Edición 678 - Desde el 9 al 22 de enero de 2008
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La nueva Gran
Depresión

El último lunes de 2008, el Fondo Monetario Internacional (FMI) mencionó la más temida palabra. El organismo que apoyó durante décadas las reformas estructurales y la imposición del sistema neoliberal global, advirtió que el mundo podría entrar en una depresión durante 2009. Fue aún más enfático: la actual crisis, afirmó, durará muchos trimestres. De no tomarse medidas muy agresivas, existe la “probabilidad de otra Gran Depresión”. La advertencia se eleva en medio de datos desalentadores para la economía. Uno fue el desempeño de las ventas de Navidad en Estados Unidos. El consumo, que es el motor de esa economía, cayó al peor nivel en cuatro décadas, pese a los descuentos y rebajas. Y si ello baja, el desempleo sube: hacia la penúltima semana de diciembre, las solicitudes de subsidios de cesantía habían alcanzado un récord en 26 años.
Y están las Bolsas. Wall Street cerró su peor año desde el inicio de la Gran Depresión de 1929, lo mismo que los mercados europeos y asiáticos: en Madrid, Francfort, París y Hong Kong las pérdidas anuales acumuladas superaron el 40 por ciento. Las Bolsas de los grandes mercados emergentes tuvieron caídas históricas. Shanghai perdió el 65 por ciento, Bombay más de la mitad, Tokio, un 42 por ciento. Y lo mismo en nuestras latitudes: Sao Paulo cayó más de 40 por ciento, Buenos Aires casi 50 y la Bolsa de Santiago, 22 por ciento. Un año memorable.
Otras variables también terminaron con números extremos. El petróleo no estuvo fuera de estas oscilaciones. El barril del Brent cayó cerca del 60 por ciento durante el año, tras haber llegado a un techo de 150 dólares por barril. Y algo similar ocurrió con el cobre: hace un año el precio se ubicaba en poco más de tres dólares la libra. El 31 de diciembre de 2008, era de 1,3 dólares. Cochilco estima que el precio promedio para 2009 se ubicará en 1,69 dólares la libra. Pero al observar las violentas oscilaciones de 2008 -similares para la mayoría de las materias primas-, es difícil hacer proyecciones. La economía ha escapado a la racionalidad.
Lo visto es sólo el comienzo. La mayoría de los analistas prevén que 2009 será un año con una combinación desastrosa entre nuevas catástrofes financieras en bancos, compañías de seguros, agencias inmobiliarias, y los efectos en la economía real: caída de la producción, las ventas y desempleo. Un conjunto de variables que ya tiene sus derivados sociales: las revueltas de Atenas no han sido sólo por la muerte a manos de la policía de un adolescente, sino por el estado de la economía y el manejo político de ese país. Y si aquello ocurre en una nación de la UE, las posibilidades de un año de movilizaciones en Latinoamérica crecen día a día. La repetición de episodios como el “caracazo” de 1989 está en plena latencia.
En Chile cuando se produjo la evaluación del FMI era otra la opinión. El ministro de Hacienda, Andrés Velasco, desplegaba un discurso henchido de espíritu navideño al reafirmar que la crisis mundial tendrá efectos “atenuados” en la economía nacional. Y ante tal fenómeno, llamó al sector privado a tener confianza en el futuro y descubrir las “oportunidades” (sic). La semana anterior, Velasco había celebrado el ingreso del gigante norteamericano del retail, Wal-Mart, al mercado chileno mediante la compra de D&S, dueño de los supermercados Líder. Tal vez Velasco se refería a estas “oportunidades”.
Velasco habló el mismo día que el FMI hacía público el informe sobre una nueva Gran Depresión y la víspera a la difusión de los datos de noviembre del Instituto Nacional de Estadísticas (INE). El 30 de diciembre el organismo informó que la producción había caído casi un seis por ciento, la mayor baja en diez años, en tanto la cifra de desempleo había subido al 7,5 por ciento. Aun cuando no es una cifra alta, mantiene una fuerte tendencia al crecimiento desde hace más de un año. Y así se mantendrá durante 2009. Uno de los principales y más directos efectos de la recesión a nivel mundial será el impacto en los empleos. De hecho, 2008 se cerró con masivos despidos en los sectores de los medios de comunicación y el retail.

