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Al Nakba
56 años de exilio
palestino
Para
cualquier palestino resulta particularmente tedioso escribir sobre Al
Nakba. Esta palabra árabe significa “catástrofe”
y es como conocemos al 15 de mayo, desde 1948, fecha en que David Ben
Gurion leyó en Tel Aviv la declaración de independencia
del Estado de Israel. Y es que cuesta ser académico cuando se describe
la propia tragedia, la que sin duda no es comparable a ningún otro
acontecimiento de la interminable lista sucedida desde hace 56 años
para nuestro pueblo. Aquel día, la sociedad palestina fue destruida
por el naciente Estado sionista, y son interminables las imágenes
de caravanas de personas huyendo, de los hombres que masacraron la aldea
de Deir Yassin y dinamitaron el Hotel King David en Jerusalén,
difundiendo inteligentemente el pánico entre la población
nativa árabe palestina.(1)
Sobre el tema inevitablemente existe más de una lectura, porque
sin duda hay quienes afirman que la creación del Estado de Israel
se refiere a un derecho histórico de los judíos a tener
un Estado. También puede argumentarse que fue “patria histórica”
o “centro espiritual” judío durante la “diáspora”,
lo que resulta entendible si consideramos el antecedente de las humillantes
persecuciones sufridas por los europeos de religión judía
en el Viejo Continente. Negar hoy los pogroms de la Rusia zarista o el
Holocausto nazi, resulta no sólo una falta de respeto a la historia
mundial, sino que un atentado a la conciencia del mundo civilizado. Sin
embargo, en la misma línea vale preguntarse ¿qué
responsabilidad tuvieron los palestinos en dichos actos? ¿Los 50
mil habitantes de Led y Ramleh que el 11 de julio de 1948 fueron obligados
a tomar sus cosas en tres horas y marchar al exilio, tuvieron participación
en la Shoah?(2)
Por lo mismo, el desafío de redactar una historia común
para Palestina resulta enorme si es que los actuales israelíes
y palestinos queremos dar un paso hacia la convivencia. Desconocer que
Israel fue creado sobre suelo arrebatado a los palestinos o argumentar
cierto “derecho divino” para justificar masacres y expulsiones
masivas, no ayuda en lo más mínimo a ese paso fundamental.
La historia la escriben los hombres y un pescador de la aldea de Tantura
(donde se cometió una de las peores masacres sionistas de Al Nakba)
no tenía por qué entender un derecho “ancestral”
del sionismo para ocupar su playa.
UNA REGION ARABE
En esta línea, Palestina fue, hasta 1948, una
región árabe. Con comunidades musulmanas, árabes
cristianas y judías, entre otras minorías. Para la creación
de un “Estado judío” era inevitable la expulsión
de la mayoría árabe, por ende, forzar al exilio colectivo
a la población nativa. Es así como se explican los sucesos
narrados por el historiador israelí Benny Morris, quien señala
que “durante la mayor parte de 1948, las ideas sobre cómo
consolidar y eternizar el exilio palestino comenzaron a cristalizar, y
se percibió de inmediato que la destrucción de aldeas era
un medio primario para lograr ese objetivo”.(3)
El estudio de Morris es verídico en los hechos. Parte por desmitificar
el concepto de “un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo”,
esgrimido hasta la actualidad por la derecha sionista y gran parte del
gobierno israelí. Si Palestina no hubiese tenido pueblo, Morris
no podría haber contabilizado 531 aldeas destruidas luego de la
migración forzada de sus 726 mil habitantes.(4)
Palpar el sufrimiento de un pueblo entero obligado al exilio es algo chocante.
Caminar por las calles del antiguo puerto de Akka y ver salir de una centenaria
casa con motivos islámicos grabados en el frontis a una familia
judía ucraniana, es una experiencia -para cualquier palestino-
chocante. Similar situación en Jerusalén, donde en su zona
occidental, casas con motivos cristianos (como en Talbiyeh, barrio natal
del fallecido intelectual palestino Edward Said), hoy se emplazan domicilios
de judíos venidos de todo el mundo.
