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EL EJERCITO,
político ayer
político hoy
E
n un pequeño cuarto, en noche de plenilunio sureño, un viejo
mapuche calentaba sus rugosas manos con el fiel mate. La mirada fija en
la puerta, como esperando que alguien en cualquier momento irrumpiera
en su nostalgia por aquella pálida joven de largos cabellos dorados
que se le apareció de repente a orillas del lago, y lo enamoró
para siempre. Entre el humo y el silencio, no supe qué hacer cuando
el anciano derramó una lágrima por aquel amor imposible
que se hundió en las aguas del lago, porque era más pez
que mujer.
Claro, porque todos los pueblos de la tierra buscan formas de representar
la realidad enfrentando, muchas veces, a la fantasía con la razón,
a la lógica con lo imaginario. Así surgen los mitos y las
leyendas. Y Chile no es una excepción, por supuesto.
Uno de los mitos más arraigados en nuestra cultura política
es que los militares nunca han intervenido en política y que son
respetuosos de la institucionalidad. La historia chilena es pletórica
de ejemplos que atestiguan lo contrario. De hecho, Chile nació
como país y se constituyó como Estado-Nación con
la participación activa de las fuerzas armadas. Y luego hubo dictaduras,
alzamientos armados y, por cierto, numerosas masacres de trabajadores,
campesinos, pobladores y mapuche donde tomaron parte los militares.
Entonces, las declaraciones del general Juan Emilio Cheyre, comandante
en jefe del ejército, que tanto revuelo han causado, no deben sorprendernos
en absoluto, pues forman parte de un continuum histórico de actividad
política. Pero sí deben preocuparnos porque demuestran,
una vez más, el poder que aún poseen los militares en el
marco de una transición eterna, de cuyo origen y perpetuación
son responsables no sólo las fuerzas armadas y la derecha, sino
que también los que negociaron con éstos: los dirigentes
y partidos del actual gobierno.
VICTIMAS Y VICTIMARIOS
De esta transacción política son responsables
todos los actores directamente involucrados, pero es inaceptable el planteamiento
del almirante Miguel Angel Vergara, comandante en jefe de la Armada, cuando
afirma que “el 11 de septiembre fue producto de una crisis institucional
muy profunda en todo el país, donde tenemos responsabilidades compartidas,
todos. Algunos directamente, otros indirectamente, sean de derecha, de
izquierda o de centro”. La impudicia del almirante al poner al mismo
nivel a víctimas y victimarios constituye una afrenta, no sólo
a las víctimas de la represión, sino que a todos aquellos
que jamás tuvieron participación alguna en la eufemísticamente
denominada “crisis institucional”. Sin embargo, su aseveración
tampoco constituye novedad, porque ésta siempre ha sido la hipótesis
de trabajo de las fuerzas armadas y la derecha, idea que, por lo demás,
ha sido aceptada e internalizada por sectores de la clase política
concertacionista.
Entonces, las afirmaciones del general Cheyre deben entenderse como una
reafirmación de una línea sostenida de injerencia política
y no -como suele expresarse- de un distanciamiento del ejército
de su supuesta profesionalización. Es en este marco que la acción
de Cheyre adquiere su verdadero significado y peso específico,
permitiéndonos, además, analizar sus cuatro componentes
principales.
ACTORES POLITICOS UNIFORMADOS
En primer lugar, establece inequívocamente que
los militares son actores políticos importantes y que, con meras
declaraciones, pueden incidir en la agenda política nacional y,
qué duda cabe, develar la fragilidad del proceso transicional y
del sistema democrático que nos alberga. Es precisamente esto lo
que impulsó al ministro del Interior, José Miguel Insulza,
a manifestar, perplejo, que lo sucedido “no es lo más habitual
en una democracia. Generalmente, los comandantes en jefe de las fuerzas
armadas no hablan de política”. Pues bien, está claro
que en Chile eso ya hace tiempo que ocurre y que, no obstante las pintorescas
expresiones de Francisco Vidal, ministro secretario general de Gobierno,
en cuanto a que “la sabiduría popular hay que usarla, y por
lo tanto, pastelero a tus pasteles”, no existen indicios de que
los comandantes jefe cesen de hacer política.
En segundo lugar, refrenda la postura institucional de que en la génesis
y materialización del golpe militar hubo responsabilidades múltiples,
por ende -como señala el general Cheyre- “la deuda de los
políticos con los militares no está saldada. Aquellos que
provocaron las condiciones para el colapso de la democracia, los que instigaron
a la acción a las FF.AA. y los observadores indiferentes y silenciosos,
se han reconvertido”. Tal aseveración pareciera apuntar a
la derecha, a la Democracia Cristiana y a Estados Unidos, principales
co-responsables de la tragedia nacional incoada hace tres décadas.
