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Chile necesita gas
y agua, Bolivia una salida al mar.
El MAS propone el camino de la integración económica.
Bolivia a corazón abierto
El
diputado Antonio Peredo Leigue, jefe de la bancada parlamentaria del Movimiento
al Socialismo (MAS) de Bolivia -27 diputados y 8 senadores-, tiene un
sueño: que la enorme riqueza de gas natural de su país -54
trillones de pies cúbicos en reservas probadas- se convierta en
un factor de integración de América Latina. “Así
como la Unión Europea partió del acuerdo del acero y el
carbón -dice Peredo-, ¿por qué no imaginar que el
gas boliviano sirva también para unir a América Latina?
Gas necesita Brasil -podemos duplicar las ventas a ese país a cambio
de tecnología-; gas necesitan Argentina y Perú, porque se
están acabando sus reservas; gas -y agua- necesita Chile. Bolivia
puede responsabilizarse del desarrollo del norte chileno. ¿Por
qué Chile, en una perspectiva de integración latinoamericana
no podría entregar a Bolivia una salida soberana al mar? Ya no
se trataría, como hasta ahora, de considerar el gas una mercancía
que se transa al mejor postor en beneficio de las transnacionales, sino
de transformarlo en un elemento integrador para el desarrollo independiente
de naciones hermanas”.
El sueño de Antonio Peredo -hermano de Coco e Inti, que murieron
en la lucha guerrillera del Ejército de Liberación Nacional
(ELN) que en Bolivia fundó el Che Guevara en la década del
60-, podría hacerse realidad en un plazo no lejano. El MAS ya es
un importante factor político en Bolivia. Si las agujas de la historia
siguen marchando en la actual dirección, ganará el gobierno
el año 2007 y su líder, Evo Morales Ayma, se convertirá
en presidente de la República. Ya en junio del 2002, Evo Morales
-con un definido programa antineoliberal- fue superado sólo por
1,5% de los votos, por Gonzalo Sánchez de Lozada, derrocado por
el pueblo el 17 de octubre del 2003. Sin embargo, EE.UU. -que ha demonizado
a Evo Morales al incluirlo en una arbitraria lista de “terroristas
y narcotraficantes”- hará todo lo posible, junto con las
clases privilegiadas de Bolivia, para cerrarle el paso al Palacio Quemado,
incluyendo sin duda acciones golpistas y criminales.
La visión latinoamericanista del MAS, en todo caso, necesita encontrar
oídos receptivos en los países vecinos. Sobre todo en Chile,
cuyo gobierno se niega a discutir la reivindicación boliviana de
un corredor al Océano Pacífico. La postura del presidente
Ricardo Lagos, conocido en el exterior como un “socialista”,
resulta más conservadora en este tema que el gobierno de Gabriel
González Videla, que en 1950 aceptó negociar un corredor
boliviano al mar o que la dictadura militar de Pinochet, que en los años
70 también ofreció solucionar la mediterraneidad de Bolivia.
El presidente Salvador Allende también se propuso corregir esa
injusticia histórica (ver pág. 15).
Chile se apoderó de 180 mil kms2. de territorios de Bolivia y Perú
en la guerra del salitre de 1879, un conflicto azuzado por capitales británicos
y chilenos que costó más de 23 mil vidas de soldados de
los tres países. El botín de guerra fueron Tarapacá
y Antofagasta (incluyendo 400 kms. de costa). Una tupida selva de tratados
condena a Bolivia -cuyos primeros presidentes fueron Bolívar y
su lugarteniente Sucre, campeones de la unidad latinoamericana- a una
mediterraneidad que no compensan las facilidades portuarias que “otorga”
Chile. La amputación territorial se ha convertido en un peso insoportable
para el pueblo boliviano. Enerva su conciencia, menoscaba la dignidad
del país y dificulta su desarrollo. Quizás la construcción
de un puerto propio al norte de Arica -incluyendo instalaciones, carretera,
vía férrea, aeropuerto, etc.- exceda toda posibilidad real
de la economía boliviana. Para entonces -porque sin duda Chile
y Perú tendrán que ceder al justo reclamo de Bolivia- el
proceso de integración latinoamericana resolverá las cosas
de otro modo. Entretanto, el problema de la mediterraneidad sigue siendo
utilizado por astutos políticos, militares, publicistas y empresarios
en interminables intrigas y conspiraciones para burlar la soberanía
popular. Esto hace del Estado el patrimonio de un puñado de audaces.
Una y otra vez, con admirable coraje, el pueblo boliviano se ha levantado
para defender su libertad y reclamar sus derechos. Aunque Bolivia es conocida
por sus golpes de Estado, detrás de cada cuartelazo y traición
ha habido un levantamiento popular. Es muestra clara de una recia voluntad
popular. A ella apuesta el MAS para construir una Bolivia diferente.
