Edición 679 - Desde el 23 de enero al 5 de marzo de 2009
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Un año que
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Hacia la segunda semana de enero, el Banco Central publicó sus proyecciones de crecimiento de la economía para el año en curso, las que ubicó entre un dos y tres por ciento. Una cifra baja, pero moderada en el contexto actual; un crecimiento discreto, pero en ningún caso cercano al drama que se avecina para la economía mundial. Un número azul -entre millares de posibles rojos- que no consiguió el efecto deseado.
La entidad que preside José De Gregorio no inyectó optimismo, no consiguió refrendar los vaticinios de Hacienda, aquellos que prevén una economía chilena “blindada”, a toda prueba frente a las turbulencias externas. Logró precisamente el efecto contrario: el descrédito como ente rector de la economía chilena. Cada vez es más evidente la falsedad y artificialidad de la independencia del Banco Central. Todas sus políticas apuntan a favorecer ciertos y evidentes intereses con oscilaciones y contradicciones que han sido abiertamente criticadas, no sólo por numerosos actores del mercado, sino también desde el mismo gobierno. La última rebaja de las tasas de interés decretada por el Banco Central la realizó -tras un período de persistentes alzas- debido a súplicas públicas que surgían desde el gobierno, la gran empresa, el gran comercio y las pymes. Tras los ruegos -y tal vez al reconocer el error de haber aplicado la política contraria- tuvo que hacer en un mes el recorte más grande de los últimos años.
Desde hace años la mayoría de las proyecciones económicas del Banco Central quedan desfasadas, superadas por la realidad. La experiencia durante 2008 no ha sido la excepción. La entidad de De Gregorio proyectó hacia septiembre del año pasado, cuando la crisis arreciaba en Estados Unidos y en el mundo, un crecimiento del PIB del 4,5 por ciento y una inflación del tres al cuatro por ciento a diciembre. La realidad fue otra: el PIB chileno sólo creció un 3,5 por ciento y la inflación subió más de un siete por ciento.
Pero el Banco Central sigue con su optimismo. Ha dicho que las tasas de interés continuarán a la baja -actualmente están en 7,5 por ciento-, la inflación, que fue negativa en diciembre, será sensiblemente menor a la de 2008 y el PIB crecerá entre el dos y tres por ciento. Como argumento sostiene que está el celebrado plan de reactivación de cuatro mil millones de dólares anunciado por el gobierno hacia inicios de año. El plan de estímulo fiscal, afirman el gobierno y el Banco Central en sus informes, permitirá el blindaje ante las turbulencias, el desacoplamiento de la crisis, la mantención de los equilibrios macroeconómicos, permitirá que Chile salga indemne de la crisis mundial; una serie de afirmaciones que más responden a la retórica. Simples intereses, intenciones elevadas en medio de un proceso de desaceleración económica productiva y comercial, en medio de una caída de todas las expectativas. Y ante un aumento vertiginoso del desempleo.
Este es el discurso. Esa es la realidad que se modela. Esta es la contradicción. Nada es como era hace un año. Hoy se han abierto fuertes grietas en todo el aparato económico. Tanto, que es probable que se produzca un proceso de destrucción económica, con áreas que nunca más vuelvan a recuperarse. Será como un gran terremoto, una catástrofe. ¿Por qué, si hoy es posible que industrias de la magnitud y presencia histórica de General Motors y Ford colapsen -y lo habrían hecho antes sin la ayuda estatal- las chilenas han de mantenerse indemnes?
Cada semana que transcurre es un avance en el deterioro. Andrés Velasco, el hombre de Hacienda que hacia el comienzo de la crisis afirmaba enfático que la economía chilena era inmune, ha girado completamente su discurso. Los hechos son evidentes ya no sólo para los jugadores de la Bolsa y otros agentes de los mercados sino para cualquier ciudadano. Los despidos masivos, ya sufridos por trabajadores de todas las áreas de la producción y servicios, convierten las palabras de Velasco en una burla a la población. Las proyecciones del Banco Central realizadas a mediados de enero, también apuntan a serlo.

