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Las AFP bajo sospecha
Anuncio de una catástrofe
El sistema
previsional, que durante más de una década sólo fue
objeto de deleite para los agentes financieros, bursátiles y la
prensa especializada, hoy ha regresado a la agenda económica por
otros motivos: el gran invento de la dictadura, el talismán financiero
de José Piñera y Miguel Kast, ha devenido en un fiasco que
amenaza con poner a la previsión como un pesado lastre estatal
y transmutar a las nuevas generaciones de jubilados en modernos indigentes
del siglo XXI.
Si esta situación es nueva para la gran mayoría de los cotizantes,
no lo ha sido para un grupo de expertos, que desde comienzos de la década
pasada vienen siguiendo la errática marcha del sistema y proyectando
un gris futuro. Unos de esos escasos estudiosos son los economistas Eduardo
Miranda y Eduardo Rodríguez, entre cuyas investigaciones destaca
el Examen crítico del sistema de AFP: mitos y realidades, publicado
el 2003 por Editorial Universitaria.
Al dar una mirada retrospectiva, Eduardo Rodríguez señala
que “lo más grave de todo es que se partió de la base
de ejemplos teóricos. Tenemos experiencia histórica que
la continuidad del trabajador con el sistema es variable. El trabajador
se acerca a la previsión, cotiza, deja de cotizar. Antiguamente
se buscaban formas para solucionar las llamadas lagunas, las que podía
rellenar. En el sistema nuevo lo que interesa es el capital. Cuando uno
no pone las platas en el momento que corresponde, el resultado es una
capitalización muy pobre y los beneficios, por tanto, serán
muy pobres”.
Y continúa. “La acumulación de capital está
directamente relacionada con los períodos en que la persona va
aportando capital. Si una persona en su juventud no pone plata, la posibilidad
de acumulación de un gran capital al final de su vida será
muy baja, o un monto muy bajo. La gente toma conciencia de la seguridad
social cuando ya es madura y es cuando ya no hay ninguna posibilidad de
acumular plata”.
Para Miranda, el sistema ha devenido en una gran paradoja. “Se pensaba
originalmente en un sistema económico de mercado en que el productor
o empleador trata de minimizar costos. Y al minimizar costos se apunta
a la reducción de costos laborales, con contratos temporales, etc.,
lo que ha llevado a muchos vacíos en las cotizaciones. Se hizo
un sistema sin pensar en lo previsional, sí en lo financiero”.
CIFRAS DE MISERIA
Un estudio reciente de Cenda ha calculado el promedio
de frecuencia en las cotizaciones (que ratifica los augurios de Miranda
y Rodríguez). Según Cenda, un 20,3 por ciento de los afiliados
cotizan menos del 10 por ciento de las veces, y sólo un 11,4 cotiza
el 100 por ciento de las veces. Los promedios de densidad son de 41,4
por ciento para los afiliados en general, lo que sube a 43,8 en el caso
de los hombres y baja al 38,2 en las mujeres. Aplicados estos porcentajes
sobre los doce meses del año, resulta que el promedio de los afiliados
cotiza 4,96 meses por año, lo que sube a 5,25 en el caso de los
hombres y baja a 4,54 meses en el caso de las mujeres.
La errática participación en las cotizaciones conduce a
unas magras cuentas individuales. La estadística de saldos en la
cuenta de capitalización individual indica que el promedio, a diciembre
2002, era de 3.353.000 pesos para los afiliados en general, de 4.183.000
para los afiliados de sexo masculino y de 2.246.000 para las afiliadas
de sexo femenino. Es más, existe un 2,43 por ciento de afiliados
con saldo cero en su cuenta, lo que equivale a 163.013 personas, y en
el otro extremo hay 279 afiliados que tienen un saldo superior a 100 millones
de pesos y 1.207 en el tramo que sigue hacia abajo, que va de 80 a 100
millones de pesos.
Sobre estas y otras estadísticas, Eduardo Rodríguez señala
que “tal como está el sistema, las metas que se fijó
difícilmente se van a cumplir. ¿Y cuáles eran esas
metas? Que el Estado no tenga un costo previsional, es decir, que no tenga
pensión mínima. Al paso que vamos, existe una alta probabilidad
que las pensiones mínimas sean iguales o, incluso, superiores,
a las que tenía el sistema antes de su creación. De no tomarse
medidas correctivas, es muy probable que aumenten las pensiones mínimas.
La segunda cosa es que las pensiones promedio de las personas que no están
en el nivel mínimo iban a ser mejores. Eso tampoco es tan válido,
porque la acumulación de capitales no es tan alta, es lenta y es
muy irregular. Y por la economía del trabajo, la persona que es
dependiente pasa a ser independiente y no cotiza. Genera muchos vacíos
y no genera capitales. Esto nos hace pensar que la pensión promedio
no será muy alta. Están preocupados de la rentabilidad,
pero la rentabilidad no sirve si la persona no cotiza. De qué sirve
que un fondo tenga una alta rentabilidad si el cotizante no tiene capital”.
