O’Higgins
latinoamericano
“EL abrazo de Maipú”, óleo de Fray Pedro Subercaseaux (1880-1956)
El deseo de unidad latinoamericana existe desde hace mucho tiempo. Cuando éramos colonias de España, los habitantes de los distintos países se sentían hermanos en su calidad de criollos. Otros porque decían que eran los españoles de América. El sentimiento nacional fue surgiendo con los Estados que se organizaban después de las luchas independentistas, aunque existía como una idea muy extendida la conciencia de que era deseable la unión. En una comunicación dirigida por la Junta de Gobierno de Santiago a su par en Buenos Aires, en 1810, se decía: “La base de nuestra seguridad exterior y aun interior consiste esencialmente en la unión de la América”.
Por su importancia política y liderazgo social, O’Higgins fue en su tiempo el chileno más destacado en el campo del americanismo. Lo favorecía una amplitud de mirada que no tenían otros: hijo de irlandés y criolla, de joven conoció Europa -España e Inglaterra- donde estudió. Desde niño se movió al lado de españoles, irlandeses y mapuches, que conoció en el Colegio de Naturales de Chillán. Entendía la diversidad.
Pero más importante fue la influencia que recibió del venezolano Francisco de Miranda, en Inglaterra. Reconocía que fue él quien lo impulsó a consagrar su vida a la lucha por la emancipación de la corona española. En la Gran Logia Americana, fundada por Miranda, participaron patriotas como Bolívar, San Martín, Alvear, Pueyrredón, Nariño, Monteagudo y otros. Para obtener el primer grado de iniciación, el postulante debía juramentarse a trabajar con todas sus fuerzas por la independencia de América y para ascender al segundo grado, era necesaria una profesión de fe en el gobierno del pueblo.
O’Higgins sabía que no bastaba conquistar la independencia del propio país, había que lograr la liberación de todos. En caso contrario, siempre existiría el peligro de la reconquista y aislados, se haría más difícil el progreso. Con esa idea, cuando fue director supremo no vaciló en despachar barcos, armas e incluso oficiales a México y Colombia, como contribución a la causa común.
El Ejército de los Andes
Exiliado en Mendoza, O’Higgins comprendió pronto el significado del plan emancipador que manejaba San Martín. Era muy simple: “Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar por Chile y acabar ahí con los godos. Aliando las fuerzas, pasaremos por el mar a tomar Lima”. Como escribió a comienzos del siglo pasado el historiador Ernesto de la Cruz, refiriéndose a San Martín y O’Higgins, “juntos organizaron el Ejército de los Andes, juntos trasmontaron la alta cordillera y juntos asistieron a la gloriosa jornada del 12 de febrero en Chacabuco; juntos llegaron a la ciudad que fundó Valdivia y juntos compartieron en ella los festejos del triunfo; juntos sufrieron las angustias de la derrota de Cancha Rayada y juntos presenciaron el clarear glorioso de la Patria Nueva en los campos de Maipú; juntos organizaron, afianzada ya nuestra independencia, la expedición libertadora del Perú y desde el seno tenebroso de la Logia Lautarina juntos resolvieron graves problemas en nuestra política exterior”.
Todo el peso de la expedición al Perú recayó sobre Chile, pero O’Higgins puso su autoridad en juego para organizar las tropas, equipar la escuadra y planificar la campaña. El gobierno de Buenos Aires se desentendió del proyecto, preocupado por una eventual invasión española, y ordenó el regreso del Ejército de los Andes. O’Higgins aceptó la medida. De ser efectivo, ese peligro era mayor que el que amenazaba a Chile. Correspondía ayudar y así lo hizo, asumiendo toda la responsabilidad de la expedición al Perú y designando jefe de la misma a San Martín, como comandante en jefe dependiente del gobierno de Chile.
En una carta a San Martín, fechada el 13 de marzo de 1819, señala que “es justísimo que todos los esfuerzos de los hombres racionales y de la gratitud se ocupen en salvar al pueblo de donde recibieron su libertad y de donde nuevas adversidades pueden volverla a traer”. Y concluía: “En fin, si los maturrangos vienen a Buenos Aires, cuanto Chile tenga y pueda yo contribuir a la defensa de ese digno pueblo debe contarse con toda certeza”.
Sus aspiraciones de libertad para todos se evidencian en la proclama con que saludó la formación de la primera flota de guerra, cuando dice: “La escuadra de los hijos de Chile volará sobre el Pacífico para proteger los derechos del hombre”.
La expedición libertadora del Perú tuvo, por lo tanto, un profundo sentido americanista. Se trata de golpear a España en el centro de su poder en la parte sur de América Latina. Libertando al Perú se coronaba la guerra de la independencia con el triunfo de los americanos. Para el futuro, O’Higgins visualizaba una federación de países formada por Perú, Argentina y Chile (Bolivia aún no había sido fundada).
