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Astrolabio
Voto a voto
Autor: Juan Jorge Faundes
“No podemos optar entre vencer o morir, necesario es vencer”.
(José Félix Ribas)
Una bandera roja se lanza al cielo desde la cúspide de un monolito de concreto con la hoz y el martillo grabados a cincel. En sus entrañas descansan las cenizas de León Trotsky (1879-1940) y de su compañera Natalia Sedova-Trotskaya (1882-1962). Son las tres y media de la tarde del 13 de noviembre y estoy de pie en este lugar, en el barrio Coyoacán, de México DF., que se me revela como un Santo Sepulcro. Las elecciones presidenciales chilenas con sus mezquindades, sonrisas de propaganda dentífrica y discursos de buhonero que ofrece los elixires del cambio social con el desparpajo de un estafador, me parecen muy lejanas, por allá abajo, en nuestro pacato extremo del mundo. Escasas horas antes, en la vecina casa-museo de Frida Kahlo, me había impresionado su obra de 1954, “El marxismo dará la salud y la paz a los enfermos”. Frida ha pintado las cálidas y gruesas manos de Karl Marx abrazándola como uno de sus corsés de inválida. Sus muletas flotan libres e innecesarias. “El pensamiento socialista le da fuerzas para vivir”, dice la reseña oficial.
Recorro como si fuera un vía crucis la casa de Trotsky, donde vivió gran parte de sus tres años de exilio en México (hasta que lo mataron). El muro del dormitorio principal todavía muestra los huecos dejados por los proyectiles que le dispararon en un primer fallido atentado. El segundo, con el piolet del español Ramón Mercader descargado sobre su cabeza, fue fatal. Sus objetos, en vitrinas o en recreaciones de los diversos lugares de su hábitat, van desgranando ideas y emociones: sus típicos lentes redondos; su agenda; una de las inútiles carabinas 30-30 que componían el arsenal de sus escoltas; y sobre su escritorio: dos plumas de tinta, una regordeta jarra azul de vidrio, una lámpara, libros, y la Edison Dictating Machine, en la que dictaba sus obras para que quedaran grabadas en rodillos de cera, los cuáles un equipo de secretarias transcribía con máquinas Underwood.
Ante su tumba alzo con timidez el puño izquierdo y entono a murmullos la Internacional. Pienso en el recién fallecido Tío Lucho (Luis Fernández Nilo, “Jorge Lira”), viejo trotsko y resistente, uno de los miles de héroes anónimos de la resistencia a la dictadura quien, codo a codo con el entonces padre Camilo Vial, comandó una micro Matadero-Palma cargada de mujeres de Coronel hasta el campo de concentración de Chacabuco para que pudieran ver a sus maridos presos. A Trotsky le hicieron mierda la cabeza de un hachazo. El Tío Lucho dio su última batalla en un moridero de ancianos, carcomido por el Alzheimer. Pero sigue vivo en sus escritos de pedagogía económica marxista que estudian los pobladores de Conchalí.
Codo a codo con él canto a viva voz la Internacional ante la tumba de Trotsky. Entonces, siento a mi otro lado el vozarrón de mi amigo Martín Hernández. Y se suman Miguel, Bautista, Jacqueline, Diana, Manuel, El Paine, Liendo, Tamara, José Miguel… De pronto ya no distingo rostros; es una muchedumbre de héroes de la resistencia, de santos del panteón de los mártires de la Izquierda revolucionaria, la que está cantando a voz en cuello y con el puño en alto la Internacional ante de la tumba de Trotsky. Y se suman Frida, Simón Bolívar, el Che, Manuel Rodríguez, Lenin, Marx, Engels, Pancho Villa, Emiliano Zapata…
Después del último verso, un brusco silencio. La muchedumbre de los santos se dispersa y se confunde con los troncos y la floresta del jardín, se mimetiza con los rincones, con el sol que se filtra por entre las grises nubes, y me siento terriblemente solo en estas largas horas de regresar a Chile en este avión de la panameña línea Copa para encontrarme en el aeropuerto Arturo Merino Benítez a boca de jarro con la última encuesta CEP y los dimes y diretes entre Bachelet y Alan García, como si Chile se jibarizara en huevadas enajenando para siempre al ser latinoamericano.
¡Qué lejos estamos de una responsabilidad cívica capaz de sopesar lo que efectivamente está en juego en las presidenciales! Que no es ajeno a Honduras, a Nicaragua, a Colombia, a México, a Venezuela, a Bolivia, a Ecuador. Voto a voto debiéramos disputar a la derecha un programa. ¡Un programa! ¡Una propuesta que nos encamine al socialismo del siglo XXI, partiendo por una Asamblea Constituyente! Instalando la revocatoria de mandato; los defensores locales del pueblo constituidos por las organizaciones de base; el derecho a huelga con fuero y la negociación colectiva por bloques de sindicatos… Sólo así valdrá la pena la lucha voto a voto, y que cada voto sea “una luz cegadora, un disparo de nieve…”
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 699, 27 de noviembre, 2009. Suscríbase a PF. punto@interaccess.cl
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