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La Torre de Papel
El incierto
destino de
“La Nación”
Autor: Paul Walder
El gobierno ha puesto al diario La Nación en el centro de la agenda pública al hacer erráticas declaraciones sobre el destino del periódico gubernamental. De la inicial voluntad del candidato Piñera de cerrar o privatizar este medio a una posterior intención por mantener el statu quo, que tomó cuerpo con la abortada designación de un director independiente, se ha vuelto, tras nuevas y contradictorias declaraciones, a hacer público el deseo de su venta. Pero el destino de La Nación no se observa totalmente resuelto. Piñera parece mantener abierta cierta ventana para la transformación institucional del periódico. Mutar su actual institucionalidad, que lo hace vulnerable a las presiones políticas de los gobiernos de turno, a una que pueda cautelar la pluralidad y la libertad de expresión.
La Nación fue fundado en 1917 por Eliodoro Yáñez. Fue expropiado en 1927, durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, para convertirlo en un órgano de su régimen, condición que desde entonces han utilizado los gobiernos chilenos. Esta posición no sólo le ha restado independencia, sino también credibilidad e influencia. Si observamos el lugar que este diario ha ocupado durante los últimos 50 años, veremos que no ha destacado por su influencia en la agenda política: son otros los periódicos que han canalizado durante medio siglo las corrientes y tensiones sociales y políticas. La Nación ha sido observada por el público como un órgano de gobierno. Su línea editorial, pese a posibles y ciertas intenciones de mayor independencia, siempre se ha vuelto al cauce gubernamental.
No hace falta recordar a este diario durante la dictadura, que hasta tuvo que cambiar de nombre durante un tiempo para intentar generar, sin éxito, una mayor credibilidad. Una condición que tampoco logró alterarse en la era de la Concertación, a partir de 1990. Aun cuando su condición de órgano de difusión de los gobiernos de turno fue matizada, siempre hubo obstáculos para el ejercicio de una verdadera prensa independiente. Las presiones provenientes desde La Moneda o desde los partidos de la Concertación fueron, si no permanentes, sí numerosas. El sesgo de diario de gobierno no logró jamás alterarse.
Aquello ha quedado registrado en los vaivenes de la línea editorial, que ha pasado desde un progresismo light, canalizado a través de los temas valóricos, a épocas en que el deporte ha marcado su impronta. Nada de ello ha logrado colocar a La Nación como un puntal de la agenda pública, salvo excepciones en algunos temas de derechos humanos y muchas veces a contrapelo de la voluntad gubernamental.
Los gobiernos de la Concertación probablemente pasarán a la historia como la época de consolidación del neoliberalismo en Chile. Un modelo económico que también está reflejado en la estructura de la prensa escrita: alta concentración en la propiedad y el mercado. Un modelo que estimula y favorece el crecimiento del sector privado y reduce, por principios ideológicos, la presencia en la economía del sector público. Bajo este modelo se ha favorecido por diversos mecanismos -uno de ellos ha sido la publicidad estatal- a los grandes diarios privados, a la vez que no se ha reforzado el diario de gobierno. La Nación pudo tener una gran oportunidad, que fue voluntariamente desperdiciada.
Con mínimas ventas y una escasa publicidad, ningún diario puede enfrentar sus costos. La Nación puede hacerlo al recibir un especie de subsidio de su producto estrella, el Diario Oficial. Por este motivo, los trabajadores y periodistas de La Nación han advertido que rechazarán cualquier intento de separar el Diario Oficial de La Nación, por ser una antesala a la privatización,.
Con este panorama el empresario Piñera llega al gobierno. Al considerar su impronta neoliberal pro mercado, los pasos más presumibles serán avanzar hacia la privatización de la publicación, venta que hoy sería sumar un nuevo periódico al mismo coro. Los grandes capitales en la prensa, como ha quedado demostrado no sólo en Chile, son una herramienta de primordial influencia para mantener y reforzar el modelo de la derecha y el neoliberalismo.
Pero la venta no aparece como una operación sencilla. La privatización del 30 por ciento de este diario durante el gobierno de Aylwin -cuyas acciones compraron inversionistas de diversas tendencias- incorporó una compleja cláusula que impediría la venta del resto del diario sin el consentimiento de estos privados. Un enredo legal que obligaría al gobierno a un largo proceso de negociaciones. Ante estas complejidades y papeleos, las intenciones de venta podrían no llegar a concretarse.
Por tanto, es también muy incierto que Piñera apueste por un cambio en la institucionalidad de La Nación. Enfrenta la presión del duopolio, hoy muy cómodo con el statu quo, y de los fundamentalistas de la UDI. Pero también está la impronta empresarial del presidente. En el caso de no vender el diario y de mantener la inercia, La Nación seguiría como diario del gobierno, de la derecha. Una voz redundante y accesoria.
(Publicado en Punto Final, edición Nº 709, 14 de mayo, 2010)
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