Edición 664 - Desde el 13 al 25 de junio de 2008
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Sudando
por un título

 

NATALIA Ahumada, estudiante de pedagogía en música. Canta en las micros del Gran Valparaíso.

Un título, cartón o licencia, es un eslabón que deben concretar los humanos para un posible ascenso en la pirámide social. Los oficios han perdido importancia, no por ser inútiles para la sociedad, sino por su indigna remuneración. Es por eso que cada día más jóvenes se entusiasman con el sueño chileno de la movilidad social por medio de la educación, y se enrolan en los distintos planteles que gracias a la “libertad de enseñanza”, aparecen como hongos en una casa inundada. Estudian, pero muchos también trabajan para sobrevivir sin ser carga para su familia. Forman parte de la mano de obra más castigada de nuestro país. Los trabajadores universitarios suelen recibir un sueldo denominado “McDonald’s”, por su precariedad y monto.
Los estudiantes que llegan a incorporarse a alguna universidad o instituto profesional en Valparaíso, además de disfrutar de las chorrillanas y las interminables jornadas de carrete, padecen los males de una ciudad asolada por el abuso y la especulación. El desempleo bordea los dos dígitos (9,2%), el agua es más cara que en otras regiones, los arriendos han subido ostensiblemente en la “zona patrimonial” y el negocio de la educación mantiene en constante crisis al bolsillo de los universitarios y sus familias.
Muchos estudiantes han optado por trabajar para mitigar los costos de mantención y las deudas de arancel. Los empresarios del turismo y el carrete se “hacen la América” con esta fuerza de trabajo que bordea el empleo informal, flexible y exiguamente remunerado. Los estudiantes trabajadores nos recuerdan que “el hombre feliz no tenía camisa” y que el espíritu humano sigue siendo sufrido, valiente y sacrificado.
Mientras las clases opulentas actúan con códigos más propios del reino animal, haciendo gala del darwiniano “sobrevive el más fuerte”, los “populáricos” se las ingenian para resolver los problemas de la vida diaria, cada vez más complejos a causa de la mediocre red social y la poderosa acumulación de capital. El zoólogo Frans de Waal afirma que “una semilla de girasol plantada en un lugar soleado del jardín produce una planta exuberante, completamente distinta de una plantada a la sombra”. Los protagonistas de las siguientes historias lo desmienten con una fuerza y optimismo que vigoriza hasta al más deprimido y nihilista. Las alternativas para un trabajo digno no son muchas en nuestro país, pero la creatividad es la mejor estrategia, cuando las garras del sistema se incrustan en nuestras venas

Natalia: cantando en las micros

Natalia Ahumada tiene 27 años, es estudiante de tercer año de pedagogía en música de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y canta en las micros, al igual que su padre. Es alegre y siempre dispuesta a participar en actividades comunitarias en la Escuela República Argentina, donde es apoderada de su hijo Vicente que cursa segundo básico. “Desde los 17 años canto en las micros. A esa edad me sentía poderosa, pude arrendar una cabaña a la altura de Los Lilenes, en Con-Con, para vivir sola. Los trabajos que me ofrecían eran exigentes y en horarios que no se acomodaban a los requerimientos de una estudiante. La sobreexplotación y el autoritarismo del patrón eran completamente distintos a lo entretenido y libre que era y es mi trabajo. Mis compañeros del liceo José Francisco Vergara, de Gómez Carreño, me odiaban por mi autonomía. No me entendían. Pero mis profesores siempre me apoyaron. Me regalaban cajitas de abarrotes”.
Natalia quedó embarazada cuando ya estaba en segundo año de pedagogía en música y debió congelar durante cuatro años. “La maternidad me desestabilizó. La verdad es que me convertí en una dueña de casa frustrada, me cambió la vida la llegada de Vicente. Luego de la separación con el papá del niño, pude retomar la experiencia de trabajar y estudiar, aunque ahora con la responsabilidad de ser mamá”. Natalia continuó cantando en las micros, en donde sorprende por su carisma y belleza.
Para ella no es una ventaja tener un trabajo con patrón: “La mujer ha tenido siempre ‘la pata encima’ con respecto a sus derechos laborales. En cambio yo, aunque esté trabajando y estudiando, sigo siendo mamá y dueña de casa. Me hago mi horario y mi ingreso. No se entiende por qué los salarios son mucho más bajos para las mujeres por las mismas jornadas agobiantes de los hombres. Además, son mandadas por hombres”.
Cuando Natalia canta en restaurantes de la supuesta bohemia porteña, pasa la “manga” o “gorra”, aunque sabe que es un aporte para cada local. “La gente se divierte y los que aún no son atendidos se relajan. Pero aunque mi trabajo sea bueno, los empresarios no me ofrecen ni comida u otra atención por el trabajo. Los mismos garzones, por ejemplo, sufren denigrantes jornadas laborales remuneradas con cuatro mil pesos. Se subvalora su labor y queda claro que el derecho del trabajador en Chile está olvidado. La gente se ha acostumbrado a sacrificarse por chauchas, sobre todo los estudiantes”.
Para Natalia, Valparaíso, Capital Cultural y Patrimonio de la Humanidad, no significa mucho: “No hay cambio cultural. Por esta nominación, la gente no ha dejado de botar a sus mascotas a la calle. No ha habido tampoco un resurgimiento de movimientos artísticos. Eso sucede porque el verdadero Valparaíso, ese que habita en los cerros, no está incluido. Para los carnavales se trae gente de otro sitio: no aporta a la identidad porteña. Al cerro y al de más arriba y más arriba, sólo llegan la pasta base y los diputados en busca de votos, pero de cultura, nada”.
Los sueños y proyectos de Natalia se desmadejan en cada canción que canta, ya sea en la escuelita básica, en sus talleres de folclor o en una micro del Transvalparaíso: “No soy experta llenadora de formularios, así que no postulo a los famosos proyectos para ganar algún fondo del gobierno. Es lamentable que las acciones de arte requieran de tanto papeleo para ser apoyadas, se trunca la imaginación y la posibilidad de integrar a la gente de los cerros a la supuesta movida cultural porteña. La burocracia genera trampas y retrocesos en la participación directa. Uno es el que quiere ser. Si esperas que llegue el tren para llevarte al lugar de tus sueños, vas a quedarte esperando por siempre. Hay que salir a encontrarlo, hay que despertar las conciencias, entregar un mensaje a partir de la emoción y el sentimiento”.

