“Glorias navales” de asesinos y torturadores
La noche de la
ARMADA
Autor: MAURICIO BUENDIA
En Valparaíso
EL buque-escuela “Esmeralda” donde fueron torturados numerosos chilenos
Fue tan abrumador el silencio nocturno, que le entró por la garganta haciéndole estallar el corazón en un galope insoportable. Así, un día cualquiera, desapareció Miguel, sumergiéndose, acaso para siempre, en la bruma costeña. Allí se encontró con otros como él, cuyo único sueño era tener una cascada de gorriones y ruiseñores para bañarse, cualquier día, sin pedirle permiso a nadie y ser un poco menos pobres y un poco más felices. Entonces, no hablen ahora del Mes del Mar ni de Glorias Navales, pues están teñidos para siempre con la vergüenza de una Armada que torturó y asesinó en los tiempos de su única gloria: la del poder absoluto.
Sin embargo, por las fisuras del miedo asomaba eterna la esperanza de que algún día todo cambiaría. Y así fue. Por ello hoy se encuentran procesados seis altos oficiales de la Armada y, a pesar de los esfuerzos del senador Jorge Arancibia y de otros nostálgicos de la muerte por demostrar su inexistente inocencia, la jueza Eliana Quezada ha establecido fehacientemente que la Academia de Guerra Naval, el cuartel Silva Palma, el buque-escuela Esmeralda y el buque Lebu fueron utilizados como centros de detención y tortura: “A fin de obtener información, los capturados eras sometidos a múltiples sesiones de interrogatorio con aplicación de tormento físico y síquico de variada índole” (ver PF 661). Asimismo, en el veredicto se sostiene que se verificaba el seguimiento de las víctimas, que terminaba en secuestro. Por lo mismo, declaró reos a los vicealmirantes (r) Adolfo Walbaum Wieber; Guillermo Aldoney Hansen y Juan Mackay Barriga; a los capitanes de navío (r) Sergio Barra Von Kretschmann y Ricardo Riesco Cornejo, así como al médico Carlos Costa Canessa, por el delito de secuestro calificado en el caso del sacerdote Miguel Woodward.
La información recabada por la jueza, incluidas las declaraciones de los procesados, constituyen testimonio irredargüible de la responsabilidad de esos oficiales en el crimen que se investiga. No obstante, se ha iniciado una ofensiva comunicacional por parte del ex almirante Jorge Arancibia que busca revertir la supuesta injusticia que “se está cometiendo con nuestros distinguidos camaradas que, en forma estoica, están enfrentado esta situación, pero con un profundo sentimiento de impotencia”. Es lo que señala en un documento donde, además, critica a la “familia naval” por su falta de reacción ante lo sucedido. Su accionar ha tenido poca repercusión aparente, excepto la reaparición en Valparaíso de un reducido número de miembros del Movimiento Unitario Nacional -Muna- en la ceremonia de despedida de un nuevo crucero de instrucción de la Esmeralda.
Cabe señalar que el Muna es un partido en formación que considera al golpe militar como una “gesta patriótica, libertadora y restauradora de nuestra patria”, por lo que no puede sorprender que hoy sostengan que los encausados se encuentran presos por “servir a Chile” y menos aún que uno de sus fundadores y primer presidente haya sido el almirante Jorge Martínez Busch, iracundo e irredento golpista.
Asimismo lectores de El Mercurio han manifestado su apoyo a los uniformados presos y proferido veladas amenazas al señalar, por ejemplo, que al parecer “la solución de estas injusticias no va por el lado de los reclamos ni por el de las presiones, ni tampoco por el de la justicia (…) el consuelo es que, el mundo gira y siempre las tortillas se dan vuelta” para, finalmente, expresar que “voluntaria o involuntariamente el sacerdote Woodward debió encontrarse en el lugar inoportuno, en el momento inoportuno…”. Y claro que estuvo en varios lugares equivocados, pero no voluntariamente, sino a la fuerza, toda vez que fue detenido por una patrulla de infantes de Marina en el cerro Placeres, conducido a la Universidad Santa María, a la Academia de Guerra, al cuartel Silva Palma, a la Esmeralda y, finalmente, al Hospital Naval donde se pierde definitivamente su rastro. Aunque, en todo caso, se sabe que un funcionario del servicio funerario de la Armada acudió al Registro Civil del puerto para inscribir su defunción, existiendo también una inscripción en el Registro de Sepultaciones del Cementerio Nº 3 de Playa Ancha.
