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Guerra biológica
EE.UU. experimentó
con sus ciudadanos
“Hay
un principio no escrito que dice que los poderosos y privilegiados deben
tener capacidad de hacer lo que quieran (por supuesto esgrimiendo nobles
motivos). El corolario es que la soberanía y los derechos democráticos
de la gente en este caso deben pasar de ser (y esto es lo dramático)
refractarios a ser objeto de experimentos cuando las grandes empresas
de EE. UU. pueden sacar tajada del experimento”. (Noam Chomsky,
El control de nuestras vidas, 2000).
Desde los años 40 hasta la década de los
90, Estados Unidos experimentó armas químicas y bacteriológicas
con los habitantes de su propio país, revelan documentos desclasificados.
Los jueces rechazaron las demandas de reparación de las familias
de las víctimas, invocando la doctrina de “la inmunidad del
gobierno”.
En 1994, el presidente Clinton ofreció “disculpas sinceras”,
aduciendo que una “nueva generación de líderes”
no repetiría esas prácticas. Sin embargo hoy podrían
existir otros abusos secretos.
EXPEDIENTES DEL PLUTONIO
Una investigación de la periodista Eileen Welsome
documentó, en 1993, la historia de 18 casos de radiación
en el libro Los archivos del plutonio: experimentos médicos secretos
durante la guerra fría. El trabajo de Welsome impresionó
a Hazel O’Leary, secretaria de Energía del presidente Clinton,
quien promovió una investigación que en 1994 fue muy resistida
por “insólita”.
Welsome reveló que, en la década de los 40, en una escuela
de Massachusetts, 73 menores indefensos ingirieron isótopos radiactivos
en la avena del desayuno; que una mujer de Nueva York fue inyectada con
plutonio por los médicos del Proyecto Manhattan -el de la bomba
atómica- que le atendían un desorden pituitario; mientras,
829 embarazadas bebieron “cócteles vitamínicos”
en una clínica de Tennessee, que en realidad contenían hierro
radiactivo.
El gobierno formó una comisión -presidida por Ruth Fade-
para investigar los casos de radiación en seres humanos denunciados
por Welsome. Sin embargo, el informe no satisfizo, porque no hubo culpables.
OTRAS INVESTIGACIONES
En los 80, una ex alumna de la escuela Clinton -de un
típico barrio de clase obrera- descubrió que cuatro compañeros
murieron a los 40 años de edad, por enfermedades atribuidas a pruebas
químicas. La mayoría padeció asma, sufrió
neumonía y otras enfermedades respiratorias, pero en un juicio
sin culpables se impuso el principio de la “inmunidad gubernamental”.
El ejército aseguró que sus pruebas resultaron inocuas y
garantizó que las enfermedades fueron una coincidencia.
En la mitad de los 70, el San Francisco Chronicle denunció el evento
serratia marcescens. Hubo reclamos de los nietos de once víctimas
hospitalizadas por infecciones urinarias y respiratorias severas, entre
ellas un hombre que murió, pero de nuevo los jueces impusieron
la doctrina de “inmunidad gubernamental”. Además, el
ejército aclaró que las bacterias causantes del daño
humano no fueron suyas: otra coincidencia.
Leonard Cole, autor de The Eleventh Plague: The Politics of Biological
and Chemical Warfare (La plaga décimo primera: la guerra química
y biológica), documentó numerosos otros casos. No es fácil
conseguir información sobre estas violaciones a los derechos humanos
en el país gendarme de la democracia mundial. La Red de Noticias
de Salud (Health News Network), del Proyecto Libertad de Derechos Humanos
de Winston-Salem, Carolina del Norte, ofrece reimpresiones de documentos
gubernamentales desclasificados (ver http://www.mindcontrolforums.com/pro-freedom.co.uk/publications_books_1.html).
MAS PRUEBAS EN HUMANOS
En 1977, las audiencias del Comité de Inteligencia
del Senado de Estados Unidos sacaron a luz que entre 1949 y 1969 se realizaron
239 pruebas secretas de agentes biológicos aéreos, 80 con
bacterias vivas. Las FF.AA. afirmaron que sus bacterias no eran nocivas,
pero en varios casos se comprobó lo contrario. En 1994, un experto
en guerra biológica declaró que por veinte años el
ejército soltó nubes de microbios “simulados”
y agentes químicos en cientos de zonas pobladas, causando enfermedad
y muerte en humanos y animales.