Los rescates

El mundo tiene sus expectativas puestas en la administración de Barack Obama, que asume el 20 de enero, y en los efectos que tendrán los billonarios planes de rescate. Pero lo que comenzó como una ola de optimismo se ha ido decantando hacia el realismo, con no pocos matices de nuevo pesimismo.
Los diversos créditos, inyecciones de recursos y capitales, compra de deudas, de hipotecas y otras operaciones con que el gobierno de Estados Unidos ha otorgado más de siete billones de dólares al sector privado, en especial al financiero para apuntalarlo y evitar el colapso del sistema global, son un proceso que es consecuencia de la cada vez más evidente presión de los poderes financieros e industriales. Si consideramos que ya se han entregado siete billones de dólares a los bancos y empresas, ¿qué es lo que quedará para los desempleados?
Una de las últimas presiones de 2008 surgió del sector automotriz, cuyas demandas al Estado han tenido características de ultimátum. O nos entregan el dinero, o se desata el cataclismo, que no es sólo económico, sino social y político. Es lo que llevó hasta a Michael Moore a demandar el rescate y defender a las tres grandes (Chrysler, General Motors y Ford). Hacia la segunda semana de diciembre el gobierno del presidente George W. Bush entregó más de 14 mil millones de dólares a dos de ellas, pero no son pocos los analistas que no ven salida. Incluso el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha dado su veredicto: se trata de una industria ineficiente, de altos costos, incapaz de competir con la europea y asiática. Pero se trata de tres millones de trabajadores involucrados. Y de numerosos otros sectores de la economía con vinculación indirecta, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. De hecho, el cierre temporal de una planta de GM en México, desde la segunda mitad de diciembre hasta el 5 de enero, tuvo efectos inmediatos en la paralización de catorce industrias proveedoras. De mantenerse este proceso, el siguiente paso sería un desempleo masivo con dramáticas y peligrosas consecuencias sociales.
Este es el escenario que los gobiernos desean evitar. Aun cuando el dinero destinado a las automotrices vaya a fondo perdido y sólo sirva para alargar la agonía de estas industrias. Porque, aunque se mantenga la producción a niveles mínimos, las ventas siguen en descenso: en Estados Unidos, las de GM cayeron 41 por ciento en noviembre, las de Chrysler 30 por ciento. Y las de la alemana Volkswagen, aun sin los problemas de las estadounidenses, bajaron 16 por ciento en el mundo.

