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La matanza
de San Gregorio
EL
sector de máquinas de la Oficina San Gregorio. (Iconoteca Universidad
de Antofagasta).
Al iniciarse en 1914 la primera guerra mundial, la industria salitrera
experimentó una grave crisis. Los buques que exportaban el salitre
pertenecían a los países beligerantes, en consecuencia,
se produjo una falta de transporte. Además, Alemania, el mayor
consumidor de nuestro nitrato natural, sufría el bloqueo marítimo
y terrestre que le impusieron los aliados. Sin embargo, las exportaciones
subieron bruscamente en 1916-1917 al emplearse el salitre en la fabricación
de explosivos, lo que provocó un alza de su precio.
Al terminar el conflicto y advenir la paz, era inevitable que el consumo
de salitre disminuyera. Por otra parte, se había creído
que la guerra duraría varios años más y los compradores
europeos habían acumulado grandes reservas, formándose,
especialmente en Inglaterra, stocks de especulación. Otros factores
como la desvalorización monetaria que sufrían algunos países
compradores; la baja espectacular del precio del algodón norteamericano
y la crisis de esa industria (que era una gran consumidora de nuestro
salitre), y la competencia del salitre sintético que, gracias a
la política proteccionista que adoptó Alemania marginó
del mercado centroeuropeo a nuestro salitre natural, hicieron que la crisis
salitrera de 1921-1922 fuese inevitable y tan grave que de las 134
oficinas salitreras que funcionaban entonces, 91 paralizaron sus actividades(1).
El
libro del historiador Floreal Recabarren, editado por LOM. Trata a fondo
la masacre de San Gregorio e incluye las fotos que reproducimos en estas
páginas.
La crisis ya era vaticinada por la prensa antofagastina en 1920. La situación
se vio agravada por la brusca caída de la demanda de cobre, cuya
producción había aumentado desde que comenzara a explotarse
Chuquicamata en 1915. Antofagasta se estaba convirtiendo en una ciudad
de cesantes. En las oficinas salitreras que seguían trabajando
los empresarios recurrían a los despidos y rebajas de salarios,
sumándose a estas prácticas la negativa a pagar desahucio
a los trabajadores despedidos. Luis Emilio Recabarren y otros dirigentes
de la Federación Obrera de Chile (Foch) recorrían la pampa
organizando a los trabajadores, predicando la resistencia y el no abandono
de las oficinas mientras no se pagara el desahucio.
LOS SUCESOS
DEL 3 DE FEBRERO
La firma Gibbs y Cía. avisó, a mediados de enero de 1921,
al gringo Daniel Jones López (en realidad chileno)
administrador de la Oficina San Gregorio del cantón de Aguas Blancas,
que su paralización se cumpliría en los primeros días
de febrero. Mr. Jones dio el correspondiente aviso a los trabajadores,
los que exigieron el pago del desahucio. Esto a juicio de los empresarios
era improcedente, tanto legal como moralmente, pues habían dado
con quince días de anticipación el aviso de despido. El
intendente de la provincia, Luciano Hiriart Corvalán, comunicó
a fines de enero al presidente de la República, Arturo Alessandri
Palma, esta situación. Alessandri respondió recomendando
emplear las fuerzas morales del razonamiento y convicción
y que si la resistencia obrera a abandonar oficinas salitreras continúa,
procure ir personalmente a explicar que los salitreros y el Fisco
no tienen plata para continuar la producción de salitre. Era una
simple recomendación y no una orden precisa,
cosa que hace notar el historiador Ricardo Donoso(2), dejando así
que los militares hiciesen la subida a la pampa por su cuenta, sin
control de una autoridad civil. Para mantener el orden, a fines
de enero el intendente Hiriart había mandado a establecerse en
San Gregorio a un grupo de cinco carabineros mandados por el teniente
Lisandro Gainza. Como la tensión continuaba, decidió reforzarlo
con un pelotón de veinte soldados al mando del teniente Buenaventura
Argandoña Iglesias, del Regimiento Esmeralda de Antofagasta que
llegó a San Gregorio el 3 de febrero. A las 5 de la madrugada,
el teniente acompañado de su tropa recorrió el campamento
anunciando que a las 7 un tren los conduciría a Antofagasta. Esto
encontró tenaz oposición de Luis Alberto Ramos Bustamante,
miembro del subconsejo de la Foch en San Gregorio; el tren partió
con pocos pasajeros.