Revivir la historia palestina en terreno es realmente un ejercicio traumático,
sobre todo para mi generación, los nietos de quienes fueron expulsados
y que sólo conocíamos esa tierra por relatos de nuestros
abuelos. Y eso porque el campo donde se emplazaba la mayoría de
los relatos hoy está dividido por una carretera de uso exclusivo
para israelíes, porque las caminatas por los cerros hacia Jerusalén,
para ellos tan naturales, hoy son imposibles debido a los asentamientos
y check points del ejército de ocupación... Sencillamente
se hace frustrante y triste, porque el papel de Israel para con los palestinos
no se ha remitido al de una potencia ocupante tradicional que abusa de
la población local, sino porque su política diaria tiende
a borrar cualquier vestigio de presencia árabe en lo que hoy se
conoce como Israel, algo nada nuevo en el itinerario sionista. Para esto,
nuevamente citamos a un historiados israelí, en este caso al notable
Simha Flapan, quien describiendo los sucesos de 1948 afirma que “es
difícil dudar que en última instancia el objetivo de Ben
Gurion haya sido evacuar tanta población árabe como fuera
posible del Estado judío, aunque sólo fuera por la variedad
de medios que utilizó para lograr su propósito... en la
forma más determinante fue destruir aldeas enteras y expulsar a
sus habitantes”.(5)
SIMBOLO DEL GENOCIDIO
En este contexto, Al Nakba es a los palestinos lo que
el 12 de octubre a Latinoamérica: el símbolo de un genocidio
llevado a cabo por manos extranjeras. Puede entenderse plenamente que
la posición mayoritaria palestina fue no aceptar la partición
de Palestina. Ese argumento añejo, utilizado por el sionismo como
justificación para anexarse tierras árabes y forzar a un
pueblo al exilio, resulta completamente insoslayable. ¿Por qué
un ente internacional debía “cedernos” un pedazo de
nuestra tierra? ¿Esperaban que los palestinos aplaudieran la partición
de Palestina?
A 56 años de la creación de Israel, es hoy la Intifada quien
reivindica los derechos de esos hombres y mujeres, hijos de quienes fueran
expulsados en 1948. Es inconcebible que a la luz de los acontecimientos,
Israel aún no reconozca su responsabilidad moral por la cuestión
de los refugiados. Ese debe ser un principio para cualquier solución
a ese tema, el cual tampoco puede ser firmado por ningún gobierno
palestino. El derecho al retorno aflora hoy como uno de los principales
baluartes de la lucha palestina, pero éste debe entenderse como
un derecho natural incluido en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, en la Cuarta Convención de Ginebra y en la resolución
194 de la Asamblea General de la ONU. Nadie tiene derecho a decidir el
futuro de quienes fueron expulsados intrínsecamente por Occidente.
Todo aquel que acepte a Israel, debe aceptarlo con su verdad histórica,
y ésta es que nació a punta de expulsiones masivas y masacres
que en lo sistemático llevan a que Israel sea un país que
viola absolutamente todos los puntos de la Carta Fundamental de los Derechos
del Hombre.
De todo ese debate los refugiados han sido exentos. Mientras tanto, la
iglesia de Iqrit seguirá recibiendo a sus fieles expulsados para
cada Navidad, como único vestigio en pie de lo que alguna vez fue
una tranquila aldea cristiana de Galilea. Por Haifa, Jaffa y Akka aún
se ven esas casas centenarias llenas de historia, aquellas que retratase
Gassan Kanafani en su obra Retorno a Haifa. El sionismo debe sufrir bastante
con esa realidad, la misma que reconociera el fallecido ex primer ministro
israelí Moshe Dayan en sus memorias, cuando señala que “no
hay ninguna aldea, pueblo o ciudad en Israel que hoy tenga un nombre hebreo,
que antes no tuviera un nombre árabe (…) Debemos reconocer
que nuestro país lo hemos construido sobre los árabes”.
Y eso lo saben en la aldea de Al Bassa, donde fuimos testigos de una realidad
llena de simbolismo, ya que a pesar de que sus casas fueron demolidas,
sus cementerios arrasados y sus plantaciones destruidas, hoy se mantienen
en pie dos construcciones que esperan el retorno de los suyos. Estas son
una iglesia católica y una mezquita, símbolos quizás
de la fe en el retorno que aún mantienen los más de cuatro
millones de palestinos refugiados.(6)
La aberración histórica que ocasionó el surgimiento
del problema de los refugiados es patente. Hay quienes ven sus casas desde
el sur del Líbano, a diez kilómetros de distancia, y en
50 años no han podido visitarlas. Eso no responde a principios
de “seguridad nacional” para Israel, sino única y exclusivamente
a desconocer la premisa de Dayan.
