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PUNTO
FINAL
Revista quincenal de asuntos políticos,
informativos y culturales que publica la Sociedad Editora, Impresora
y Distribuidora de Publicaciones y
Videos Punto Final S.A., San Diego 31, oficina 606, Fono-Fax: 6970615,
Casilla 13.954, Santiago 21, Santiago-Chile. |
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La gran apuesta
de Chávez:
que hable el pueblo
Calma
chicha... ¿antes de la tormenta? A muchos visitantes extranjeros
ha sorprendido el clima de civilidad y debate en Venezuela: la dinámica
de los acontecimientos es mayor que la de los actores. Parece que se hubiera
encontrado un espacio de convivencia en áreas de mayores intereses
comunes con un mundo externo incierto, para quienes apuestan a la desestabilización
para una eventual y cada vez más difícil intervención
extranjera, vía marines o carta “democrática”
de la OEA.
Son los beneficios de la transparencia. Nunca acorrales a un tigre herido,
suelen decir los orientales. El país está en pleno dolor
de parto, no de muerte. El falso dilema -de revocación o guerra
civil- parece ser evitado, pero subyace el de apostar al futuro o volver
al pasado. Magnicidio frustrado, declaraciones antidemocráticas
de ex presidentes seudodemocráticos, como Carlos Andrés
Pérez llamando desde Miami a asesinar “como a un perro”
al presidente (ni siquiera la Sociedad Protectora de Animales se indignó
y menos aún el gobierno de Washington), paramilitares-sicarios,
“guarimbas” (disturbios callejeros), parecen ir perdiendo
fuerza, mientras el país vive una época de bonanza y crecimiento
sostenido.
Existe un cambio de táctica en la orientación de los sectores
de la oposición, de Washington y de los gobiernos latinoamericanos
no demasiado simpatizantes con las transformaciones sociales a la venezolana.
Hasta el último mes, la estrategia fue aislar internacionalmente
a Chávez y desmoralizarlo internamente, como gobernante antidemocrático
y autócrata que no aceptaba someterse al examen de las urnas. Lo
que se intentaba era crear en el país una situación de caos
que justificara una interferencia o injerencia más fuerte bajo
el manto de la ONU o de la OEA.
Desde comienzos del 2004 los medios locales de comunicación acentuaron
el cerco, con el apoyo de sus repetidores inter (tras)nacionales. Al inicio
de diciembre, la oposición había tratado de juntar en tres
días las firmas del 20% de la ciudadanía para poder convocar
a un referendo revocatorio del mandato de Chávez. Fraudes con muertos,
niños y extranjeros firmantes, hicieron necesaria una extraña
jornada de validación de 600 mil firmas meses después, para
posibilitar la convocatoria.
En este lapso la oposición intentó numerosos actos de provocación,
para decir que se vivía una situación de desestabilización
y desgobierno. Washington intervino por medio de funcionarios de tercera
línea y alentó a gobiernos regionales genuflexos a fustigar
a Chávez, o a aislarlo. Pero esta vez la realidad se impuso en
el patio trasero, y el gobierno venezolano se fue anotando pequeñas
victorias: constitución de PetroSur, ingreso al Mercosur, el archivamiento
del Alca… Y Lula, que había estado esquivo en Cancún,
fue quien le dejó en claro a Bush que Chávez era un presidente
con vocación democrática, respetado por todos los gobiernos
de la región.
Pero tras la aprobación del referéndum, Chávez reaccionó
como pocos esperaban: felicitó a la oposición por haber
elegido el rumbo democrático -y no la vía golpista de los
dos años anteriores- y lanzó una ofensiva en busca de un
nuevo triunfo electoral. Por primera vez la oposición -y Washington-
asumieron que el referéndum podría significar el fortalecimiento
de Chávez.
Es más, la página web de John Kerry, el candidato demócrata
estadounidense, afirmaba la importancia “de aliarnos a otros en
el hemisferio e insistir para que sean seguidos los procedimientos constitucionales.
No debemos alentar bandos o fuerzas militares para derribar a presidentes
electos, aun con liderazgos cuestionables, como los de Aristide, en Haití
o Chávez, en Venezuela”.
El cambio de posición frente al liderazgo latinoamericano no es
porque se sienta tan antiimperialista como Chávez, sino que tiene
como fin tratar de domesticarlo, volverlo inofensivo. O como dijera el
escritor brasileño Gilberto Maringoni, quieren transformar a Chávez
en una especie de Lula andino. Hoy pareciera difícil de lograrlo.