A las 13:30 partió otro tren con las familias de algunos empleados.
A las 15 horas comenzaron a llegar grupos de obreros portando banderas
rojas y cantando canciones socialistas -como se lee en el copiador
de sentencias criminales de la Corte de Apelaciones de Iquique- procedentes
de distintas oficinas del cantón (como La Valparaíso, Eugenia,
Marusia, Pepita, etc.), para prestar ayuda a sus compañeros. Todos
conocían el significado de tropas militares en las oficinas salitreras,
cuando se discutían los pliegos de peticiones o había vientos
de huelga(3). Según declaración judicial del teniente
Gainza, Argandoña había calculado 2.300 obreros. Estas columnas
se reunieron en la plaza donde se realizó una concentración
para escuchar a los dirigentes, que reclamaron la cancelación del
desahucio y reafirmaron la decisión de no abandonar la Oficina
mientras la casa Gibbs no se comprometiera a pagar.
Alrededor de las 5 de la tarde una abigarrada columna encabezada por los
dirigentes de la huelga, seguidos por las mujeres, los niños y,
por último los trabajadores, se dirigió a la administración.
Los dirigentes pidieron hablar con Mr. Jones para entregarle un petitorio.
El administrador se hizo acompañar por los tenientes Argandoña
y Gainza. Como los manifestantes seguían avanzando, Argandoña
les ordenó no atravesar la línea férrea que cruzaba
el lugar, lo que no fue acatado. Los manifestantes formaron, luego, un
semicírculo para entrevistarse con Mr. Jones. El obrero Casimiro
Díaz, miembro de la comisión negociadora, levantando su
libreta reclamó la cancelación del desahucio. Mr. Jones
le expresó que aceptaba pagarlo, pero no en la Oficina sino en
Antofagasta. La reacción de los obreros fue rechazar esta oferta.
En ese instante comenzaron los disturbios, precisamente cuando Alejandro
Fray Douglas, gerente y representante de la empresa Gibbs miraba las alternativas
del conflicto oculto en la Oficina Valparaíso, a 4,5 Kms de San
Gregorio. En lugar de tomar medidas para resolver la situación,
le fue más fácil coger el teléfono para informar
al intendente de la provincia que la violencia había estallado(4).
De acuerdo a la declaración que hiciera posteriormente el sargento
2° Juan Reyes, el teniente Argandoña dio la orden de disparar,
desbandándose los manifestantes hacía el campamento. Pero
los más audaces enfrentaron a la tropa. Argandoña fue levemente
herido en la mano izquierda y se refugió en la oficina de contabilidad,
disparando desde una de las ventanas. Disparó su revólver
cuatro veces contra los insubordinados, según manifestó
a El Mercurio el 10 de agosto de 1921 otro de los testigos. Los ánimos
de los obreros se enardecieron al ver caer a sus compañeros y,
tras derribar la puerta de la oficina de contabilidad, se abalanzaron
sobre Argandoña y lo sacaron a la fuerza, ultimándolo frente
a la pulpería. La causa precisa y necesaria de la muerte, según
el informe del médico legista, fueron las lesiones traumáticas,
dada su naturaleza y situación, recibidas después de las
heridas a bala. Estos traumatismos seguramente fueron causados -según
declaración del testigo Ramón Payne- por un hombre
alto, de traje blanco y como de 40 años, (quien) le daba golpes
con todas sus fuerzas con una barreta de fierro, cayendo entonces el teniente
asesinado.