Las audiencias revelaron que la CIA hizo experimentos secretos (1956-1961)
de control mental con el programa MK-Ultra en numerosas ciudades. Sus
agentes introducían alucinógenos -LSD y mescalina- en las
bebidas sin que los “conejillos” se percataran y se quedaban
a “observar”. Muchos “sujetos” enfermaron y dos
murieron.
Entre 1944 y 1974, el Pentágono y la Comisión de Energía
Atómica estudiaron en miles de personas los efectos nocivos del
material radiactivo y de inyecciones de plutonio. Un comité del
gobierno informó en 1965 que se realizaron 4.000 experimentos en
docenas de hospitales, universidades y bases militares, por lo general
sin permiso ni conocimiento de los “conejillos”.
En 1931 el Dr. Cornelius P. Rhoads, se trasladó al Hospital Presbiteriano
de San Juan para “estudiar la anemia en Puerto Rico”, con
financiamiento de la Fundación Rockefeller. Lo que realmente hizo
fue inyectar a los anémicos células de cáncer y elementos
radiactivos para luego aplicarles radiación y estudiar sus efectos.
En una carta a su amigo F.W. Stewart, confesó haber dado muerte
a ocho pacientes.
En 1951, el líder patriota puertorriqueño Pedro Albizú
Campos denunció desde la cárcel La Princesa, de San Juan,
que estaba siendo irradiado y que los estadounidenses utilizaban a Puerto
Rico como laboratorio.
Desde los 40 hasta la década de los 90, en Panamá se probó
gas mostaza, VX, sarín, cianuro de hidrógeno y otros agentes
neurotóxicos. En los primeros experimentos, se aplicó las
sustancias a los soldados con consecuencias trágicas; en tanto,
en los años 60 y 70 se hicieron pruebas del agent orange y otros
herbicidas tóxicos en las selvas de Panamá, similares a
los campos de batalla de Vietnam.
En la invasión a Panamá de 1999, los habitantes de Pacora
-en las montañas cercanas a la capital- fueron bombardeados con
un agente químico que les quemó la piel, les produjo escozor
y les provocó diarreas. El ejército dejó muchos sitios
contaminados con residuos de armas químicas.
La variedad del mosquito aedes aegypti, transmisor del virus del dengue
hemorrágico, fue desarrollada por especialistas en guerra biológica
e introducida en Cuba en 1984, confesó Eduardo Arocena, cabecilla
de la organización terrorista Omega 7, en un juicio celebrado en
Estados Unidos.
Los ataques con ántrax perpetrados en Estados Unidos el 2002, utilizaron
cepas ames, desarrolladas en laboratorios de Iowa y utilizadas por el
ejército en los años 60 para fabricar armas virulentas.
Los experimentos con el ébola se desarrollaron en el Instituto
de Investigación de Enfermedades Infecciosas del Ejército,
en Fort Detrick (Maryland).
Entre 1942 y 1945, los Servicios de Guerra Química experimentaron
el gas mostaza en unos cuatro mil militares y en centenares de adventistas
del Séptimo Día que eligieron prestarse como conejillos
de indias en lugar de servir en el ejército.
El Servicio de Salud Pública decidió actuar contra el pelagra
-una deficiencia de niacina- recién en 1935, después de
observar impasible durante veinte años los estragos mortales del
mal en la población negra azotada por la pobreza. En 1940, cuatrocientos
presos de Chicago fueron infectados con malaria, para probar los efectos
de nuevas drogas contra esa enfermedad.
El mismo servicio experimentó en los años 30 la sífilis
Tuskegee en doscientos hombres de la comunidad negra de Macon County,
Alabama. Y una vez que comenzó la producción industrial
de penicilina, no los curó. El sida, que apareció en los
80 en la población negra de Haití y en países africanos,
bien puede ser otro artilugio del arsenal biológico estadounidense.
Todo es posible para los líderes de ese país
ERNESTO CARMONA
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