Edición 645 - Desde el desde el 10 al 23 de agosto de 2007
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La inflación golpea a los más pobres

El costo

de vivir en Chile

La inflación, aquel mal económico ausente desde hace décadas, hace nuevamente su aparición. Este espectro económico, calificado por no pocos observadores y tradicionales cronistas como el fantasma de la inflación, merodea supermercados, ferias libres, almacenes y gasolineras. Detectado en una primera observación por el consumidor, por la misma señora Juanita -indicador éste acuñado durante el gobierno pasado por Ricardo Lagos para medir sus éxitos económicos y sociales- que ve con pavor la escalada ascendente de los precios de las verduras, lácteos, huevos y otros alimentos. A esta percepción económica, probablemente la más sentida y padecida por toda población, le ha seguido su referente estadístico: con las cifras del INE (Instituto Nacional de Estadísticas) la inflación ha dejado de ser sólo una impresión de supermercados y ferias sino una incómoda realidad. Al aumento de precios de 0,9 por ciento de junio, que fue el IPC más alto para ese mes desde 1991, le ha seguido una marca aún mayor: 1,1 por ciento para julio. Con el último guarismo, la inflación acumulada en los siete meses del año alcanzó a 3,9 por ciento, en tanto en los últimos doce meses acumula 3,8 puntos. Vamos, qué duda cabe, de menos a más, como más de una vez dijo el ex ministro de Hacienda de Lagos, Nicolás Eyzaguirre.

Ante esta expansión de los precios parece necesario hacer algunos cruces numerales y desplegar comentarios. Si la inflación de junio sólo tenía un parangón en junio de 1991, la de julio también hallaba una referencia similar por aquellos años: en 1992 julio tuvo un IPC de 1,1 por ciento. Es posible advertir que no hay ninguna referencia similar de este fenómeno para las políticas económicas de los gobiernos de la Concertación o, en este caso también, para el Banco Central independiente, organismo éste que tiene como objetivo principal el control de los precios. En fin, la inflación nunca había sido problema ni tema para los gobiernos democráticos.

Otras relaciones también apuntan a un resurgimiento de la inflación. El índice de precios acumulado al séptimo mes del año marca 3,9 por ciento, cifra sensiblemente mayor a la registrada entre enero y julio del 2006, cuando anotaba 2,5 por ciento. De continuar este proceso acumulativo, y teniendo en cuenta algunas proyecciones del mercado, la inflación del 2007 podría llegar a marcar hasta un cinco por ciento, cifra superior al tres por ciento que el Banco Central establece como meta. Pero los cálculos no son tan lineales. Si se toman como referencia los últimos meses del año pasado, el IPC de éstos fue negativo, por lo que podría aplanarse el abultamiento de los primeros meses.

ALZAS EN ALIMENTACION, TRANSPORTE Y SALUD

Han sido los alimentos los que han impulsado las últimas alzas, las que durante el año acumulan un nueve por ciento. Las estadísticas del INE informan que los precios de las frutas y verduras han crecido durante el año sobre 17 por ciento, en tanto los combustibles sobre un doce por ciento. En julio, los rubros cuyos precios tuvieron mayores alzas fueron alimentación, con una inflación del tres por ciento, y dentro de éste, las frutas y verduras crecieron un 10,4. El precio del transporte aumentó 1,1; el de la vivienda 0,9 por ciento y la salud 0,6. Por artículos, las alzas de julio estuvieron impulsadas por los precios de artículos de primera necesidad: el pan subió casi un cinco por ciento, el menú, o colación, en un restaurant un 5,7, las papas un 13 por ciento. Aun cuando bajaron los huevos, que habían venido subiendo durante el año, el conjunto de alimentos sin duda ha encarecido el costo de la vida. Otras alzas no menores han sido los pasajes en bus interprovincial, con un aumento de casi un 14 por ciento en julio, la electricidad, con un tres por ciento y el gas licuado, con casi un dos por ciento.