El teniente de Carabineros Lisandro Gainza, cuya conducta fue posteriormente
motivo de críticas, tomó su caballo y huyó
desesperado por la pampa(5). El administrador Jones, que había
huido hacia el campamento, fue reducido por los obreros recibiendo numerosos
golpes y cuatro heridas con instrumentos punzantes y cortantes, algunas
muy graves, que le afectaron un pulmón y le provocaron una intensa
hemorragia.
Vicuña Fuentes expresa que en San Gregorio los dragones y
carabineros al mando del cabo (Luis Alberto) Faúndez se defendieron
heroicamente de la poblada que los tenía sitiados. La superioridad
de las armas y las paredes del cuartel los ponían a cubierto de
una sorpresa violenta, pero su situación era crítica y aprovechando
la noche se retiraron a caballo a una poblada vecina(5). (Cabe señalar
que, en verdad, estaban comandados por el sargento Juan Reyes. El cabo
Faúndez fue una de las dos únicas víctimas que tuvieron
que lamentar en esa huida los uniformados).
Después de horas de persecución los obreros se convencieron
de la imposibilidad de su intento y decidieron volver al campamento, por
lo que los fugitivos pudieron llegar sin problemas a las 9 de la mañana
del 4 de febrero a Laguna Seca, donde supieron que el mayor Rodríguez
se dirigía con refuerzos a San Gregorio. ¿Qué había
pasado entretanto en el campamento? Abandonada la Oficina por los soldados
y carabineros, los obreros dirigidos por Luis A. Ramos se encargaron de
restablecer el orden, se hicieron cargo de la farmacia y la pulpería,
con el objeto de distribuir medicinas y alimentos. Como no encontraron
al médico Rodolfo Barrow que atendía la Oficina, el practicante
Pedro Rivas se dedicó a curar a los heridos. Al comprobar lo mal
herido que estaba el administrador, le puso inyecciones de cafeína
con aceite alcaforado. A las cuatro de la mañana llegó el
doctor Barrow, quien verificó que el pulso de Jones era cada vez
más lento. Un grupo de dirigentes llevó al administrador
un papel en que se decía que al solicitarle los obreros el desahucio,
Argandoña les había disparado, el que fue firmado por Jones
junto con una misiva al jefe de las fuerzas que vendrían de Antofagasta
en que se le pedía abstenerse de hacer uso de las armas contra
los obreros. Antes de las 9 de la mañana los trabajadores de las
otras oficinas regresaron a sus hogares, por lo que cuando llegaron los
primeros refuerzos, a cargo del teniente Cristi, sólo encontraron
a los pobladores de la Oficina San Gregorio.
DESPUES DE LA TRAGEDIA
Luis
Alberto Ramos, dirigente sindical de San Gregorio, fue condenado a muerte
y amnistiado en 1925. (Iconoteca Universidad de Antofagasta).
El resultado de la tragedia -según el historiador Luis Vitale(6)-
fue de 65 obreros muertos y 34 heridos, de los que tres murieron antes
de llegar a Antofagasta. Entre los militares murieron el teniente Argandoña,
el cabo Faúndez y el soldado Juan Vera, todos del regimiento Esmeralda.
Murió, asimismo, el administrador de la oficina, Daniel Jones,
cuando era trasladado a Antofagasta. La cifra de 500 obreros muertos que
dan algunos autores (como Julio César Jobet y Hernán Ramírez
Necochea), parece exagerada y no coincidente con las informaciones de
la propia prensa obrera. En efecto, en El Socialista de Antofagasta, de
5 de febrero, se expresa que después de cuatro descargas, más
de cien obreros habían quedado en la pampa entre muertos y heridos,
y más adelante puntualiza que los muertos eran setenta; el Abecé
de Antofagasta, de 11 de febrero, publica las declaraciones del panadero
de la Oficina, Delicio Castillo, quien dice que los obreros muertos y
heridos pasaron de cien, y Luis Emilio Recabarren en declaraciones a La
Epoca, de Santiago (reproducidas en La Reforma de Antofagasta, el 11 de
febrero), calcula en sesenta los muertos y un centenar de heridos. En
cambio, las fuentes oficiales (declaraciones de los militares
involucrados, partidas de defunción del Registro Civil, etc.) sólo
hablan de 30 a 39 muertos. Una posible explicación de esta disparidad
es que en la Oficina San Gregorio el 5 de febrero resultaron muertos efectivamente
treinta y tantos obreros (todos, menos uno, a bala), pero el resto murió
fuera de la Oficina, o posteriormente.
