Edición 561 - Desde el 23 de enero al 4 de marzo de 2004
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Crisis en la región andina

El eslabón más débil
del neoliberalismo

“Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más sólidos y más certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectiva, ¡qué grande sería el futuro, y qué cercano!”
Ernesto Che Guevara, Mensaje a la Tricontinental, mayo de 1967.


En octubre de 2003, cuando el movimiento popular boliviano encabezado por sus pueblos indígenas desplazó del gobierno a Gonzalo Sánchez de Lozada, se cumplían 36 años de la muerte heroica de Ernesto Che Guevara en esas tierras, el corazón de los Andes de la América del Sur. Había pasado poco más desde su Mensaje a la Tricontinental, pero su visión certera de que allí se encontraba el eslabón más débil de la dominación colonial imperante en América Latina, volvió a cobrar vigencia en estas nuevas circunstancias históricas.
Algunos elementos estructurales han permanecido y se han hecho aún más ominosos y violentos con el advenimiento de las reformas neoliberales que se impusieron en esta parte del subcontinente en los pasados quince años(1).
Dentro de ellos, cabe destacar la fragilidad y vulnerabilidad de economías forzadas a superespecializarse en la producción y exportación de sus recursos naturales, de sus materias primas. En el caso de los países andinos, particularmente mineros, petroleros y gasíferos, sus precios fluctúan en mercados mundiales gobernados por las empresas transnacionales y por el capital financiero internacional.
Una fragilidad y vulnerabilidad que la ofensiva neoliberal ha profundizado, al desmantelar el pobre desarrollo industrial y agroindustrial que se había alcanzado en las décadas precedentes, empujando a sectores mayoritarios de la población y de la fuerza de trabajo a sobrevivir en actividades informales y precarias, tanto en la ciudad como en el campo.
Un segundo rasgo estructural, ligado con el anterior, es la muy limitada capacidad -si no la carencia absoluta de capacidad- para desarrollar un proceso sostenido de acumulación de capital de base nacional. Se trata de países cuyas principales riquezas han sido sistemáticamente saqueadas y apropiadas por las potencias coloniales -España, Inglaterra y Estados Unidos- desde la conquista hasta nuestros días, con la complicidad de las élites oligárquicas nativas y de sus gobiernos títeres, vendepatrias, que han recibido coimas y prebendas por sus servicios.
El drama de esta dependencia se ha perpetuado a través del mecanismo de la deuda externa. El servicio de la deuda consume altos porcentajes del presupuesto público, sin dejar mayores recursos para atender las enormes carencias sociales, ni al desarrollo de la infraestructura básica.
A consecuencia de estos dos rasgos, el ciclo económico de las economías andinas, como el de buena parte de América Latina, está fuertemente determinado por dos factores: a) la fluctuante trayectoria del precio de sus materias primas en el mercado mundial, y b) las fluctuaciones del flujo de recursos externos (crédito e inversiones) provenientes ya sea del capital financiero internacional, cuando no de la banca multilateral.
Demás está decir que ambos conjuntos de determinantes están casi por completo al margen de las decisiones que se puedan tomar a escala nacional por los gobiernos, como no sea la de seguir traspasando la propiedad de los recursos naturales a las empresas transnacionales y la de seguir eliminando toda restricción al movimiento de los capitales externos y creando ventajas y garantías para favorecer su internación a la economía “nacional”. En esto consiste la inserción internacional de los países latinoamericanos, en conseguir jugar un rol más significativo para el capital financiero y transnacional, de modo de obtener un trato “más cariñoso” dentro de su dinámica internacional, que nos dé una mayor tasa de crecimiento.