Los precios de los alimentos y de los combustibles se han convertido en una presión inflacionaria de largo plazo. Y aun cuando se trata de tipos de bienes muy distintos, hoy en día están muy relacionados. El aumento de los precios del crudo ha estimulado en numerosos países industrializados y en muchos productores de granos y otros cultivos la idea de producir biocombustibles, los que hoy en día son más baratos que los derivados del petróleo. Esta demanda por cultivos como insumos para combustibles ha elevado no sólo los precios de estos bienes, como, por ejemplo, el maíz, sino indirectamente el de otros alimentos. Durante los últimos tres meses, el precio internacional de la leche se ha elevado en un 15 por ciento como consecuencia del encarecimiento de los piensos utilizados en la alimentación del ganado lechero. Y si así ha sido con la leche, próximamente lo será también con la carne.

Aun cuando la inflación es efecto de tan diversos factores, hay al menos dos fundamentales: una fuerte demanda por los productos lleva a incrementos de los precios, en tanto el tipo de cambio tiene relación con el precio relativo de los bienes importados. Respecto a la primera situación, las ventas de supermercados mantienen niveles muy similares a años anteriores, con un crecimiento mensual promedio al uno por ciento. No habría aquí evidencia de inflación por una fuerte demanda de bienes. Y tampoco lo hay en el tipo de cambio, sino que el fenómeno de apreciación del peso respecto al dólar tiende a abaratar los productos importados y aquellos nacionales cuya producción tiene insumos importados. En los últimos seis meses el dólar ha bajado desde un promedio de 550 pesos a los actuales 515 pesos.

Pero la explicación que hacen de la inflación la gran mayoría de los especialistas del establishment es, sin embargo, el efecto de una expansión de la demanda, del consumo, el que estaría, dicen, impulsado por un aumento salarial (sic) y por el crecimiento de los créditos para el consumo. Un proceso que llevará indefectiblemente a una nueva alza de las tasas de interés. Otro grupo, minoritario, por cierto, estima que las presiones no son relevantes, las que tienen una clara causa en las pérdidas de cosechas por las heladas y en un aumento de los precios internacionales de algunos alimentos.

Ante una economía recalentada, como la que diagnostican algunos economistas, el remedio es un alza en las tasas de interés, las que durante los últimos años han estado históricamente bajas. Este menor precio para el dinero tomado en préstamo, que ha sido una de las causas de la reactivación en el consumo a partir del 2000, tuvo su cota mínima el 2004, con 1,75 por ciento anual para la tasa de referencia del Banco Central, para alcanzar hoy en día un 5,25 por ciento tras la reciente alza de julio. Las presiones inflacionarias del mes pasado serán un factor relevante para una nueva alza en agosto, que podría llegar a 5,5 o, tal vez, más.

Con el peso de la inflación en bienes básicos como la alimentación y el transporte, es toda la población, partiendo por los más pobres, la perjudicada. Proporcionalmente, aumentos en productos básicos como el pan, la leche o verduras, impacta con mayor fuerza a los hogares de menores recursos. Un hogar pobre destina proporcionalmente una mayor cantidad de sus ingresos a alimentos y otros bienes y servicios. Estadísticas oficiales (INE) señalan que si el quintil de más altos ingresos de la población destina en promedio el 18,3 por ciento de su presupuesto familiar a alimentos, el quintil más pobre ocupa el 43,6 por ciento.No es lo mismo que aumente el precio de las tarifas aéreas o los automóviles que el precio del pan o los lácteos. La inflación, y especialmente la de alimentos y servicios básicos, golpea principalmente en los más pobres.

La inflación es también uno de los indicadores más directos y populares, junto con el desempleo, para medir la calidad de la economía (la cantidad, diríamos, se mide en el volumen del bolsillo). Por estos motivos no es de extrañar que sondeos de opinión comiencen a poner a la economía como uno de los principales problemas. Según una encuesta Adimark publicada los primeros días de agosto, la gestión económica del gobierno ha caído en ocho puntos, desde un 43 por ciento en junio a un 35 por ciento el mes pasado. La relación con las alzas, reproducidas y extendidas, es evidente.

