Edición 664 - Desde el 13 al 25 de junio de 2008
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“Zoológicos”
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Los secuestros de fueguinos

“Zoológicos”
HUMANOS


Autor: LUCIA SEPULVEDA RUIZ

Familia de indígenas selk’nam (onas) exhibidos en la Exposición Universal de París.

Con citas, documentos, fotografías de la época, y comentarios plenos de ironía y humanidad, la antropóloga franco-norteamericana Anne Chapman, experta en los pueblos australes, reconstruyó en una conferencia en el Centro Cultural Palacio de La Moneda el secuestro, en el siglo XIX, de dos grupos de indígenas fueguinos. Los once secuestrados en cada oportunidad, fueron exhibidos en ciudades de Europa como “caníbales”. En cada grupo sólo sobrevivieron cuatro indígenas. Todos ellos fueron repatriados.
Estos “zoológicos humanos” fueron si-lenciados a pesar de que Francia mantuvo hasta 1930 este tipo de espectáculos.

Quince mil francos de garantía

El primer secuestro de fueguinos lo realizó un cazador de focas alemán, Walen, que vivía en Punta Arenas, concertado con el empresario de espectáculos Carl Ha-ckenbeck. Los secuestrados, desembarcados en Francia a principios de septiembre de 1881, eran alacalufes: cuatro mujeres, cuatro hombres, dos niños y un bebé, raptados en el Estrecho de Magallanes. 
Según investigó Anne Chapman, Walen pagó por el cargamento humano al gobernador de Punta Arenas una garantía de unos quince mil francos y llevó consigo a Francia una gran canoa, arcos, flechas y herramientas de piedra para montar el show en el Jardín Zoológico de Aclimatación, de París. Los alacalufes, también llamados kaweshkar, fueron exhibidos durante tres semanas.
La investigadora Anne Chapman cita el Boletín de la Sociedad de Antropología de París: “Los once quedaban inmóviles durante horas. Ocasionalmente miraban a la curiosa multitud apiñada contra el cerco como observando algun animal extraordinario. A veces les arrojaban monedas”.
El antropólogo L. Manouvrier los visitó unas cinco veces. Fue uno de los pocos que trató a los fueguinos como seres humanos. Escribió que se encontraban desmoralizados y enfermos. El público les arrojaba objetos. Pero ellos no aceptaban los regalos. Preferían algo útil, como un vaso o un cuchillo. Una de las mujeres dijo al profesor Manouvrier que quería una canasta y un vaso. Y otra le pidió un peine. Los tres niños se sentaban entre las piernas de las mujeres. La madre más joven -a la que los franceses llamaron Petite Mère (Madrecita), de 20 años-, daba de beber a su niñita desde su boca, como hacen los pájaros.
Al menos dócil de los alacalufes lo apodaron “el Guerrero”. Era Antonio, de 35 años, quien mostraba su desagrado paseándose mientras blandía el arco y las flechas. También mostraba su técnica para hacer puntas de flechas de vidrio y parecía complacido por la atención que atraía su trabajo. Otro, el Capitán, parecía muy enamorado de su pareja, Piskouna, ya que permanecía cerca de ella y le entregaba todo lo que recibía. Durante las últimas visitas de Manouvrier, hacían bromas al profesor cuando retorcía su barba, y se reían por su bigote. Les parecía repugnante que los europeos se sonaran la nariz con un pedazo de tela que luego ponían en el bolsillo. Lisa, la mujer más joven, de 18 años, era alta y robusta. Los otros varones, de esa misma edad, eran Henri y Pedro.
El profesor se dio cuenta que eran infelices y se sentían ofendidos al ser tratados como objetos de espectáculo. Pero los halló amables y sociables.
La niña de dos años falleció en París el 5 de septiembre. A principios de octubre, los diez sobrevivientes fueron exhibidos en Berlín y examinados por un profesor de anatomía patológica. Petite Mère y Caterine estaban enfermas. Luego fueron a Leipzig y Munich, donde el biólogo y anatomista Theodor van Bischoff hizo observaciones de los órganos genitales de Caterine y de Lisa y realizó otras mediciones.
Los cautivos fueron exhibidos en Stutt-gart y finalmente en el Jardín Botánico de Zurich. Allí murieron Petite Mère, Caterine, el Capitán y el joven Henri. Antes había fallecido Lisa.
El empresario Hackenbeck decidió retornar a los sobrevivientes a Chile. En el viaje de regreso (…)

(Este artículo se publicó completo en la edición Nº 664 de “Punto Final”, 13 de junio, 2008. Suscríbase a Punto Final)