Nos basamos en los siguientes hechos:
1°) La comisión de la Foch de Antofagasta que el 5 de febrero
(dos días después de los sucesos descritos) subió
a la pampa autorizada por el intendente, declaró: Haber visto
36 cadáveres. Hay indicios de que quedaron otros tantos en la pampa;
2°) El entonces jefe de pampa de la Oficina, Guillermo Argandoña,
contó al profesor Floreal Recabarren que hicieron una zanja
y los enterraron afuera de la Oficina entre los ripios. Lógicamente
estos no figuran en las partidas de defunción;
3°) Existen versiones de que las fuerzas que llegaron a San Gregorio
después de estos hechos tomaron venganza eliminando a los heridos,
lo que es negado por Floreal Recabarren, aduciendo que estas versiones
no coinciden con el informe de la comisión de la Foch. Sin embargo,
basta leer el informe (publicado en el Abecé el 8 de febrero),
para comprobar que se refiere a los trabajadores que estaban en sus casas
en el campamento, los que fueron apartados de sus mujeres y niños
y encerrados en una bodega, verdadero campo de concentración,
y no a los heridos que estaban en una sala especial. Un informe posterior
(8 de marzo) hecho por dos dirigentes nacionales de la Foch, Manuel Hidalgo
Plaza y Eduardo Bunster, expone: Al día siguiente de ocurridos
los sucesos, llegaba un nuevo destacamento de tropas, al mando del mayor
Rodríguez, quien había de cometer las mayores atrocidades
que con los obreros se había cometido en la pampa. Al grito de
vengar al teniente Argandoña, la tropa penetró a la sala
donde estaban los heridos y a culatazos destrozó las cabezas de
los heridos que ahí se curaban. Aún más, agrega:
Realizada esta humanitaria labor hicieron irrupción en el
campamento dedicándose a cazar obreros, hasta el punto que los
asesinatos cometidos en ese día fueron casi el doble de los que
hubo en el día de la refriega. De los oficiales que se caracterizaron
por su brutalidad contra los obreros debe citarse al teniente Troncoso,
que no pudo realizar su obra debido a la actitud del mayor Rodríguez.
De acuerdo a lo expuesto no resultaría tan inexacto -como pretende
Floreal Recabarren- el relato que hace Vicuña Fuentes en cuanto
que el ejército fue a San Gregorio no a cumplir la función
pública de restablecer y resguardar el orden, sino a ejercer una
innoble venganza, doblemente ciega, porque no se sabía el verdadero
motivo de la muerte de Argandoña ni se cuidó de comprobar
la relación mentirosa del cobarde teniente Gainza(6).
Patricio Manns, al hablar de San Gregorio: la primera de las seis
matanzas de Arturo Alessandri Palma(3), expresa que los heridos
fueron conducidos en trenes calicheros a Antofagasta. Allí,
los hombres, las mujeres y los niños heridos, fueron atacados y
varios de ellos muertos por las guardias blancas, lo que puede revelar
más claramente todavía la atrocidad con que el Estado de
Chile sellaba la suerte de sus trabajadores, pues las guardias blancas
actuaban con pleno acuerdo del ejército. Las autoridades de gobierno,
encabezadas por el presidente Arturo Alessandri Palma, felicitaron al
intendente de la provincia, Luciano Hiriart Corvalán.
Ricardo Donoso, por su parte, expresa: Ciento treinta víctimas
cayeron en el campo, entre ellas muchas mujeres y niños,
según afirma Vicuña Fuentes(5).
