Edición 560 - Desde el 9 al 22 de Enero de 2004
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El señor Figueroa
y nosotros
(Una conversación con Francisco)


En Santiago, cerca de la medianía del pasado mes de noviembre, junto con mi amiga y colega Paula, terminábamos de almorzar y nos disponíamos a caminar hacia la Universidad de Chile para el inicio de una de nuestras conversaciones respecto de la oralitura -con alumnas y alumnos chilenos y extranjeros-, cuando tuvimos la grata sorpresa de encontrarnos con mi amigo el poeta y traductor sueco Lasse Söderberg y su compañera, la poeta colombiana Angela García. Lasse nos dice que ha venido invitado a la Feria Internacional del Libro, y que en la fecha de nuestro encuentro él tiene una lectura en la casa de Neruda. Nos pide que vayamos para hablar un poco más, al anochecer. Nos despedimos con la promesa de vernos otra vez.
Concluida nuestra conversación en la Universidad, y en abierto desafío a mis aprensiones, nos dirigimos hacia el Barrio Bellavista, donde está La Chascona. Después de todo -me digo y le digo a Paula- ella sigue siendo la casa de ese hombre adelantado a su época y a la sociedad chilena: el poeta Pablo Neruda. Voy recordando que hace ya varios años atrás estuve allí (eran tiempos de “pactos de buena vecindad”). La editorial Pewen me invitó a la presentación de mi antología y versión al mapuzugun de la poesía de don Pablo, libro conformado por 44 de sus poemas y que titulé con uno de los versos de su Canto General: “Todos los Cantos / Ti kom Vl ”.
Nosotros llegamos al lugar con retraso, Lasse Söderberg leía los últimos poemas de su recital. Luego, en el pequeño patio en el que se desarrolló la actividad, conversamos con algunas amigas y amigos, con Lasse y con Angela. A nuestro grupo se sumó Francisco Torres, secretario de la Fundación. Yo resumo mi opinión respecto de lo que me parece está sucediendo con la Fundación bajo la presidencia del señor Juan Agustín Figueroa. Francisco me dice que le interesa conocer mi opinión más extensamente. Me invita a almorzar para el día siguiente.
Nos reunimos. Estoy en casi completa afonía y en el restaurante hay mucho ruido. A pesar de ello hablamos de diversos temas: de las historias, de las identidades, de las utopías en aparente somnolencia y, frente a ello, de la cada día más importante significación de las culturas indígenas para las sociedades nacionales. Francisco me hace notar la preocupación de la Fundación, y la suya propia (que me parece sincera), respecto de una intención de inicio de acercamiento con el pueblo mapuche. Para lo inmediato, pero también con miras a la conmemoración de los cien años del vate, me pregunta qué podría sugerir. Guardo silencio.
“¿Tal vez un coloquio organizado por la Fundación y la Universidad de Chile?”, me sugiere. A estas alturas nuestra conversación ya no es a título tan personal. Le digo que mientras el señor Figueroa esté a la cabeza de la Fundación no me parece posible actividad alguna en ese sentido, pues no resultaría creíble y, al menos para mí, no sería deseable. Si el señor Figueroa renuncia y en la casa de Neruda se reinicia un acercamiento a Neruda, entonces sí los mapuche nos sentiremos en la posibilidad de participación allí.
Le digo que el señor Figueroa, como toda persona, tenía todo el derecho a reclamar ante la justicia por los daños que le fueron ocasionados a las viviendas de su latifundio, pero -considerando su condición de presidente de la Fundación Neruda, Fundación que supongo tiene como fin dar continuidad a la memoria del poeta y sostener su enorme dignidad- a lo que me parece que el señor Figueroa no tenía derecho era a hacer uso de su posibilidad de impugnar -valiéndose de su poderío- el fallo emitido en el juicio de Angol en el que nuestros lonkos Pascual Pichún y Aniceto Norín fueron absueltos de todo cargo por la justicia chilena. El abogado Figueroa ni siquiera respetó su propia condición de miembro del Tribunal Constitucional que -me parece- debiera transformarlo en uno de los principales adherentes de las resoluciones de los tribunales de justicia.