RATIFICAR, REVOCAR
¿Ratificatorio o revocatorio? El pueblo venezolano
sabe que su futuro se juega en esta votación, porque se trata de
algo que va más allá del rechazo o apoyo a un presidente.
La alternativa es entre dos modelos de país, dos modelos de mundo.
El voto es para soñar con el futuro, para consolidar un proyecto
político, económico y social, o para impedirlo.
Es más, hay dos modelos de país. Uno que busca -con tropiezos,
claro- superar la exclusión política, económica y
social de las grandes mayorías. Si gana el Sí, si se revoca
el mandato de Chávez, se habrá dado un gran paso atrás,
hacia un modelo de exclusión que fue el que predominó durante
décadas de democracia declamativa y formal. Por ello no es difícil
saber quiénes apoyan al presidente y quiénes lo impugnan,
y entender la polémica y confrontación constante de parte
de quienes se niegan a que el modelo “bolivariano” -de cambios
estructurales en democracia y paz- fructifique.
Hoy, la política social del gobierno, articulada en torno a las
denominadas “misiones”, ha conseguido mejorar sustancialmente
los indicadores de salud y educación. Y esto lo reconoce hasta
la oposición.
Pero… ¿cuál es el proyecto de país de la oposición?
¿Volver a 1998? Hasta el momento, a escasos días del referéndum,
la pregunta sigue siendo la misma para una oposición descoordinada,
antidemocrática, incoherente, sin unidad ni liderazgo fuerte. En
confrontación, permanentemente. Sin siquiera tener la valentía
de aceptar una derrota y con sectores que siguen incitando al magnicidio
o a un nuevo golpe.
Su Acuerdo Nacional por la Justicia Social y la Paz Democrática,
intenta establecer las bases de un proyecto político, económico
y social común a todos los que se sienten antichavistas, liderado
por un único candidato a elegir a través de unas elecciones
primarias. El contenido de este acuerdo y el denominado Plan de Consenso,
elaborado por la CIPE (Center for International Private Enterprise) de
Estados Unidos, ha sorprendido a muchos. A otros, ni siquiera.
La tan cacareada Paz Democrática opositora supone la inexistencia
del conflicto social, dejando el poder nuevamente en manos de las élites
económicas del país, renovando la Constitución. Las
escasas propuestas son incoherentes y hasta contradictorias: defensa de
una utilización competitiva del tipo de cambio cuando se propone,
simultáneamente, no intervenir sobre él. Habla del abaratamiento
de los costos sociales de la gestión productiva y de sacar las
acciones de Petróleos de Venezuela (Pdvsa) a “oferta pública”,
para privatizarla. Para ello, precisamente, deben reformar la Constitución.
No hay una figura que aglutine a la oposición, para colocarla como
alternativa a Chávez. Eso permite que el mandatario ubique la lucha
en “Bush o la revolución bolivariana”, como casi 60
años atrás fue “Braden o Perón”. La oposición
suple la carencia de un líder carismático con el poder económico,
que infunde respeto y miedo a ciertos sectores con dificultad para desprenderse
de la secular obediencia y genuflexión a las jerarquías
sociales.
El enemigo principal parece ser Bush. La atención se centra en
lo que puedan preparar sus organismos de seguridad para crear un clima
de terror, de inestabilidad ligados a la continuidad de Chávez.
El presidente entendió que aquí se juega todo, que hay que
echar toda la carne en el asador, asegurar cada voto sin confiar en las
encuestas, porque cuanto mayor sea el número de votos ratificando
a Chávez, menor será el margen de maniobra que tendrán
Bush y sus repetidores locales.
Lo que intenta Estados Unidos es interrumpir ese proceso de participación
del pueblo en lo que nunca participó. Si Chávez, con su
carácter y discurso estuviese de su lado, no habría ningún
problema en aceptarlo y aplaudirlo, como hace Bush con Berlusconi. Por
eso -y pese a los acelerados- un “chavismo sin Chávez”
hoy no es más que una entelequia.
UN MODELO PROPIO
Hay demasiados “inteligentes” que discurren
sobre la cuestión de los modelos, que intentan comparar otras intervenciones
de EE.UU. en Latinoamérica para descubrir cuál sería
la estrategia en este caso. Un Chile parece imposible, porque Allende
nunca tuvo el poder, apenas el gobierno. ¿Nicaragua? Para que ganara
Violeta Chamorro se tuvo que destruir la infraestructura, minar los puertos,
a través de los contras. Era un Estado sin recursos, que debía
atender la guerra y la miseria de su pueblo a la vez. Quizá Bush
logre inventar una “Violeta” venezolana que se enfrente en
el 2006 a Chávez…
La privatización de Pdvsa acabaría con la actual reversión
de sus beneficios en mejoras para las mayorías e inversión
social: muchas más escuelas, centros de salud, cooperativas, viviendas
o carreteras… y nos dejaría sin la mejor herramienta para
el desarrollo y el cambio social.