NEBULOSA SIONISTA
Esa moción se ve reafirmada si analizamos el discurso
histórico de Israel en torno a Al Nakba y los refugiados. Los terroristas
de 1948 (como Menahem Begin, Ben Gurion y Ariel Sharon) fueron catalogados
como “padres fundadores” del Estado sionista. Las futuras
generaciones de israelíes intentaron ser cegadas de su realidad
de ocupantes, acusando a los palestinos de su propia desgracia. Y cuando
se ha desmitificado toda la nebulosa levantada por el sionismo (como que
los palestinos no fueron expulsados, sino que “salieron por órdenes
de los líderes árabes”(7)), Israel ha pretendido actuar
por la lógica de los hechos consumados. La excusa de que el retorno
de los refugiados puede “alterar la demografía del Estado
judío” es a lo menos tachable de racista. Negar el retorno
a los palestinos expulsados hace medio siglo y paralelamente llevar a
cabo la “Ley de Retorno”, con que cualquier judío del
mundo puede obtener la nacionalidad israelí, es un acto, por ser
suaves, tachable de inhumano. ¿Sabía usted que a los colonos
israelíes hay que demarcarles con colores las carreteras para que
no se pierdan ya que no conocen el lugar? No hay nada más penoso
que escuchar un anciano exiliado describir calle por calle su pueblo y
comprobar que éste ha sido completamente destruido luego de Al
Nakba. Ocupar Palestina en honor a un pasado espiritual en esa tierra
es el equivalente a que los católicos invadan Roma o los musulmanes
La Meca. ¿Es lógico? Si hacemos historia, dicho argumento
se homologa bastante con lo que para la historia quedaría como
una escena de fundamentalismo religioso, nada menos que con Las Cruzadas.
LUTO PALESTINO
Israel ha celebrado 56 años. En el sur del Líbano,
en Siria y en Jordania los campamentos de refugiados serán cubiertos
por un intenso luto. El recuerdo de sus casas, hoy demolidas u ocupadas
por inmigrantes judíos, la sombra de los valles de Galilea, que
aún mantienen sus árboles cargados de fruta que nadie recoge,
las imágenes imborrables de miles de personas saltando al mar en
su desesperación(8) o, simplemente mantener las llaves de la casa
perdida colgadas en la puerta de las casas de los refugiados, son símbolos
de una realidad nacional que nadie puede esconder. A más de medio
siglo de la catástrofe, el pueblo palestino se niega a olvidar.
Los acuerdos propuestos por la comunidad internacional (léase “Hoja
de Ruta”) son un verdadero atentado a la memoria histórica
palestina. Uno de los grandes errores actuales es que se ha reducido el
conflicto palestino-israelí a un tema de tierras, cuando lo que
se encuentra en juego es mucho más que eso. La destrucción
de una sociedad es un genocidio, y eso no se termina entregando un porcentaje
más o uno menos de Cisjordania. Israel debe entender que su lucha
es inviable porque a los palestinos ya no los hicieron desaparecer. En
ese sentido, las desafortunadas frases históricas del sionismo
como “está claro que no hay sitio para ambos pueblos”
(Joseph Weitz, 1940); “¿Cómo vamos a devolver los
territorios ocupados? No hay nadie a quien devolvérselos. No hay
tal cosa llamada palestinos” (Golda Meier, 1969); “Dejen que
yo haga el trabajo sucio; dejen que con mi cañón y mi napalm
quite a los indios las ganas de arrancar las cabelleras de nuestros hijos”
(Ariel Sharon, 1982); o “Hay que causar daño a las familias
de los terroristas y no sólo a sus casas: ofrecer un premio en
dinero para quienes brinden información y enterrarlos envueltos
en piel de cerdo o con sangre de cerdo, para volverlos impuros”
(Guideon Ezra, 2001)(9) son sólo parte de una retórica fallida.
Israel ha fracasado en su intento y cada Al Nakba se lo recuerdan nueve
millones de palestinos. Los hechos dan a Palestina una realidad en el
tiempo y Al Nakba es sólo parte de su historia
XAVIER ABU-EID
xabueid@hotmail.com
Notas
1. Lapierre, Dominique, et al, 1971. Oh Jerusalén, Barcelona, Plaza
& Janés.
2. Denominación hebrea de “Holocausto”.
3. Naciones Unidas, 1991. Origen y evolución del problema palestino,
Nueva York.
4. Morris, Benny, 1989. The birth of the palestinian refugee problem,
London, Cambridge University Press.
5. Flapan, Simha, 1987. The birth of Israel, New York, Pantheon.
6. http://www.un.org/unrwa/publications/statis-01.html
7. Más sobre esa postura en http://www.wzo.org.il/es/recursos/view.asp?id=1583
8. Imágenes en http://netfinity2.palestineremembered.com/Jaffa/Jaffa/Picture1253.html.
9. Citados por Santiago Alba en su artículo “Imre Kertész,
Premio Nobel al sionismo”, (http://www.rebelion.org/cultura/alba241002.htm).
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