Edición 655 - Desde el 11 al 24 de enero de 2008
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La teoría del desalojo  Económico

Hace un año, el Banco Central, como es usual, emitió sus proyecciones económicas. Entre muchas otras variables su pronóstico para la inflación fue de un escaso 2,3 por ciento para los doce meses siguientes, y un crecimiento del producto que podría alcanzar un 6,25 por ciento. Pocos meses más tarde, corrigió un poco al alza la inflación y modeló a la baja el PIB, guarismos que prácticamente tuvo que reinventar en septiembre. Durante 2007 la inflación triplicó la estimación inicial del Banco Central, en tanto la proyección de crecimiento se desinfló con el paso de los meses. Con estos desaciertos, sus proyecciones han ingresado al territorio del augurio, del oráculo: lo que suceda en 2008 estará entregado al destino.
No son pocos los especialistas que prevén una inflación anualizada superior al ocho por ciento a marzo; tampoco faltan los que han comenzado a enmendar las estimaciones de crecimiento del producto para 2008, las que tenderán a estrecharse. Un vaticinio, a estas alturas del año, bastante más cercano a una realidad económica que no hace otra cosa de deteriorarse día a día. La inflación no es una mera acumulación de cifras, es una constante pérdida de poder adquisitivo, es un paulatino empobrecimiento de la población que tiene sus otros referentes en el aumento diario de la UF y en las políticas monetarias del Banco Central, que usa el alza de las tasas de interés para reducirla.
La inflación de 2007 acumuló un aumento del 7,8 por ciento. En tanto, hacia finales de 2006, alcanzaba sólo un 2,6 por ciento. El proceso abultó a la UF en mil 287 pesos, empujando al alza todos los contratos indexados. Pero las alzas no acaban aquí. Está también el aumento en el precio del dinero, a través de las tasas de interés: durante el año, el Banco Central elevó la tasa de política monetaria -que es la referencia para el sistema financiero-, en un punto porcentual, desde un cinco a un seis por ciento anual. Una mera referencia que es amplificada por la banca y las casas comerciales: a noviembre, la tasa anual para las tarjetas de crédito alcanzaba hasta al 49 por ciento, en el caso de Presto, o a una tasa similar para un crédito de consumo de 500 mil pesos en la financiera Atlas, del Banco de Chile. En otras palabras, por cada millón prestado, el prestamista recibe un millón y medio. ¿Servicio financiero? Tal vez simple usura. Porque las ingentes utilidades de la banca y de las casas comerciales -citadas más adelante- son de una claridad palmaria.

EMPOBRECIMIENTO GENERALIZADO

2007 ha sido un año que especialmente ha golpeado a los pobres, aunque en Chile, según nos informó Mideplan durante el año pasado, sólo el 13 por ciento de la población está en esa condición. Durante el año los combustibles subieron un 17 por ciento, en tanto las frutas y verduras frescas más de un 50 por ciento. Y otro tanto pasó con el resto de los alimentos, que en las familias más pobres llegan a significar la mitad del gasto total mensual. Las alzas en artículos como el pan, que durante el año pasó de 620 a 758 pesos, o la leche y sus derivados, que ha subido en un 50 por ciento desde enero de 2007, la carne o los huevos, impactan no sólo a aquel 13 por ciento oficial y artificial de pobres, sino a una proporción sin duda mucho mayor de la población. En suma, la alimentación se encareció un 15 por ciento durante el año, en tanto la vivienda en un 12 por ciento, según ha calculado el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Un encarecimiento de la vida que aumenta las desigualdades.
Con las tarifas de los servicios básicos ha ocurrido otro tanto. Las del agua potable han crecido un 5,4 por ciento, el gas casi un 30 por ciento y la electricidad subió con fuerza en noviembre en un 41 por ciento. Con las alzas pasadas y las que vendrán durante el año en curso, la electricidad acumularía un incremento del 50 por ciento, progresión relacionada en parte con el aumento del precio internacional del petróleo -durante los primeros días de enero alcanzó la marca de los cien dólares el barril- que, según la Comisión Nacional de Energía, no tiene aún señales de estabilización.
Otro dato para los chilenos: pagamos las tarifas más altas de América Latina. Un sondeo sobre las tarifas de agua potable realizado por El Mercurio apuntó lo siguiente: las tarifas chilenas triplican a las de Ecuador, Uruguay, Brasil y Colombia, y la distancia es abismal con las venezolanas y argentinas, donde están congeladas.
En electricidad también podríamos “alardear”. Al comparar las tarifas chilenas con las de Ecuador, la relación es muy similar. Y llegan a ser diez veces superiores a las de Bolivia. Según concluye el diario: “La diferencia de precios se explica en buena parte por la mayor cobertura y servicios anexos, sobre la base de que existen en la región ciudades que no cuentan con una cobertura completa de agua potable y alcantarillado y el tratamiento de aguas residuales es insuficiente”.
Pero hay otra explicación. Sin organizaciones sociales, con un gobierno complaciente con la empresa privada y con una Concertación cooptada por las transnacionales (es cosa de dar un vistazo a los directorios de estas compañías), Chile es un terreno fértil para el engorde de las corporaciones proveedoras de servicios.
Si consideramos que una familia de clase media de cuatro personas gasta unos cien mil pesos mensuales en alimentación (un millón 200 mil al año), con la inflación termina el año gastando 180 mil pesos más. Si en dividendo hipotecario o arriendo paga 150 mil pesos al mes (un millón 800 mil al año), en diciembre de 2007 pagó 216 mil pesos más. Lo mismo ocurre con las cuentas de electricidad o gas.
Obviamente, con la prácticamente nula alza salarial estas variaciones son un evidente empobrecimiento familiar. Y a este ritmo inflacionario, que el nuevo presidente del Banco Central, José de Gregorio, ha admitido como persistente o de más largo plazo (¿meses? ¿años? No se sabe con exactitud) es altamente probable que los recortes en los ingresos familiares se repitan durante 2008.

