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En Copenhague se juega destino de la Humanidad
Entre el 7 y el 18 de diciembre se realizará en Copenhague (Dinamarca) el hito posiblemente más trascendental de las últimas décadas. No sólo por su importancia presente, sino por las proyecciones en el corto, mediano y largo plazo. Las condiciones de vida en el planeta dependerán de lo que acuerden los participantes en una cumbre, organizada por las naciones industrializadas, para frenar el fenómeno del calentamiento global. Los pactos que adopten estos países entrarían en vigencia en 2012, año en que finalizarán los que suscribieron las grandes potencias hacia finales de la década pasada en la ciudad japonesa de Kyoto.
Hay diferencias con aquella reunión. Algunos aspectos favorables y otros muy negativos. Como positivo, está el cambio de visión en la Casa Blanca, sede del gobierno responsable de las mayores emisiones de CO2 del mundo. Aun cuando Obama no se caracteriza por ser un líder altamente preocupado por los efectos del cambio climático -como sí lo han demostrado algunos europeos como el británico Gordon Brown-, asistirá a Copenhague. Este simple acto ya es un gran paso respecto a George W. Bush, que no sólo no suscribió el anterior Protocolo de Kyoto, sino que evitó hacer una relación entre las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y cambio climático, postura cínica aún mantenida por las grandes corporaciones y en especial las ligadas a la industria del petróleo y sus derivados -como la automotriz, entre otras- y los sectores ultraconservadores de su país y del mundo.
Si esta es la buena noticia, el resto son muy malas. Los acuerdos derivados de Kyoto, que buscaban una disminución de las emisiones en un 5% respecto a los índices de 1990, no han tenido los efectos deseados. Aun peor, el principal programa para reducir las emisiones de los GEI, los bonos de carbono, diseñado expresamente como un instrumento más del libre mercado, no ha contribuido a disminuir la contaminación ambiental.
Otras malas noticias surgen de los estudios realizados por numerosos científicos sobre las consecuencias más o menos inmediatas de los GEI en el clima global, los que auguran un futuro catastrófico. Una proyección realizada por investigadores británicos, en el caso de fracasar la Cumbre de Copenhague, traza un panorama apocalíptico para el resto del siglo. Si no hay reducción de los GEI la temperatura del planeta subirá hacia finales del siglo en promedio 5,5 grados centígrados sobre los niveles preindustriales. El mapa elaborado por los científicos, que ha sido refrendado por el gobierno británico, prevé un aumento sostenido de las catástrofes naturales, desaparición de zonas residenciales costeras, sequías prolongadas, impactos severos en el abastecimiento de agua, reducción generalizada de las cosechas, incendios forestales, desaparición de glaciares, huracanes, etc.
Vicky Pope, jefa de la sección para el cambio climático de la Oficina de Meteorología británica, declaró: “Si las emisiones continúan al ritmo presente, la temperatura media global es probable que suba cuatro grados antes del final de este siglo, o mucho antes. La ciencia nos dice que tendremos severos impactos generalizados en todo el mundo, de manera que necesitamos pasar a la acción ahora para reducir las emisiones y evitar la escasez de agua y de alimentos”.
Si no se logra un acuerdo en Copenhague para mantener controlado el calentamiento global en dos grados más -y no llegar a cuatro o cinco-, el cambio climático ya estará fuera de control. El mismo primer ministro británico, Gordon Brown, ha advertido: “De no alcanzarse un consenso ahora, será tarde”.
