La última jugada de Insulza
Frei sí o sí
Autor Manuel Salazar Salvo
Una leyenda urbana de la política chilena cuenta que existe una fotografía donde aparece Sebastián Piñera, cuando niño, sentado en las piernas de Eduardo Frei Montalva. Aquella imagen, agrega el relato, habría sido ocultada bajo siete llaves en 1989, cuando uno de los hijos del ex mandatario, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, compitió con Piñera por la senaduría de la Circunscripción Oriente de Santiago. En aquella oportunidad, Frei Ruiz-Tagle se impuso sobre el empresario de derecha con 608.559 votos (42,60%) contra 325.238 votos (22,77%) de Piñera. La foto, por supuesto, nunca fue encontrada.
Veinte años después, y siempre que no ocurra nada extraordinario, ambos contendientes volverán a enfrentarse, esta vez en las elecciones presidenciales de diciembre. Ello quedó aparentemente claro luego que José Miguel Insulza renunciara a su precandidatura como abanderado del Partido Socialista, y decidiera permanecer hasta el año 2010 en su cargo de secretario general de la OEA.
Al comunicar su resolución, Insulza advirtió que la Concertación puede ser derrotada, no por la derecha, sino por “la falta de cohesión y las disputas internas”, riesgo que -según declaró- “es manifiesto en la situación política actual”.
El sorpresivo anuncio de Insulza fue acogido con frases amables en casi todos los sectores políticos. Pero desató una ola de críticas en los foros de Internet, donde cientos de simpatizantes de la Concertación e independientes se quejaron por la falta de alternativas para elegir un candidato en elecciones primarias. Culparon a los dirigentes del PS y PPD, Camilo Escalona y Pepe Auth, de haber perjudicado las posibilidades de Insulza, aunque por diversas razones.
Casi todos los analistas coinciden en destacar las virtudes políticas de Insulza. No obstante, le critican una supuesta aversión al riesgo y una marcada renuencia a competir con camaradas y amigos, circunstancias ambas que habrían pesado en su decisión. Parecía probable que con el apoyo del socialismo y de un sector mayoritario del PPD, además de muchos radicales, Insulza se impondría en las primarias. Sin embargo, se advertía el peligro de que, ante una posible derrota de Frei, militantes del PDC se vieran tentados a votar por Piñera, cansados de ser comparsas en un gobierno socialdemócrata.
En las cavilaciones de Insulza también pesó la escasa disposición de su familia para asumir el protagonismo público que una carrera presidencial requiere, y la cada vez mayor incomodidad que sus aprehensiones provocaban en los círculos de la OEA, en especial después que surgieran los apetitos de Venezuela y Perú por el relevo del actual secretario general. A estos factores, Insulza sumó la sospecha de estar siendo utilizado como instrumento de otros intereses, más personales y mezquinos. Todo esto finalmente lo llevó a tirar la toalla.
Lo sorprendente es que el sector mayoritario de la Concertación, que anida en la socialdemocracia, se haya quedado sin un candidato presidencial que pudiera proponer un programa acorde con los cambios que están ocurriendo en el mundo y, principalmente, en la región. Pareciera que la dirigencia de la coalición gubernamental no deseara que la gente elija entre un abanico de propuestas, ingrediente esencial de una verdadera democracia. Subyugados por las encuestas y por la consiguiente manipulación mediática, el oficialismo sigue empecinado en cooptar a los electores y encanecer en una actividad que es la menos renovada de Chile en los últimos veinte años.
El papel de La Moneda
Tanto en la principal potencia del planeta como en la mayoría de los países, se acrecienta la sensación de que es necesario un cambio que permita enfrentar los nuevos y numerosos desafíos del desarrollo. En Chile, ese cambio tiene una connotación diferente, pues el concepto fue acuñado por los estrategas electorales de Joaquín Lavín en la campaña de 1999 y rescatado ahora por el empresario Sebastián Piñera. El “cambio” para la derecha significa sólo el desalojo de la Concertación.
La magnitud del rebote de la crisis en Chile marcará sin duda el último año de la administración de Michelle Bachelet y de paso influirá, de manera determinante, en las elecciones presidenciales de diciembre. Si la presidenta y sus ministros consiguen que los efectos sean mínimos, es probable que el grueso de los votantes se incline por mantener un gobierno del mismo signo político. En caso contrario, el electorado podría optar por un “cambio” supuestamente más drástico, apoyando los proyectos que ofrece un empresario exitoso.
Esta división gruesa de las dos principales ofertas electorales estará matizada por otros eventos impredecibles. Sin embargo, a partir de mayo, surgirán nítidamente las diferencias programáticas entre los representantes del oficialismo y la oposición. Un eje fundamental del debate será la participación del Estado como actor principal del progreso, versus el todopoderoso mercado como regulador y distribuidor de recursos. En este escenario ejercerán una poderosa influencia las medidas que en Estados Unidos tome Barack Obama para controlar la crisis económica.
Hasta ahora, Sebastián Piñera no ha planteado con franqueza y transparencia sus ideas para gobernar. Se ha remitido a criticar los aspectos deficitarios de las administraciones de la Concertación, enfatizando temas recurrentes como el Transantiago, la seguridad ciudadana, las falencias en educación y los síntomas de corrupción y mala gestión en algunos servicios públicos.
A partir de marzo o abril, según los especialistas, los chilenos empezarán a sentir los efectos de la crisis mundial. Los candidatos deberán entonces salir al pizarrón para explicar, por ejemplo, las alternativas posibles para controlar el desempleo y los precios de los servicios básicos; o por qué la baja del precio internacional del trigo no se ha traspasado al precio del pan; o por qué la caída del precio de los combustibles tampoco se traspasa a los precios de los alimentos básicos; o por qué algunos empresarios siguen tratando de mantener márgenes de utilidad que avergonzarían a sus similares de otras latitudes, y así sucesivamente.
En ese escenario el desempeño de la presidenta Bachelet resultará fundamental para inclinar las preferencias de los chilenos. Ella, como mujer y madre, está más capacitada para situarse en el papel de las dueñas de casa, comprender sus angustias, transmitir serenidad y calmar las ansiedades de los dirigentes de los partidos políticos que la apoyan.
Existen ya indicios de que las grandes empresas optarán por despidos masivos para mantener sus altas utilidades, como ya ocurrió en dos (…)
(Este artículo se publicó completo en la edición impresa de “Punto Final” Nº 678, 9 de enero, 2009. Suscríbase a Punto Final) |