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Los medios
y su teoría del caos
Hay
campañas orquestadas y hay otras improvisadas. Las que hemos observado
y padecido durante las últimas semanas parecen corresponder a las
segundas, por su obscena transparencia y su torpeza. Se trata de campañas
mediáticas que han dejado en evidencia toda la pasión ideológica
y partidaria de los dueños de la prensa escrita, que, pese a su
fruición y perseverancia, revelan una torpeza descomunal: tras
torrentes de tinta, de ardientes titulares y enunciados, la campaña
demuestra, al final, ser una mera y artificial hinchazón mediática.
Esta es nuestra prensa. El consorcio político-ideológico
del papel de diario busca modelar el devenir nacional y acotarlo a los
intereses, ya sea personales, ya sea partidarios, ya sea económicos
de éste o aquel grupo financiero o industrial.
La primera campaña ha sido la denominada Crisis del Gas. De partida,
no ha sido crisis sino una dilatación más, bien orquestada
por cierto, de un tema informativo. Tanto así, que encuestas privadas
llegaron a revelar que el racionamiento energético futuro, eventual,
imaginario, había pasado a ser la mayor preocupación ciudadana,
por sobre el desempleo y… la delincuencia. El poder mediático
en la sociedad del espectáculo puede mover montañas.
Ha habido pasión, tenacidad a toda prueba, pero faltó agudeza.
Es posible que La Tercera haya conseguido restarle unos cuántos
puntos en las encuestas a la canciller Alvear -aunque, a decir verdad,
ella también expuso con excesiva transparencia sus falencias-,
pero no logró ni generar un conflicto diplomático de difícil
manejo ni tampoco, en este cauce brutal, hundir a La Moneda.
El interés de El Mercurio tampoco tuvo grandes resultados. Logró
en algún momento desplazar en el manejo de la crisis al gobierno,
y reemplazarlo por la dirigencia del sector privado: Juan Claro sí
que es alguien que conoce de gases, se leyó y escuchó. Pero
Juan Claro viajó a Argentina, llegó a Madrid y salió
de los titulares. De sus reuniones sólo surgió -el martes
4 de mayo- un titular algo incongruente con las causas de la crisis: “Españoles
acusan clima antiinversión”. Una imputación que, ¿falta
decirlo?, duró sólo aquel martes.
Ese mismo martes La Segunda, la mano más combativa del consorcio
Edwards, publicaba, a modo de denuncia, unas declaraciones de Cristina
Fernández, esposa del presidente Néstor Kirchner. Estas
opiniones fueron amplificadas, en la mañana siguiente, por el titular
de La Tercera, bajo la tesis que la “Intervención de esposa
de Kirchner molesta a La Moneda”.
¿Qué había dicho Cristina Fernández según
La Tercera? Dos cosas, que le habrían molestado al gobierno. Que
Argentina haría todo lo posible para mediar en las relaciones entre
Chile y Bolivia y que la “crisis energética estaba contaminada
por intereses electorales que buscarían deteriorar la imagen del
presidente Lagos”. Lo que no dijo La Tercera, pero sí lo
habría pensado Fernández, era quién buscaba deteriorar
la imagen de Lagos. La respuesta, sin embargo, caía de madura.
Fernández apuntaba al poder mediático de la oposición
chilena, que desató una campaña del terror por la escasez
energética. Ni La Tercera ni El Mercurio están ni estarán
para hacer este tipo de reflexiones sobre sus propios actos.
El gobierno negó -cómo no hacerlo- que se tratara de una
campaña para perjudicar a la Concertación. Francisco Vidal,
hábilmente, deslizaba aquel miércoles la inminente decisión
del gobierno, con la tesis que se trata de un problema de Estado. Era
un anticipo a la declaración de Lagos de impulsar la creación
de un consorcio público-privado para poner fin a la dependencia
energética con Argentina. Un golpe mediático a la mediatización
de la crisis y a los puristas del libre mercado.
Los reportajes del domingo, que son más que una interpretación
de los hechos una opinión política sesgada, dijeron lo que
debían decir. La Tercera prefirió disipar el gas y levantar
su viejo y enrevesado Caso MOP-Gate, en tanto El Mercurio insistió
en levantar a Juan Claro cual héroe épico. “Claro
descarta racionamiento” fue el titular de portada, y, por si no
quedara claro, el cuerpo de Reportajes, con foto del dirigente tamaño
póster, repetía que “Juan Claro raya la cancha al
gobierno”. Así interpretan la realidad nacional.
HISTERICAS GENUFLEXIONES
La otra gran campaña es aún más
artificiosa, voluntariosa y ha transparentado la incontinencia ideológica
de estos conglomerados periodísticos. La Píldora del Día
Después, así como fueron las Jocas, como lo fue la cumbre
de género en Beijing o las erráticas campañas del
sida, fue, tal vez por el mismo hábito conservador, levantada como
nuevo fetiche maligno. Las declaraciones del arzobispo de Santiago se
glorificaron, tal vez no como palabra sacra sino como un nuevo flanco
de conflicto electoral. La ley divina -así lo dijo en radio Agricultura
el obispo de San Bernardo- estaba amenazada por las políticas sanitarias
inspiradas en una poco elevada ley terrenal.
La discusión de la entrega de la píldora a través
de los consultorios municipales, que había sido alimentada por
los dos grandes medios escritos, llegó a quienes estaba dirigida:
la derecha. La decisión final recaía en los alcaldes, -supuestamente
conservadores y confesionales- de la UDI y RN. La conciencia ética
recordada por los obispos y bien amplificada por estos medios, los obligaba
a rechazar la píldora, pese a las eventuales sanciones administrativas.
Algo ha cambiado el imaginario colectivo desde la espuria y rebuscada
discusión por las Jocas. Los confesionales alcaldes y alcaldesas
no apelaron a su conciencia ética, sino a su conciencia política
y electoral. Pese a los escandalosos titulares -El Mercurio tituló
el jueves 5 “Salud amenaza con recortar platas a alcaldes”-
los alcaldes prefirieron la plata y su futuro electoral.
El deleite histérico de estos medios por el escándalo los
dejó cazados en su propia trampa: convirtieron una medida sanitaria
del gobierno en una sólida y aumentada campaña municipal,
cuyos positivos efectos electorales no los deben haber ni soñado
en La Moneda.
Estos editores y periodistas actuaron tal como lo habían hecho
tantas veces durante la década pasada, intuyendo un retroceso y
un acto de contrición oficial ante la reacción eclesiástica.
La exageración de la medida, que instalaron en la agenda cual acto
hereje, inmoral y totalitario, entre otros calificativos posibles, fue,
sin duda, una nueva derrota -la otra de la semana fue la promulgación
de la ley de divorcio- para el poder conservador de la Iglesia Católica
y para la corriente más fundamentalista -que es, por cierto, la
mayoritaria- de la oposición.
El domingo 9 de mayo fue día de reportajes políticos. ¡Oh,
sorpresa! Tanto El Mercurio como La Tercera visualizaron una mano goebbeliana
en La Moneda, la que habría diseñado la campaña de
entrega de la píldora con una única finalidad: arrinconar
al alcalde Opus Dei Joaquín Lavín. Ninguna palabra a la
exageración mediática, a las vestiduras rasgadas, a los
golpes en el pecho y las genuflexiones de editores y periodistas. Si todo
ello fue parte de los efectos deseados por La Moneda, habría que
decir que allí habita no un émulo de Goebbels, sino un mago
de las comunicaciones
PAULUS WÄLDER
(Punto Final Nº 567, 14 de mayo, 2004)
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