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Crisis en la región andina
El eslabón más débil
del neoliberalismo
Y
si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes
fueran más sólidos y más certeros, para que la ayuda
de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectiva,
¡qué grande sería el futuro, y qué cercano!
Ernesto Che Guevara, Mensaje a la Tricontinental, mayo de 1967.
En octubre de 2003, cuando el movimiento popular boliviano encabezado
por sus pueblos indígenas desplazó del gobierno a Gonzalo
Sánchez de Lozada, se cumplían 36 años de la muerte
heroica de Ernesto Che Guevara en esas tierras, el corazón de los
Andes de la América del Sur. Había pasado poco más
desde su Mensaje a la Tricontinental, pero su visión certera de
que allí se encontraba el eslabón más débil
de la dominación colonial imperante en América Latina, volvió
a cobrar vigencia en estas nuevas circunstancias históricas.
Algunos elementos estructurales han permanecido y se han hecho aún
más ominosos y violentos con el advenimiento de las reformas neoliberales
que se impusieron en esta parte del subcontinente en los pasados quince
años(1).
Dentro de ellos, cabe destacar la fragilidad y vulnerabilidad de economías
forzadas a superespecializarse en la producción y exportación
de sus recursos naturales, de sus materias primas. En el caso de los países
andinos, particularmente mineros, petroleros y gasíferos, sus precios
fluctúan en mercados mundiales gobernados por las empresas transnacionales
y por el capital financiero internacional.
Una fragilidad y vulnerabilidad que la ofensiva neoliberal ha profundizado,
al desmantelar el pobre desarrollo industrial y agroindustrial que se
había alcanzado en las décadas precedentes, empujando a
sectores mayoritarios de la población y de la fuerza de trabajo
a sobrevivir en actividades informales y precarias, tanto en la ciudad
como en el campo.
Un segundo rasgo estructural, ligado con el anterior, es la muy limitada
capacidad -si no la carencia absoluta de capacidad- para desarrollar un
proceso sostenido de acumulación de capital de base nacional. Se
trata de países cuyas principales riquezas han sido sistemáticamente
saqueadas y apropiadas por las potencias coloniales -España, Inglaterra
y Estados Unidos- desde la conquista hasta nuestros días, con la
complicidad de las élites oligárquicas nativas y de sus
gobiernos títeres, vendepatrias, que han recibido coimas y prebendas
por sus servicios.
El drama de esta dependencia se ha perpetuado a través del mecanismo
de la deuda externa. El servicio de la deuda consume altos porcentajes
del presupuesto público, sin dejar mayores recursos para atender
las enormes carencias sociales, ni al desarrollo de la infraestructura
básica.
A consecuencia de estos dos rasgos, el ciclo económico de las economías
andinas, como el de buena parte de América Latina, está
fuertemente determinado por dos factores: a) la fluctuante trayectoria
del precio de sus materias primas en el mercado mundial, y b) las fluctuaciones
del flujo de recursos externos (crédito e inversiones) provenientes
ya sea del capital financiero internacional, cuando no de la banca multilateral.
Demás está decir que ambos conjuntos de determinantes están
casi por completo al margen de las decisiones que se puedan tomar a escala
nacional por los gobiernos, como no sea la de seguir traspasando la propiedad
de los recursos naturales a las empresas transnacionales y la de seguir
eliminando toda restricción al movimiento de los capitales externos
y creando ventajas y garantías para favorecer su internación
a la economía nacional. En esto consiste la inserción
internacional de los países latinoamericanos, en conseguir jugar
un rol más significativo para el capital financiero y transnacional,
de modo de obtener un trato más cariñoso dentro
de su dinámica internacional, que nos dé una mayor tasa
de crecimiento.
DEBILIDAD DE LOS ESTADOS
Un tercer rasgo estructural es el de la debilidad de los Estados nacionales,
liderados como han sido estos países por castas oligárquicas
despojadas de toda pretensión de hegemonía real, moral y
cultural sobre sus pueblos; a los que se han limitado a gobernar por medio
de la coerción y del engaño, de la división, de la
corrupción, de la degradación y el embrutecimiento.
La precariedad de los sistemas institucionales y la corrupción
son crónicas en los países andinos -particularmente en Ecuador,
Perú y Bolivia-. Las repúblicas han sido, en estos casos,
prácticamente desde su creación hasta nuestros días,
Estados patrimoniales, botines de los que se apodera
el gobernante de turno en su provecho personal y de su camarilla, con
contadísimas excepciones.
Los sistemas políticos se han articulado sobre la base de partidos
oligárquicos y de las clases medias urbanas, que han terminado
de vaciarse en su capacidad de convocatoria y representación al
acabarse las ilusiones que alentó en más vastos sectores
sociales el desarrollismo nacionalista de las décadas
del 50 al 80.
