oh, sorpresa! Tanto El Mercurio como La Tercera visualizaron una mano goebbeliana en La Moneda, la que habría diseñado la campaña de entrega de la píldora con una única finalidad: arrinconar al alcalde Opus Dei Joaquín Lavín. Ninguna palabra a la exageración mediática, a las vestiduras rasgadas, a los golpes en el pecho y las genuflexiones de editores y periodistas. Si todo ello fue parte de los efectos deseados por La Moneda, habría que decir que allí habita no un émulo de Goebbels, sino un mago de las comunicaciones

PAULUS WÄLDER


(Punto Final Nº 567, 14 de mayo, 2004)

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