Alejandro: eventos musicales

En la Plaza Aníbal Pinto, en el corazón de Valparaíso patrimonial, puede aparecer cualquier día Alejandro Jofré, Alejo, junto a Chinoy, el ya célebre trovador sanantonino. Alejo estudió licenciatura en música en la Pontificia Universidad Católica hasta los 24 años, momento en que nació su hijo Antu (sol, en mapudungún), debiendo congelar su carrera para responder con su nueva responsabilidad. Fue mesero en una pizzería, donde trabajó de 10 de la mañana hasta la 1 de la madrugada, diariamente. También trabajó en programas de alfabetización para adultos. Hoy ha retomado sus estudios, esta vez en la Universidad de Valparaíso. “Ahora he tratado de evitar los trabajos apatronados. Trabajo como productor de eventos musicales y como músico independiente en dos proyectos: Hechunche, que es folk-rock de raíces latinoamericanas, y Achira, un proyecto solista. Dejé de trabajar como dependiente porque es muy mal remunerado y esclavizado. Tienes minutos para almorzar y sacrificas tu tiempo para vivir. Ni siquiera los feriados se pueden aprovechar para las actividades de desarrollo personal”.
Alejo señala que los estudiantes que trabajan se encuentran en crisis por varios factores: “Estamos en una encrucijada. Si no tomas el trabajo, lo va a tomar otro y esos pesos le van a servir a otro para la semana. La flexibilidad laboral, la necesidad y el ‘si no te gusta te vas’, juegan en contra. Existe una fuerte deserción universitaria a causa del trabajo, pues es una necesidad mantenerse y producir para hoy, no para tres años más. La importancia del dinero en un país capitalista es muy fuerte”. Sostiene que “el interés y la motivación de los estudiantes es conseguir un status social, aunque lo que se realice con título o sin título sea lo mismo. Pero el cartón hace hablar desde otra posición. Una vez que empiezas a trabajar como asalariado, eres parte de los quintiles más pobres. Hay que ser un profesional exitoso para ser parte de la ‘clase media’”.
Alejo apuesta por el desarrollo de proyectos de educación y cultura mediante la autogestión, “hay que desmarcarse del Ministerio. Te sometes o buscas nuevas herramientas. El ‘hazlo tu mismo’ es vital. Yo hago mis discos, gestiono las tocatas, realizo serigrafía, y con todas estas actividades genero un mercado informal que es más solidario. Hay redes, existen, y hay que utilizarlas”. Valparaíso como plataforma institucional de la cultura le parece insuficiente: “No hay ayuda. No ha cambiado el circuito cultural. Los bares, lugares a los que sólo les interesa vender cerveza, siguen siendo los escenarios para el artista. No hay lugares acondicionados para la cultura. Trabajar para lograr una estética adecuada es imposible. El trato de los dueños de los locales es pésimo, no hay buena amplificación, no hay lugares de descanso, cantas con los comensales curados y fumando en tu cara, no puedes ejecutar ciertos temas porque requieren de atención y, sobre todo, los dueños sienten que te hacen un favor, cuando ni siquiera están remunerando tu trabajo”.
“Aterriza Selena” es un centro cultural de Quilpué donde participa Alejandro Jofré. Se han ganado varios Fondart para llevar a cabo proyectos de cultura y educación popular. “No es venderse postular a estos proyectos. Esos fondos están ahí para ser ocupados. Si no soy yo, puede ser otro, que con una vaca arriba de no sé qué edificio, los gane. El asunto es que las buenas ideas no son suficientes para el gobierno. Tienes que concordar con los lineamientos de la institución, aunque después Paulina Urrutia no tenga idea qué sucedió al final del proceso. La postulación y la carrera por un Fondart son una carnicería asquerosa, pues los parámetros cambian año a año, sobre todo en tiempos de elecciones, cuando no hay un criterio cuantitativo. Si la acción de arte es para menos de 500 personas, simplemente no acogen el proyecto, pues lo único que buscan es que muchísima gente vea el logo del gobierno de Chile”.

