Edición 573 - Desde el 6 al 19 de agosto de 2004
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Revista quincenal de asuntos políticos, informativos y culturales que publica la Sociedad Editora, Impresora y Distribuidora de Publicaciones y
Videos Punto Final S.A., San Diego 31, oficina 606, Fono-Fax: 6970615,
Casilla 13.954, Santiago 21, Santiago-Chile.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La gran apuesta
de Chávez:

que hable el pueblo

Calma chicha... ¿antes de la tormenta? A muchos visitantes extranjeros ha sorprendido el clima de civilidad y debate en Venezuela: la dinámica de los acontecimientos es mayor que la de los actores. Parece que se hubiera encontrado un espacio de convivencia en áreas de mayores intereses comunes con un mundo externo incierto, para quienes apuestan a la desestabilización para una eventual y cada vez más difícil intervención extranjera, vía marines o carta “democrática” de la OEA.
Son los beneficios de la transparencia. Nunca acorrales a un tigre herido, suelen decir los orientales. El país está en pleno dolor de parto, no de muerte. El falso dilema -de revocación o guerra civil- parece ser evitado, pero subyace el de apostar al futuro o volver al pasado. Magnicidio frustrado, declaraciones antidemocráticas de ex presidentes seudodemocráticos, como Carlos Andrés Pérez llamando desde Miami a asesinar “como a un perro” al presidente (ni siquiera la Sociedad Protectora de Animales se indignó y menos aún el gobierno de Washington), paramilitares-sicarios, “guarimbas” (disturbios callejeros), parecen ir perdiendo fuerza, mientras el país vive una época de bonanza y crecimiento sostenido.
Existe un cambio de táctica en la orientación de los sectores de la oposición, de Washington y de los gobiernos latinoamericanos no demasiado simpatizantes con las transformaciones sociales a la venezolana. Hasta el último mes, la estrategia fue aislar internacionalmente a Chávez y desmoralizarlo internamente, como gobernante antidemocrático y autócrata que no aceptaba someterse al examen de las urnas. Lo que se intentaba era crear en el país una situación de caos que justificara una interferencia o injerencia más fuerte bajo el manto de la ONU o de la OEA.
Desde comienzos del 2004 los medios locales de comunicación acentuaron el cerco, con el apoyo de sus repetidores inter (tras)nacionales. Al inicio de diciembre, la oposición había tratado de juntar en tres días las firmas del 20% de la ciudadanía para poder convocar a un referendo revocatorio del mandato de Chávez. Fraudes con muertos, niños y extranjeros firmantes, hicieron necesaria una extraña jornada de validación de 600 mil firmas meses después, para posibilitar la convocatoria.
En este lapso la oposición intentó numerosos actos de provocación, para decir que se vivía una situación de desestabilización y desgobierno. Washington intervino por medio de funcionarios de tercera línea y alentó a gobiernos regionales genuflexos a fustigar a Chávez, o a aislarlo. Pero esta vez la realidad se impuso en el patio trasero, y el gobierno venezolano se fue anotando pequeñas victorias: constitución de PetroSur, ingreso al Mercosur, el archivamiento del Alca… Y Lula, que había estado esquivo en Cancún, fue quien le dejó en claro a Bush que Chávez era un presidente con vocación democrática, respetado por todos los gobiernos de la región.
Pero tras la aprobación del referéndum, Chávez reaccionó como pocos esperaban: felicitó a la oposición por haber elegido el rumbo democrático -y no la vía golpista de los dos años anteriores- y lanzó una ofensiva en busca de un nuevo triunfo electoral. Por primera vez la oposición -y Washington- asumieron que el referéndum podría significar el fortalecimiento de Chávez.
Es más, la página web de John Kerry, el candidato demócrata estadounidense, afirmaba la importancia “de aliarnos a otros en el hemisferio e insistir para que sean seguidos los procedimientos constitucionales. No debemos alentar bandos o fuerzas militares para derribar a presidentes electos, aun con liderazgos cuestionables, como los de Aristide, en Haití o Chávez, en Venezuela”.
El cambio de posición frente al liderazgo latinoamericano no es porque se sienta tan antiimperialista como Chávez, sino que tiene como fin tratar de domesticarlo, volverlo inofensivo. O como dijera el escritor brasileño Gilberto Maringoni, quieren transformar a Chávez en una especie de Lula andino. Hoy pareciera difícil de lograrlo.

