Edición 567 - Desde el 14 al 27 de mayo de 2004
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EE.UU. experimentó
con sus ciudadanos
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Guerra biológica

EE.UU. experimentó
con sus ciudadanos


“Hay un principio no escrito que dice que los poderosos y privilegiados deben tener capacidad de hacer lo que quieran (por supuesto esgrimiendo nobles motivos). El corolario es que la soberanía y los derechos democráticos de la gente en este caso deben pasar de ser (y esto es lo dramático) refractarios a ser objeto de experimentos cuando las grandes empresas de EE. UU. pueden sacar tajada del experimento”. (Noam Chomsky, El control de nuestras vidas, 2000).

Desde los años 40 hasta la década de los 90, Estados Unidos experimentó armas químicas y bacteriológicas con los habitantes de su propio país, revelan documentos desclasificados. Los jueces rechazaron las demandas de reparación de las familias de las víctimas, invocando la doctrina de “la inmunidad del gobierno”.
En 1994, el presidente Clinton ofreció “disculpas sinceras”, aduciendo que una “nueva generación de líderes” no repetiría esas prácticas. Sin embargo hoy podrían existir otros abusos secretos.

EXPEDIENTES DEL PLUTONIO

Una investigación de la periodista Eileen Welsome documentó, en 1993, la historia de 18 casos de radiación en el libro Los archivos del plutonio: experimentos médicos secretos durante la guerra fría. El trabajo de Welsome impresionó a Hazel O’Leary, secretaria de Energía del presidente Clinton, quien promovió una investigación que en 1994 fue muy resistida por “insólita”.
Welsome reveló que, en la década de los 40, en una escuela de Massachusetts, 73 menores indefensos ingirieron isótopos radiactivos en la avena del desayuno; que una mujer de Nueva York fue inyectada con plutonio por los médicos del Proyecto Manhattan -el de la bomba atómica- que le atendían un desorden pituitario; mientras, 829 embarazadas bebieron “cócteles vitamínicos” en una clínica de Tennessee, que en realidad contenían hierro radiactivo.
El gobierno formó una comisión -presidida por Ruth Fade- para investigar los casos de radiación en seres humanos denunciados por Welsome. Sin embargo, el informe no satisfizo, porque no hubo culpables.

OTRAS INVESTIGACIONES

En los 80, una ex alumna de la escuela Clinton -de un típico barrio de clase obrera- descubrió que cuatro compañeros murieron a los 40 años de edad, por enfermedades atribuidas a pruebas químicas. La mayoría padeció asma, sufrió neumonía y otras enfermedades respiratorias, pero en un juicio sin culpables se impuso el principio de la “inmunidad gubernamental”. El ejército aseguró que sus pruebas resultaron inocuas y garantizó que las enfermedades fueron una coincidencia.
En la mitad de los 70, el San Francisco Chronicle denunció el evento serratia marcescens. Hubo reclamos de los nietos de once víctimas hospitalizadas por infecciones urinarias y respiratorias severas, entre ellas un hombre que murió, pero de nuevo los jueces impusieron la doctrina de “inmunidad gubernamental”. Además, el ejército aclaró que las bacterias causantes del daño humano no fueron suyas: otra coincidencia.
Leonard Cole, autor de The Eleventh Plague: The Politics of Biological and Chemical Warfare (La plaga décimo primera: la guerra química y biológica), documentó numerosos otros casos. No es fácil conseguir información sobre estas violaciones a los derechos humanos en el país gendarme de la democracia mundial. La Red de Noticias de Salud (Health News Network), del Proyecto Libertad de Derechos Humanos de Winston-Salem, Carolina del Norte, ofrece reimpresiones de documentos gubernamentales desclasificados (ver http://www.mindcontrolforums.com/pro-freedom.co.uk/publications_books_1.html).

