Historia y realidad
El último heredero
Autor: LEOPOLDO PULGAR IBARRA
JAIME Lorca y Tatiana Tores (en la imagen) junto a Teresita Iacobelli y Matías Jordán actúan el “El último heredero”
Con El último heredero, el actor Jaime Lorca, director de la compañía Viaje Inmóvil, inició un camino hacia las profundidades histórico-culturales chilena y latinoamericana, una opción que rompe con la rutina teatral de nuestro país. De este modo, el grupo deja una forma de trabajar sólo a partir de textos europeos. Como integrante de La Troppa, Lorca intervino en Pinocchio (del italianoCarlo Collodi), Gemelos (basada en El gran cuaderno, de Agota Kristof, húngara) y Jesús Betz (del francés Fred Bernard); y con su nueva compañía montó Gulliver, del inglés Jonathan Swift.
Al dar este paso, Lorca pulsó la tecla de la evolución y la experimentación, sobre la base de una trayectoria artística de alto nivel donde la imaginación creativa y el fluido manejo de diversas técnicas teatrales siguen siendo pilares.
Lo que cambia es el terreno que ahora pisa. “Cuando hablamos de mundos imaginarios, como en Gulliver, uno está protegido porque puede sacar comodines. Pero en El último heredero hay un pie forzado: una historia real”, dice el director. Y agrega: “A través de un cuento teatral ficticio mostramos la política, la militarización, el poder de la Iglesia, la organización económica y social real de una época, entre 1790 y 1830”.
Sentir lo chileno
¿Qué influyó para llegar a esta mirada?
“Creo que el paso de los años y lo político: no hacer teatro para escapar inventando mundos imaginarios o contando historias que suceden en otros lugares. Tal vez para defenderse de una sociedad hostil uno inventa historias graciosas, con color y música. Ahora se mantiene ese juego, pero no para escapar sino para sumergirse en ese mundo… Creo que tiene que ver con encontrar la profundidad al teatro: darle un sentido de reflexión, de acercamiento, de catarsis. Con el tiempo uno se va dando cuenta de que hay que tener algún objetivo en el teatro, además de entretener. Cuando uno muestra una verdad real, puede abrir una puerta y llegar muy adentro. Durante Jesús Betz me nació esta inquietud de llevar la obra a hablar de nuestra condición. Me hacía falta que se sintiera lo chileno sin siquiera mencionarlo, que estuviera la particularidad criolla, sobre todo en la imagen, en el gesto, en los objetos, en pequeños detalles que la sitúen…”.
¿Cómo se dio el proceso de creación de la obra?
“Iba a hacer El barón rampante, de Italo Calvino, ambientada en la revolución francesa, pero situando la historia del niño que camina por los árboles en el período de la independencia chilena… Pero no pegaba por ningún lado. Ese personaje no habría existido en Chile. En Europa en esa época había un grado de ilustración mucho mayor; allá participó la burguesía, que leía a Rousseau, Voltaire y Montesquieu, mientras que en Chile actuó la aristocracia y el pueblo no fue tomado en cuenta. Nos abrió la cabeza el retrato del niño José Raimundo Juan Nepomuceno de Figueroa y Araoz, de José Gil de Castro. Su historia real en una época real. Ahí había un cuento donde cabía la historia del patito feo que yo quería contar. Nosotros novelamos, armamos la fábula, pero las circunstancias vienen de la historia real de Chile. Allí dónde están los primeros traumas y vestigios de lo chileno”.
“Nos tratamos muy mal”
¿Traumas, qué traumas?
“Hay pocos países que se traten tan mal como nosotros. Cualquiera que crea estar un escaloncito más arriba, te pone la pata encima. ¿De dónde viene eso? ¿Cómo trataban los españoles a los indios? Tal vez por ahí viene nuestra forma de relacionarnos. No existe identidad, porque no hay cultura. Somos analfabetos, hay una oligarquía, un sistema político… A eso me refiero con el trauma. En la obra hay abuso, se golpea y encierra a los niños, les queman las manos, se les envía a la guerra, se les esconde… En los ejercicios que hicimos fuimos a esos traumas, al momento en que nació esta familia chilena”.
¿Cómo surgió el personaje de Huacho?
“Huacho es como el hermano del niño Nepomuceno. Viven y juegan juntos (…)
(Este artículo se publicó completo en la edición impresa de “Punto Final” Nº 678, 9 de enero, 2009. Suscríbase a Punto Final)
|