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Endeudamiento no
es reactivación
Un discurso
único, que se reproduce y se diversifica según su campo
de acción, nos envuelve. Un mensaje triunfalista se repite en múltiples
voces. Lo que viene desde la autoridad, los poderes económicos
y mediáticos, es un mensaje modelado, repetido y amplificado que
los receptores han terminado por creer. El éxtasis económico
en el que vive la autoridad, estimulado por las estadísticas macroeconómicas,
y el de la gran empresa, masajeado por los flujos crecientes de utilidades,
ha terminado en una especie de trance nacional. De tanto ver la alegría
institucional, el ciudadano también se ha tentado en la búsqueda
del origen de tan intensa felicidad. El auge de los créditos de
consumo, es una clara muestra de que los chilenos también quieren
probar aquella alegría. Aunque sea en el mall, en créditos
a 48 cuotas.
Leer la prensa económica hoy es recordar los años noventa.
Chile es el país modelo en Latinoamérica, goza de estabilidad
económica, su producto, sus exportaciones, crecen, los inversionistas
internacionales lo destacan como el gran baluarte regional, el país
goza de tranquilidad social y de una sólida institucionalidad política.
¿Qué más se puede pedir?
Si es así en la economía, también lo sería
en el campo social. El discurso oficial se ha armado con buenos argumentos.
Ante quienes ven pobreza, afirma que ésta ha disminuido gracias
a la eficiencia de los programas de protección social. Ante quienes
señalan una mala distribución de la riqueza, si bien hay
cifras que la registran hay también otras que la suavizan. Aquí
también funcionaría la protección social.
Este radiante y bien conocido discurso nos fue entregado por el presidente
del Banco Central, Vittorio Corbo. En una entrevista al diario El Mercurio
publicada el domingo 21 de diciembre (diario que lo eligió, por
cierto, como el personaje del área de economía más
relevante del año 2003), Corbo nos dijo que pocos países
de este planeta tienen las cosas tan ordenadas como Chile. Si seguimos
avanzando así, en diez años más mis hijos y mis nietos
van a tener un país que seguirá progresando para alcanzar
a los países más desarrollados.
El vaticinio de Corbo recuerda otros profetas de comienzos de la década
de los noventa, cuando la fruición por las cifras económicas
llevó a más de una figura política a prometerle a
los chilenos el ingreso al Primer Mundo. Entre aquellos estaba el entonces
ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, que nos auguraba en diez años
un ingreso per cápita de país desarrollado. Diez años
han pasado y las palabras de aquellos videntes aún no se cumplen.
No sabemos si la bola de cristal de Corbo es más precisa.
Chile crecerá el 2004 más que el promedio latinoamericano
y más que el promedio de los últimos cinco años.
Lo dice Corbo, pero también la Cepal. América Latina crecerá
el 2004 un 3,5 por ciento promedio (un salto, si se compara con el 0,4
por ciento del 2002 y el 1,4 por ciento del 2003) y Chile se expandirá
en 4,5 por ciento.
Por cierto que el optimismo nacional no termina en una tasa de crecimiento
del cuatro por ciento. El guarismo es el trampolín que, como dice
Corbo, nos llevará al desarrollo. Al tener en cuenta la estructura
de nuestra abierta economía, el optimismo ha de apoyarse en el
escenario internacional. La hipótesis dice que la economía
mundial, empujada por Estados Unidos, ha entrado en un ciclo de crecimiento,
el que, para América Latina y Chile, significa más exportaciones
y mejores precios. El alza del cobre sería una clara señal
de este proceso.
Andrés Oppenheimer publicó sus dudas ante tan ampliado optimismo.
El columnista del Miami Herald observa que las grandes inversiones -que
en algún momento fluyeron hacia América Latina- hoy se dirigen
a China y otros países asiáticos. Hay que recordar que la
inversión extranjera ha caído en la región -Chile
incluido- en un 25 por ciento, tras una caída mayor el 2002, por
lo cual, ante este fenómeno, nuestras autoridades confían
en la actual capacidad instalada. Con lo que ya existe pasaríamos
al desarrollo, afirmación que genera más de una duda.
Lo que hay hasta aquí es una interpretación (muy feliz)
de cifras macroeconómicas. Un ejercicio matemático que surge
de variables tal vez forzadas, acaso falsas. Como el concepto de pobreza,
de necesidades básicas, el que ya ha sido puesto en duda por no
pocos investigadores. Las estadísticas de Mideplán no reflejarían
la irrupción de la modernidad en la sociedad chilena; ser pobre
hoy no es igual que la pobreza de hace treinta o veinte años. Tampoco
toma en cuenta el concepto de calidad de vida, de deterioro ambiental
y social, de destrucción de las redes tradicionales. Las estadísticas
se nutren más de sus propios procedimientos que de sus fuentes.
