Edición 673 - Desde el 24 de octubre al 6 de noviembre de 2008
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Obama a las puertas
de la Casa Blanca

Autor: ERNESTO CARMONA

Un negro -y su familia- habitará la Casa Blanca a partir de 2009. Las encuestas indican que el demócrata Barack Obama, de 46 años, se impondrá al republicano John McCain, de 71, en las elecciones del 4 de noviembre. Su partido también mejorará su mayoría parlamentaria en las elecciones simultáneas de los 435 miembros de la Cámara de Representantes y en la renovación del Senado, donde se eligen 33 de los cien senadores. La elección presidencial definitiva se verificará el 15 de diciembre, cuando los 538 grandes electores constituyan el Colegio Electoral, pues en Estados Unidos no existe elección presidencial directa.
El senador Obama ha tenido mejor desempeño en los debates, hizo una audaz penetración en los bastiones republicanos y maneja un discurso más convincente frente a la recesión que convirtió a la economía en el eje de la campaña, desnudando la responsabilidad de George W. Bush en la tragedia que golpea a los estadounidenses más pobres y al mundo. A su favor influyen también su mayor disponibilidad de fondos y su juventud (alcanzaría la presidencia a la misma edad que John F. Kennedy y Bill Clinton).
También favorece a Obama el nuevo contingente de votantes, que superará a los 177 millones del año 2004. Incluso lo beneficia su impronta étnica y origen pobre. El candidato demócrata anuncia que los ricos pagarán más impuestos para financiar programas en favor de 40 millones de excluidos del sistema de salud. Promete una revisión de los tratados de libre comercio, arguyendo que han agudizado el desempleo estadounidense al trasladarse cientos de industrias a países donde las corporaciones pagan salarios menores. El 42% de los encuestados -por ejemplo- pide revisar el tratado entre EE.UU., Canadá y México: lo que es bueno para las corporaciones, hace perder empleos e ingresos a los trabajadores.
El senador McCain, “héroe” que lanzó napalm contra civiles en Vietnam, apoya menos impuestos para las grandes corporaciones, en la tradicional línea de los republicanos. A menudo su mentor, el presidente Bush, habla para tranquilizar a los mercados -no al pueblo-, pero las Bolsas continúan más volátiles. Su gobernabilidad toca fondo en el último trimestre en que estará al frente de un imperio en crisis por la escandalosa corrupción del capital financiero.
Barack Obama asegura que no tendría dificultades en sentarse a negociar con Mahmud Ahmadineyad, de Irán, o Raúl Castro, los “enemigos” emblemáticos de EE.UU. Anuncia también una salida responsable de Iraq, donde en cinco años la invasión ha causado la muerte a más de un millón de civiles. Pero al mismo tiempo anuncia el traslado masivo de tropas a Afganistán para liquidar al Talibán, tarea que Bush no pudo cumplir en siete años de ocupación.

¿Política exterior blanda?

Se espera que Obama suavice la política exterior que ha convertido a EE.UU. en gendarme del mundo con bases militares en 69 de los 192 países del planeta. Las grandes corporaciones del “complejo militar-industrial” -identificado así por el general Dwight D. Eisenhower, ex presidente de EE.UU. (1953-61)-, continuarán dominando la economía y la política exterior norteamericana con el negocio perpetuo de producir para la guerra. Como profetizó ese ex presidente republicano, “el potencial para la perniciosa acumulación de poder en manos ilegítimas existe y no cesará de existir”. Eisenhower, a quien podría considerarse un “guerrerista moderado”, llegó más lejos, porque también advirtió: “No debemos permitir jamás que el peso de esta influencia ponga en peligro nuestras libertades ni nuestros procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Una ciudadanía bien informada y vigilante es la única manera de armonizar el engranaje de la inmensa maquinaria de defensa industrial y militar con nuestros métodos y objetivos pacíficos, con el fin de que la seguridad y la libertad puedan prosperar a la vez”.
Bush, sin embargo, controló los medios e impuso leyes desconocidas que limitan las libertades civiles con el pretexto de la “guerra al terrorismo”.
Obama ha construido un discurso centrista que alude a Irán y Venezuela como beneficiarios del gasto petrolero de EE.UU., quizás porque abundan los electores ignorantes y racistas, sobre todo en el Medio Oeste. Ese discurso “imperial centrista” fue explotado con éxito por Bill Clinton (1993-2001). Pese a todo, existe la esperanza de que el imperio sea menos agresivo estando Obama en la Casa Blanca.
Lo más irritante para los conservadores será que un negro y su familia se instalen en la mansión de los presidentes de un país cuyos dirigentes suelen ser asesinados, como los presidentes Abraham Lincoln (en 1865), James Abram Garfield (1881), William McKinley (1901), Kennedy (1963) y su hermano Robert (1968) y Martin Luther King (1968), entre muchos otros.

Sistema electoral nada democrático

La democracia estadounidense no es un paradigma, como señala la propaganda, aunque los textos escolares de EE.UU. aseguren que es una república. El ciudadano no elige directamente al presidente, vota por un partido que controla a los electores que designan al jefe del Estado en el Colegio Electoral, sin obligación de respetar la preferencia marcada por los ciudadanos. Esta práctica escapa de las normas aceptadas universalmente y contradice la prédica “democrática” de Washington.
La Corte Suprema de Florida, por ejemplo, dictaminó en 2000 que “el ciudadano individual no tiene derecho federal constitucional a votar por electores del presidente de Estados Unidos”, pues su voto es un “privilegio” otorgado por el Estado (de Florida) no reconocido por la Constitución. Esta “doctrina” legaliza la exclusión de millones de electores por haber estado presos o pertenecer a minorías étnicas, en un país cuya población carcelaria asciende a 2,3 millones de personas.
Muchos estadounidenses ignoran que realmente eligen a 538 electores, uno por cada senador (100) y por cada representante de la Cámara Baja (435), más tres del Distrito de Columbia, que no elige senadores. El Colegio puede designar al candidato presidencial menos votado: ocurrió con Benjamín Harrison en 1888 y en 2000, cuando el más votado no fue Bush sino Al Gore.
El nuevo presidente necesita 270 votos, la mitad más uno de los electores. Si hay empate, con 269 sufragios, la elección pasa a la Cámara de Representantes, donde cada Estado tiene un voto. Así ganó Benjamín Harrison en 1888. En 2000, Bush fue elegido por la Corte Suprema, última instancia, algo que no ocurría desde 1876, con Rutherford Hayes.
La reelección de Bush en 2004 fue definida en Ohio con trampas en (…)

ERNESTO CARMONA
(Este artículo se publicó completo en la edición Nº 673 de Punto Final, 24 de octubre, 2008. Suscríbase a la edición impresa de PF)