Las reformas neoliberales, con los procesos de privatización y
de desmantelamiento de los servicios públicos, han terminado de
debilitar al extremo al Estado y su capacidad de cooptar y subordinar
a los oprimidos. No puede extrañar que haya en estos países
una crisis acentuada de gobernabilidad y hasta una tendencia a la desintegración.
Finalmente, otro rasgo estructural está referido a la postergación
histórica que han sufrido durante siglos sus pueblos indígenas
y morenos, que representan, sin embargo, un componente social y cultural
mayoritario de su población.
Ecuador tiene 4 millones de indígenas en una población de
12 millones. En Perú son 13 millones y medio dentro de los 26 millones
de habitantes y Bolivia concentra 6 millones en una población total
de 8 millones. En suma, estos tres países agrupan al 47% de los
50 millones de indígenas que la Cepal estima existen en América
Latina y el Caribe.
Colombia y Venezuela, por su parte, concentran un tercio de los 150 millones
de negros, afrolatinos y afrocaribeños que viven en nuestra América
morena(2).
Para las élites oligárquicas dominantes de estos países,
los pueblos indígenas fueron siempre -como Garabombo, el héroe
de la novela de Manuel Scorza- invisibles. Jamás tenidos
en cuenta, menospreciados, masacrados, expoliados. Hoy, los pueblos indígenas
constituyen la masa mayoritaria del universo ampliado de pobres que ha
ido generando el neoliberalismo, con su dinámica concentradora
del ingreso y debilitadora de todos los mecanismos de movilidad social.
Pero ha venido llegando el día en que estos pueblos se organizan
en forma independiente, y desde la lucha reivindicativa se empiezan a
proyectar a la lucha política y parten al rescate de su identidad,
de sus raíces históricas, de su cultura y de su patrimonio.
Y desde allí se alzan para encabezar la resistencia de amplias
mayorías sociales contra el neoliberalismo.
Es teniendo presente estos cuatro rasgos estructurales que cabe explicarse
la dinámica histórica más reciente de los países
de la vertiente andina de la América del Sur.
Resulta conveniente, aunque se peque de esquemático, examinarla
a la luz de tres momentos:
a) Implantación y auge de las reformas neoliberales: entre los
años 1990 a 1997;
b) Estancamiento del neoliberalismo y rebrote de la resistencia popular:
de 1997 al 2000.
c) Crisis del neoliberalismo y extensión de la resistencia popular:
del 2001 al presente.
El primer momento está marcado, en lo económico, por el
auge de las privatizaciones, de la apertura comercial y financiera y por
una coyuntura de alza de los precios de las materias primas. La inversión
extranjera fluyó y contribuyó a estabilizar parcialmente
a las economías, así como alzó temporalmente las
cifras de crecimiento.
Con este respaldo, los políticos neoliberales se instalaron y hasta
fueron reelegidos; mientras que los viejos partidos políticos sufrían
la desarticulación de sus tradicionales bases sociales. Hay que
hacer presente que tanto Perú como Ecuador y Bolivia vivieron procesos
radicales de reformas neoliberales, muy amplias en muy corto
período de tiempo, a diferencia de Colombia, por ejemplo, que clasifica
dentro de los países con reforma neoliberal cauta,
de acuerdo a la tipología planteada por Cepal(3).
El segundo momento está caracterizado por la pérdida de
dinamismo de la reforma neoliberal y recuperación progresiva de
la iniciativa por parte de movimientos populares de resistencia. Los efectos
de la crisis asiática se transmitieron a América
Latina por diversas vías: el comercio (baja de precios y de volúmenes
exportados), las finanzas (ataques especulativos contra el tipo de cambio,
caídas bursátiles, mayor costo del crédito externo)
y las políticas para hacer frente a dicha crisis.
RECESION Y
RESISTENCIA POPULAR
Si bien los capitales externos sólo moderaron su ritmo de ingreso
a América Latina, a contar de 1997 y hasta 1999, los gobiernos
de la región se vieron forzados a implementar procesos de ajuste
fiscal y monetario que desataron un escenario recesivo, que se fue prolongando
y extendiendo. El proceso de implantación de mayores reformas neoliberales,
en este contexto, chocó en muchos países con la resistencia
de múltiples sectores sociales.
Estas manifestaciones sociales, de diversa envergadura, alcanzaron a comienzos
del 2000 una repercusión nacional en algunos países. En
Ecuador la movilizacion indígena depondría a Jamil Mahuad,
mientras la guerra del agua encabezada por el movimiento cocalero
daría vuelta la privatización de ese recurso en Cochabamba,
Bolivia, imponiendo límites y retrocesos parciales al avance neoliberal.
