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Angel Parra
Canto y literatura
Nacido
en Valparaíso y fundador de la mítica “Peña
de los Parra”, centro de la actividad musical de la Nueva Canción
Chilena en los años 60, Angel Parra es uno de los cantautores más
importantes de nuestro país. Junto a Patricio Manns, Víctor
Jara, Rolando Alarcón, Isabel Parra, Héctor Pavez y su madre
Violeta, transformaron radicalmente la música chilena, dándole
un contenido donde las vivencias del ser humano son protagonistas, o en
sus propias palabras: “El canto fue puesto al servicio de un ideal,
de una utopía”.
En sus discos alternan canciones infantiles, eróticas, militantes
y de raíz folclórica. En su extensa producción destacan:
Oratorio para el pueblo; Canciones de amor y muerte; Canciones funcionales;
Corazón de bandido; Canciones de patria nueva; Oratorio de Navidad;
Chacabuco-Nuestra palabra; Pisagua; La libertad; El insolente; Eróticas;
El corazón de los Andes. Recientemente ha editado el disco Venceremos,
en homenaje a Salvador Allende a treinta años de su muerte.
En 1973 fue detenido y llevado al Estadio Nacional, estuvo en el campo
de prisioneros de Chacabuco. En 1974 salió al exilio a México.
Está radicado en Francia -donde desarrolla su labor artística-
y visita Chile cada cierto tiempo. Aprovechando su última visita,
Punto Final conversó con él.
Su último trabajo se titula “Venceremos”. ¿Cree
que aún es posible que se cumpla esa afirmación?
“Sí, por supuesto. Creo que si perdemos la utopía,
esa capacidad de soñar un mundo mejor, estamos jodidos. Hay que
mantener, incluso en los peores momentos, una actitud optimista. Pienso
en mis nietas, cuando digo ‘venceremos’. Pienso en ellas,
no estoy pensando en mí. Son los jóvenes los que tienen
que tomar la bandera y seguir adelante. Son el futuro”.
A 30 años del golpe, ¿cuál sería su reflexión?
“Primero que nada, estamos vivos. Segundo, a pesar de los muchos
defectos que puede tener esta democracia que estamos viviendo, se han
dado pasos. La sociedad civil tiene un espacio donde moverse. Estamos
sacando la cabeza poco a poco. Los jóvenes universitarios tienen
un movimiento fuerte, por ejemplo. Me parece que existe un trabajo de
concientización, diría, paulatino, porque hay que luchar
contra la televisión, contra los videos, los juegos mecánicos,
contra todo este mundo globalizado. Hay que luchar, incluso, con los compañeros”.
Usted sufrió prisión y exilio. ¿Cuáles serían
las condiciones ideales para una reconciliación entre los chilenos?
“Voy a responder algo tan obvio: la justicia. Sin justicia no habrá
reconciliación. Eso lo sabemos todos. Pienso que se han dado pasos
importantes. Hay muchos compañeros que no están de acuerdo
con mi posición, pero insisto en que hay más de doscientos
treinta militares, algunos de alta graduación, procesados y algunos
cumpliendo condenas. Tal vez la distancia permite ver mejor los avances
en este tema. La actitud del general Juan Emilio Cheyre me parece correcta.
No le exijo más, la historia le va a exigir más, pero a
mí me parece una actitud correcta. Así como él dio
ese paso habrá otros que más adelante tendrán que
darlo, es cuestión de tiempo. Se está avanzando y han pasado
apenas catorce años, esos avances hay que valorarlos”.
¿Existe continuidad en las actuales generaciones de músicos
y autores respecto a la Nueva Canción?
“Observo que en algunos movimientos, sobre todo en esos rockeros
que gritan y patalean, los hipjoperos, hay una continuación en
otro contexto. Las condiciones no son las mismas de los años 70,
pero esto no se detiene, porque hay ejemplos positivos. Si escuchas una
canción como Por qué los pobres no tienen de la Violeta
o Plegaria de un labrador, estás escuchando referentes que mantienen
clara actualidad y que contienen vida real”.