La reivindicación marítima de Bolivia tiene además
gran apoyo internacional. Pero los únicos que pueden desatar el
nudo -en virtud de los tratados de 1904 y 1920-, son los gobiernos y parlamentos
de Chile y Perú. Un rol decisivo están llamados a jugar
en el siglo XXI los pueblos de los tres países. Si sus organizaciones
sociales asumen la responsabilidad política que les asigna esta
nueva época, la salida al mar de Bolivia se hará realidad
en un contexto de integración, espíritu que gana terreno
en América Latina como réplica a la estrategia anexionista
de Estados Unidos.
REFERENDUM Y ASAMBLEA CONSTITUYENTE
En la Bolivia post-Sánchez de Lozada, el presidente ultra neoliberal
derrocado en octubre del año pasado por una sublevación
popular que costó 60 muertos y 400 heridos, llama la atención
el clima de gobernabilidad que vive el país. El presidente Carlos
Mesa Gisbert tiene indudable apoyo. Se ha disipado el aura de provisorio
con que surgió su gobierno. Esto se debe a que no ha eludido cumplir
las demandas que la movilización del pueblo planteó en octubre.
El pasado 20 de febrero el presidente Mesa promulgó la ley de reforma
de la Constitución Política aprobada por el Congreso. La
reforma incorpora al texto constitucional la Asamblea Constituyente y
el referéndum, abriendo caminos democráticos y de participación
popular. En junio próximo se convocará al referéndum
para que el pueblo decida si los hidrocarburos vuelven al patrimonio del
Estado. El trasfondo, desde luego, es la explotación del gas natural,
apetecido por las transnacionales que financiarán campañas
publicitarias para defender sus intereses. Por su parte, la Asamblea Constituyente
que dotará a Bolivia de una nueva Constitución, será
convocada el próximo año sobre la base de una consulta nacional
que se realizará en estos meses a través de seminarios,
talleres, mesas de trabajo, encuestas, etc. La consulta determinará
el número de constituyentes, las formas cómo éstos
se elegirán, su representatividad, etc. La reforma ha suprimido
el monopolio de los partidos políticos y las organizaciones sociales
y los pueblos originarios podrán presentar candidatos. Ambas demandas
-referéndum sobre los hidrocarburos y Asamblea Constituyente- encabezaron
las movilizaciones de octubre a las que Sánchez de Lozada respondió
con represión. La exigencia de una Asamblea Constituyente viene
planteándose desde el 2000, bajo el gobierno de Hugo Banzer. “Esta
fue la respuesta de los sectores populares -dice el diputado Antonio Peredo-
a la aplicación del modelo neoliberal -a partir de 1985- que agravó
la miseria del país por la entrega de los recursos naturales y
del aparato productivo y de servicios a las transnacionales. En julio
del 2002 una marcha indígena que recorrió el país
desde Santa Cruz a La Paz, tuvo como única consigna la Asamblea
Constituyente”.
Para el MAS se trata nada menos que de refundar el país: “La
nueva Constitución -dice Peredo- debe incorporar, por primera vez
en la historia de Bolivia, las concepciones, los usos y costumbres, la
cultura misma de los pueblos originarios que conforman la mayoría
de nuestra sociedad. Y el primer elemento de esas concepciones es la recuperación
de la estructura productiva del país que fue destruida para dar
paso al modelo colonial del neoliberalismo”.
NEOLIBERALISMO
EN RETIRADA
Hay quienes sospechan que el presidente Mesa está ganando tiempo
para tranquilizar el país y volver al cauce neoliberal alterado
en los últimos meses por algunas medidas tributarias. Los suspicaces
no olvidan que Mesa fue vicepresidente de Sánchez de Lozada, que
lo escogió porque ser un conocido comentarista de TV (socio del
canal P.A.T.), vinculado a la embajada norteamericana y entusiasta defensor
de la economía de mercado.
Sin embargo, también existe la opinión de que Mesa es el
general de una retirada ordenada de las fuerzas neoliberales. Las clases
dominantes percibirían como inevitables los cambios que vienen
y no quieren emprender la fuga como ocurrió a Sánchez de
Lozada. La experiencia del breve segundo gobierno de Goni (agosto del
2002 a octubre del 2003) marcó a fuego al neoliberalismo. Las masacres
de febrero y octubre del 2003, costaron cerca de 130 vidas. Washington
Estellano, periodista uruguayo que vive hace muchos años en La
Paz y conoce bien la realidad boliviana, percibe el “inicio de un
período de transición posneoliberal” en las medidas
de Mesa, sobre todo aquellas que se orientan a refundar Yacimientos Petroleros
Fiscales de Bolivia (YPFB). Sin embargo, advierte en la reticencia norteamericana
para ayudar al país, que necesita 105 millones de dólares
este año para financiar el gasto fiscal, la intención de
no apoyar incondicionalmente al actual presidente. “Porque ayudarlo
a lograr un gobierno estable es, en la perspectiva, abrir más las
puertas para un muy probable gobierno de Evo Morales. Y eso no lo puede
admitir el gobierno de Estados Unidos”, concluye Estellano.