Las expectativas económicas para el 2004 surgen de la estrategia
política iniciada, según nos recordó Corbo, hace
25 años, la que está apoyada casi exclusivamente en el crecimiento
económico y en la libertad del mercado. Un liberalismo que está
más orientado a las empresas que a los individuos. Por tanto, un
modelo político de esta naturaleza siempre tendrá como prioridad
el bienestar comercial de la empresa. Hacer lo contrario, como por ejemplo
apoyar al consumidor o al cuidado ambiental mediante regulaciones, es
simplemente trabar el motor de la estrategia neoliberal. Las expectativas
para el 2004 sin duda que favorecerán al sector privado, que ya
durante el magro crecimiento del 2003 ha demostrado estar en excelentes
condiciones de salud. Sólo basta echar un vistazo a los resultados
de las sociedades anónimas o a los de la banca.
Creer que el crecimiento favorecerá también a las personas
es entrar en suposiciones. De partida, el crecimiento no crea más
empleos formales y bien remunerados. Las pymes tampoco se verán
favorecidas con una mayor expansión del producto. La gran empresa
transnacional compra sus insumos en el exterior, actividad que se verá
ampliada con la apreciación del peso.
Las autoridades basan parte de su optimismo en la reactivación
del consumo, fenómeno que pese a registrar una evolución
-débil, de apenas un 0,3 por ciento al tercer trimestre- esconde
sus verdaderas causas. Sin una clara mejoría de los salarios ni
un aumento del empleo, el consumo estaría apoyado en créditos,
lo que sí está bien demostrado con el explosivo crecimiento
de este tipo de productos financieros.
La persistente inflación negativa, que en noviembre marcó
-0,3 por ciento y acumuló en el año un uno por ciento (y
1,4 por ciento en los últimos doce meses, el menor rango desde
1966) ha comenzado a generar una discusión técnica, la que,
por el momento y en apariencia, no debiera inquietar. Pese a las insólitas
cifras, la economía chilena estaría, dice la autoridad,
lejos de un fenómeno de deflación. El Banco Central, que
es nuestro centinela de la inflación, tan sólo se habría
pasado de listo (y ha debido bajar otra vez las tasas de interés),
los productores y comerciantes siguen vendiendo y el sector financiero
ajusta sus tasas. Chile vive en la más plácida normalidad.
El actual fenómeno sería un efecto de un shock de la oferta
-caen el tipo de cambio y el precio del petróleo- y no de un shock
de demanda (el consumidor mantendría sus hábitos de compra).
Una afirmación que, según otras variables, tiene algunos
matices. Al observar el IPC subyacente -que no considera los bienes de
precios más inestables, como el combustible y las frutas y verduras-,
éste también bajó -0,3 por ciento en noviembre y
acumula en doce meses 1,8 por ciento, total que expresa una contracción
respecto a los meses precedentes. En suma, el IPC subyacente también
estaría en retroceso.
Hay otro factor, tal vez el que debiera llevar a un mayor análisis
más adelante, que puede poner en duda la tesis del shock de oferta:
el consumo interno no repunta, o avanza con debilidad. Y si progresa por
un lado, como es en la venta de los supermercados o automóviles,
se contrae por otro, como ha sido en el sector inmobiliario.
El consumidor puede celebrar la persistente caída de los precios.
Se puede uno alegrar si se trata de un fenómeno momentáneo,
tal como creen nuestras autoridades y la mayoría de los economistas.
En caso que sea un fenómeno estructural -y los próximos
meses podrían perfectamente marcar nuevas caídas de precios-
habría que entrar a preocuparse. La deflación es algo más
complejo y grave que la inflación porque la caída de precios
-con salarios y costos constantes- lleva a una merma en los ingresos de
toda la cadena productiva, con consecuencias en la inversión y
en el empleo. Además, si consideramos que una buena parte de los
actores de esta cadena están muy endeudados -como las pymes- se
puede producir una crisis de pago.
Un estudio de coyuntura de la Fundación Terram, uno de los escasos
centros de investigación independientes en Chile, ha puesto en
duda el discurso oficial respecto de una reactivación de carácter
democrático. Para Terram si bien la actividad económica
ha crecido, no ha hecho lo mismo la demanda interna. Esto indica
que el mayor crecimiento económico no ha llegado a toda la población;
que todavía la demanda se mantiene estancada y que la caída
del desempleo no ha tenido efecto sobre el consumo.
No hay tampoco una relación entre las estadísticas oficiales
de disminución del desempleo y el consumo. Ello, debido a que gran
parte del crecimiento de la ocupación ha estado ligado al empleo
de familiares no remunerados y de los trabajadores por cuenta propia,
los que han crecido en promedio para el 2003 un 11,8 por ciento y un 8,2
por ciento, respectivamente. Esto contrasta con el crecimiento del empleo
de los asalariados, que llega apenas a 0,35 por ciento. Así, la
masa salarial ha crecido muy poco y, por lo mismo, también el gasto
en consumo.
Con estos datos, es posible inferir que la reactivación económica
es un muy bien publicitado negocio. La reactivación es un fenómeno
de la gran empresa que lo transfiere cual producto de temporada a su clientela
vía sector financiero. El éxtasis económico en los
consumidores se llama crédito de 48 cuotas. Dicom ha de estar ampliando
a toda prisa su capacidad instalada
PAUL WALDER
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