RATIFICAR, REVOCAR

¿Ratificatorio o revocatorio? El pueblo venezolano sabe que su futuro se juega en esta votación, porque se trata de algo que va más allá del rechazo o apoyo a un presidente. La alternativa es entre dos modelos de país, dos modelos de mundo. El voto es para soñar con el futuro, para consolidar un proyecto político, económico y social, o para impedirlo.
Es más, hay dos modelos de país. Uno que busca -con tropiezos, claro- superar la exclusión política, económica y social de las grandes mayorías. Si gana el Sí, si se revoca el mandato de Chávez, se habrá dado un gran paso atrás, hacia un modelo de exclusión que fue el que predominó durante décadas de democracia declamativa y formal. Por ello no es difícil saber quiénes apoyan al presidente y quiénes lo impugnan, y entender la polémica y confrontación constante de parte de quienes se niegan a que el modelo “bolivariano” -de cambios estructurales en democracia y paz- fructifique.
Hoy, la política social del gobierno, articulada en torno a las denominadas “misiones”, ha conseguido mejorar sustancialmente los indicadores de salud y educación. Y esto lo reconoce hasta la oposición.
Pero… ¿cuál es el proyecto de país de la oposición? ¿Volver a 1998? Hasta el momento, a escasos días del referéndum, la pregunta sigue siendo la misma para una oposición descoordinada, antidemocrática, incoherente, sin unidad ni liderazgo fuerte. En confrontación, permanentemente. Sin siquiera tener la valentía de aceptar una derrota y con sectores que siguen incitando al magnicidio o a un nuevo golpe.
Su Acuerdo Nacional por la Justicia Social y la Paz Democrática, intenta establecer las bases de un proyecto político, económico y social común a todos los que se sienten antichavistas, liderado por un único candidato a elegir a través de unas elecciones primarias. El contenido de este acuerdo y el denominado Plan de Consenso, elaborado por la CIPE (Center for International Private Enterprise) de Estados Unidos, ha sorprendido a muchos. A otros, ni siquiera.
La tan cacareada Paz Democrática opositora supone la inexistencia del conflicto social, dejando el poder nuevamente en manos de las élites económicas del país, renovando la Constitución. Las escasas propuestas son incoherentes y hasta contradictorias: defensa de una utilización competitiva del tipo de cambio cuando se propone, simultáneamente, no intervenir sobre él. Habla del abaratamiento de los costos sociales de la gestión productiva y de sacar las acciones de Petróleos de Venezuela (Pdvsa) a “oferta pública”, para privatizarla. Para ello, precisamente, deben reformar la Constitución.
No hay una figura que aglutine a la oposición, para colocarla como alternativa a Chávez. Eso permite que el mandatario ubique la lucha en “Bush o la revolución bolivariana”, como casi 60 años atrás fue “Braden o Perón”. La oposición suple la carencia de un líder carismático con el poder económico, que infunde respeto y miedo a ciertos sectores con dificultad para desprenderse de la secular obediencia y genuflexión a las jerarquías sociales.
El enemigo principal parece ser Bush. La atención se centra en lo que puedan preparar sus organismos de seguridad para crear un clima de terror, de inestabilidad ligados a la continuidad de Chávez. El presidente entendió que aquí se juega todo, que hay que echar toda la carne en el asador, asegurar cada voto sin confiar en las encuestas, porque cuanto mayor sea el número de votos ratificando a Chávez, menor será el margen de maniobra que tendrán Bush y sus repetidores locales.
Lo que intenta Estados Unidos es interrumpir ese proceso de participación del pueblo en lo que nunca participó. Si Chávez, con su carácter y discurso estuviese de su lado, no habría ningún problema en aceptarlo y aplaudirlo, como hace Bush con Berlusconi. Por eso -y pese a los acelerados- un “chavismo sin Chávez” hoy no es más que una entelequia.