EL MAS RUMBO AL GOBIERNO
Cualquiera sean las intenciones de Mesa, es evidente que el movimiento
social -convertido en actor político- ejerce una presión
calculada sobre el gobierno. Así se van haciendo realidad las demandas
de octubre. Los sectores más radicalizados, sin embargo, han perdido
el paso. El dirigente de la Central Obrera Boliviana (COB), Jaime Solares,
llamó en febrero a una huelga general indefinida contra las medidas
del gobierno. Pero el movimiento fue un estruendoso fracaso que acentúa
el debilitamiento de la COB. Lo mismo sucedió al dirigente de la
Central Obrera de El Alto, Roberto de la Cruz, actor importante en octubre.
Sus compañeros lo destituyeron por sus pronunciamientos inconsultos.
En cambio la destreza y madurez política con que se mueve el MAS,
le hace ganar adeptos. Su táctica podría definirse como
“apoyo crítico” al gobierno en tanto este cumpla las
demandas populares. Así ha logrado imponer objetivos como la Asamblea
Constituyente y el referéndum. Su bancada parlamentaria allanó
el camino a estas iniciativas, articulando consensos. Su conducta, que
combina acción política con movilización social,
le está dando la fisonomía de partido de gobierno que aspira
a ser.
No obstante, en rigor el MAS no es un partido sino el instrumento político
de organizaciones sociales (para una exhaustiva historia del MAS ver entrevistas
a Evo Morales en PF 537 y 543).
El Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía
de los Pueblos (MAS-IPSP) nació en 1995 en un congreso campesino.
En corto tiempo ha ganado sólido prestigio, mientras los partidos
tradicionales van por el declive del agudo deterioro. El histórico
MNR -el de la revolución nacional de 1952- y el MIR, asociados
al gobierno de Sánchez de Lozada, son acusados de vínculos
con el narcotráfico y la corrupción. Por su parte, la derechista
Acción Democrática Nacional (ADN), que creó Banzer,
está reducida a 1 senador y 4 diputados.
El MAS también parece estar ganando tiempo. Se advierte su intención
de no llegar al gobierno en forma prematura. Las próximas elecciones
presidenciales (y parlamentarias) serán el 2007. Sin embargo, en
diciembre de este año hay elecciones municipales y el MAS pretende
ganar la mitad de los municipios. Entretanto, necesita superar muchas
insuficiencias, producto de su explosivo crecimiento. En importante medida
su fuerza radica en el liderazgo de Evo Morales que cuenta con impresionante
respaldo de masas: fue reelegido diputado -pocos meses después
de haber sido desaforado- con 83,16% de los votos de su circunscripción.
A los 45 años de edad, ha ganado su liderazgo en incesante contacto
con los sectores populares e indígenas a los que él mismo
pertenece. También realiza un importante trabajo de relaciones
internacionales. Varios presidentes lo distinguen con su amistad: Fidel
Castro, Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Lula. Lo ha recibido
el Congreso mexicano. Ha conversado en Europa con gobernantes, dirigentes
políticos y parlamentarios. Varias organizaciones europeas lo postulan
candidato al Premio Nobel de la Paz. Hace unos días estuvo en Quito
y prepara visitas a Chile y Canadá.
Si bien Bolivia cuenta con mayoritario apoyo internacional para su reivindicación
marítima, su estrategia tiene un grave defecto: no intenta convencer
a los chilenos de la justicia de su demanda. Los chilenos en Bolivia son
tratados con cortesía y amable hospitalidad. Turistas y residentes
chilenos gozan de un trato mucho mejor que el que suelen recibir bolivianos
(y peruanos, coreanos y muchos otros extranjeros) en Chile. Las manifestaciones
antichilenas que muestran la prensa y TV, son de grupos insignificantes.