Deudas e insolvencia

La economía de consumo podría derivar en la economía del horror. El placer del mall puede ser terror crediticio. El creciente desempleo, en una población altamente endeudada, llevaría a la suspensión de pagos, con graves efectos sociales y económicos.
La ruptura con las instituciones financieras generará exclusión y marginalidad. Pero el daño no sólo estará en las personas expulsadas del sistema financiero, sino también será para el sistema financiero mismo. La incapacidad de pago de miles, de cientos de miles, derivaría en un problema financiero y económico mayor, como el que ya sucede en economías como la estadounidense y la mexicana.
México, que depende altamente de la economía del vecino Estados Unidos, exhibe hoy un fuerte deterioro económico. Los organismos internacionales han proyectado que entrará muy pronto en recesión, en tanto su producto caerá este año más de un punto porcentual. Efectos en la producción, las exportaciones, el consumo, han derivado en una pérdida de la capacidad de pago de las personas y las empresas. La cartera vencida entre los deudores de hipotecas aumentó, en noviembre de 2008 respecto a un año antes, en 41 por ciento, en tanto la morosidad de las tarjetas de crédito alcanzó una cifra histórica, informó la segunda semana de enero la Comisión Nacional Bancaria y de Valores de México. Si ello sucede entre las personas, en la industria es aún peor. A noviembre la cartera vencida de este sector, que mueve un tercio de la economía mexicana, aumentó en un 71 por ciento. Y si así es para la industria, la construcción exhibe su drama, con un incremento de la morosidad del 92 por ciento.
Un estudio realizado por el Banco Central de Chile sobre la capacidad de pago de las personas llama a la tranquilidad. Pero se trata de un informe elaborado sobre bases muy conservadoras, sobre un eventual aumento de la tasa de desempleo a niveles similares a los registrados durante la crisis asiática. Si la tasa de desocupación nacional, dice, aumentara a un once por ciento, el porcentaje de familias con problemas en su capacidad de pago aumentaría a un 17,4 por ciento, guarismo que no debiera, dice, llamar a la intranquilidad. Este es el techo de lo sostenible, porque de allí hacia arriba la situación se desbordaría. Con una tasa de desempleo nacional -actualmente, recordemos, está levemente por encima del siete por ciento- sobre el 15 ó 16 por ciento, los problemas serían graves. No sólo para las personas, sino para el sistema financiero.
Hay datos y argumentos para estimar que tal informe es muy conservador. La actual crisis, y en ello hay consenso, es la mayor desde la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Barack Obama, presidente de Estados Unidos desde el 20 de enero, había advertido días antes de tomar el rumbo de su país -y de cierta manera del mundo- ante un grupo de sindicalistas y trabajadores, que la economía estadounidense, y por extensión también la mundial, “empeorará”. Empeorará bastante con o sin los millonarios paquetes de ayuda. 
Estamos hablando de un trance histórico, estructural, sistémico, cuyas consecuencias serán más intensas que la pasada crisis asiática de inicios de la actual década. Sus efectos podrían empujar el desempleo nacional a niveles no observados en los últimos veinte años. Las consecuencias pueden devastar el sistema económico y productivo nacional.

Producción, ventas y desempleo

Al observar las estadísticas oficiales, éstas no dicen mucho. No muestran, en la superficie, motivos para la inquietud. Pero si se relacionan esos datos con otras informaciones, con eventos que parecen repetirse y amplificarse, como son los masivos despidos, es esperable ver un deterioro de todos los guarismos en el corto plazo.
Los indicadores del comercio muestran, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), un estancamiento de las ventas minoristas durante noviembre pasado. Pero si miramos las cifras de la Asociación Gremial de Supermercados, la percepción cambia. En noviembre las ventas en los supermercados cayeron, en promedio, un 5,5 por ciento. Pero al desglosar esta cifra se observa que las ventas de abarrotes bajaron un 4,4 por ciento, las de carnes y derivados un 7,1 por ciento, en tanto las de lácteos y derivados cayeron un 17 por ciento. Sólo los accesorios y otros artículos de consumo mantuvieron sus niveles de ventas. Tras mirar estos datos, vemos que ha caído el consumo de alimentos básicos, lo que habla de la magnitud de una creciente crisis. Si la caída en el consumo ya se observa en los alimentos, aquellos sectores relacionados con bienes de consumo durable ya resienten todo el peso de la crisis. Las ventas de automóviles nuevos, durante el último trimestre, cayeron casi un 30 por ciento.
Otro fenómeno puede verse en las estadísticas del INE. Existe un indicador de bienes durables, el que bajó en noviembre en casi un cinco por ciento, la mayor contracción desde 2005. Entre los que se contraen está toda la línea blanca, electrodomésticos y electrónica. Para el INE, la interpretación es evidente: “Los consumidores continúan con una tendencia moderada al consumo, afectados principalmente por la incertidumbre económica y las mayores restricciones al consumo doméstico”.
Otros sectores también exhiben problemas. La industria manufacturera ha disminuido su producción y ventas, en tanto la construcción ya presenta rasgos recesivos. A noviembre pasado los permisos de edificación habían caído más de un 50 por ciento, freno que tendrá efectos no sólo en el empleo directo sino en otros sectores proveedores de materiales de construcción. Durante ese mes, según datos de la Cámara Chilena de la Construcción, las ventas de inmuebles había caído más de un trece por ciento. Es el inicio del descenso. La crisis es imbricada y va relacionando sector con sector. Ya se observa una caída en los despachos de cemento y de hormigón, el que se contrajo en noviembre en un diez por ciento. Las exportaciones también están en franco retroceso. Durante el año pasado entraron en un proceso de contracción. En diciembre de 2008 se había perdido casi un tercio del valor exportado un año antes. Este deterioro afecta a numerosos sectores de la producción, desde la minería, la pesca, la industria forestal, la fruticultura, las manufacturas.
La caída en el empleo es el peor indicador en tiempos recesivos. Y aun cuando los datos del INE no muestran un deterioro promedio del empleo, hay ciertos aspectos que son inquietantes. La tasa promedio nacional de desempleo se ubicó en 7,5 por ciento en noviembre pasado, prácticamente igual que un año antes. Pero si se observa el número de desocupados, éstos aumentaron en más de un seis por ciento respecto a noviembre de 2007. Durante el período registrado más de 30 mil personas quedaron sin trabajo. No hay ninguna duda que ésta será la tendencia de los próximos meses.

El “corralito” de las AFP

Si hay un área de la economía y las finanzas chilena muy afectada por la crisis, son los fondos de pensiones de los trabajadores. Se trata de un drama social de efecto retardado, que detonará progresivamente. Un drama para el que el gobierno no ofrece solución, porque no la tiene y no la quiere tener. Hace unas semanas la Superintendencia de AFP entregó los resultados del año pasado. Los fondos de pensiones de los trabajadores se habían reducido en un 40 por ciento, una cifra que el Centro de Estudios Cenda había venido advirtiendo desde hacía más de un año. La contracción de los ahorros para algunos cotizantes ha significado perder 20, 30 o más millones de pesos. Literalmente, los ahorros de toda una vida han sido entregados por los gobiernos de la Concertación al más perverso de los juegos financieros.
Hacia el comienzo de la tercera semana de enero, los fondos de pensiones de los trabajadores chilenos habían continuado su hundimiento. En los distintos mercados e instrumentos financieros, colocados en diferentes plazas bursátiles y mercantiles, habían perdido más de 28 mil millones de dólares, o un 28 por ciento respecto al volumen que tenían en julio del año 2007, período cuando emerge la crisis de las subprimes. Una pérdida que al detalle es aún peor: el fondo A, que coloca el total del capital en acciones, se redujo en un 43 por ciento y el B, con una alta proporción de sus recursos también en renta variable, cayó un 33 por ciento. El C se recortó en un 22 por ciento y el D en más de un diez por ciento. Sólo el E ganó. Un 0,5 por ciento en el período. Este mismo ejercicio se realizó en octubre pasado. En estos tres meses, todos los fondos, con la excepción del E, han continuado con pérdidas.
El año comienza. Un año que será memorable. Como los años de las catástrofes. Como los de los terremotos.

PAUL WALDER

(Publicado en “Punto Final” Nº 679, 23 de enero de 2009. Suscríbase a PF)