Lo sumergido
NO MUERE
Autor: Hernán Soto
Patricia Israel es una de las principales artistas plásticas de nuestro país. Su obra, con una particular figuración y rasgos expresionistas, tiene amplio contenido social y ha merecido diversas distinciones.
Tuvo activa participación sociopolítica en diversos colectivos durante el gobierno de la Unidad Popular, sufrió persecución y debió exiliarse, primero en Argentina y luego en Venezuela. Regresó en 1980: “Tenía mucho miedo, el país era otro y la represión era muy dura”, dice. Se incorporó al Taller de Artes Visuales, junto a Francisco Brugnoli, Pedro Millar, Virginia Errázuriz y otros, realizando un importante trabajo de coordinación, análisis y defensa de la cultura.
Patricia Israel acaba de inaugurar en la sala Arte Actual una exposición titulada Lo sumergido. Junto a esculturas de cisnes decapitados o heridos, hay una secuencia de telas complementarias que exploran la memoria, el ocultamiento, la borradura, la ausencia y el dolor. Punto Final conversó con Patricia Israel:
En su muestra es perceptible la cercanía de pensamiento, pintura y escultura. ¿Podría explicar esa relación?
“Mi pintura tiene que ver con la realidad. Pretende evitar la simple ilustración, entrega una obra que puede ser leída en múltiples formas. Abordo hechos que muchas veces son incómodos: las molestias de la realidad, sus horrores. Hay desplazamientos, asociaciones, no es sim-plemente literal.
El poema que sirve de pórtico a la exposición tiene una explicación. La gente al mirar una obra busca su nombre y mi exposición tiene sólo números. Escribí el texto que está a la entrada para que sirva de orientación. Comienza con el nombre científico del cisne de cuello negro.
Cuando buscaba material para hacer un libro de artista, encontré referencias a mi primera escultura. Fue un cisne que hice siendo adolescente, cuando estudiaba escultura con Tótila Albert. Después abandoné para estudiar pintura. Ese cisne no existe, fue destruido cuando allanaron mi casa después del golpe. Pero queda la huella, y no solamente en la memoria. Por esos días se conoció de la muerte de los cisnes en Valdivia, por la contaminación de la planta de celulosa. Un ecólogo dijo entonces algo que me dio vueltas: todos vamos a terminar como los cisnes si no somos capaces de cambiar las cosas. De allí empezaron a brotar asociaciones.
El cisne de cuello negro es muy hermoso, sensual, fálico. Aparece en diversas civilizaciones. En Egipto se le atribuía un papel central en el origen del mundo. Hubo asociaciones de infancia. Mi padre nos contaba que nadaba entre cisnes de cuello negro en la laguna que hay en-tre San Sebastián y Las Cruces. Estaba también la muerte, por la degradación del ambiente. Una naturaleza que se deteriora y muere por la acción del hombre y la búsqueda de lucro. El agua, como tumba de los cisnes y también de muchas víctimas de la dictadura, que fueron lanzadas al mar. En ese tiempo aparece también la gasa, que vela y sirve también para curar heridas. Todo eso va dando sentido a los cuadros que complementan las esculturas de cisnes decapitados, mutilados.
El agua tiene que ver con el secreto, con los archivos ocultos, con los pactos de olvido -que son secretos- y con la borradura, que funciona pero que es imposible. Siempre quedan huellas, siempre lo sumergido termina por aparecer y aunque se hunda, queda la huella, el signo, la sombra de la ausencia”.
PINTURA Y APOCALIPSIS
¿Qué persigue con esta pintura?
“Ayudar a abrir conciencias. Lo esencial del ser humano está en peligro por el predominio incontrarrestable del dinero y el lucro. Ya no hablamos ni pensamos en ‘nosotros’. Nos han expropiado el ‘nosotros’. Ahora sólo vale el ‘yo’ y el egoísmo. Son muchos los que no comprenden lo que está pasando. Los jóvenes -no todos, claro- no parecen entendernos. Y no es por culpa de ellos. El daño causado por la dictadura fue tremendo. Tampoco tie-nen un sentido cívico, que implica res-ponsabilidades ciudadanas. Ni siquiera se enseña ya la educación cívica, según entiendo. A eso hay que apuntar. Y la cultura puede ser un instrumento muy importante”.
¿No le parece que su visión puede ser calificada de apocalíptica, de excesiva?
“Me lo han dicho algunos amigos. Pero hay realidades que no podemos eludir. La historia humana parece una espantosa sucesión de horrores, exterminios, genocidios, fanatismos monstruosos, es-clavitud, holocausto -no solamente el judío, sino también el armenio y otros-. Casi inevitablemente las buenas causas son derrotadas o se pervierten. Ahora hay una especie de ‘ideología de la destrucción’, porque el neoliberalismo no es solamente el imperio del lucro sino que ostenta un poderío gigantesco, un control inimaginable sobre las personas y una fuerza militar terrorífica. Es como para perder la esperanza.
Pero hay que concentrarse en seguir trabajando, pensando, defendiendo las ideas que a la mayoría parecen incorrectas o añejas. Sin traicionar las lealtades. ¿Cuántos que conocimos abjuraron de sus ideales? Sé que todo esto parece excesivo. Hay que continuar luchando. Debemos lograr que se haga justicia. Que en muchos casos no será a través del castigo sino por el conocimiento pleno de la verdad. Por sumergida que se encuentre. En Chile todavía no hay verdad, y qué decir de justicia.
Al inaugurar la exposición se me acercó una señora a comentarme que era horrible que todos los cisnes estuvieran muertos. Y yo, sin pensar, le dije: Parecen estar muertos, pero en realidad están heridos. La gasa servirá para curar sus heridas. ¿Por qué lo dije? No sé”.
La reflexión que hay detrás de su trabajo desmiente la idea de la inspiración que mueve al artista y el peso de lo espontáneo. ¿Cómo trabaja usted?
“Primero investigo, leo, estudio, converso. Me interesan muchos temas, desde la historia y la política hasta el sicoanálisis. No creo en el automatismo ni en los pintores que pintan a (…)
(Este artículo se publicó completo en en“Punto Final”, edición impresa Nº 636, 5 de abril, 2007)
Quincenalmente, los viernes,
encontrara la nueva edicion de PF en su quiosco, $800 el ejemplar
|