La emergencia de la movilizacion popular debilitó la estabilidad
política de las clases dominantes en esos países. En Colombia,
el avance de la lucha guerrillera forzó procesos de negociación
con el gobierno y la sociedad civil, cuyo fracaso era previsible, por
la nula disposición de las autoridades a emprender los radicales
cambios que la guerrilla consecuentemente exigía. Con signos distintos,
la situación política en Venezuela y en Perú también
se presentó inestable y conflictiva y provocó mayores restricciones
económicas que tensaron a las fuerzas sociales en la pugna política.
Mientras Hugo Chávez avanzaría en el afianzamiento popular
de su proyecto de revolución bolivariana, Alberto Fujimori consumaría
una segunda reelección fraudulenta, en medio de una creciente oposición
a su régimen de corrupción narco-neoliberal. Esta movilización
terminaría por desplazarlo, a fines del 2000, al retirar el imperialismo
su respaldo a las cada vez más descaradas maniobras de su agente,
el siniestro Vladimiro Montesinos.
El conjunto de las luchas sociales y políticas marcó un
nuevo momento, de reemergencia del movimiento popular en muchos países
de América Latina. Se trataba, sin embargo, de movimientos populares
con distintos grados de configuración y que adolecían aún
de múltiples falencias. De espaldas a ello, los gobiernos latinoamericanos
continuaron intensamente el proceso de privatización y transnacionalización
de las economías de la región, particularmente en sus áreas
de recursos naturales y servicios públicos.
Los trabajadores siguieron siendo sometidos a una creciente flexibilización
de las normativas laborales, a la embestida del cambio tecnológico
y de las reestructuraciones de personal en las empresas, aumentando su
fragmentación, la precariedad de sus ingresos y empleos y debilitando
su organización sindical y su capacidad de negociación y
lucha. Se hicieron recurrentes las medidas de reducción del gasto
publico y social y los paquetazos, para estabilizar las economías
y dar garantías a los inversionistas para una reactivación
a costa del hambre y miseria de las mayorías. Sin embargo, la ansiada
reactivación no llegaba.
PROFUNDIDAD DE LA CRISIS
Así arribamos al momento actual, que se ha ido configurando desde
fines del 2000. Luego de una muy parcial recuperación del crecimiento
económico en la región, que se dio el año 2000, apoyado
en la mejoría transitoria de los precios y volúmenes de
exportación de nuestras materias primas, la crisis económica
recrudeció desde fines de ese año, acentuándose prácticamente
hasta el presente. La parálisis del aparato productivo se ha extendido
de los sectores que dependen de la demanda interna hacia el sector exportador,
que era el único que venía creciendo. Los precios de las
materias primas se derrumbaron, para tener un parcial proceso de recuperación
durante el último año.
Al elevado costo del financiamiento externo y a la disminución
del flujo de inversiones extranjeras, varios países sumaron una
aguda fuga de capitales, que presionó sobre sus tipos de cambio
y complicó su situación de endeudamiento. Sólo parcialmente
en 2003 y para algunos países, esta situación ha tendido
a superarse, particularmente en los casos de Perú y Colombia, cuyos
gobiernos has sido premiados por la rigidez de sus programas de austeridad
fiscal.
Mientras por la región cunde la recesión y el desempleo,
con sus secuelas de hambre y miseria extendidas, los gobiernos aplican
mayores ajustes fiscales y conceden más y mayores ventajas al libre
movimiento de capitales.
Bajo el impacto de la prolongada recesión de las economías
de América Latina en los últimos cinco años, se ha
desatado una agudización de las contradicciones en cada uno de
nuestros países, no sólo del bloque en el poder con amplios
sectores medios y populares, sino que en el seno de las propias clases
dominantes. Los movimientos sociales y las fuerzas políticas antineoliberales
empiezan a catalizar ese contexto en términos de ir abriendo paso
a una nueva correlación de fuerzas en la región, tanto en
el plano de la acción directa, de la lucha armada, como en el plano
político electoral.
AMERICA LATINA
EN DISPUTA
América Latina es territorio en disputa. Aun cuando al imperialismo
le hubiese agradado terminar 2003 con un sólido avance en sus planes
de consolidación de su hegemonía en la región, lo
cierto es que ni el Alca ni el Plan Colombia encontraron caminos expeditos
a su concreción en el año que pasó. Para peor, un
segundo país sudamericano vivió la experiencia de un movimiento
popular que expulsa a su gobernante por insistir en políticas neoliberales.
Y se afianzó la revolución bolivariana en Venezuela, derrotando
el paro petrolero-patronal y enfrentando la maniobra del referéndum.