UN MODELO PROPIO

Hay demasiados “inteligentes” que discurren sobre la cuestión de los modelos, que intentan comparar otras intervenciones de EE.UU. en Latinoamérica para descubrir cuál sería la estrategia en este caso. Un Chile parece imposible, porque Allende nunca tuvo el poder, apenas el gobierno. ¿Nicaragua? Para que ganara Violeta Chamorro se tuvo que destruir la infraestructura, minar los puertos, a través de los contras. Era un Estado sin recursos, que debía atender la guerra y la miseria de su pueblo a la vez. Quizá Bush logre inventar una “Violeta” venezolana que se enfrente en el 2006 a Chávez…
La privatización de Pdvsa acabaría con la actual reversión de sus beneficios en mejoras para las mayorías e inversión social: muchas más escuelas, centros de salud, cooperativas, viviendas o carreteras… y nos dejaría sin la mejor herramienta para el desarrollo y el cambio social.
Si el gobierno de Salvador Allende fue un incentivo para las socialdemocracias europeas, que vieron en aquella experiencia la posibilidad de que el socialismo llegara al poder por la vía pacífica (en realidad jamás llegó allí, sino apenas al gobierno), el proceso venezolano muestra que otro mundo es posible, siempre y cuando los cambios propuestos sean en beneficio de las mayorías, con plena soberanía.
Hoy no solamente hay electores. Las reformas introducidas por el bolivarianismo en estos últimos años han contado con un importante y masivo apoyo popular, mayoría a la que el “proceso” ha sabido ofrecer una participación activa, entusiasmar y sumar al proyecto. Son aquellos que hasta hace poco eran invisibles, sin voz.
En el Foro Social de las Américas, hace unos días en Quito, uno de los temas más comentado fue el de la decisión del gobierno venezolano de hacer visibles a millones de indocumentados, excluidos, que jamás tuvieron oportunidad de recibir educación o atención sanitaria.
El camino hasta aquí no ha sido fácil. El acoso ha sido permanente, la estrategia de desgaste, constante. Las élites tradicionales, poderes fácticos que pelean por mantener sus privilegios, han encontrado en ciertos medios de comunicación masiva el mejor ariete, como en un golpe de Estado, el sabotaje de la actividad económica, la desestabilización continua de las instituciones y de la vida política, así como en provocar disturbios en las calles…
La ratificación de Chávez significaría avanzar en la aplicación de una Constitución que persigue la democracia participativa, que ha devuelto la dignidad al pueblo y lo ha incorporado a la agenda política, y que avanza en la construcción -con todas sus fallas- de un modelo de desarrollo endógeno, para alcanzar una menor dependencia de las importaciones y dejar de gravitar exclusivamente sobre la producción y explotación del petróleo.
Por primera vez, los ingresos petroleros llegan a las grandes mayorías. Por primera vez -dijera Uslar Pietri, que de izquierdista no tenía nada- se está “sembrando” el petróleo. Durante más de 40 años las élites rapiñeras venezolanos se alzaron con más de 300 mil millones de dólares, dejando un 80% de la población en condición de pobreza y una deuda externa de más de 24 mil millones de dólares. Toda una hazaña. ¿A eso queremos volver?
La aplicación de la ley de tierras permitiría avanzar hacia una soberanía alimentaria, y la cooperativización, a impulsar un nuevo modelo de propiedad que contribuya a la creación de empleo con formas de ingreso más autónomas.
Nadie quiere olvidar los gruesos errores y las deudas que este gobierno tiene para con todos, sobre todo en el combate a la impunidad y a la corrupción. De ser ratificado, Chávez debiera liderar una campaña contra la corrupción, que terminara con la impunidad: esa es una deuda social.
Las élites económicas, los empresarios nacionales y extranjeros cuyos intereses multinacionales y petroleros peligran si Pdvsa sigue siendo gestionada por un gobierno nacionalista y soberano, necesitan derrotar (o derrocar) a Chávez. Estados Unidos -que reclama el control petrolero- no sólo desea la vuelta de las élites políticas y económicas venezolanas que durante años le han garantizado un suministro estable de petróleo a precios inferiores a los del mercado internacional, sino que desea quitar a Chávez y financia cualquier intento para que ello cristalice.
Pero lo peor de todo, para las élites venezolanas y para el gobierno estadounidense, es que la revolución bolivariana supone un signo esperanzador para mucha gente en América Latina, con sus claras posiciones integracionistas, soberanas y antiimperialistas. A esto es a lo que temen: a la integración latinoamericana contra el Alca, a una política exterior de paz, al reforzamiento de la OPEP, a un proyecto de desarrollo lejos, muy lejos de las recetas del FMI, el BID o el Banco Mundial, a un Estado que defiende lo público (y no sólo a las empresas transnacionales) en busca de una redistribución equitativa de la riqueza, la democratización de la educación y la salud, en pos de la soberanía alimentaria. Un proyecto de país para todos.
Ganar por goleada es la única forma de terminar con tanta especulación. Dentro y -sobre todo- fuera de fronteras y avanzar en el sueño de una Venezuela, de una América Latina para todos y no sólo para las élites

ARAM AHARONIAN
En Caracas

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