DEBILIDAD DE LOS ESTADOS

Un tercer rasgo estructural es el de la debilidad de los Estados nacionales, liderados como han sido estos países por castas oligárquicas despojadas de toda pretensión de hegemonía real, moral y cultural sobre sus pueblos; a los que se han limitado a gobernar por medio de la coerción y del engaño, de la división, de la corrupción, de la degradación y el embrutecimiento.
La precariedad de los sistemas institucionales y la corrupción son crónicas en los países andinos -particularmente en Ecuador, Perú y Bolivia-. Las repúblicas han sido, en estos casos, prácticamente desde su creación hasta nuestros días, “Estados patrimoniales”, “botines” de los que se apodera el gobernante de turno en su provecho personal y de su camarilla, con contadísimas excepciones.
Los sistemas políticos se han articulado sobre la base de partidos oligárquicos y de las clases medias urbanas, que han terminado de vaciarse en su capacidad de convocatoria y representación al acabarse las ilusiones que alentó en más vastos sectores sociales el “desarrollismo nacionalista” de las décadas del 50 al 80.
Las reformas neoliberales, con los procesos de privatización y de desmantelamiento de los servicios públicos, han terminado de debilitar al extremo al Estado y su capacidad de cooptar y subordinar a los oprimidos. No puede extrañar que haya en estos países una crisis acentuada de gobernabilidad y hasta una tendencia a la desintegración.
Finalmente, otro rasgo estructural está referido a la postergación histórica que han sufrido durante siglos sus pueblos indígenas y morenos, que representan, sin embargo, un componente social y cultural mayoritario de su población.
Ecuador tiene 4 millones de indígenas en una población de 12 millones. En Perú son 13 millones y medio dentro de los 26 millones de habitantes y Bolivia concentra 6 millones en una población total de 8 millones. En suma, estos tres países agrupan al 47% de los 50 millones de indígenas que la Cepal estima existen en América Latina y el Caribe.
Colombia y Venezuela, por su parte, concentran un tercio de los 150 millones de negros, afrolatinos y afrocaribeños que viven en nuestra América morena(2).
Para las élites oligárquicas dominantes de estos países, los pueblos indígenas fueron siempre -como Garabombo, el héroe de la novela de Manuel Scorza- “invisibles”. Jamás tenidos en cuenta, menospreciados, masacrados, expoliados. Hoy, los pueblos indígenas constituyen la masa mayoritaria del universo ampliado de pobres que ha ido generando el neoliberalismo, con su dinámica concentradora del ingreso y debilitadora de todos los mecanismos de movilidad social.
Pero ha venido llegando el día en que estos pueblos se organizan en forma independiente, y desde la lucha reivindicativa se empiezan a proyectar a la lucha política y parten al rescate de su identidad, de sus raíces históricas, de su cultura y de su patrimonio. Y desde allí se alzan para encabezar la resistencia de amplias mayorías sociales contra el neoliberalismo.
Es teniendo presente estos cuatro rasgos estructurales que cabe explicarse la dinámica histórica más reciente de los países de la vertiente andina de la América del Sur.
Resulta conveniente, aunque se peque de esquemático, examinarla a la luz de tres momentos:
a) Implantación y auge de las reformas neoliberales: entre los años 1990 a 1997;
b) Estancamiento del neoliberalismo y rebrote de la resistencia popular: de 1997 al 2000.
c) Crisis del neoliberalismo y extensión de la resistencia popular: del 2001 al presente.
El primer momento está marcado, en lo económico, por el auge de las privatizaciones, de la apertura comercial y financiera y por una coyuntura de alza de los precios de las materias primas. La inversión extranjera fluyó y contribuyó a estabilizar parcialmente a las economías, así como alzó temporalmente las cifras de crecimiento.
Con este respaldo, los políticos neoliberales se instalaron y hasta fueron reelegidos; mientras que los viejos partidos políticos sufrían la desarticulación de sus tradicionales bases sociales. Hay que hacer presente que tanto Perú como Ecuador y Bolivia vivieron procesos “radicales” de reformas neoliberales, muy amplias en muy corto período de tiempo, a diferencia de Colombia, por ejemplo, que clasifica dentro de los países con reforma neoliberal “cauta”, de acuerdo a la tipología planteada por Cepal(3).
El segundo momento está caracterizado por la pérdida de dinamismo de la reforma neoliberal y recuperación progresiva de la iniciativa por parte de movimientos populares de resistencia. Los efectos de la crisis “asiática” se transmitieron a América Latina por diversas vías: el comercio (baja de precios y de volúmenes exportados), las finanzas (ataques especulativos contra el tipo de cambio, caídas bursátiles, mayor costo del crédito externo) y las políticas para hacer frente a dicha crisis.