TASAS DE INTERES:

UN GOLPE DE GRACIA

Por todas partes hay señales que apuntan hacia una mayor alza de tasas. No sólo por los efectos perjudiciales de la inflación en la capacidad adquisitiva de los consumidores y en la economía en general, sino en la crisis política que puede derivar en un repunte inflacionario, el que puede ser amplificado con bastante facilidad por los medios de comunicación de la derecha. No es difícil prever un desplazamiento de la atención desde el Transantiago a las deterioradas economías personales.

Un alza en las tasas es siempre un mal menor. Es el principal mecanismo, junto con el tipo de cambio, que tiene el Banco Central para controlar la inflación. Pero elevar las tasas tiene efectos colaterales a veces dolorosos. Para disminuir las presiones inflacionarias se requiere enfriar la economía, lo que conduce a menor con-sumo, menores ventas y producción y mayor desempleo. Y es también una mala noticia para el sector exportador. Nada más conocerse la cifra de inflación de julio, el mercado cambiario comenzó a especular con un alza de las tasas de interés, lo que provocó, tras una masiva venta de dólares, una sensible caída en su precio respecto al peso.

El encarecimiento del crédito enfría la economía, reduce el consumo, y también encarece la vida de millones de endeudados. Cuando el modelo económico ha hecho del crédito parte del diario vivir y subsistir económico, una alteración en las tasas puede convertirse en una pesada carga para millones de familias y trabajadores endeudados. Aun cuando el alza de tasas de finales de la década pasada tuvo una magnitud muy diferente a los niveles actuales, vale la pena recordar que ese episodio encareció todos los costos financieros de las pymes y llevó a no pocas a la quiebra. Aquel brutal aumento de las tasas de interés la padeció la economía -y más que nada los ciudadanos y trabajadores chilenos- durante largos años. Sólo a partir de 2006 el crecimiento del PIB ha vuelto a registrar una tasa superior al cinco por ciento.

Una nueva alza de tasas en el momento actual, teniendo en cuenta la función que hoy en día cumplen los préstamos bancarios y de casas comerciales, se eleva como una amenaza para las economías familiares. Estadísticas del Banco Central cifran la deuda media de los chilenos en unos tres millones de pesos, la que aumenta a un ritmo cercano al veinte por ciento cada año. Ante esta realidad, que posiblemente es mayor si se consideran los créditos de consumo de las casas comerciales, Ernesto Benado, director de la asociación de consumidores Conadecus, esboza la actual situación de las familias chilenas, que en no pocos casos ha comenzado a utilizar el crédito para gastos corrientes de alimentación. La tarjeta Presto, de Líder, tiene un millón y medio de usuarios, Falabella casi dos millones y Jumbo Cencosud poco de más de un millón. Se calcula que el sector del retail ha emitido en Chile más de ocho millones de tarjetas. El 50 de la población, niños incluidos, compra a crédito.

La industria del retail, que crece como la espuma precisamente por el crédito y el cobro de altas tasas de interés, se ha convertido en una industria financiera, que ofrece préstamos en efectivo. Ante este fenómeno de evidente expansión, Benado observa grandes riesgos con un alza en las tasas de interés. “¿Qué pasa cuando la suma de los compromisos men-suales hace que no quede excedente para comprar los alimentos, pagar las cuentas de servicios básicos y otras necesidades? Si no se quiere caer en mora, se puede recurrir a aceptar la oferta de dinero en efectivo que le ofrecen las tarjetas de crédito y eso se hace a muy altas tasas de interés. Ese dinero se puede usar incluso para cubrir las cuotas de otras tarjetas de crédito comerciales y usar así lo que se llama la bicicleta financiera. Ese es el momento peligroso para una economía familiar, porque la compromete a pagar altas tasas de interés que agravan el presupuesto y que, en general, no tiene salida en el corto plazo”

PAUL WALDER

(Publicado en “Punto Final” Nº 645, 10 de agosto, 2007)

 

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