Eduardo Miranda se sorprende por el poco interés que las autoridades
han demostrado en este inminente problema, como también por el
poco interés de los afiliados por conocer sus futuras condiciones
de jubilación. “Nadie le ha preguntado al Estado cuál
va a ser la situación de los pensionados de aquí a diez
o veinte años más. Esto es fundamental. Nadie sabe cuánta
gente va a salir con pensión mínima, cuántos con
el 70 o menos del 70 por ciento de su renta final. Y ya hay antecedentes
para hacer un análisis actuarial”.
Los estudios de Cenda también han hecho estas aproximaciones. “Se
puede estimar en forma sencilla que si la mitad de los afiliados cotiza
hoy con una densidad de menos de 4,2 meses por año, entonces, y
si se mantienen estas condiciones durante los 44 años de vida laboral,
esa mitad de los afiliados va a lograr menos de 184 cotizaciones mensuales,
muy por debajo del mínimo requerido para obtener pensión
mínima.
Se necesitaría -agrega el informe- cotizar con una densidad superior
a 5,45 meses por año para lograr 240 cotizaciones en 44 años,
pero actualmente más de un 60 por ciento de los afiliados se encuentra
por debajo de dicha densidad. Puesto que es bastante obvio que esa masa
de afiliados estará muy lejos de obtener una pensión mínima
a partir de lo acumulado en su cuenta de capitalización, entonces
se puede concluir que bajo las condiciones actuales de densidad, más
de un 60 por ciento de los afiliados no va a lograr la garantía
estatal y quedará por lo tanto muy por debajo de la pensión
mínima”.
El gobierno, que ha puesto el tema en la agenda pública este año,
ha centralizado sus críticas en las altas comisiones y la poca
competencia, ambos aspectos no necesariamente fundamentales en el análisis
que hacen los expertos. Las comisiones es poco lo que podrían bajar,
en tanto una mayor competencia, por el actual alto nivel de eficiencia
de esta industria, tampoco incidiría en más bajos costos.
“La propuesta del gobierno -señala Rodríguez- que
dice bajar comisiones y aumentar la competencia, no ayudará a una
solución del verdadero problema. No se ha estudiado lo más
importante: que los trabajadores coticen”.
Para Franyo Zapatta, un abogado que a mediados de la década pasada
publicó el libro Mitos y realidades del sistema de AFP en Chile,
“la comisión adicional que se cobra por la administración
de los fondos y de la cual una parte corresponde a pago de primas por
concepto de Seguro de Invalidez y Sobrevivencia, tiene una tasa real que
varía entre el 28 y el 37 por ciento del valor de la cotización
obligatoria del trabajador. Habría que decir que existe una ambigüedad
al presentar estas cifras ante los cotizantes, puesto que las AFP manifiestan
oficialmente que se trata de tasas que varían entre un 2,8 y un
3,7 por ciento de la remuneración imponible. La verdad, sin embargo,
es que las AFP no administran el total de la remuneración imponible,
sino sólo el diez por ciento de dicha remuneración. Este
es un engaño, todo este sistema es un engaño y está
diseñado de una manera muy compleja, que inhibe la participación
de los trabajadores en él. Hay que ser abogado o economista, o
las dos cosas juntas, para poder entenderlo”.
PERVERSA COMPLEJIDAD
Tampoco el problema central es la baja rentabilidad.
Para Rodríguez, en general, la tasa de rentabilidad no es mala.
Pero el problema es que si una persona no ha cotizado con la frecuencia
que debiera, no ha obtenido el máximo beneficio que corresponde
a la acumulación de capital.
El problema, continúa, es que el sistema partió de dos conceptos
que son discutibles. Uno es que la gente es responsable y que sabe lo
que es la capitalización. “Ningún muchacho de treinta
años que es independiente, aunque tenga un buen sueldo, se preocupa
de cotizar”.
Una opinión similar tiene Zapatta. “Los trabajadores no tienen
mayor interés ni elementos de juicio que les permitan compenetrarse
en los complejos aspectos del sistema. Esta circunstancia deriva de una
formación cultural que los lleva a considerar los descuentos previsionales
como un mal necesario y a concluir que los riesgos de la vida y la ancianidad
están muy lejos de sus intereses inmediatos. Están atrapados
por los agobios de la subsistencia cotidiana, dentro de la vorágine
del funcionamiento del modelo económico. Los trabajadores han olvidado
que los fondos se generan como resultado del mismo trabajo que consume
sus vidas y sus energías”.
Para Miranda, en tanto, el sistema maneja los fondos y todos los afiliados
están ausentes del sistema. Las AFP tienen asociaciones, pero los
afiliados no; son muy pasivos, no tienen ningún mecanismo de llegada.
Uno de los motivos de la baja o nula participación estaría
en la extrema complejidad del sistema. Dice Rodríguez: “El
sistema tiene un gran carácter financiero, pero es tan complejo,
que inhibe a la persona a tomar decisiones. Por otra parte, ofrece una
gran variedad de cosas, pero éstas se ofrecen a los expertos. Qué
puede hacer un trabajador de la construcción ante estas alternativas
complejas. Esto parece tan difícil como jugar a la bolsa. Es como
no ofrecer nada. Debiera ofrecerse algo más modesto. Tengo la sensación
que todo esto no sirve. Esto no es seguridad social”
PAUL WALDER
(Punto Final Nº 567, 14 de mayo, 2004)
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