Punto Final, Nº 888 – Desde el 10 hasta el 23 de noviembre de 2017.
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La efímera República de Cataluña


CARLES Puigdemont, presidente de Cataluña, se refugió en Bélgica.

 


No pasaron setenta y dos horas de su proclamación para que el optimismo generado por el advenimiento de la República de Cataluña se transformase en decepción. Las fuerzas que acompañan la propuesta terminaron en desbandada general. Una profunda brecha parece surgir entre sus integrantes. El llamado a elecciones autonómicas y la disolución del Parlament modificaron la agenda. Ahora se abre otro proceso: el electoral. Puigdemont, el efímero presidente de la República y algunos de sus consejeros terminaron viajando a Bélgica, donde reclaman un juicio justo con garantías, y sugieren la formación de un gobierno en el exilio. Otros emprenden su particular periplo para situarse como cabezas de lista en sus respectivas coaliciones.
De negar al Estado y boicotear la intervención del gobierno del PP en Cataluña, se debaten ahora las posibles alianzas y perspectivas electorales. Mientras tanto, el Tribunal Constitucional de España, con mayoría conservadora, sigue su andadura, proclama la inconstitucionalidad de la República catalana y da argumentos para la persecución política. Asimismo, el fiscal general del Estado, Jose Manuel Maza, a quien le cabe el honor de ser el único fiscal general reprobado por el Congreso Pleno, dada su complicidad con el gobierno y las presiones ejercidas a la judicatura para frenar las investigaciones de corrupción que afectan al Partido Popular, emprende la batalla judicial, acusa a las máximas autoridades catalanas de rebelión, sedición, malversación y cohecho, delitos que acarrean penas de 15 a 30 años de prisión. Por otro lado, la jueza que instruye parte de la causa, galardonada por el ministro de Justicia del Partido Popular, en menos de 72 horas envía los citatorios a los cargos electos, hoy cesados, del PdeCat e Izquierda Republicana de Cataluña. Son pocas garantías. La justicia está en entredicho. La derecha se moviliza y emprende una caza de brujas aduciendo “defender la unidad de la patria” y convoca a actos multitudinarios para mostrar el apoyo de la población a la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

MUCHAS DECLARACIONES SIN MEDIDAS CONCRETAS
Mientras se alentó la declaración unilateral de independencia, los diputados de la Candidatura de Unidad Popular (CUP), patrocinadores de la propuesta, adjetivaron la coyuntura como “prerrevolucionaria, un acto constituyente”, culminación de una demanda histórica que hundía sus raíces en el siglo XVIII. Sin embargo, más allá de las declaraciones altisonantes, no hubo nada. El dimitido consejero de empresa y conocimiento de la Generalitat, Santi Vila, contrario a la declaración unilateral de independencia, hoy postulado como candidato del PdeCat, se desenvuelve a gusto. No analizaron las consecuencias, dice, no previeron las respuestas; una improvisación tras otra. Y recalca: “Fue una irresponsabilidad”, reniega de sus socios y no revalidaría las alianzas con Ezquerra Republicana ni Izquierda Unida o Podemos. A la CUP la tilda directamente de incendiarios. Les tacha de llevar a Cataluña al desastre y crear una falsa ilusión. No se tomó una sola medida concreta. ¿Quiénes administrarían las fronteras, los aeropuertos, la hacienda pública, las universidades, las vías de comunicación, terrestres y marítimas, la justicia, etc.? Santi Vila se muestra escéptico y rompe amarras. La coyuntura no es para menos: la autonomía intervenida, una sociedad cansada, desazón, y sentimiento de fracaso. La decisión de Carles Puigdemont de refugiarse en Bélgica les toma de sorpresa.
¿Acaso no previeron sus patrocinadores cuál sería la respuesta de los poderes fácticos, las grandes empresas, el capital financiero, la burguesía catalana? ¿La Unión Europea se quedaría al margen? ¿El Parlamento Europeo avalaría la declaración? ¿Qué ejemplo les guiaba? ¿Serbia, Croacia, Macedonia, Québec, Irlanda? No se comprende que un paso tan importante se haya improvisado apelando a emociones más que a proyectos reales y un programa para el mediano plazo. Tras la declaración de la independencia, la nada. Lo extraño es que los sectores más radicales ubicados en la CUP, bajo la etiqueta de ser la Izquierda anticapitalista, fueron capaces de arrastrar a todo el nacionalismo catalán uniendo de forma inesperada a republicanos de derecha, democratacristianos, liberales, conservadores, progresistas e independentistas. Se trataba, de acuerdo a su estrategia, de hacer saltar las instituciones. Para la CUP, la proclamación de la República catalana rompía las políticas de consenso y debilitaba aún más el régimen de 1978. Era momento para alzarse contra la Corona, y ser un ejemplo para el resto de las comunidades autónomas. Tras Cataluña vendrían Euskadi, Galicia, Andalucía, La Rioja, Extremadura, Canarias. Las comunidades autónomas, sublevadas, construirían un poder dual sobre el cual asentar las nuevas señas de un Estado federal. En esta perspectiva, el pueblo español se lanzaría a las calles de forma pacífica exigiendo un nuevo orden constitucional.

ESTRATEGIA EQUIVOCADA
La premisa se asentaban en reivindicaciones legítimas, persecución a los corruptos, no a las privatizaciones, menos recortes, más inversión en salud, educación y vivienda, acabar con los desahucios. Es un malestar contra la clase política que tuvo su reflejo en las elecciones generales y autonómicas de 2015 y 2016. Los movimientos sociales, las mareas, las marchas por la dignidad se generalizan en toda España. El punto de inflexión es el movimiento 15-M, un nuevo escenario con actores emergentes. En Cataluña, Podemos, Ciudadanos e Izquierda anticapitalista canalizan la regeneración política, entran en el Parlament y los ayuntamientos. La derecha nacionalista se divide, CiU se rompe. El caso Puyol, los cobros irregulares merman la legitimidad del nacionalismo; el plan independentista, cubre las vergüenzas y desvía la atención. Para la derecha nacionalista catalana es una salida a corto plazo, cree controlar la situación. Madrid nos roba, dicen. Discurso primitivo pero efectivo, cohesiona. Han sido años de atizar el fuego. Sin embargo, no fue posible desbancar al Partido Popular del gobierno. Tras dos elecciones generales, Rajoy consolida su poder. Unos y otros se acusan de haberlo permitido. El enfrentamiento cristaliza en una falsa propuesta: Cataluña se levanta contra el PP y Rajoy.
En principio, pocos son los adeptos al plan independentista, más bien lo instrumentalizan para ganar posiciones. La Izquierda se divide, unos se unen al carro constitucional, sea por necesidad o convicción, otros aceptan la invitación. Hay un acuerdo de base: pedir un referéndum de autodeterminación, votar. En Madrid, se le resta importancia. Los problemas no están en Cataluña. El Partido Popular se encuentra atascado en su corrupción, el PSOE inmerso en una crisis de identidad, Izquierda Unida se torna irrelevante, Ciudadanos le roba espacio al PP, mientras Podemos sufre una crisis de identidad en su segundo congreso.

EL RITUAL DEL “PATRIOTISMO”
En estos casos, frente al discurso independentista, nada mejor que enarbolar los rituales patrios, los símbolos, el valor de la lengua, la indivisibilidad del territorio. Ya no son los fantasmas de la guerra civil. