Juicio a los criminales
de guerra de Israel
El alto al fuego en la Franja de Gaza y el inicio del retiro de las tropas invasoras evidencia el comienzo de una tregua inestable que puede convertirse en duradera, debido tanto a la conmoción internacional ante los horrores provocados por los ataques israelíes como por la coyuntura que se inicia con la ascensión al mando supremo, como presidente de Estados Unidos, de Barack Obama.
Cesa el fuego de la guerra, pero allí han quedado 1.314 muertos (entre ellos 416 niños y 106 mujeres) y 5.320 heridos (entre ellos 1.855 niños y 725 mujeres), según cifras de la ONU. La destrucción material ha sido pavorosa. Aviones, helicópteros, artillería, tanques y blindados israelíes han bombardeado durante días blancos civiles indefensos. No se libraron siquiera edificios y recintos que estaban bajo protección de Naciones Unidas y que servían de refugio a la población civil. La masacre en Gaza ha horrorizado al mundo.
Es evidente que el ataque de Israel no tuvo justificación en necesidades de defensa. Y es claro también que la desproporción de armamento fue absoluta. Es falso que los cohetes lanzados por Hamas contra colonias judías limítrofes hayan justificado la agresión.
El objetivo del ataque de 22 días no fue conjurar una amenaza militar, sino obtener objetivos políticos. Demostrar, en primer lugar, que el actual gobierno israelí, de centro derecha, puede ser tanto o más implacable que un eventual gobierno del Likud, partido conservador, que levanta la candidatura de Benjamin Netanyahu para primer ministro, prometiendo mano dura. Al mismo tiempo, con la invasión se remarca ante el nuevo gobierno de Estados Unidos que Israel no está dispuesto a llegar a un entendimiento real con los palestinos que les dé la posibilidad de gobernar un Estado independiente, viable y unificado, sino que necesita manejar un Estado palestino vasallo, dependiente de Israel.
Sobre la base de mentiras, Israel lanzó su fuerza militar contra Gaza. Miles de muertos y heridos palestinos son el saldo de esta guerra relámpago que recordó, por sus características brutales, a la Blitzkrieg alemana y los ataques de las tropas de asalto nazis contra el ghetto de Varsovia.
Una vez más, Israel hizo tabla rasa del derecho internacional y desafió a Naciones Unidas. Para eso, cuenta con el apoyo norteamericano y sigue girando contra el crédito geoestratégico que le otorga su posición en Medio Oriente, clave para la política exterior de Estados Unidos. Cuenta, también, con la división de los países árabes y con la complicidad de algunos gobiernos de la región.
Sin embargo, esta operación militar ha causado un daño tal vez irreparable a la causa que impulsa el gobierno de Israel. La magnitud de la masacre de civiles ha provocado horror mundial. Las imágenes de los muertos y heridos -que en Chile fueron “filtradas” por la televisión abierta y la prensa- hacen que para muchos se convierta en un imperativo ético apoyar la causa del pueblo palestino y buscar formas de contener la agresividad de Israel.
La prolongación del alto al fuego y el eventual retorno a una seudo normalidad, no borra la responsabilidad de la comunidad internacional en la situación que precedió al término de las operaciones militares, dando tiempo a Israel para llevar adelante sus planes y cumplir sus objetivos. Las manos de los dirigentes occidentales también estás teñidas de sangre palestina.
Con sus acciones los gobernantes de Israel se han convertido en criminales de guerra. Son responsables de delitos condenados por el derecho internacional desde el establecimiento del Tribunal de Nürenberg, en 1945, para juzgar a los jerarcas nazis. En las actuaciones israelíes hay delitos contra la paz, como la invasión desencadenada sin causa justificada o la absoluta desproporción de medios bélicos entre atacantes y atacados. También aparecen en su conducta delitos contra la humanidad.
De acuerdo al Estatuto de la Corte Penal Internacional, entre los crímenes de lesa humanidad -sistemáticos y múltiples- está el asesinato selectivo de dirigentes palestinos, y el exterminio -que se relaciona directamente con el genocidio y el apartheid-, en cuanto persecución de un grupo o colectividad con identidad propia “fundada en motivos políticos, raciales, religiosos o nacionales”. Son delitos gravísimos que deberían ser vistos y castigados por el Tribunal Penal Internacional o un tribunal especial, como han sido los que conocieron los delitos contra la humanidad en la ex Yugoslavia o en el caso de Ruanda.
Lo más probable, sin embargo, es que eso no ocurra, por lo menos por ahora. El derecho a veto de Estados Unidos en la ONU y las insuficiencias de la legislación internacional garantizan la impunidad de los gobernantes israelíes.
No obstante la pasividad o inutilidad de Naciones Unidas para casos como éste, los pueblos pueden -y deben- buscar sus propios caminos. De primera importancia debe ser el repudio internacional que, sin duda, terminará afectando al pueblo israelí manipulado por sus gobernantes. Como Sudáfrica y Rhodesia, en su momento (y también como la dictadura de Pinochet), Israel debe sentir que su política criminal repugna a la humanidad.
Los ejemplos dados en América Latina por Venezuela y Bolivia, que rompieron relaciones con Israel, merecen ser destacados. En la senda del Tribunal Russell podrían constituirse tribunales formados por personalidades para abordar el tema del Medio Oriente e investigar las actuaciones criminales de los gobernantes del Estado judío.
La presión a Israel en el ámbito de las relaciones comerciales, militares, técnicas y de todo tipo, debería hacerse sentir. La condena moral es especialmente importante para un pueblo que hasta ahora es admirado por muchos, que no olvidan los sufrimientos del Holocausto ni las gestas de los pioneros que quisieron un Hogar Nacional Judío, inspirado en ideales socialistas y sin oprimir a los palestinos.
Cada vez más lo que ocurre en el Medio Oriente importa a toda la humanidad y no solamente a árabes y judíos.
La política agresiva, racista y discriminatoria de Israel no triunfará en definitiva. Como ha escrito Michel Warschawski, un periodista francés de origen judío: “La guerra colonialista de Israel está condenada al fracaso, porque tanto los hombres como las mujeres, los jóvenes y los viejos, los obreros y los campesinos, que viven en las costas de Gaza, en los montes de Hebrón, o en los hermosos valles que rodean Nablus, seguirán luchando. La resistencia popular, civil o armada, ofensiva y defensiva, no podrá ser jamás aplastada, por sangrienta e inhumana que sea la represión”
PF
(Editorial de “Punto Final” Nº 679, 23 de enero de 2009) |