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El portaaviones y la
vergüenza nacional
Cuando
a Valparaíso se le declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad,
los pelícanos del puerto volaron asombrados por sobre la bahía,
quizás presagiando que aquello de cultural le quedaba grande a
una ciudad que, precisamente un año después, se sumiría
en la más patética de las locuras tropicaloides -con el
perdón de todos los pueblos del trópico- ante la visita
del portaaviones Ronald Reagan de la Marina estadounidense. Tanto los
medios de comunicación como las autoridades locales transformaron
a Valparaíso en un gigantesco burdel a disposición del imperio,
como en algún momento lo fue Cuba antes que la dignidad del pueblo
cubano hiciera estallar en mil pedazos el dominio estadounidense.
A la burdelización del puerto se sumó la exultación
de los comerciantes de todo tipo, que vieron en los tres mil tripulantes
del navío una suculenta fuente de ganancias. Pareciera necesario
realizar un estudio sociológico acerca del comportamiento de los
miles de chilenos que arribaron al puerto y de su escala valórica,
porque es deplorable que una máquina de guerra se haya transformado
en una atracción turística. Claro, porque eso y nada más
es este barco, el más poderoso de la flota norteamericana. El US
Ronald Reagan CVN76 fue construido en 1994 por Newport News Shipbuilding
and Drydock, en el estado de Virginia. Desplaza más de 77.600 toneladas,
posee dos reactores nucleares y un armamento que incluye dos plataformas
de lanzamiento Sea Sparrow y dos plataformas de lanzamiento 21-cell RAM.
Ello, además de 80 aviones F-18 y una tripulación potencial
de 6.000 marinos. Es decir, un poder de fuego que le convierte en una
maquina de muerte perfeccionada hasta el límite, para minimizar
la posibilidad de errores y maximizar su eficiencia destructiva.
¿Cómo es posible, entonces, que miles de porteños
y medio millón de santiaguinos visitara la zona para observar a
la distancia este portaaviones? ¿Cómo se produjo este fenómeno
masivo de euforia y excitación? ¿Cómo es posible
que nadie -o casi nadie- cuestionara la presencia de un símbolo
de la arrogancia y el belicismo imperialista?
El cardenal Jorge Medina criticó “la gran feria de prostitución
y lujuria” que suscitó la presencia del portaaviones. Mas
él lo hizo desde una postura fundamentalista y reaccionaria, alarmado
ante la supuesta trastrocación de valores que atentan contra la
familia y la moral.
Pero lo sucedido en Valparaíso es más serio y profundo,
pues toca las fibras más íntimas de la fábrica societal:
la mercantilización de las relaciones sociales. Es la manipulación
mediática, el poder y las instituciones al servicio del mercado,
donde los seres humanos se convierten en meros consumidores de un producto
artificial.
¿CRUCERO DE PLACER?
El barco de la destrucción y la muerte, el barco
que puede estar bombardeando Iraq o invadiendo Panamá, por obra
y gracia de la publicidad, se convirtió en un crucero de placer.
Y ello establece un símil con la Esmeralda, la nave de la Armada
chilena utilizada como lugar de detención y tortura con posterioridad
al golpe militar. La Marina siempre ha negado que en el buque-escuela
se hayan violado los derechos humanos, a pesar que el propio Informe Rettig
y los testimonios de centenares de hombres y mujeres lo dejan claramente
explicitado. Y hoy, a treinta años del golpe, numerosos porteños
visitan la Esmeralda para recorrerla y admirarla en familia, ignorantes
que allí se torturó y asesinó. Otra mercancía,
otra atracción turística desprovista artificialmente de
su historia para obnubilar la memoria de los chilenos.
PERDIDA DE MEMORIA
Y, desafortunadamente, los diecisiete años de
dictadura y los tres lustros de dominio de la Concertación, han
estragado la memoria de nuestro pueblo. Pero, claro, no es un proceso
natural, sino que dirigido y manipulado por las clases dominantes como
una forma de viabilizar el proceso de transición pactada. Hay que
cercenar la memoria, castrarla, matarla, hacerla desaparecer, de la misma
manera que hay que hacer desaparecer la maldad intrínseca del portaaviones
Ronald Reagan, transformarlo en un carnaval para que los millares de extasiados
consumidores se desplazaran por las calles, cerros y miradores de Valparaíso
y Viña del Mar. Lo hicieron voluntariamente, nadie los obligó,
porque el modelo económico posee, también, su trasunto cultural.
