La Torre de Papel
La sociedad
del espectáculo
Una línea leve, como hilván invisible, relaciona a personas tan dispares como Leonardo Farkas, Pamela Jiles, Marco Enríquez-Ominami y Andrés Velasco: no sólo todos avanzan por los ripios y pistas paralelas de la carrera presidencial sino que los cuatro son, también, figuras de los medios. La mención como eventual candidato, el conocimiento público de los cuatro proviene de la televisión. La fusión entre los medios y la política, entre la farándula y la política, no puede quedar en mayor evidencia. La política es espectáculo, simulación. Ya lo advirtió hace más de cuarenta años Guy Debord en La sociedad del espectáculo.
El caso de Farkas y Jiles es evidente. Pero también lo es en Enríquez-Ominami y Velasco, ambos casados con figuras de la televisión, del espectáculo, de las revistas del corazón. Una simbiosis que los ha fusionado con ese ambiente. Ya no se sabe con claridad dónde se ha iniciado la campaña política, o quién la ha iniciado. Dónde está la línea divisoria entre la política y el espectáculo. Tal vez se ha borroneado. Ha desaparecido. La política y la farándula es una sola familia. Queda en familia.
El Mercurio ha levantado a Andrés Velasco como candidato presidencial. Dice que es “la mejor carta presidencial después de Frei”. En un sondeo realizado por la firma El Mercurio-Opina, Eduardo Frei, que es el nombre ya más o menos sancionado por los partidos de la Concertación, obtuvo 25 puntos y Andrés Velasco más de 15. El titular de Hacienda es, según ese diario, “el ministro más respetado”, el “mejor evaluado”. El público lo dirá ¿por el buen desempeño de la economía? ¿Por los fondos previsionales? ¿Por las cifras de empleo? ¿O lo dirá por sus apariciones en televisión?
El lamentable accidente que sufrió su hija más pequeña durante el verano, hija que tiene con la periodista Consuelo Saavedra, colocó al ministro en los medios en un nuevo registro. Una ampliación cualitativa, una extensión de sus atributos. La imagen del frío funcionario de Hacienda fue cubierta -pero también agregada, sumada- por la del padre, del esposo de la conocida periodista, del hombre corriente. De cierta manera, de la víctima. ¡Será famoso, pero también sufre! Y así sufrieron también millares de madres y padres compasivos a lo largo del país. Cualquier persona con buen corazón tuvo plena empatía por Velasco y rezó por la familia. Eso lo dijo también la encuesta: “El 84 por ciento de los encuestados estuvo preocupado por el estado de salud de la hija del ministro”. Porque ahora es aplaudido no por el establishment empresarial, que ya le aplaudía, sino por la gente corriente, en las villas y poblaciones. Frente a las pantallas del televisor el espectador aplaude al “papá de la niñita”, “al esposo de la Consuelo”.
Velasco está ahora en los medios. Desde la política derivó por azar al drama, al espectáculo, para regresar potenciado a la política. Oscilación, pero las dos caras de la misma moneda. Así como El Mercurio acotó a Farkas a la feria de vanidades y repudió con energía sus escarceos políticos, esta vez levanta a Velasco con evidente fruición. Es posible especular que el empresariado, la clásica reacción y aquellos fundamentalistas neoliberales que modelan las informaciones y pergeñan los editoriales del diario están muy satisfechos con la gestión de Hacienda, porque también saben que nada se hará desde aquella cartera para encarar la crisis sin previas consultas. Pero en esta línea es posible ir un poco más lejos. Las propuestas para amainar los efectos de la crisis que surgen hoy desde el círculo de Eduardo Frei tienen un cariz estatista, lo que pese al colapso mundial, pese a las acciones de la misma Casa Blanca, parece incomodar a nuestra elite empresarial. Cuando los aires estatistas -y ciertamente socializantes- nublan la política y la economía mundial, en Chile se refugia esta reserva moral de occidente. Un sustrato ideológico que Velasco parece haber asimilado mejor que el clan democratacristiano. En un año y un mundo lleno de sorpresas, Velasco podría ser la mejor carta de la Concertación. Si la sugerencia viene de El Mercurio, capaz que parezca verdad.
Es el ministro estrella del gobierno. Como lo fue Michelle Bachelet en la cartera de Defensa en el gobierno de Lagos. Nada podía ser más atractivo para la televisión y los diarios que ver a la ministra conduciendo un tanque o encaramada en la baranda de un submarino. El resto son entrevistas, y retroalimentación. Mucha retroalimentación... Y la voluntad del establishment, de El Mercurio, del empresariado, de los partidos y de la televisión. Así emergió Bachelet. Lo que surja a partir de ahora es ya territorio de acuerdos, negocios, otras transacciones y de la oportunidad.
Tal vez, en una de esas, enciende la mecha. Los insumos ya están instalados. Así se hace política.
Paul Walder
(Publicado en “Punto Final” Nº 681, 20 de marzo, 2009. Suscríbase a “Punto Final”)
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