Si el gobierno de Salvador Allende fue un incentivo para las socialdemocracias
europeas, que vieron en aquella experiencia la posibilidad de que el socialismo
llegara al poder por la vía pacífica (en realidad jamás
llegó allí, sino apenas al gobierno), el proceso venezolano
muestra que otro mundo es posible, siempre y cuando los cambios propuestos
sean en beneficio de las mayorías, con plena soberanía.
Hoy no solamente hay electores. Las reformas introducidas por el bolivarianismo
en estos últimos años han contado con un importante y masivo
apoyo popular, mayoría a la que el “proceso” ha sabido
ofrecer una participación activa, entusiasmar y sumar al proyecto.
Son aquellos que hasta hace poco eran invisibles, sin voz.
En el Foro Social de las Américas, hace unos días en Quito,
uno de los temas más comentado fue el de la decisión del
gobierno venezolano de hacer visibles a millones de indocumentados, excluidos,
que jamás tuvieron oportunidad de recibir educación o atención
sanitaria.
El camino hasta aquí no ha sido fácil. El acoso ha sido
permanente, la estrategia de desgaste, constante. Las élites tradicionales,
poderes fácticos que pelean por mantener sus privilegios, han encontrado
en ciertos medios de comunicación masiva el mejor ariete, como
en un golpe de Estado, el sabotaje de la actividad económica, la
desestabilización continua de las instituciones y de la vida política,
así como en provocar disturbios en las calles…
La ratificación de Chávez significaría avanzar en
la aplicación de una Constitución que persigue la democracia
participativa, que ha devuelto la dignidad al pueblo y lo ha incorporado
a la agenda política, y que avanza en la construcción -con
todas sus fallas- de un modelo de desarrollo endógeno, para alcanzar
una menor dependencia de las importaciones y dejar de gravitar exclusivamente
sobre la producción y explotación del petróleo.
Por primera vez, los ingresos petroleros llegan a las grandes mayorías.
Por primera vez -dijera Uslar Pietri, que de izquierdista no tenía
nada- se está “sembrando” el petróleo. Durante
más de 40 años las élites rapiñeras venezolanos
se alzaron con más de 300 mil millones de dólares, dejando
un 80% de la población en condición de pobreza y una deuda
externa de más de 24 mil millones de dólares. Toda una hazaña.
¿A eso queremos volver?
La aplicación de la ley de tierras permitiría avanzar hacia
una soberanía alimentaria, y la cooperativización, a impulsar
un nuevo modelo de propiedad que contribuya a la creación de empleo
con formas de ingreso más autónomas.
Nadie quiere olvidar los gruesos errores y las deudas que este gobierno
tiene para con todos, sobre todo en el combate a la impunidad y a la corrupción.
De ser ratificado, Chávez debiera liderar una campaña contra
la corrupción, que terminara con la impunidad: esa es una deuda
social.
Las élites económicas, los empresarios nacionales y extranjeros
cuyos intereses multinacionales y petroleros peligran si Pdvsa sigue siendo
gestionada por un gobierno nacionalista y soberano, necesitan derrotar
(o derrocar) a Chávez. Estados Unidos -que reclama el control petrolero-
no sólo desea la vuelta de las élites políticas y
económicas venezolanas que durante años le han garantizado
un suministro estable de petróleo a precios inferiores a los del
mercado internacional, sino que desea quitar a Chávez y financia
cualquier intento para que ello cristalice.
Pero lo peor de todo, para las élites venezolanas y para el gobierno
estadounidense, es que la revolución bolivariana supone un signo
esperanzador para mucha gente en América Latina, con sus claras
posiciones integracionistas, soberanas y antiimperialistas. A esto es
a lo que temen: a la integración latinoamericana contra el Alca,
a una política exterior de paz, al reforzamiento de la OPEP, a
un proyecto de desarrollo lejos, muy lejos de las recetas del FMI, el
BID o el Banco Mundial, a un Estado que defiende lo público (y
no sólo a las empresas transnacionales) en busca de una redistribución
equitativa de la riqueza, la democratización de la educación
y la salud, en pos de la soberanía alimentaria. Un proyecto de
país para todos.
Ganar por goleada es la única forma de terminar con tanta especulación.
Dentro y -sobre todo- fuera de fronteras y avanzar en el sueño
de una Venezuela, de una América Latina para todos y no sólo
para las élites
ARAM AHARONIAN
En Caracas
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