Mariela: la gastronomía naturista

Mariela hizo tatuajes en Paraguay, su país de origen. En Chile estudió comunicación audiovisual y trabajó en Artv, hasta que decidió cambiar de rubro, apostando esta vez por la gastronomía: “No tenía ninguna experiencia. Por eso me puse a trabajar en un restaurante naturista”. Vivió en Santiago, pero valora la calidad de vida de Valparaíso, lugar, que a su juicio, no requiere de gran ostentación para entrar en los círculos sociales, donde hay mayor conectividad y se pueden utilizar los tiempos de ocio con mayor libertad. Sin embargo, desde que trabaja, siente que ha disminuido su energía: “Estudio de lunes a sábado y trabajo de lunes a viernes de 8:30 a 16:30 horas, lo que ha repercutido en mi salud. Me siento desgastada, incluso he pensado en dejar mi carrera, pues para mí la gastronomía es un conocimiento autodidacta. Las universidades enseñan a hacer pollo y carne grillé para responder a las exigencias del mercado. Te enseñan a encajar en el sistema, no a crear nuevas alternativas de comida sana, por ejemplo”.
Lo que más le ha llamado la atención de la realidad social chilena es que la educación no sea un derecho ciudadano: “Estoy sorprendida de que la educación no sea gratuita, como en otros países de Latinoamérica que son mucho más pobres. Acá los estudiantes están peleando por un pasaje más barato, pues les parece una utopía pelear por una educación gratuita de calidad. Los líderes del país estudiaron gratis, pero al parecer no lo recuerdan. La educación es gratuita sólo si eres hijo de detenido desaparecido, mapuche o un superdotado; eso no es justo”. Mariela advierte que las carreras son largas y absorbentes, los aranceles y los materiales son costosos y la actividad laboral paralela es difícil de sobrellevar. A pesar de estos inconvenientes, una vez conseguido el título, las empresas exigen tres años de experiencia, requerimiento que se torna imposible. “Este sistema es un pez que se muerde la cola. Hay demasiadas exigencias que terminan por frustrar. Hay un vacío existencial enorme entre los jóvenes chilenos, porque el sistema dicta lo que debes hacer. Muchos estudian sólo porque hay que estudiar, y entran a una carrera barata o a la que pueden porque les alcanzó el puntaje. Olvidan cuál es su pasión, la actividad que quieren desempeñar en su vida”.
La realidad paraguaya no es mejor a la chilena, por ello su éxodo. “A mí me encanta Chile, fue un amor a primera vista; a segunda vista me está decepcionando: el consumismo, la clase política y sus acomodos incomprensibles que convierten la actividad en una mentira. Es como una mezcla nazi-punk. Eso para mí es impresentable, al igual que pedir permiso para utilizar las calles para manifestarse, cuando la protesta pública siempre ha sido espontánea y un derecho civil”.
Sabe lo que le molesta, pero también lo que quiere y su herramienta es la autogestión. “Me encantaría tener un local propio de turismo gastronómico, pero para eso debo primero nutrirme de experiencias latinoamericanas que me den una visión global”.

(Publicado en “Punto Final” Nº 664,  13 de junio, 2008)