En esto, sin duda, tiene razón. Pero es una falta de respeto hacer
la crítica extensiva a otros sectores políticos que apoyaron
al gobierno de la Unidad Popular y que, posteriormente, fueron víctimas
de la más brutal represión en la historia reciente. Asimismo,
es vergonzoso que el ejército busque su auto-victimización
al manifestar su comandante en jefe que “lo que me espanta es que
en la sociedad no se halla logrado mirar con los ojos de hoy al ejército,
y se le mire con los ojos de un período de excepción”.
Al general no le espantan los miles de torturados, las mujeres violadas,
los desaparecidos, el terror que se enseñoreó en nuestro
país por 17 años, terror del cual las fuerzas armadas fueron
las responsables. No, a Cheyre sólo le preocupa que la sociedad
acepte a su institución olvidando el pasado, porque ellos también
desean reconvertirse de asesinos a soldados profesionales. Afortunadamente,
el pueblo tiene memoria y no puede olvidar ni perdonar que haya millares
de chilenos y chilenas que jamás tendrán la posibilidad
de reconvertirse, pues ya no están con nosotros. Los asesinaron
sin piedad en aquel “período de excepción”,
como lo denomina el ejército.
BUSCANDO LA IMPUNIDAD
En tercer lugar, el accionar del ejército tiene
el claro propósito de buscar la impunidad ante las atrocidades
cometidas en dictadura. No es la primera vez, y seguramente no será
la última, que las fuerzas armadas intentan blanquear un período
dramático de nuestra historia en términos políticos,
pero también legales. No contentos con la existencia de una ley
de amnistía espuria que protege a los violadores de los derechos
humanos, se manifiestan ofendidos por la demora en los procesos judiciales
que involucran a más de 500 militares. Para el general Cheyre el
problema de los derechos humanos se reduce a meras estadísticas,
de ahí que encuentre “preocupante que de 384 juicios, 370
estén entrampados. Diez en segunda instancia y uno en casación”.
Ni una sola palabra acerca de las víctimas de la represión,
ni un gesto de arrepentimiento y menos aún de pedir perdón
por aquellos que cayeron abatidos por la arrogancia, la furia y la inmisericordia
de los militares que hoy -de acuerdo al ejército- sufren la agonía
de la incertidumbre de procesos que se prolongan en el tiempo. En concreto,
lo que busca el ejército es el término de los procesos para
poner punto final al tema de los derechos humanos, dejando en claro, además,
que no poseen información acerca de los detenidos desaparecidos.
Porque si es que existe alguna deuda histórica en nuestro país,
es la que tiene el ejército con la sociedad, al ocultar por décadas
la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos y, en particular,
acerca del paradero de los desaparecidos. Ya se burlaron, una vez más,
del dolor de los familiares y de todo el pueblo chileno cuando entregaron
su primer informe sobre el tema de los desaparecidos, expresando que la
mayoría de ellos había sido arrojado al mar y que, por lo
tanto, eran inubicables. Posteriormente, se comprobó que incluso
aquello era mentira. Ahora el general Juan Emilio Cheyre rubrica tal escarnio
indicando que la deuda con la sociedad “no la vamos a poder saldar
los militares, porque esa verdad no la tenemos y eso es un reconocimiento
que ha sido hecho en todas partes. Hay personas que pueden tener información,
y por mí que la hubieran entregado. Esa deuda es de las personas
que tienen la información”. Eso es lisa y llanamente lavarse
las manos. Por lo mismo, los proyectos impulsados por el gobierno en el
parlamento, que entre otras cosas incluyen reducciones de penas o inmunidad
para miembros de los servicios de seguridad o fuerzas armadas que entreguen
información, carecen de futuro legal. Amén de ser inmorales,
puesto que benefician a criminales.
En cuarto lugar, no es casualidad que el ejército haya resuelto
intervenir directamente en el debate político en el marco de las
nuevas acusaciones en contra del general Pinochet, relacionadas con las
millonarias cuentas bancarias descubiertas en Estados Unidos y, además,
por el caso Operación Cóndor, la red organizada por los
servicios de inteligencia de países del Cono Sur en la década
de los setenta para reprimir a opositores. No es casualidad que el dictador
enfrente una delicada situación judicial y que reciba gestos de
apoyo en la forma de distractores por parte de su ejército, toda
vez que en 1998 fue designado como comandante en jefe benemérito
de la institución.
Por todo lo anterior, a los ilusos que aún existen, les llegó
el momento de desmitificar la política, dejar de pensar que las
fuerzas armadas son neutrales o apolíticas. Nunca lo han sido y
nunca lo serán
MAURICIO BUENDIA
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