De los fundadores de la Nueva Canción van quedando, además
de usted, su hermana Isabel, Patricio Manns, también están
Inti-Illimani y Quilapayún. ¿No han pensado en un gran acto
conmemorativo?
“Yo no. Estoy porque las cosas sigan su ritmo y su curso. Voy si
me invitan, pero estoy algo aburrido de esos actos masivos en que la gente
va a ‘golpearse el pecho’, a una especie de terapia, y después
no queda nada. Un productor se llenaría los bolsillos, porque nos
piden a todos que vengamos gratis. Estoy ahora por cosas como las que
acabamos de hacer con mi hermana Isabel: le entregamos la casa de Carmen
340, donde funcionó la Peña, al Partido Comunista, para
que realice actos culturales que sirvan para juntar dinero para el tratamiento
de Gladys Marín”.
¿Y la Fundación Violeta Parra? Muchos se preguntan cómo
se da el apoyo de Cardoen...
“Bueno, Cardoen está interesado en la cultura, tiene cuatro
museos funcionando, se interesa por la platería araucana, por los
ponchos doñihuanos, etc. Y nos propusimos con él llevar
adelante el Museo Violeta Parra. Primero iba a ser en Carmen 340, pero
como no se logró conseguir lugar para estacionamiento (parece que
más importante que las obras son los estacionamientos) nos asociamos
con la Municipalidad de Santiago y conseguimos El Castillito, que está
frente al Museo de Bellas Artes. Además, mi madre se ponía
con sus pinturas al frente, en la ribera del Mapocho, en la Feria de Artes
Plásticas.
Los fines semana es un lugar popular y mi madre lo único que quería
era que el pueblo viera su obra. Isabel ha guardado material por años
y ahora, en asociación con estos personajes que nos están
dando una mano y un espacio, se va a mostrar la obra de Violeta”.
Usted también ha incursionado en la literatura. ¿Cómo
le ha ido con su libro de cuentos?
“Cómo me ha ido, no lo sé; no me he preocupado de
las ventas. Una vez pregunté y me respondieron ‘normal’.
Será, dije yo. En todo caso es una ventana la que se me abrió
con esto de escribir y contar. El primer libro, Dos palomitas y una novelita
corta, está hace ocho meses en circulación y ahora he traído
La historia breve de un niño raro, una novela. Se desarrolla en
el mundo campesino”.
Tras el exilio, ¿cómo ha sido su reinserción? ¿Considera
que la Concertación abrió espacios al artista nacional?
¿Cómo ve la institucionalidad cultural?
“Bueno, las cosas siempre demoran. Yo he mantenido un espacio en
el corazón de los chilenos. Cada vez que vengo hago por lo menos
un concierto. Particularmente con mis amigos de La Pintana. Con ellos
trabajo desde 1996, en la época en que Jaime Estévez era
diputado. Empecé con el Grupo Ventisca. El alcalde Jaime Pavez
nos ha dado un espacio y cada vez tenemos más contactos. Incluso
el grupo fue a París y cantamos en la fiesta de L’Humanité
y tenemos proyectos muy buenos. Pero no es la institucionalidad cultural
la que nos ofrece cosas. Nosotros buscamos pega por aquí y por
allá”.
¿Qué impresión le deja la situación política
de Chile? ¿Qué opina de la transición?
“Pienso que la transición no está terminada. Es normal,
porque trece años es poco tiempo. Creo que falta todavía
una generación. Eso sí, hay cosas sintomáticas de
cómo va evolucionando esto. Me enteré que el hijo de un
detenido desaparecido ingresó a la UDI, y por qué no, si
son partidos que les ofrecen un espacio. Chile democrático era
con Partido Conservador, Liberal, Comunista, Socialista, Nacional, etc.
Mientras más se exprese la gente, mientras más utilice la
democracia para expresarse, mejor. Aquí lo que no hay que tener
son cuotas de poder terrorista, como lo tienen por ejemplo El Mercurio
y Copesa. Creo que vamos por buen camino y sería mejor si el presidente
Lagos, al final de su mandato, pudiera cumplir lo que prometió:
que ni la salud ni la cultura estén en el mercado”
ALEJANDRO LAVQUEN
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