Año de la movilización mundial

Todos los indicadores económicos han sufrido deterioros. Han terminado el año en niveles dramáticos que se mantendrán, así lo han dicho la mayoría de los economistas, durante 2009, el año de recesión. Un año con caída de las ventas, de la producción, de los precios de las materias primas -lo que afecta a los países denominados emergentes, como Chile-, con devaluación de las monedas, grandes oscilaciones, inestabilidad de todas las variables. Y, por cierto, desempleo. Analistas prevén un mes de febrero complejo, y un mes de marzo muy difícil, con nuevos datos de quiebras, de más insolvencias en el sector inmobiliario estadounidense, de creciente crisis social. Hay quienes prevén protestas, a la manera de Atenas, en Estados Unidos.
Desde septiembre, cuando se desató la crisis y el gobierno saliente de Estados Unidos puso en marcha los planes de rescate para el sector financiero, nada ha mejorado. Con los meses, se han quemado todos los cartuchos, como los intentos de reactivación económica con bajas tasas de interés. Pese a las tasas de la FED, que liquida a prácticamente el cero por ciento, la economía no arranca. Y no lo hará. La única salida es poner en marcha políticas de evidente intervención económica, políticas industriales de facto, las que tampoco tienen hoy ninguna certeza de funcionar. Hay cada vez más economistas que las estiman inadecuadas e inflacionarias.
El mundo sólo espera al 20 de enero, fecha del cambio de gobierno en Estados Unidos. Una tensión que ya no pasa por una corrección de las tasas de interés o por las señales de Wall Street. La atención está puesta en el gobierno de Barack Obama y sus políticas de estímulo fiscal sobre la demanda agregada. Políticas que deberán fomentar el gasto público en una serie de sectores clave, como infraestructura y energía. Políticas basadas en los planes del New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt, inspiradas en las teorías de Keynes. Un plan que dio resultado a Estados Unidos para salir de la crisis desatada en 1929, pero que no está claro que hoy tenga los mismos efectos.
La efectividad de la intervención estatal en una economía desregulada no está asegurada. Los mercados son oscuros y misteriosos: no hay claridad respecto a cómo circularán esos recursos y adonde irán a parar. La red, el laberinto financiero, puede convertirse también en un saco sin fondo en el cual desaparezca toda la inversión pública. El caso de los recientes rescates a los bancos demostró que ese dinero ha aparecido en lugares impredecibles, como en el caso del Bank of America y otras entidades, hoy dedicadas a ampliar sus mercados mediante la compra de otros bancos. Y está también el caso de recursos insuficientes y por tanto inútiles, como sucede con las empresas automotrices. El economista Joseph Stitglitz se refiere a los aportes financieros a Rusia, a comienzos de la década pasada, para allanar su tránsito desde una economía planificada a una de libre mercado. Recordó cómo esos fondos, que sumaban miles de millones de dólares, aparecían en cuentas de bancos suizos a nombre de algunos burócratas del antiguo PCUS.
Hasta el momento, el capitalismo ha oscilado -y hoy parece volver a moverse- entre el libre mercado desregulado y la intervención estatal de los mercados. Lo primero está prácticamente en ruinas; la otra herramienta, que apuntala al mismo modelo, no otorga tampoco garantía de éxito. La intervención estatal no asegura la reanimación económica y, menos aún, una mejor distribución económica. Porque lo que hemos observado en los últimos meses es un Estado de clase que alimenta a su propia clase. Hemos visto transparentarse toda la estructura de poder, atada al aparato estatal desde la economía a la política.

¿Emancipación latinoamericana?

Este 1º de enero se cumplieron 50 años de la Revolución Cubana. Pero no sólo es un aniversario localizado en Cuba, sino se trata también de un proceso histórico que se expande por el resto de la región. Y lo hace con energía y profundidad: a diferencia de hace 50 años, hoy el capitalismo está debilitado, exhibe de forma obscena todas sus contradicciones. El capitalismo en su fase más bestial, que es el neoliberalismo, se ha derrumbado. Será necesario observar cómo intenta reestructurarse con ayuda del keynesianismo.
El economista chileno Orlando Caputo ha afirmado que tras la crisis será posible presenciar una región con mayor diversidad de enfoques económicos, los que podrán convivir. Sin embargo, también afirma que todos estas áreas han de ganarse. Desde este punto de vista, es posible observar la crisis con todos sus dolores y dramas pero también como una oportunidad. Sostiene Caputo, en un documento de la Redem (Red de Estudios de la Red Global): “En la región, más que en otros espacios, el estallido de la crisis global y la aparición de sus efectos negativos se sobreponen a procesos ya en marcha, de creciente cuestionamiento al orden neoliberal y de construcción de alternativas, los cuales se han expresado no sólo en la llegada y consolidación de gobiernos progresistas en distintos países, sino también en la constitución de múltiples movimientos sociales que en sus ámbitos de acción reivindican y aportan a la construcción de un orden social distinto”.
El camino está trazado y hay que andarlo. Cuanto antes los Estados, dice Caputo, deben controlar el conjunto de las instituciones financieras, así como los fondos de pensiones. Y en una perspectiva de mediano plazo, los países de la región deben avanzar en el rescate de sus recursos naturales y acelerar sus procesos de integración

PAUL WALDER

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 678, 9 de enero, 2009. Suscríbase a PF)