Edición 708 - desde el 30 de abril al 13 de mayo de 2010
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LA HUMANIDAD CONDENA A ISRAEL

La agresión israelí a los barcos que llevaban ayuda humanitaria a la bloqueada población palestina de Gaza ha provocado repudio y condena universal. Una vez más, fuerzas armadas del Estado judío atacaron a civiles desarmados violando el derecho internacional. El ataque se produjo en aguas internacionales contra barcos con bandera turca y distintivos de su misión humanitaria. Este acto de piratería en alta mar fue deliberadamente sangriento, con nueve muertos y numerosos heridos baleados a quemarropa. Las tripulaciones de las naves y los voluntarios a bordo de la Flota de la Libertad fueron apresados y llevados a cárceles israelíes para ser procesados. Israel sostuvo que los barcos llevaban armas, lo que se demostró era falso. Tripulantes turcos y voluntarios de varias nacionalidades se defendieron con palos y puños del ataque de los comandos de la Marina israelí que, desde helicópteros, cayeron sobre ellos dispuestos a matar.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reunió de emergencia y condenó la agresión. Estados Unidos se vió obligado a manifestar su “molestia”. Hubo consenso en que debe realizarse una investigación a fondo. La presión tuvo efecto inmediato. Israel debió liberar a los prisioneros que amenazaba procesar.
Una vez más, queda en evidencia que es Israel el factor que genera una inestabilidad en Medio Oriente que puede convertirse en conflicto de consecuencias inimaginables, dada la calidad de potencia nuclear del Estado sionista. Ni siquiera Estados Unidos puede garantizar que Israel no desencadene una hecatombe si lo estima indispensable para su seguridad e intereses.
La Faja de Gaza es una herida purulenta en el cuerpo de la Humanidad. En menos de cuatrocientos kilómetros cuadrados se hacina una población de alrededor de un millón y medio de palestinos. La mayor parte del territorio es desértico y hasta el abastecimiento de agua está en manos de Israel. Los palestinos soportan además la presencia de miles de colonos judíos armados que ocupan las mejores tierras, verdaderos baluartes que tienen protección del ejército israelí. Esas colonias cubren más del veinte por ciento del territorio de Gaza. Los palestinos viven en la miseria, la mayor parte en casas provisorias y también en carpas. Cada refugiado dispone de poco más de dos metros cuadrados habitables. La desnutrición, la falta de higiene, la cesantía e inseguridad -porque en cualquier momento pueden ser invadidos por tropas judías- convierten a Gaza en una versión del infierno.
Con esas condiciones infrahumanas, Gaza revive el drama que padecieron los judíos en los guetos en que los encerraron los nazis en Europa para exterminarlos. La memoria del Holocausto parece haberse borrado mientras Israel continúa desafiando a la opinión pública mundial, como lo ha hecho desde la creación del Estado judío en 1947.
Israel se opuso con las armas a la creación del Estado palestino con el que debería convivir de acuerdo a la resolución de Naciones Unidas. Lo hizo expulsando a la población palestina de sus tierras, empujándola a campos de refugiados en el Líbano y otros países árabes, sembrando el pánico con masacres y atentados terroristas. Todos los habitantes de la aldea de Deir Yasin, por ejemplo, fueron asesinados por paramilitares del Irgun, creado para aterrorizar a los vencidos palestinos. Empujados por el miedo, cientos de miles de palestinos son un pueblo sin patria e Israel sigue rehusándose a facilitar la creación de un Estado palestino.
Tres guerras han servido al Estado judío para duplicar su territorio, lo que ha ido acompañado de una política de amenaza y agresión contra los países árabes vecinos -Líbano, Siria y Jordania- para debilitar su apoyo a los palestinos. Las masacres de Sabra y Shatila así como la serie de asesinatos de dirigentes palestinos llevada a cabo por Israel y sus aliados, refuerzan una realidad que parece sin salida. La prepotencia de Israel no sólo es resultado del sionismo agresivo y racista de sus dirigentes, sino también del respaldo que le otorga Estados Unidos. Para la superpotencia Israel es un instrumento valioso de su política imperial. Le permite mantener el control sobre el petróleo del Medio Oriente y contener los movimientos de liberación árabes, la mayoría de cuyos gobiernos se suma a la confabulación haciendo la vista gorda ante abusos y agresiones que deberían condenar y repeler.
En esta oportunidad, el repudio de la opinión pública internacional debería traducirse en acciones concretas. Es evidente que hay una situación que llegó al límite. Israel no puede continuar indefinidamente su política de atropello a los palestinos y desprecio a la comunidad internacional. El hecho de que se haya visto obligado a liberar a los prisioneros de la Flota de la Libertad, indica que medidas más fuertes deberían producir aún mejores resultados. Decisiones como la ruptura de relaciones, disminución del intercambio comercial y sobre todo, mayor ayuda efectiva a la causa palestina, deberían ser consideradas. Un cuadro de esa especie también tendría influencia sobre Estados Unidos, país en el cual crecientes sectores ciudadanos reclaman mayor severidad frente a las tropelías de Israel.
La condena del gobierno chileno a la agresión israelí ha sido débil. No es posible seguir la huella de la dictadura, que privilegiaba las relaciones diplomáticas y militares con Israel por razones estratégicas. Ambos gobiernos compartían el aislamiento y repudio internacional. Objetivamente, las relaciones tolerantes con Israel y su política agresiva van contra los intereses genuinos de Chile, que debe identificarse con la causa de la justicia, del derecho internacional y del apoyo a los pueblos que reclaman libertad y respeto a su dignidad.

PF

(Editorial de “Punto Final”, edición Nº 711, 11 de junio, 2010)
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