RECESION Y
RESISTENCIA POPULAR

Si bien los capitales externos sólo moderaron su ritmo de ingreso a América Latina, a contar de 1997 y hasta 1999, los gobiernos de la región se vieron forzados a implementar procesos de ajuste fiscal y monetario que desataron un escenario recesivo, que se fue prolongando y extendiendo. El proceso de implantación de mayores reformas neoliberales, en este contexto, chocó en muchos países con la resistencia de múltiples sectores sociales.
Estas manifestaciones sociales, de diversa envergadura, alcanzaron a comienzos del 2000 una repercusión nacional en algunos países. En Ecuador la movilizacion indígena depondría a Jamil Mahuad, mientras la “guerra del agua” encabezada por el movimiento cocalero daría vuelta la privatización de ese recurso en Cochabamba, Bolivia, imponiendo límites y retrocesos parciales al avance neoliberal. La emergencia de la movilizacion popular debilitó la estabilidad política de las clases dominantes en esos países. En Colombia, el avance de la lucha guerrillera forzó procesos de negociación con el gobierno y la sociedad civil, cuyo fracaso era previsible, por la nula disposición de las autoridades a emprender los radicales cambios que la guerrilla consecuentemente exigía. Con signos distintos, la situación política en Venezuela y en Perú también se presentó inestable y conflictiva y provocó mayores restricciones económicas que tensaron a las fuerzas sociales en la pugna política. Mientras Hugo Chávez avanzaría en el afianzamiento popular de su proyecto de revolución bolivariana, Alberto Fujimori consumaría una segunda reelección fraudulenta, en medio de una creciente oposición a su régimen de corrupción narco-neoliberal. Esta movilización terminaría por desplazarlo, a fines del 2000, al retirar el imperialismo su respaldo a las cada vez más descaradas maniobras de su agente, el siniestro Vladimiro Montesinos.
El conjunto de las luchas sociales y políticas marcó un nuevo momento, de reemergencia del movimiento popular en muchos países de América Latina. Se trataba, sin embargo, de movimientos populares con distintos grados de configuración y que adolecían aún de múltiples falencias. De espaldas a ello, los gobiernos latinoamericanos continuaron intensamente el proceso de privatización y transnacionalización de las economías de la región, particularmente en sus áreas de recursos naturales y servicios públicos.
Los trabajadores siguieron siendo sometidos a una creciente flexibilización de las normativas laborales, a la embestida del cambio tecnológico y de las reestructuraciones de personal en las empresas, aumentando su fragmentación, la precariedad de sus ingresos y empleos y debilitando su organización sindical y su capacidad de negociación y lucha. Se hicieron recurrentes las medidas de reducción del gasto publico y social y los “paquetazos”, para estabilizar las economías y dar garantías a los inversionistas para una reactivación a costa del hambre y miseria de las mayorías. Sin embargo, la ansiada reactivación no llegaba.

PROFUNDIDAD DE LA CRISIS

Así arribamos al momento actual, que se ha ido configurando desde fines del 2000. Luego de una muy parcial recuperación del crecimiento económico en la región, que se dio el año 2000, apoyado en la mejoría transitoria de los precios y volúmenes de exportación de nuestras materias primas, la crisis económica recrudeció desde fines de ese año, acentuándose prácticamente hasta el presente. La parálisis del aparato productivo se ha extendido de los sectores que dependen de la demanda interna hacia el sector exportador, que era el único que venía creciendo. Los precios de las materias primas se derrumbaron, para tener un parcial proceso de recuperación durante el último año.
Al elevado costo del financiamiento externo y a la disminución del flujo de inversiones extranjeras, varios países sumaron una aguda fuga de capitales, que presionó sobre sus tipos de cambio y complicó su situación de endeudamiento. Sólo parcialmente en 2003 y para algunos países, esta situación ha tendido a superarse, particularmente en los casos de Perú y Colombia, cuyos gobiernos has sido premiados por la rigidez de sus programas de austeridad fiscal.
Mientras por la región cunde la recesión y el desempleo, con sus secuelas de hambre y miseria extendidas, los gobiernos aplican mayores ajustes fiscales y conceden más y mayores ventajas al libre movimiento de capitales.
Bajo el impacto de la prolongada recesión de las economías de América Latina en los últimos cinco años, se ha desatado una agudización de las contradicciones en cada uno de nuestros países, no sólo del bloque en el poder con amplios sectores medios y populares, sino que en el seno de las propias clases dominantes. Los movimientos sociales y las fuerzas políticas antineoliberales empiezan a catalizar ese contexto en términos de ir abriendo paso a una nueva correlación de fuerzas en la región, tanto en el plano de la acción directa, de la lucha armada, como en el plano político electoral.

