Edición 705 - desde el 19 marzo al 1 de abril de 2010
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Autor: Ricardo Candia Cares

Según los sismólogos, la Placa de Nazca se metió debajo de la Sudamericana. Según la economía, se abrieron oportunidades de negocios para reconstruir la mitad de Chile. Según los esotéricos y creyentes, castigo de la Tierra o de Dios, dependiendo de unos y otros, por la llegada de la derecha al poder total.
Para los perdedores de siempre, sin embargo, es la demostración de que Chile está lejos de ser el paraíso cuasi desarrollado del que se sienten orgullosos los oligarcas de todos los colores. Disponiéndose a vivir el resto de la vida en mediaguas de emergencia, la gente llora a sus muertos, busca a sus desaparecidos y escarba sus ruinas tras una esperanza dudosa.
El terremoto demolió lo que tanto se esmeraron por hacer parecer un edificio de bases sólidas, incapaz de sucumbir a cataclismos. La manera de capear una de las mayores crisis del capitalismo, los hacía caminar como los patos más grandes de la laguna: el pecho levantado, la mirada con la torcedura del desprecio y el buche repleto.
Pero no bien se midieron los grados Richter, las torpezas, ineptitudes y desatinos dejaron paso a una verdad escondida. Nada estaba en su lugar, nadie sabía nada y se abrió paso a una extenuante e inútil jornada de explicaciones. Lo demás ya se sabe: muertos, heridos, desaparecidos, miles de personas sin casa, sin comida, sin auxilio, sin techo ni esperanza.
Sólo se cumplieron las leyes de gravedad y de oferta y demanda en el paraíso del adobe y el laissez faire. Y se cumplió la lógica binominal que lo cruza todo.
El binominalismo, esa manera de esquizofrenia en la que vive Chile, campea no sólo en las elecciones que proveen de una fracción de poder para cada uno, sino también en los desastres. Unos lo sufrieron y otros lo miraron como un destello llamativo. Mientras unos se morían, otros dudaban en qué tanto afectarían el maquillaje de la presidenta los milicos haciendo lo que debieran hacer. Mientras a unos se les destruyen sus casas, otros suben sus bonos en la Bolsa.
Esa bipolaridad definida por el estatus de cada uno, su ubicación en la cadena alimenticia, no permite terceras lecturas ni fracciones que desentonen. Y aquello que se salga de la norma es, tarde o temprano, llamado al orden o puesto en él por la vía que más gusta a los que mandan: la fuerza.
Es lo que pasó cuando a la chusma se le ocurrió saquear sin permiso ni patente. En cadena nacional casi instalan la idea de que el daño mayor lo causaron cien avispados robándose un plasma. Y la gente, compra esa rueda de carreta que la hace denostar a esos pillos de a cien pesos y olvidar a los verdaderos ladrones: como si no vinieran robando las bandas de dueños de farmacias; como si los cogoteros dueños de AFPs no saltearan a los bobos que viven de un sueldo; como si los rateros dueños de tarjetas de créditos no esquilmaran a los que viven de fiado; y como si los estafadores que ofrecen créditos no fueran usureros que lucran con la necesidad ajena. Como si las fortunas hechas con los retazos del Estado en ese otro cataclismo del 11/09/73, no fueran delitos inconmensurables.
Los que construyeron edificios, carreteras y puentes con papel maché, debieran ser sometidos a procesos criminales y ser encarcelados por frescos e irresponsables. De lo contrario, sus delitos son premiados. Miremos no más a los intendentes de la Región del Maule y Metropolitana nombrados por Piñera: dueños de empresas constructoras con algunas de sus obras en equilibrio precario o en el suelo. Pero con la puntería puesta en los negocios que vienen.
Pero qué hacer, si al final son ellos mismos, o sus tentáculos, los que hacen las leyes, las aplican y las fiscalizan. Y peor aún, son quienes ahora administran La Moneda con el Nº 437 de los más ricos de mundo, con una fortuna calculada en 2.200 millones de dólares, a la cabeza.
El 27 de febrero sucedió un terremoto que dejó dolor humano, fierros retorcidos, muchos escombros, explicaciones inútiles y caras emocionadas. También dejó ver que las organizaciones y partidos populares hace rato que están seriamente dañados. Su inutilidad ha quedado demostrada con las secuelas del terre/maremoto.
Muchos recordarán los tiempos en que los contingentes de voluntarios se movilizaban para atender las necesidades inmediatas de las víctimas de las calamidades que, de tanto en tanto, azotan el país y colaboraban en su organización y autodefensa. Y la solidaridad de los artistas de entonces, sin marearse aún por el vendaval de luces y estrellitas, que llegaban a los más afectados con su palabra, su canto de aliento y esperanza. Destellos heroicos de esa cultura de la solidaridad se alcanzan a ver entre tanto egoísmo.
Entre réplica y réplica, la Concertación entregó el mando a la derecha cuando ya estaban debilitadas también sus estructuras, bases, muros y pilares: Michelle y sus consejeros sucumbieron al sismo del 13 de diciembre, que midió un escuálido 29,6%.
El terremoto del 27/02 nos deja en manos de la peor réplica. La que hará su mejor esfuerzo por restaurar, más que por reconstruir.

(Publicado en Punto Final, edición Nº 705, 19 de marzo, 2010)
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