Los gobiernos del área andina -Colombia, Ecuador, Perú y
Bolivia- enfrentan procesos de crisis política que harán
aún más difícil el empeño norteamericano con
estos países. Si bien Colombia y Perú terminaron 2003 con
cifras de crecimiento del PIB por sobre el 3%, en ambos, los gobernantes
han tenido un proceso notorio de debilitamiento del respaldo popular,
originado en gran medida por su incapacidad para encabezar auténticos
procesos de desarrollo nacional integrador. Alvaro Uribe perdió
en un referéndum y su partido fue ampliamente derrotado en recientes
elecciones regionales y municipales. Por su parte, Alejandro Toledo, sacudido
por la impopularidad que ya lo tiene con un miserable 11% de respaldo,
dio paso a un cuarto cambio de gabinete en menos de dos años y
medio.
En el caso de Ecuador y Bolivia, la situación es aún más
crítica. No sólo han tenido un desempeño económico
inferior al 3% de crecimiento, sino también un creciente proceso
de deslegitimación del sistema político y enfrentan una
movilización social ascendente, resueltamente contraria a la continuidad
del modelo neoliberal, desde hace más de tres años.
En Bolivia se produjo en 2003 un nuevo derrocamiento de un presidente
por un alzamiento popular motivado por esta causa. Y el nuevo mandatario
se encuentra prisionero de presiones contrapuestas -sin recursos públicos
para enfrentar las demandas sociales, como no sean provenientes de un
desconocimiento de la deuda externa y una ruptura con el FMI; y empujado
a renacionalizar el gas- todo lo que sin duda traerá como consecuencia
una represalia del capital financiero internacional, que Carlos Mesa duda
en enfrentar.
El tema es que el movimiento popular le ha puesto plazo y el tiempo está
corriendo.
Por su parte, en Ecuador Lucio Gutiérrez traicionó el programa
comprometido con el movimiento indígena antes de su elección,
rompiéndose la alianza política y social que le daba sustento
(ver pág. 32 de esta edición). Envuelto además en
acusaciones de vínculos con el narcotráfico, el gobierno
ecuatoriano se apresta a responder represivamente las movilizaciones populares.
La Conaie y el movimiento Pachakutik luego de abandonar el gobierno se
han concentrado en reordenar sus filas y levantar el programa con el que
retomarán la ofensiva, buscando convocar a una amplia movilización
nacional que podría terminar con una nueva ruptura institucional,
como la que desplazó a Jamil Mahuad hace tres años.
Tanto en Bolivia, como en Ecuador, la madurez del movimiento popular encabezado
por el movimiento indígena se está poniendo a prueba. Su
determinación de enfrentar y superar el neoliberalismo está
clara. Su fuerza para impedir la continuidad de estas políticas,
también. El tema es que desarrollen la capacidad para hacerse cargo
del gobierno y que cuenten con las alianzas sociales y políticas
internas e internacionales como para sostenerse y abrir paso a un proceso
de desarrollo alternativo. La alianza con los gobernantes de Venezuela,
Cuba, Brasil y Argentina es, en esta perspectiva, una cuestión
que puede resultar determinante, habida cuenta de la fragilidad objetiva
de estas economías, que se acentuaría en caso de ruptura
abierta con el capital financiero internacional.
Concretar un espacio político sudamericano, al margen de la OEA
y de la injerencia imperial de Estados Unidos, desde el que vayan emanando
acuerdos concretos de apoyo al desarrollo soberano intrarregional es,
en este sentido, un desafío trascendente para el año que
se inicia. Es una iniciativa en la que pueden confluir las dos tendencias
que se han venido confrontando con la política imperial en la región:
por un lado, la tendencia bolivariana levantada por Venezuela (y apoyada
por numerosos movimientos sociales y políticos de la región)
y la tendencia neodesarrollista, representada por los gobiernos
de Brasil y Argentina. Previendo esto es que Estados Unidos está
intentando constituir espacios de alianza específicos, que le permitan
intervenir en el curso político que pueda tomar la situación
en Venezuela y Bolivia con los llamados Grupos de Amigos.
Una cobertura para la injerencia imperialista que no tardará en
ser desenmascarada y en caer por su propio peso. La lucha por el continente
continúa y la esperanza se mantiene.
Los pueblos de la región andina, Venezuela en un extremo y Bolivia
en otro, son los que despiertan la mayor esperanza de abrir camino a nuestra
definitiva independencia
Manuel Hidalgo V.
(1) Nos referimos, en particular, al desarrollo
histórico de Ecuador, Perú y Bolivia, y sólo marginalmente
a los casos de Colombia y Venezuela.
(2) Globalización y desarrollo. Cepal, mayo de 2002, pág.
23.
(3) Crecimiento, empleo y equidad. Bárbara Stallings y Wilson Peres.
Cepal, Fondo de Cultura Económica, págs. 72-76.
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