El presidente Alessandri facultó al intendente para que tome
mientras tanto y adopte absolutamente todas las medidas que su prudencia
le aconseje y tendrá mi amplia aprobación.
Hiriart envió un destacamento de 50 hombres con dos ametralladoras
pesadas al mando del mayor Arancibia y del capitán Contador a la
pampa de Aguas Blancas. Una avanzada de diez hombres a las órdenes
del teniente Cristi partió en la madrugada en dirección
a San Gregorio. Al mismo tiempo, otras fuerzas partieron a diversos puntos
de la pampa con la orden terminante de hacer fuego sobre cualquier grupo
sospechoso que se presentase en el camino de Aguas Blancas(4). En Antofagasta,
se dispuso que guardias armados recorrieran las calles resguardando el
orden y que el comandante general de armas repartiese rifles al Cuerpo
de Bomberos. Todo estaba encaminado a evitar una huelga general.
El gobierno decretó el estado de sitio para la provincia y llamó
a las reservas del Regimiento Esmeralda. El 5 de febrero llegaron el vapor
Huasco, con 79 soldados del Regimiento Coraceros y el día 6 el
crucero Esmeralda, con marinería y 270 hombres que fueron enviados
al interior, permaneciendo durante tres meses acantonados en el sector
de Aguas Blancas y Pampa Central.
La opinión pública, entretanto, estaba interesada casi exclusivamente
en las próximas elecciones parlamentarias. En Antofagasta obtendría
un triunfo espectacular el candidato del Partido Obrero Socialista, Luis
Emilio Recabarren.
Para establecer cómo ocurrieron los hechos y sancionar a los culpables,
tanto la justicia ordinaria como la militar iniciaron las correspondientes
investigaciones. La Corte de Apelaciones de Iquique, a petición
del gobierno, nombró a uno de sus integrantes, Ismael Poblete,
como ministro en visita. En el proceso el breve sumario del mayor de Carabineros
Jorge Leiva, como fiscal, figura como uno de los antecedentes tomados
en consideración. La investigación demoró varios
meses y es fácil deducir que se trató de responsabilizar
-a pesar de no contar con pruebas- al dirigente sindical Luis Alberto
Ramos de la muerte del teniente Buenaventura Argandoña.
En agosto de 1922 la Corte de Apelaciones de Iquique pronunció
sentencia definitiva por la que se condenó a los dirigentes Luis
Alberto Ramos, Casimiro Díaz y Manuel Jaque a la pena de muerte
por el delito de robo con homicidio en la persona del teniente Argandoña;
a otros obreros a 10 años de presidio por el delito de robo con
fuerza en las cosas, y a penas menores al resto. La Foch periódicamente
realizaba concentraciones en Antofagasta y pueblos del interior exigiendo
la libertad de los reos. En 1925 la junta militar de gobierno, integrada
por el civil Emilio Bello Codecido, el general Pedro Pablo Dartnell y
el almirante Carlos Ward, amnistió mediante un decreto a todas
estas personas, que salieron en libertad el 30 de enero de dicho año
RENE BALART CONTRERAS
Bibliografía:
(1) Oscar Bermúdez Miral. Breve historia
del salitre. Ediciones Pampa Desnuda. Santiago, 1957.
(2) Ricardo Donoso. Alessandri, agitador y demoledor. Tomo I. Fondo de
Cultura Económica. México, 1958.
(3) Patricio Manns. Chile: una dictadura militar permanente (1811-1999).
Ed. Sudamericana. Santiago, 1999.
(4) Floreal Recabarren R. La matanza de San Gregorio. 1921: crisis y tragedia.
2° edición. LOM Ediciones. Santiago, 2003.
(5) Carlos Vicuña Fuentes. La tiranía en Chile. Tomo II.
Imprenta y Litografía Universo. Santiago, 1928.
(6) Luis Vitale. Interpretación marxista de la historia de Chile.
Tomo IV. 2° edición. LOM Ediciones. Santiago, 1993.
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