Edición 635 - Desde el 23 de marzo al 4 de abril de 2007
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Contra el pesimismo

Autor: EMIR SADER


La crítica radical del mundo tiene una amplia avenida por delante, pero también está amenazada por diversos riesgos. Nunca la humanidad había dispuesto de tantos avances técnicos y científicos para transformar el mundo conforme a los sueños humanistas, pero nunca se sintió tan impotente frente a un mundo que parece funcionar con una lógica absolutamente autónoma.
Entran y salen gobiernos, las leyes del mercado parecen dominar irreversiblemente, el estilo de vida norteamericano devasta espacios nunca antes alcanzados, sea en China o en la periferia de las grandes metrópolis al sur del mundo; en Europa se consolida una hegemonía conservadora, y parece no surgir un bloque de fuerzas capaz de enfrentar al poder imperial de Estados Unidos.
Todo parece empujarnos al pesimismo. La crisis de la URSS no dio lugar a un socialismo superador de los problemas de ese modelo, sino que, por el contrario, diseminó el neoliberalismo en las tierras de Lenin. El capitalismo abandonó su modelo keynesiano por un modelo de extensión inaudita de la mercantilización por todos los rincones del mundo. Podemos preguntarnos si no estamos viviendo en un período de derrotas o retrocesos tan grandes como los que se vivieron a partir de los años veinte, que se caracterizaron por contrarrevoluciones de masas y por derrotas estratégicas de los proyectos revolucionarios.
En los años veinte, ante el ascenso fulminante del fascismo y el nacismo y la consolidación del stalinismo en los partidos comunistas, Adorno y sus compañeros de la Escuela de Frankfurt adhirieron a un pesimismo melancólico. Profundizaron sus análisis en las raíces del viraje conservador en el mundo, destacando especialmente las tendencias autoritarias en la personalidad de las personas. Wilhelm Reich concentró esa tendencia en la impotencia de la pequeña burguesía. Lenin había apuntado hacia la aparición y consolidación de una aristocracia obrera en el seno de la clase trabajadora de los países centrales del capitalismo.
La diferencia entre la crítica realista de las condiciones concretas que la Izquierda tenía que enfrentar -bloqueada melancólicamente por el pesimismo y la responsabilidad de buscar alternativas y descifrar los espacios de acumulación de fuerzas que pudiesen revertir la situación-, es lo que marca los enfoques de Adorno y Gramsci. Este se destacó por la frase “pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”. Pero no se trataba sólo de agregar un estado de espíritu de esperanza -de “optimismo”- a una situación sin salida, en que el bloqueo interno a la Izquierda -por el stalinismo- y externo -por los fascismos- condenaba a la Izquierda a la inmovilidad o a las visiones de denuncia y mero testimonio.
Se asume no como intelectual revolucionario -al estilo de los que serían llamados “marxistas occidentales”- sino con la responsabilidad de un dirigente revolucionario al estilo de las generaciones anteriores, que necesariamente comprende la capacidad intelectual de elaboración. Una responsabilidad que obligaba a captar la realidad concreta, incluyendo sus contradicciones esenciales, para definir a los más fuertes y a los más débiles de cada campo, para poder alcanzar los espacios más favorables para la acumulación de fuerzas a fin de revertir las condiciones desfavorables.
Los análisis que no se orientan en esa dirección dejan de captar las contradicciones vivas de la realidad, manteniéndose en visiones descriptivas, con riesgos de funcionalismo. Acostumbran destacar ciertos aspectos de la realidad y los absolutizan sacándolos de contexto y, especialmente, no dan cuenta de la totalidad del fenómeno, que tiene como motor la contradicción.
La crítica que no se remite a la práctica se resigna a una visión externa del objeto analizado. La crítica siempre fue para el marxismo -y para la dialéctica- una forma de limpieza del campo de las concepciones que reflejan en forma parcial o completamente equivocada la realidad, no para detenerse allí, sino para incorporar sus elementos de verdad, negándolos en sus errores para estar en condiciones de superarlos. La crítica sin la práctica superadora correspondiente lleva a la inacción, al pesimismo, la desmovilización y, en el extremo, a la desmoralización


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