Neoliberales se aprovechan de la crisis
Hay señales que son voluntades. Y en la cumbre del Apec (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) quedaron bien expresadas. El Foro celebrado en Lima ha sido denunciado desde hace años por diversas organizaciones ciudadanas como uno de los cónclaves mundiales del neoliberalismo, así como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio. Pero hay algunas diferencias. Si recordamos las más recientes declaraciones de los altos funcionarios de estos organismos internacionales respecto a la crisis, vemos que ha habido un reconocimiento, una concesión intelectual a la cruda realidad. Tanto el estadounidense Robert Zoellick, presidente del BM como el francés Dominique Strauss-Kahn, del FMI, han admitido no sólo que el escenario es oscuro, sino que las relaciones económicas tenderán a variar. No es poco para organismos que pusieron en práctica en el mundo, y en Latinoamérica, las reformas estructurales que llevaron a la extensión y profundización del libre mercado.
Pero el Apec reacciona como si no exis-tiera crisis. A diferencia de los otros organismos, este es un foro integrado por diversos países -les llaman economías- cuyos acuerdos no son vinculantes. Son declaraciones de intenciones, las que de una u otra manera se han cumplido. Especialmente aquellas que han profundizado el comercio. Porque el Apec es básicamente un espacio de mercaderes.
Los 21 líderes del Apec emitieron una declaración para abstenerse, por lo menos durante un año, de cualquier medida que impida el libre intercambio de inversiones, bienes y servicios. Para inhibirse de aplicar acciones incompatibles con el estímulo de las exportaciones, todo ello ante el riesgo de un crecimiento más lento de la economía que podría generar alguna medida proteccionista que agravaría la actual crisis. Es una declaración, pero también una clara señal al sector privado transnacionalizado. Era una forma de decir que no se alterará el actual statu quo económico-normativo, que todas las condiciones negociadas en los acuerdos de libre comercio se mantendrán intactas, que lo consensuado en la OMC seguirá siendo la gran brújula para el comercio mundial. En otras palabras, que la pauta comercial neoliberal, que garantiza el libre flujo de mercancías, de inversiones y capitales, se mantiene impoluta.
Eso es lo que Chile no sólo suscribió, sino que enfatizó. El director general de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon), Carlos Furche, comentó a este cronista que “uno de los ámbitos para enfrentar la crisis es el manejo de la coyuntura y al mismo tiempo, rechazar cualquier tentación proteccionista. Más bien impulsar una agenda de liberalización comercial justamente en la dirección de proteger los empleos que están vinculados al comercio exterior, que en casi todas las economías aquí representadas son muy relevantes”.
Furche dijo también: el ánimo que predominó en el Apec “es que estamos en una situación difícil y que ningún país de manera independiente puede resolver la crisis como tampoco sus propios problemas derivados de esta crisis. Aquí se necesita un esfuerzo colectivo, cooperativo. Y en eso me parece que hay gran coincidencia en todos los representados”.
Lo dijo el director de la Direcon y lo ratificó con creces la presidenta Michelle Bachelet. Es que el libre comercio “ha sido positivo y en ese sentido yo diría que las declaraciones más fuertes van a ser en términos de eso, de seguir propugnando el comercio abierto” y, al mismo tiempo, hacer “un claro llamado al no proteccionismo”.
La mandataria señaló que la reunión del Apec fue relevante también para “asegurar que el comercio siga siendo una alternativa real para todos los países y poder tener nuevos mercados” y, en el caso de Chile, “poder sacar sus productos y por tanto, seguir originando riqueza y generando empleo, que es lo más importante de todo”.
Pero el sello lo dio George W. Bush, que lanzó desde Lima una mensaje paradójico, lleno de contradicciones. Apeló una vez más al libre mercado, pero a la vez dijo: “Es esencial que los gobiernos eviten la tentación de hacer correcciones excesivas mediante la imposición de regulaciones que sofoquen la innovación y estrangulen el crecimiento”. Nadie le preguntó qué opinión le merecían las “correcciones”, los planes de rescate, las estatizaciones de las empresas financieras estadounidenses. Si eso no es un tipo de proteccionismo, de qué protección, de qué intervención estatal se está hablando.