Y es precisamente esta cultura lo que motiva a los chilenos a festinar
la realidad, a entenderla y aprehenderla en términos mercantiles,
más como consumidores que como seres humanos, más como objetos
que como sujetos. Por lo mismo, la tradicional festividad de San Pedro,
patrono de los pescadores, fue relegada a un segundo plano mientras más
de un millón de personas deambulaban felices por entre las callejuelas
de la ciudad oteando el océano, intentando captar fotográficamente
el día en que la muerte visitó Valparaíso y nadie
se dio por enterado.
“¡WELCOME!”
Mientras Estados Unidos invade Iraq y Afganistán,
mientras fortalece sus sanciones a Cuba y crecen las críticas a
nivel internacional por su prepotencia y ambiciones de dominio unipolar,
en este paisito a los yanquis se les recibe con los abrazos abiertos.
De hecho, el vespertino La Estrella, de la cadena de El Mercurio, tituló
en su portada “¡Welcome!”, en un gesto de genuflexión
que no puede extrañar. No todos tuvieron la misma sumisa actitud:
aparecieron algunos rayados y panfletos en la ciudad repudiando la presencia
estadounidense en Chile. Asimismo, un pequeño grupo, encabezado
por el diputado PPD Guido Girardi, realizó una manifestación
en el muelle Prat de Valparaíso, criticando la visita de la fuerza
militar estadounidense. Pero, lamentablemente, no fue la tónica,
ya que la abrumadora mayoría de los miles de visitantes que colmaron
Valparaíso y Viña del Mar, expresaron su satisfacción
por haber sido testigos de un evento -supuestamente- único. De
este modo, Valparaíso dejó de ser patrimonio cultural de
la humanidad para convertirse en lenocinio de Estados Unidos. El puerto
se repletó de trabajadoras sexuales y travestis. Los mismos que
son constantemente reprimidos por la policía y por grupos homofóbicos
y neonazis, fueron recibidos entusiastamente por las autoridades. El mercado
manda y éste dictamina que los marinos requieren de servicios sexuales.
Entonces, cerca de dos mil prostitutas esperaron y atendieron a los estadounidenses.
A ello hay que agregar diez mil condones repartidos gratuitamente, sesenta
mil litros de cerveza, veinte mil hamburguesas, diez toneladas de papas
fritas y abundantes chorrillanas. Los marinos comieron, bebieron, bailaron
y tuvieron sexo a destajo, gracias a la extraordinaria hospitalidad del
porteño que pasó por alto las guerras y golpes de Estado.
Los comerciantes sonrieron felices, porque se estima -según el
presidente de la Cámara de Comercio de Valparaíso- que las
ganancias alcanzaron a un millón de dólares. Ganaron las
trabajadoras sexuales, los travestis, los garzones, los ascensoristas,
los lancheros (que subieron en un 100% sus tarifas para trasladar a los
turistas hasta las inmediaciones del portaaviones). ¿Y, quién
perdió en esta bacanal consumista?
Contrariamente a lo que se piensa, perdieron los comerciantes del puerto,
porque la mayoría de los marinos optaron por trasladarse a Viña:
la presencia de los extranjeros no se hizo sentir en Valparaíso.
Perdieron los habitantes de las ciudades mencionadas y de los pueblos
del interior, pues el aumento del parque automotriz hizo colapsar las
avenidas España y Marina; calles Alvarez, Errázuriz y Viana,
entre otras. El trayecto entre Valparaíso y Viña, que normalmente
dura doce minutos, duró una hora. Perdieron los pobres de la región,
porque a pesar de rutilantes fiestas y paseos por la bahía, lo
cierto es que Valparaíso se encuentra entre las 334 comunas del
país con mayores índices de pobreza. Todo esto se refleja,
también, en los guarismos de producción y generación
de empleo. En el informe entregado recientemente por el Instituto Nacional
de Estadísticas, correspondiente al trimestre que finaliza en mayo,
se establece que los índices de producción y venta física
de las industrias manufactureras de la región disminuyeron ostensiblemente.
Esto dice relación con construcción de máquinas,
aparatos y accesorios eléctricos, fabricación de productos
derivados del petróleo y carbón y, fabricación de
papel y productos de papel. Una de las consecuencias de dichas bajas es
el incremento en la tasa de desempleo la cual llegó, en términos
absolutos, a más de 70 mil personas. La ciudad de Valparaíso
tiene una tasa de desocupación de 17,4 por ciento, la más
alta del país.
Valparaíso perdió, por sobre todo, su dignidad y su vergüenza,
porque en el preciso instante en que debiera estar celebrando su primer
aniversario como ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, se sumió
en una vorágine consumista alabando la anticultura, la destrucción
y la muerte
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