MAS PRUEBAS EN HUMANOS

En 1977, las audiencias del Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos sacaron a luz que entre 1949 y 1969 se realizaron 239 pruebas secretas de agentes biológicos aéreos, 80 con bacterias vivas. Las FF.AA. afirmaron que sus bacterias no eran nocivas, pero en varios casos se comprobó lo contrario. En 1994, un experto en guerra biológica declaró que por veinte años el ejército soltó nubes de microbios “simulados” y agentes químicos en cientos de zonas pobladas, causando enfermedad y muerte en humanos y animales.
Las audiencias revelaron que la CIA hizo experimentos secretos (1956-1961) de control mental con el programa MK-Ultra en numerosas ciudades. Sus agentes introducían alucinógenos -LSD y mescalina- en las bebidas sin que los “conejillos” se percataran y se quedaban a “observar”. Muchos “sujetos” enfermaron y dos murieron.
Entre 1944 y 1974, el Pentágono y la Comisión de Energía Atómica estudiaron en miles de personas los efectos nocivos del material radiactivo y de inyecciones de plutonio. Un comité del gobierno informó en 1965 que se realizaron 4.000 experimentos en docenas de hospitales, universidades y bases militares, por lo general sin permiso ni conocimiento de los “conejillos”.
En 1931 el Dr. Cornelius P. Rhoads, se trasladó al Hospital Presbiteriano de San Juan para “estudiar la anemia en Puerto Rico”, con financiamiento de la Fundación Rockefeller. Lo que realmente hizo fue inyectar a los anémicos células de cáncer y elementos radiactivos para luego aplicarles radiación y estudiar sus efectos. En una carta a su amigo F.W. Stewart, confesó haber dado muerte a ocho pacientes.
En 1951, el líder patriota puertorriqueño Pedro Albizú Campos denunció desde la cárcel La Princesa, de San Juan, que estaba siendo irradiado y que los estadounidenses utilizaban a Puerto Rico como laboratorio.
Desde los 40 hasta la década de los 90, en Panamá se probó gas mostaza, VX, sarín, cianuro de hidrógeno y otros agentes neurotóxicos. En los primeros experimentos, se aplicó las sustancias a los soldados con consecuencias trágicas; en tanto, en los años 60 y 70 se hicieron pruebas del agent orange y otros herbicidas tóxicos en las selvas de Panamá, similares a los campos de batalla de Vietnam.
En la invasión a Panamá de 1999, los habitantes de Pacora -en las montañas cercanas a la capital- fueron bombardeados con un agente químico que les quemó la piel, les produjo escozor y les provocó diarreas. El ejército dejó muchos sitios contaminados con residuos de armas químicas.
La variedad del mosquito aedes aegypti, transmisor del virus del dengue hemorrágico, fue desarrollada por especialistas en guerra biológica e introducida en Cuba en 1984, confesó Eduardo Arocena, cabecilla de la organización terrorista Omega 7, en un juicio celebrado en Estados Unidos.
Los ataques con ántrax perpetrados en Estados Unidos el 2002, utilizaron cepas ames, desarrolladas en laboratorios de Iowa y utilizadas por el ejército en los años 60 para fabricar armas virulentas. Los experimentos con el ébola se desarrollaron en el Instituto de Investigación de Enfermedades Infecciosas del Ejército, en Fort Detrick (Maryland).
Entre 1942 y 1945, los Servicios de Guerra Química experimentaron el gas mostaza en unos cuatro mil militares y en centenares de adventistas del Séptimo Día que eligieron prestarse como conejillos de indias en lugar de servir en el ejército.
El Servicio de Salud Pública decidió actuar contra el pelagra -una deficiencia de niacina- recién en 1935, después de observar impasible durante veinte años los estragos mortales del mal en la población negra azotada por la pobreza. En 1940, cuatrocientos presos de Chicago fueron infectados con malaria, para probar los efectos de nuevas drogas contra esa enfermedad.
El mismo servicio experimentó en los años 30 la sífilis Tuskegee en doscientos hombres de la comunidad negra de Macon County, Alabama. Y una vez que comenzó la producción industrial de penicilina, no los curó. El sida, que apareció en los 80 en la población negra de Haití y en países africanos, bien puede ser otro artilugio del arsenal biológico estadounidense. Todo es posible para los líderes de ese país

ERNESTO CARMONA

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