Urgente: bajar las emisiones
Si éstas son las voces oficiales, otros observadores, como las organizaciones ambientales, ONGs y alguna prensa honesta, tienen bastantes argumentos para estar preocupados. Porque mantener un aumento de sólo dos grados en la temperatura global requerirá grandes recortes a las emisiones de contaminantes. Ya no se trata de un 5% menos, como se planteó hace poco más de diez años en Kyoto, sino de una contracción del 20 por ciento hacia 2020, tal como ya han planteado las naciones europeas. Y sobre este nuevo piso, aún no hay consenso. Las reuniones preparatorias de Poznan (Polonia) el año pasado y de Barcelona (España) a inicios de noviembre, no han exhibido grandes avances ni cerrados consensos. La oposición de los grandes intereses económicos basados en las energías no renovables pueden boicotear la Cumbre, y convertirla en una reunión para intercambiar buenas intenciones.
“Hay muchas expectativas en la Cumbre de Copenhague”, comenta Eduardo Giesen, del Comité pro Defensa de la Flora y Fauna (Codeff). “Pero los mismos líderes mundiales han echado por el suelo las expectativas de un acuerdo vinculante. Se habían planteado un acuerdo vinculante, y en ese sentido Poznan, un año atrás, fue visto como un espacio de negociaciones para preparar lo que sería Copenhague. Pero Copenhague se ha transformado en un nuevo Poznan, porque ya están hablando de que lo único que habría es un acuerdo político para preparar un acuerdo legal y vinculante en una futura conferencia, posiblemente en México en 2010.
La urgencia de medidas para controlar el cambio climático es tal, que no hay un minuto que perder. La idea más difundida es que de la reunión de Copenhague las naciones industrializadas deben salir con un acuerdo político, que debiera tomar cuerpo en 2010 y hacerse vinculante en 2012. Esta es la teoría, pero a escasas semanas de la Cumbre, no está claro cómo. Porque la posibilidad de empujar nuevamente todo el problema a las nuevas generaciones, algo muy tentador, significa condenar no sólo a nuestros hijos, sino a nuestros nietos. La idea que ronda de reducir las emisiones en un ambicioso 50 por ciento para 2050, es lo mismo que no hacer nada”.
Son los países industrializados los grandes responsables del cambio climático, aun cuando es todo el planeta, y en especial las naciones pobres, quienes sufren sus efectos. El G-8, que incluye a Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón, Italia, Canadá y Rusia, concentra el 13% de la población mundial y emite más del 40 por ciento de los GEI. Estas naciones desearían ver entre los responsables también a China e India, hoy, sin duda, grandes emisores. Pero este tipo de argumentos no tienen gran validez ante un problema que se arrastra desde la revolución industrial. Son los países de larga tradición industrial los que al beneficiarse de este modelo de producción han degradado la atmósfera. Ante esta realidad, un grupo de países en desarrollo han levantado la idea de responsabilizar históricamente a estas naciones, las que tienen una deuda ambiental -y también económica- con el Tercer Mundo. Entre algunas de las medidas que se plantearán en Copenhague está la necesaria transferencia de recursos desde el Norte al Sur, para ayudar a mitigar los efectos desastrosos del cambio climático.
La responsabilidad de los países industrializados es aún mayor si consideramos el proceso de globalización, con instalación de industrias del Norte en países del Tercer Mundo. El director de la ONG Olca (Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales), Lucio Cuenca, explica este fenómeno con la minería chilena: “Si bien Chile representa un porcentaje muy pequeño de las emisiones globales, buena parte de estas pocas emisiones son por negocios o de beneficios directos de empresas transnacionales. Más del 70 por ciento de la producción minera de Chile corresponde a empresas transnacionales, las que consumen más del 30 por ciento de la energía nacional. Un último inventario de Cochilco sobre las emisiones de la minería señala que por cada tonelada de cobre (se producen seis millones de toneladas al año) se generan 3,2 toneladas de CO2. Entonces, uno se pregunta, ¿a quién se le imputa esa emisión? ¿Al país o a las empresas transnacionales? Eso no genera beneficios para el país, pero sí se contabilizan esas emisiones como chilenas”.