Esta total contradicción -Bush dice que los rescates y las estatizaciones son para fortalecer el libre mercado- revela también el momento que pasa la ideología económica del libre mercado. Porque el Apec fue “el canto del cisne del fundamentalismo neoliberal”, como lo denominaron economistas peruanos. En declaraciones a la agencia Prensa Latina, David Tejada, analista y consultor internacional, dijo que el documento “es el último coletazo de vida del discurso otrora hegemónico del agonizante paradigma neoliberal, donde el mercado lo es todo y la inversión privada la maravilla que lo resuelve todo”. Subrayó que la declaración constituye “el canto del cisne del fundamentalismo neoliberal”, que propugna más liberalismo frente a la crisis financiera mundial, aunque con regulaciones para los sistemas financieros.
Tejada añadió que los acuerdos que plantean la liberalización del comercio y las inversiones “son más de lo mismo, una vieja medicina ya fracasada que está llevando a la recesión a los países”. Se trata, dijo, de “una declaración desfasada de la realidad emergente mundial”, y contraria a la tendencia creciente de los países sudamericanos de lograr mayor autonomía, recuperar sus recursos naturales y actuar en bloque en el concierto internacional.
Pero el Apec no es sólo un foro para declarar intenciones. Su fortaleza se basa en los tratados de libre comercio, actividad que Chile, durante los gobiernos de la Concertación, ha realizado con singular fruición. Durante la reunión uno de los objetivos del gobierno chileno fue ampliar el bloque denominado P4, formado, además de Chile, por Nueva Zelanda, Singapur y Brunei.
Estos tratados, desde el suscrito con Estados Unidos y la Unión Europea al firmado con China y países latinoamericanos, son normativos y vinculantes: sus cláusulas, especialmente las relativas a la protección de las inversiones y su no discriminación, y las relacionadas con el intercambio comercial, han de respetarse. El no cumplimiento de estas cláusulas contiene otras, las que apuntan a sanciones.
Desastre de las AFP
Chile, que se ufana de la apertura y la libertad de su economía, está atado -y muy atado- a estos acuerdos. Al apoyar la declaración del Apec se está comprometiendo a mantener todas y cada una de las cláusulas que aparecen en sus acuerdos de libre comercio. Se compromete a no hacer nada pese a la gravedad de la crisis. Y las consecuencias de esta postura ya la estamos padeciendo. Es la inacción.
Un ejemplo más que claro es lo que sucede con las AFP, administradas en varios casos por empresas transnacionales. Al domingo 30 de noviembre la pérdida total de los fondos de pensiones era de 27 mil millones de dólares, casi 30 por ciento del fondo. Una merma que en el caso del Fondo A alcanza al 45 por ciento. Una catástrofe que aumenta día a día, pero que no existe para el gobierno, que no habla, no comenta. No reacciona. Y no lo hace porque los tratados de libre comercio dicen que no puede tocar las inversiones extranjeras.
La Enade, que es el cónclave que celebran anualmente los empresarios chilenos en Casapiedra, aclaró un poco más las fórmulas que baraja el gobierno -y, por cierto, los empresarios- para amortiguar la crisis. Recetas que van en consonancia con las lanzadas por el gobierno de Bush y el secretario del Tesoro, Henry Paulson. En síntesis, planes de ayuda diseñados a la medida de la gran empresa.
Lo que salió de Enade no generó sorpresa. Los empresarios pidieron al gobierno rebajar el IVA -tras el aumento “provisorio” durante el gobierno de Ricardo Lagos- como medida de reactivación económica. La otra petición, cómo no, fue el antiguo deseo de flexibilizar el mercado laboral. Ante la demanda del IVA, que no es una idea descabellada porque favorece a todos los consumidores, al comercio y la producción, Hacienda dio un portazo.
Nada nuevo. Ante una crisis de carácter estructural, el gobierno y el sector privado siguen reaccionando y aplicando las mismas fórmulas tradicionales. Rebaja de impuestos, flexibilización laboral, más apertura comercial. En suma, más mercado, como si la solución estuviera otra vez en la liberación de los mercados, como si la crisis no fuera una consecuencia de la extrema liberalización de la economía.