El desarrollo exitoso de la campaña afectó decisivamente el poder del virreinato del Perú. San Martín se apoderó sin combatir de Lima y el Callao, ya que las fuerzas realistas se retiraron al interior. En medio del júbilo popular proclamó la independencia del Perú, lo que estimuló la lucha que libraban los patriotas en el interior. Sin embargo, el impulso inicial se fue diluyendo en medio de farragosas negociaciones con los españoles.
El ejército expedicionario, afectado por la inmovilidad, empezó a experimentar síntomas de indisciplina y desorganización. La propia capacidad de mando de San Martín, afectado por diversas dolencias, se puso en tela de juicio. Entretanto, en el norte, Bolívar, que ya había libertado a Colombia y Venezuela que actuaban unidos en un solo país, avanzaba sobre Ecuador, que fue liberado en la batalla de Pichincha. San Martín aspiraba a integrar Guayaquil al Perú y con ese propósito viajó al puerto ecuatoriano a entrevistarse con Bolívar. En las conversaciones -que fueron secretas entre ambos libertadores- no hubo acuerdo. San Martín comprendió que Guayaquil debía quedar en manos de Bolívar -que llegaba nimbado de gloria, a la cabeza de un ejército numeroso, disciplinado y lleno de entusiasmo-, para asestar el golpe final al poderío militar español. Cedió el campo a Bolívar, quien quedó como máximo jefe militar de todas las fuerzas patriotas. Lo que San Martín hizo fue un gesto de notable grandeza, renunciando a su calidad de Protector del Perú, abandonando el comando del ejército que dirigía y retirándose de la vida militar y política. Viajó a Chile y de allí a Argentina, para dirigirse luego a Francia donde vivió hasta su muerte, en 1850.
O’Higgins y Bolívar
En Chile eran bien conocidas las victorias de Bolívar y la larga y difícil trayectoria de las guerras de independencia en Venezuela y Colombia. Llegaban noticias directas y también a través de Buenos Aires. O’Higgins seguía con atención las campañas. En 1819, en la Universidad de San Felipe, bajo la responsabilidad de don Juan Egaña, se realizó un ciclo de homenajes a grandes libertadores: Lautaro, San Martín, O’Higgins, Cochrane y Bolívar recibieron honores solemnes. El “Elogio al General de los Ejércitos Venezolano don Simón Bolívar” fue hecho por un alumno distinguido de la universidad, José Miguel Arístegui, y es una pieza retórica indicativa, sobre todo, de la importancia que en Chile se daba a la obra del Libertador. Casi simultáneamente, en Inglaterra Antonio José de Irisarri, muy cercano a O’Higgins, escribió una carta al periódico El Observador, de Londres, que se publicaba en castellano, con una “noticia biográfica” de Bolívar, atribuida más tarde a Andrés Bello, que colaboraba con Irisarri en Londres.
El contacto personal entre O’Higgins y Bolívar se produjo cuando O’Higgins, ya exiliado en Perú luego de su abdicación en 1823, se puso a las órdenes del Libertador para participar en la campaña que culminaría en la batalla de Ayacucho. Desde el primer momento Bolívar apreció los consejos y la experiencia del chileno. Lo consideró un buen soldado y destacaba su audacia y valor. Los unió una coincidencia esencial: ambos eran intransablemente republicanos en un momento en que algunos próceres patriotas pensaban en monarquías constitucionales a cargo de algún príncipe europeo. Uno de ellos fue San Martín, que muchos años después, en 1846, escribía a su amigo Francisco Antonio Pinto y le reconocía que no había tenido razón, porque “su afortunada patria ha resuelto el problema (confieso mi error, yo no lo creí) que se puede ser republicano hablando la lengua española”.
Coincidían también en la idea grandiosa de la integración del continente en una federación o confederación de países independientes. Ya en 1822 era un secreto a voces que O’Higgins quería realizar un Congreso General de los Estados de América, idea que en 1826 puso en práctica Bolívar con la convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá, que desgraciadamente terminó en un fracaso.
O’Higgins no combatió en Ayacucho. La salud y las dificultades de las marchas en la sierra se lo impidieron. Sin embargo, asumió como propia la victoria del general venezolano Antonio José de Sucre, que terminó con la dominación española en América. No regateó tampoco el reconocimiento a la gloria de Bolívar.
Hasta su muerte, Bernardo O’Higgins luchó por el entendimiento y la amistad entre los pueblos del continente. En este contexto, rechazó la guerra desencadenada por Portales contra la Confederación Perú-Boliviana y la consideró un episodio doloroso que no debió haber ocurrido.
HERNAN SOTO
(Publicado en “Punto Final” edición Nº 673, 24 de octubre de 2008)
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