A diferencia de Kyoto, hoy, en medio de la crisis del modelo neoliberal, ha crecido el consenso entre las organizaciones no gubernamentales en torno a la relación directa entre capitalismo a ultranza y degradación ambiental. Planteamientos como los de Evo Morales, que responsabilizan al sistema neoliberal en su esencia por la extensión del colapso ambiental, se levantan como principal crítica a los posibles programas que se debatan en Copenhague. Sólo un cambio radical al modelo de desarrollo permitirá revertir el proceso de calentamiento global.
Privatización de la atmósfera: Chile, a la cabeza
Pero esta posición no es ni lejos la que sostienen los países industrializados. Su postura es mantener el crecimiento económico a toda costa y, en el caso de reducciones, vincularlas con el mismo mercado y a la obsesión neoliberal, como son los bonos de carbono, cuyo mecanismo es bastante simple. Una autoridad establece los niveles máximos de emisión permitidos, de manera que una compañía históricamente contaminante tendrá topes de contaminación que no deberá superar. Si sus emisiones son menores al máximo permitido, puede vender en el mercado el volumen no utilizado a las que rebasaron los niveles permitidos. En teoría, el mecanismo genera incentivos y castigos, lo que llevaría a reducir las emisiones.
Es éste, sin duda, el mecanismo predilecto de las grandes corporaciones y gobiernos. Pero tiene grandes defectos. No sólo por haber privatizado la atmósfera, sino también porque hasta el momento no ha dado grandes resultados: como negocio, que ha tardado casi una década en madurar, no ha generado la rentabilidad esperada.
Hay un caso único en el mundo de obsesión mercantil: lo ha registrado el gobierno chileno. Lucio Cuenca explica la política mercantil del gobierno respecto de los problemas del cambio climático con el intento de colocar en el mercado de carbono global las supuestas emisiones que se reducían a propósito del programa de recambio de ampolletas. El gobierno actual, impulsó un programa de eficiencia, y reemplazó las ampolletas corrientes por otras más eficientes entre los grupos familiares más pobres. “El gobierno, en un programa inédito en el mundo, dijo que las emisiones menores se colocarían en el mercado internacional de carbono. Afortunadamente, la licitación ha resultado desierta. Pero esto demuestra el extremo al que se puede llevar una política de irresponsabilidad respecto a la comunidad internacional. Aquí no se puede estar sólo aprovechando las oportunidades de negocios de los instrumentos mercantiles creados por los países desarrollados, sin asumir una política coherente interna de reducir las emisiones”.
Naomi Klein en una reciente columna se refiere a este mecanismo. “Nuestros gobiernos quieren hacernos creer que la misma lógica puede ser aprovechada para resolver la crisis climática, mediante crear un bien que puede ser comercializado, llamado carbono, y mediante transformar los bosques y la tierra agrícola en sumideros que supuestamente van a compensar nuestras desenfrenadas emisiones”.
No ha habido reducciones de contaminantes desde Kyoto, lo que es una señal evidente para argumentar que el mercado de los bonos de carbono no ha dado resultados. Porque el mercado sólo reducirá sus contaminantes si es un negocio hacerlo. Pero hasta el momento no hay señales en esta dirección. Bajo la lógica del mercado tendría que aparecer una tecnología no contaminante radicalmente nueva para alterar los niveles de emisiones. Pero no ha sido así. Los grandes negocios de la energía y todos sus derivados siguen apoyándose en las energías no renovables, en tanto los gobiernos siguen midiendo el éxito económico en las cifras de crecimiento.
Fidel Castro escribió sobre la Cumbre: “El sistema capitalista no sólo nos oprime y saquea. Los países industrializados más ricos desean imponer al resto del mundo el peso principal de la lucha contra el cambio climático. ¿A quién van a engañar con eso? En Copenhague, el Alba y los países del Tercer Mundo estarán luchando por la supervivencia de la especie”.
Estas son las visiones del mundo que se enfrentarán en Copenhague
PAUL WALDER
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 699, 27 de noviembre, 2009. Suscríbase a PF. punto@interaccess.cl)
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