Sin embargo, faltan gestos que ayuden a despejar las brumas del chovinismo
a ambos lados de la frontera. En el ámbito oficial, por ejemplo,
la reanudación de relaciones diplomáticas. Y en el plano
de las relaciones entre pueblos, una política de intercambio más
activo. Es lo que se propone hacer Evo Morales, un dirigente que cree
en el diálogo, en su próxima visita a Chile
MANUEL CABIESES DONOSO
En La Paz
Perfil de un país saqueado
A pesar de las mutilaciones de territorio sufridas a manos de sus vecinos,
Bolivia es uno de los países más grandes de América
Latina. Más de un millón de kilómetros cuadrados
de altiplano, valles tropicales, selvas y ríos. Un territorio casi
despoblado con enormes riquezas naturales. Bolivia sería capaz
de alimentar a su actual población multiplicada por diez. Pero
el pueblo boliviano es uno de los más pobres del continente. La
Paz -donde vive el 35% de la población- no lo refleja. Altos y
modernos edificios, tiendas, bancos, agencias de viaje, cafés,
hermosos paseos, iglesias y cines, que en estos días exhiben dos
películas de la interesante cinematografía boliviana: El
atraco, de Paolo Agazzi y Los hijos del último jardín, de
nuestro conocido Jorge Sanjinés.
Son días de carnaval en Bolivia y en los diarios se ofrecen tours
(en dólares) a Brasil y Argentina, o reparadores descansos en lujosos
hoteles de Santa Cruz de la Sierra. La prensa -en parte en manos del grupo
español Prisa- destaca que la obra del escritor chileno Bartolomé
Leal, Morir en La Paz, fue finalista en el concurso de Novela Negra de
Gijón, España. Leal vivió un año en Bolivia
y se documentó en la obra del escritor paceño Jaime Sáenz.
Da en el clavo en declaraciones al diario La Prensa: “La historia
pesa mucho en el inconsciente colectivo de los bolivianos”, dice.
Pasear por Sopocachi, en La Paz -si lo permiten los 3.600 metros de altura,
que pueden hacer vomitar el corazón y los pulmones si no se ha
bebido suficiente mate de coca con unas cápsulas de Sorojchi Pill-
hace recordar sectores tradicionales de Ñuñoa o Providencia,
en Santiago. También La Paz tiene su equivalente a Las Condes o
Lo Barnechea en el imponente Valle de la Luna. Las mansiones de Calacoto,
La Florida, San Miguel, etc., no tienen nada que envidiar a los barrios
ricos de otros países latinoamericanos. Los centros comerciales
“made in Miami”, esperpénticos monumentos al colonialismo
cultural, también florecen aquí. Los exclusivos Club y Colegio
Alemán, en medio de bellos parques con piscinas y canchas deportivas,
dejan con la boca abierta a quien esté pensando en la pobreza de
Bolivia. A poca distancia está su rival, el Colegio Francés.
La pobreza cuelga de los cerros que custodian La Paz. Sobre todo en El
Alto (4.100 metros), que comenzó como barrio vecino al aeropuerto
y que ya es una ciudad con miles de habitantes, en su mayoría indígenas
de increíble valentía en la lucha callejera como lo demostraron
en octubre.
Primero la plata de Potosí y luego el estaño -que en el
siglo pasado forjó las fabulosas fortunas de Simón Patiño,
Mauricio Hochschild y Carlos Víctor Aramayo-, sólo dejaron
socavones en los cerros, enfermedades en los cuerpos y frustraciones en
el alma de los bolivianos. Después vino el petróleo y detrás
suyo, las norteamericanas Standard Oil y Gulf Oil, dos veces nacionalizadas
pero todavía vivas y explotando. Enseguida adquirió importancia
el gas natural y se alzó la sombra de la española Repsol,
que aquí se llama Andina. A través de Chile quiere llevar
el gas a México y desde allí, abastecer a Estados Unidos.
Otra vez el pueblo boliviano corre el peligro de quedar con las manos
vacías. Es lo que se intentará evitar en el próximo
referéndum que decidirá el destino de los hidrocarburos.
Bolivia es la nación de América Latina con más población
indígena: el 71% es aymara, quechua o guaraní. Aventaja
a Perú, con 47% de indígenas y a Ecuador, con 38% (Chile
aparece en esa estadística con un pudibundo 8%, que debe ser en
realidad más del 10%). El estudio del Banco Mundial sobre el tema
confirma que los indígenas son los más pobres entre los
220 millones de pobres que, en América Latina, viven con menos
de dos dólares diarios. Ellos ganan entre 35 y 65% menos que los
mestizos y blancos pobres.
Evo Morales, aymara que a los diez años aprendió español,
puede convertirse en el primer presidente indígena de un país
cuya mayoría étnica jamás ha gobernado. La administración
norteamericana está dispuesta a impedirlo: por algo tiene la embajada
más grande de Estados Unidos en América del Sur, con 1.800
funcionarios. En su mayoría pertenecen a la CIA, FBI, DEA y otras
agencias de inteligencia. Asesoran a la Fuerza Especial de Lucha contra
el Narcotráfico (FELCN), pero los agentes norteamericanos también
están repartidos en toda actividad que permita tomarle el pulso
político al país. La embajada cuenta con la desinteresada
ayuda del personal boliviano de la FELCN y de los fiscales antidrogas.
Todos, reciben una bonificación mensual de esa misión “diplomática”
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