AMERICA LATINA
EN DISPUTA

América Latina es territorio en disputa. Aun cuando al imperialismo le hubiese agradado terminar 2003 con un sólido avance en sus planes de consolidación de su hegemonía en la región, lo cierto es que ni el Alca ni el Plan Colombia encontraron caminos expeditos a su concreción en el año que pasó. Para peor, un segundo país sudamericano vivió la experiencia de un movimiento popular que expulsa a su gobernante por insistir en políticas neoliberales. Y se afianzó la revolución bolivariana en Venezuela, derrotando el paro petrolero-patronal y enfrentando la maniobra del referéndum.
Los gobiernos del área andina -Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia- enfrentan procesos de crisis política que harán aún más difícil el empeño norteamericano con estos países. Si bien Colombia y Perú terminaron 2003 con cifras de crecimiento del PIB por sobre el 3%, en ambos, los gobernantes han tenido un proceso notorio de debilitamiento del respaldo popular, originado en gran medida por su incapacidad para encabezar auténticos procesos de desarrollo nacional integrador. Alvaro Uribe perdió en un referéndum y su partido fue ampliamente derrotado en recientes elecciones regionales y municipales. Por su parte, Alejandro Toledo, sacudido por la impopularidad que ya lo tiene con un miserable 11% de respaldo, dio paso a un cuarto cambio de gabinete en menos de dos años y medio.
En el caso de Ecuador y Bolivia, la situación es aún más crítica. No sólo han tenido un desempeño económico inferior al 3% de crecimiento, sino también un creciente proceso de deslegitimación del sistema político y enfrentan una movilización social ascendente, resueltamente contraria a la continuidad del modelo neoliberal, desde hace más de tres años.
En Bolivia se produjo en 2003 un nuevo derrocamiento de un presidente por un alzamiento popular motivado por esta causa. Y el nuevo mandatario se encuentra prisionero de presiones contrapuestas -sin recursos públicos para enfrentar las demandas sociales, como no sean provenientes de un desconocimiento de la deuda externa y una ruptura con el FMI; y empujado a renacionalizar el gas- todo lo que sin duda traerá como consecuencia una represalia del capital financiero internacional, que Carlos Mesa duda en enfrentar.
El tema es que el movimiento popular le ha puesto plazo y el tiempo está corriendo.
Por su parte, en Ecuador Lucio Gutiérrez traicionó el programa comprometido con el movimiento indígena antes de su elección, rompiéndose la alianza política y social que le daba sustento (ver pág. 32 de esta edición). Envuelto además en acusaciones de vínculos con el narcotráfico, el gobierno ecuatoriano se apresta a responder represivamente las movilizaciones populares.
La Conaie y el movimiento Pachakutik luego de abandonar el gobierno se han concentrado en reordenar sus filas y levantar el programa con el que retomarán la ofensiva, buscando convocar a una amplia movilización nacional que podría terminar con una nueva ruptura institucional, como la que desplazó a Jamil Mahuad hace tres años.
Tanto en Bolivia, como en Ecuador, la madurez del movimiento popular encabezado por el movimiento indígena se está poniendo a prueba. Su determinación de enfrentar y superar el neoliberalismo está clara. Su fuerza para impedir la continuidad de estas políticas, también. El tema es que desarrollen la capacidad para hacerse cargo del gobierno y que cuenten con las alianzas sociales y políticas internas e internacionales como para sostenerse y abrir paso a un proceso de desarrollo alternativo. La alianza con los gobernantes de Venezuela, Cuba, Brasil y Argentina es, en esta perspectiva, una cuestión que puede resultar determinante, habida cuenta de la fragilidad objetiva de estas economías, que se acentuaría en caso de ruptura abierta con el capital financiero internacional.
Concretar un espacio político sudamericano, al margen de la OEA y de la injerencia imperial de Estados Unidos, desde el que vayan emanando acuerdos concretos de apoyo al desarrollo soberano intrarregional es, en este sentido, un desafío trascendente para el año que se inicia. Es una iniciativa en la que pueden confluir las dos tendencias que se han venido confrontando con la política imperial en la región: por un lado, la tendencia bolivariana levantada por Venezuela (y apoyada por numerosos movimientos sociales y políticos de la región) y la tendencia “neodesarrollista”, representada por los gobiernos de Brasil y Argentina. Previendo esto es que Estados Unidos está intentando constituir espacios de alianza específicos, que le permitan intervenir en el curso político que pueda tomar la situación en Venezuela y Bolivia con los llamados “Grupos de Amigos”. Una cobertura para la injerencia imperialista que no tardará en ser desenmascarada y en caer por su propio peso. La lucha por el continente continúa y la esperanza se mantiene.
Los pueblos de la región andina, Venezuela en un extremo y Bolivia en otro, son los que despiertan la mayor esperanza de abrir camino a nuestra definitiva independencia

Manuel Hidalgo V.

(1) Nos referimos, en particular, al desarrollo histórico de Ecuador, Perú y Bolivia, y sólo marginalmente a los casos de Colombia y Venezuela.
(2) Globalización y desarrollo. Cepal, mayo de 2002, pág. 23.
(3) Crecimiento, empleo y equidad. Bárbara Stallings y Wilson Peres. Cepal, Fondo de Cultura Económica, págs. 72-76.

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[ Chile - Santiago ] Punto Final S.A. San Diego 31, of. 606   |    E-mails: Dirección | Webmaster