Malas noticias
Pero este tipo de declaraciones no tienen ni tendrán destino. La fuerza de la crisis crece cada día con impredecibles consecuencias sociales. La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), organismo que reúne a los países más ricos del planeta, advirtió a finales de noviembre que las economías de sus Estados miembros sufrirán una recesión, que se traducirá en un aumento del desempleo en ocho millones de personas. En estas naciones habría, para 2009, unos 42 millones de personas sin trabajo. Un proceso de involución que ratifica la Organización Internacional del Trabajo: para 2009, los 1.500 millones de asalariados en el mundo perderán poder adquisitivo a través de una mayor inflación, de mayores tasas de desocupación y de recortes salariales.
Malas noticias que para los países menos afortunados serán peores. Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, dijo hace poco que la crisis financiera va a impactar “enormemente” a los países latinoamericanos, pese a que hoy estén mejor preparados para enfrentarla que hace diez años.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) también ha hecho sus evaluaciones y estima que durante 2009 unos quince millones de personas de la región caerán por debajo del umbral de la pobreza. Y lo mismo el PNUD. Rebeca Grynspan, directora de la oficina para Latinoamérica, dijo que “el año que viene, el impacto social puede agravarse aún más si los gobiernos y la comunidad internacional no generan respuestas adecuadas y eficaces”. Las crisis, dijo, pueden afectar a los grupos más vulnerables de manera desproporcionada, teniendo consecuencias más graves para los pobres y los marginados. Según datos oficiales, más de cien millones de personas en todo el mundo han caído este año en la pobreza.
Rescates superan costo
de la guerra mundial
Pese al drama económico y a la catástrofe humanitaria en ciernes, Estados Unidos, y no sólo ese país, sigue apuntalando y rescatando a los grandes grupos financieros. Hacia la última semana de noviembre el saliente gobierno de Bush “rescató” al Citigroup y se hizo cargo de 306 mil millones de dólares de créditos en riesgo de pérdida. Y como si fuera poco, dos días más tarde lanzó otro gigantesco plan de rescate. El mayor de todos. Esta vez por 800 mil millones de dólares. Según anunció entonces el gobierno, este plan busca aportar más liquidez, generar nuevos préstamos, en suma, rescatar “el libre mercado”. Un nuevo pase que suma lo impensable: más de cinco billones en 22 programas para rescatar la economía, y según algunos cálculos, el total podría llegar a 7.5 billones, el equivalente de la mitad del PIB de Estados Unidos en 2007 o casi el doble del costo estadounidense de la segunda guerra mundial. Un cálculo de ABC News también lleva al plan a sumas astronómicas: si llega a más de 7,5 billones de dólares, “sería más que los costos combinados del Plan Marshall, la compra de Luisiana, la guerra de Corea y la guerra de Vietnam y el presupuesto total, desde sus inicios, de la NASA”.
¿Cuál es la salida? Hay consenso en la necesaria intervención de la economía mundial, en que de este trance ningún país saldrá por sí solo, que se requiere, como ha dicho el mismo Stiglitz, una reformulación de toda la arquitectura financiera mundial. ¡Nada menos que un cambio total a nivel global!
Pero las señales no parecen ir en ese sentido. Por lo menos no con la necesaria prisa. Los nombramientos que ha hecho Barack Obama para esta transición económica son renombrados neoliberales. Gente del gobierno de Clinton, expertos que ayudaron a desregular la economía. Como el futuro secretario del Tesoro, Tim Geithner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York; como Larry Summers, futuro director del Consejo Nacional Económico y ex secretario del Tesoro de Bill Clinton; como Paul Volcker, presidente de la FED antes que Alan Greenspan, que encabezará el equipo de emergencia para encarar la crisis.
Naomi Klein, en una muy reciente columna, intenta explicarse estos nombramientos. Y busca argumentos en la reacción que podría tener Wall Street. “Sabemos una cosa con certeza: que el mercado reaccionará con violencia a cualquier señal de que hay un nuevo sheriff en el pueblo que podría imponer regulaciones serias, invertir en la gente y suspender el dinero gratuito a las corporaciones. En pocas palabras, se puede confiar en que los mercados voten exactamente en el sentido contrario del que los estadounidenses acaban de hacerlo”.
Y agrega: “Sospecho que la verdadera razón por la cual los demócratas hasta ahora han fracasado en tomar acción, tiene menos que ver con el protocolo presidencial que con el miedo: miedo de que la Bolsa de Valores, que tiene el temperamento de un niño consentido de dos años de edad, hará otro de sus berrinches capaces de sacudir al mundo”
PAUL WALDER
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 676, 5 de diciembre, 2008) |