Escribo estas líneas porque a través de la radio oí que la Corte Suprema ratificó el “logro” del señor Figueroa, la vuelta de carnero de la justicia chilena: desde la absolución total de nuestros lonkos a su condena a cinco años de presidio. Vuelvo a recordar las palabras de nuestro hermano abogado Francisco Huenchumilla: “Cuando se dan títulos de merced, que es un decreto de Estado, se dice por ejemplo, aquí hay ciento cuarenta hectáreas para esta comunidad encabezada por el cacique Tanto, situada en tal parte, sin deslindes precisos. Y esos títulos no se inscriben en el Conservador de Bienes Raíces. Cuando después se producen las corridas de cercos y los abusos, se iba a la justicia y el juez comparaba la merced, que tenía puras generalidades, y el título exigido en el Código Civil con sus deslindes, superficie, todo, y otros ganaban siempre los juicios y todos los perdieron los mapuche. Entonces, la pregunta mía es: ¿puede tener confianza el pueblo mapuche en el Estado chileno?”. La evidencia de los por qué... se convierte en insoslayable constatación para nuestras nuevas generaciones.
A través de la radio oí al señor Figueroa alabando la “evidente vigencia del Estado de derecho en Chile”. Nada acerca del diligente movimiento de sus influencias ni de los testigos secretos (esto último será pronto una práctica natural en este país democrático). ¿Es la reanudación del Far West en la región mapuche? A través de la radio oí al señor Figueroa hablando respecto de la “conformidad de los agricultores del sur” ante dicha ratificación de la Corte Suprema. Pero, ¿qué agricultores? ¿Tanto tiempo ha pasado desde su cargo de ministro de Agricultura que olvidó que los mapuche también somos agricultores? Claro, pequeños agricultores porque vivimos en reducciones rodeadas de enormes latifundios. Es lo que marca nuestras diferencias de visión.
Pablo Neruda seguirá diciendo, quizá por cuánto tiempo más porque los aludidos no se dan por enterados ni en su propia casa: “La Araucana está bien, huele bien; los mapuche están mal, huelen mal, huelen a raza vencida. Y los usurpadores están ansiosos de olvidar, de olvidarse”.
Nos dicen que debemos seguir dialogando. Seguiremos dialogando. Nuestras organizaciones dicen que recurrirán a la Corte Internacional en busca de justicia. En nuestra lucha que es una lucha por Ternura, en defensa de nuestra Madre Tierra (de su Palabra -su Pensamiento-, de sus ríos, de sus bosques, de su aire, de sus aves, de sus animales e insectos, de sus flores, de sus hierbas medicinales), nosotros, sus hijos e hijas agradecidos, cada cual desde lo que es su ámbito, hemos demostrado largamente que ése es nuestro camino.
Hoy, en uno de los días amargos de la historia contemporánea mapuche, sucede la paradoja que la Fundación ha decidido “premiar” a uno de los nuestros. Quisiera augurar que el señor Figueroa tendrá que guardarse las dádivas con las que pretende “convencernos” acerca de su ecuanimidad con el mundo mapuche (lo de siempre, “saber distinguir”: aquí los violentos, allá los bondadosos).
Seguramente Francisco no compartirá mi propuesta de iniciar un listado de firmas que le solicite respetuosamente al señor Figueroa que, en aras de la memoria del poeta y teniendo en vista la ya próxima conmemoración de sus cien años que debiera aunar voluntades en torno de la figura de Pablo Neruda, renuncie a la presidencia de la Fundación cuyo espíritu (al pensamiento de Neruda me refiero) el señor Figueroa ya no representa de ningún modo

Elicura Chihuailaf
Temuko, Región Mapuche
Luna del Verdor del 2003

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