En esa necrópolis se realizaron excavaciones para intentar encontrar los restos de Woodward. Sin embargo, fueron infructuosas. Al parecer, las osamentas habrían sido removidas clandestinamente hace años, tal vez en la misma época en que Pinochet dio la orden para llevar a cabo la operación “Retiro de televisores” para exhumar cadáveres de prisioneros asesinados y desaparecidos por la dictadura para ocultarlos definitivamente. ¿Hay algo más siniestro que esto? ¿Hay algo más cruel que matar dos veces?
El ex almirante Miguel Angel Vergara, en una misa en apoyo a los oficiales presos, realizada en Viña del Mar, expresó: “Me violenta que distinguidos oficiales se encuentren detenidos”. Pero, no hubo una sola palabra acerca de los torturados, las mujeres violadas, los gritos eternos en medio de la noche: la noche de la Armada.
Torturas y asesinatos
Y la noche de la Armada se entronizó en la Academia de Guerra Naval. A pesar de las reiteradas negativas y declaraciones de inocencia de los altos mandos a través de los años, por allí pasaron millares de prisioneros políticos, todos torturados física y psicológicamente. Entre ellos estuvo Miguel Woodward quien, de acuerdo a testimonios de carabineros asignados a la Academia, fue torturado inmisericordemente. El teniente (r) de Carabineros Nelson López Cofré, señala que se enteró de la detención y presencia de Woodward en la Academia y asistió al interrogatorio llevado a cabo por personal de la Armada. Se encontraba en el cuarto piso del edificio, “encapuchado, sentado en una silla, atado de manos y frente a él, el principal interrogador, Jaime Román Figueroa, junto a gente de la Armada”. Además de Román, se hallaban presentes Juan Mackay Barriga, Sergio Bidart Ramírez y Ricardo Riesco Cornejo, todos oficiales de la Armada; asimismo, el subteniente de Carabineros Angel Lorca Fuenzalida, los tenientes Luis Araya Maureira y Enrique Corrales y, posiblemente, el capitán Héctor Tapia Olivares y los suboficiales Eduardo Vergara Branner y Jorge Leiva Cordero. “Varios de los nombrados le daban golpes de puño” en una sesión de tortura que se prolongó por más de una hora. Como consecuencia de lo anterior, concluye la jueza Quezada, “luego de un fuerte interrogatorio y aplicación de tormentos, Woodward es llevado en grave estado de salud hasta el buque-escuela Esmeralda, nave que la Marina había destinado a centro de detención e interrogatorio”. Desde allí es trasladado el Hospital Naval, donde “se pierde su rastro físicamente”.
Lo anterior desmiente las aseveraciones del senador Arancibia quien, basado en lo que le contaron sus ex camaradas de armas, dice que son inocentes, señalando que eran sólo analistas y que jamás cumplieron funciones operativas. Los casos de Mackay y Riesco son sintomáticos, puesto que diversas declaraciones de terceros -y en el caso de Riesco, también la propia- los ubican como miembros del aparato represivo de la Armada.
El cabo de Carabineros Jorge Leiva, partícipe del interrogatorio de Woodward, fue destinado a la Academia, donde Carabineros tenía una oficina a cargo de un oficial de enlace con la Armada, comandante Héctor Trobok. Allí recibían órdenes directas del capitán de corbeta Juan Mackay, con el objetivo de detener opositores a la dictadura quienes eran trasladados al mercante Lebu. “Luego de haber sido detenida una gran cantidad de personas -declara Leiva- el capitán de corbeta Mackay ordenó trasladar a algunos detenidos hasta el buque-escuela Esmeralda”. En ese lugar, personal de la Armada, del ejército, Carabineros e Investigaciones, todos vestidos de civil, procedían a interrogar a los detenidos con torturas, entre éstas, la aplicación de electricidad. Acorde a Leiva, Carabineros sólo utilizaba presión sicológica, además de dar “un golpe menor en el estómago, para ablandarlos”. De acuerdo a Riesco, él tampoco torturaba, pues sólo tenía a cargo la custodia de los prisioneros, quienes “eran interrogados al interior del buque-escuela, específicamente en la cámara o comedores de los guardiamarinas, por un grupo de personas externas a la nave que llegaban vestidos de civil y que estaban a cargo del capitán de fragata Jaime Román”.
También se hallaban en la Esmeralda el subteniente Rafael Mackay, sobrino del almirante actualmente detenido, y, entre (.....)
(Este artículo se publicó completo en la edición Nº 662 de Punto Final, 16 de mayo, 2008. ¡!Suscríbase a Punto Final!!)
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