Punto Final, Nº 877 – Desde el 9 hasta el 22 de junio de 2017.
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Bienes comunes y democracia

 

Alvaro Ramis Olivos aborda un complejo tema en su libro.

 


Un tema poco conocido con cualidades para producir cambios liberadores en la sociedad y en los individuos, afectando seriamente las bases mismas del capitalismo, aborda el libro Bienes comunes y democracia, de Alvaro Ramis (LOM ediciones, 426 págs).
Doctor en ética y democracia por la Universidad de Valencia (España), académico en la Universidad Alberto Hurtado y coordinador del área de formación para la ciudadanía en el Programa de Educación Continua de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, en 1998 fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica y es redactor de Punto Final.
Dividido en tres partes, el libro entrega un panorama general, aunque hay algunos pasajes que parecen demandar conocimientos más profundos de lo habitual.
La genealogía de los bienes comunes, abre una especie de panorama con aportes etimológicos e históricos. A continuación, vienen los bienes comunes en la sociedad arcaica y luego, las sociedades preindustriales y la tragedia de los cercados. La segunda parte se refiere a los bienes comunes en la modernidad posteleológica y una tercera parte, que enfrenta al homo oeconomicus y al homo cooperans.
Para facilitar las cosas, el autor da algunas definiciones, como la de la Real Academia Española que describe el “procomún” como algo que no siendo privativo de nadie pertenece o se atribuye a varios. Y cita a los pastos comunes. Dicho de otra manera sostiene que se trata de un sistema de normas y relaciones de confianza, reciprocidad y reconocimiento que asegura la equidad en el acceso al uso y reparto, con justicia en los beneficios derivados. En el contenido del procomún hay algo esencialmente moral. Se trata de algo que se creía obsoleto, y que ahora está de vuelta. Lo demuestran ejemplos: el Convenio 169 de la OIT sobre los pueblos indígenas y tribales, el Convenio sobre los Humedales y otros.
No se trata solamente de esto. Ha surgido un nuevo foco que tiene que ver con la corrupción y el mal servicio de las empresas estatales. Lo interesante es que junto con su vuelta al control estatal, exigen que haya una administración que termine con la corrupción y el despilfarro. Mucho se debe en esta orientación a la norteamericana Elinor Ostrom. Su tesis fundamental se puede sintetizar así: no hay nada mejor para terminar con la ineficiencia y la corrupción, que los propios afectados o implicados actúen para evitar o corregir los vicios y defectos.
En 1998, poco antes de su muerte, Elinor Ostrom fundó la Asociación Internacional del Estado de los Bienes Comunes. Surgen otros pensadores, como Antonio Negri y Michael Hardt, y entre los católicos Leonardo Boff y François Houtart. En el campo del derecho habla John Rawls de los “bienes primarios”, sin olvidar que en otros ámbitos se habla de “los bienes comunes de la Humanidad. Bienes que son de todos y nadie puede ser privado de ellos”.
En todo caso, pareciera que no hay espacio para los bienes comunes, pero eso es falso. Son muchos los casos, y no solamente de bienes arcaicos o relictos. También hay costumbres, como por ejemplo en los campos, en la costa, en diversos oficios. Y sobre todo en la conciencia colectiva que asume la existencia de bienes que pertenecen a todos y respecto de los cuales no pueden exigirse ventajas no equitativas.
El siglo XIX ha sido llamado el siglo del procomún casi como una reacción a las ideas de Hobbes y Locke, propias de un capitalismo emergente con bríos. Aparecen pensadores como Thomas Paine, Robert Owen, William Morris y otros, y en Francia, Charles Fourier, Etienne Cabet, Louis Blanc, Joseph Proudhon y otros. También surge el catolicismo social y sus encíclicas. Hasta el llamado “Marx tardío”, que reivindica la memoria de Owen y más adelante mira con alto interés la comuna rural rusa. La crisis del capitalismo, impulsado por sus propias contradicciones, permite que surjan nuevas expresiones de propiedad que deben ser miradas (y ayudadas) con atención.
Como advierte la contratapa del libro: Bienes comunes y democracia nos abre a esta racionalidad capaz de valorizar aspectos de la relacionalidad humana que explican el funcionamiento de las economías colaborativas, del don y de la reciprocidad propicios a una comprensión de ‘lo común’ que evoluciona desde un plano cotidiano, experiencial y espontáneo hasta su manifestación como realidad institucional altamente compleja y diferenciada”.
Con el surgimiento de tecnologías de punta y el desarrollo de nuevos conceptos empresariales, es posible imaginar cambios que permitan vislumbrar un nuevo papel para “lo común”.

ANTONIO J. SALGADO

(Publicado en  “Punto Final”, edición Nº 877, 9 de junio 2017).

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