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La Pepa de París
ARHEL Danús Sepúlveda, viuda de Claudet
Su nombre era Arhel Danús Sepúlveda. Sin embargo, para nosotros era simplemente la Pepa. La Pepa de París porque vivió exiliada en Francia. Al principio con su esposo, Jean-Ives Claudet Fernández, y el resto del tiempo con sus hijos, Etienne y Roger -que se hicieron médicos en ese país-.
Conocí a los Claudet-Danús mucho antes de la gran traición que arruinó la vida de los chilenos. Eramos militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria y nos reuníamos en casa de los padres de Jean-Ives, en calle Río Jachal, por Independencia abajo.
Para el golpe militar, Jean-Ives y yo fuimos a parar por casualidad a la misma celda-camarín del Estadio Nacional donde nos hacinábamos más de un centenar de prisioneros. El llegó con varias costillas rotas después del interrogatorio de ritual. Jean-Ives y Luis Corvalán Castillo, hijo del secretario general del Partido Comunista, torturado con electricidad, fueron los prisioneros en peor estado que tuvimos en ese camarín. En 1974, después de una segunda detención, Jean-Ives Claudet -que tenía doble nacionalidad- fue acogido en Francia con su familia. En noviembre de 1975 -cuando cumplía una misión clandestina en Buenos Aires-, fue detenido por agentes de la Dina y de la policía federal argentina. Hoy es un detenido desaparecido.
La Pepa se quedó en París con sus chiquillos. Vivían en un edificio de departamentos en Sarcelles, suburbio de París, que compartían con Amadeus y Tania, unos perrazos que había que pasear a los tirones. Además, casi siempre había uno o dos allegados, militantes clandestinos del MIR que íbamos o veníamos de Chile. Cada mañana la Pepa viajaba en tren a la Gare du Nord, en París, y de allí al Banco Francés de Comercio Exterior, donde era especialista en informática. De regreso, madame Claudet se transformaba en la Pepa, artesana de los más increíbles “barretines” en cuero y otros materiales que permitían ingresar ocultos a Chile papeles, fotos, manuales en películas, dinero, cartas en clave y a veces cosas más pesadas. Sus “barretines” hicieron escuela en el MIR. Todavía conservo uno por si las moscas. La Pepa no se conformaba con enviar a Chile esas obras maestras de la clandestinidad. También los traía personalmente. Como correo de la dirección del MIR, bajo fachada de turista europea que apenas chapurreaba español, la reencontré en Santiago.
Pasaron los años y los sobrevivientes reanudaron su vida en Chile. La Pepa, enérgica y vital, sufrió el acoso de enfermedades que la fueron debilitando. Se apagó a los 70 años, el 16 de noviembre. Se convirtió en cenizas pero seguirá siendo un recuerdo incandescente para los que la amamos.
M.C.D.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 723, 26 de noviembre 2010)
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