UN FUTURO BORROSO

Las cosas están revueltas y es altamente probable que así sigan. Estamos en un torbellino global, que por ser mundial no deja de ser dañino. Las alzas en los precios internacionales de los combustibles han llevado a la reactivación de los proyectos para elaborar biocombustibles, con sus inmediatas consecuencias en los precios de los cultivos. Con una agricultura mundial que ha seguido el mismo modelo neoliberal que otros sectores de la producción -concentración de la propiedad y los mercados y énfasis en la exportación-, es fácil prever que la demanda de granos para elaborar combustibles tendrá efectos muy perjudiciales para el consumidor, en cuanto a precios de los granos.
El alza histórica en los precios de los alimentos sucede en una coyuntura llena de paradojas. No es resultado de un fuerte aumento de la demanda mundial de alimentos de consumo humano, como el maíz, trigo, girasol, soya y otros para ser empleados en biocombustibles, sino sucede en una coyuntura de abundancia. El Consejo Internacional de Granos estima que 2007 rompió todas las marcas en producción de granos, lo que debiera haber hecho caer los precios de estos productos. Pese a la abundancia, los precios se dispararon. Algo estructural está afectando la demanda mundial de cereales.
La paradoja no termina aquí, y entra ahora en el terreno de la perversión. Como los precios de los alimentos de consumo humano susceptibles de emplearse en combustibles comienzan a ser extremadamente rentables, son enormes las extensiones de sembrados que se están orientando a estos cultivos. Y como las tierras cultivables no son infinitas -recordemos también el impacto del cambio climático-, las cosechas no convertibles en biocombustibles también elevarán sus precios. En este caso, sí que será por la menor oferta.
Un ejemplo citado por Economist Intelligence Unit arroja luz sobre esta irracionalidad. En Estados Unidos el aumento de la producción de maíz destinado a etanol ha sido de 30 millones de toneladas, lo que representa más o menos la mitad de la demanda insatisfecha de cereales en el mundo. Para tener una idea de la cantidad de alimentos requeridos para mover un automóvil, un estudio del Banco Mundial señala que el grano necesario para llenar de etanol el estanque de un automóvil, alimentaría durante un año a una persona.
Está claro que con estos mayores precios pierden todos los consumidores, y en especial todos los pobres del mundo. Un cálculo de la ONU estima que más de 800 millones de personas en el mundo que ya pasan hambre, verán agravada su situación.
Pero debiera haber un lado positivo. Con los precios altos, existe la tentación de afirmar que los beneficiados son los agricultores del mundo. Según el Banco Mundial, existen unos tres mil millones de personas que viven de la agricultura, población que incluye a los más pobres del mundo. En principio, ellos podrían beneficiarse del alza de los precios. La realidad, sin embargo, será muy diferente. Según afirma ese informe, las personas pierden más por precios más altos de los alimentos que lo que ganan por alzas en los ingresos agrícolas. En general, los países en vías de desarrollo gastarán más de 50 mil millones de dólares en la importación de cereales este año, 10% más que el año anterior.
El caso mexicano merece citarse, porque podría ser un anticipo de lo que en pocos años sucederá por nuestras latitudes. Este 1º de enero entró en vigencia el capítulo agrícola del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que libera de arancel a productos como el maíz y el azúcar. Como es bien conocido, Estados Unidos, lo mismo que la Unión Europea, subsidia a sus productores agrícolas, lo que para el caso de los agricultores mexicanos, que no podrán competir con los menores costos de los alimentos importados, equivale a una muerte anunciada. El lado bueno de esta coyuntura -hay que ser siempre optimista- es la reorganización de los agricultores mexicanos, que junto a otros sectores sociales, como sindicatos de trabajadores urbanos, han comenzado a ejercer una fuerte presión para cancelar el infame tratado. Un proceso que debiera servirnos como ejemplo a los chilenos

PAUL WALDER

 

(Publicado en “Punto Final” Nº 655, 11 de enero, 2008)

 

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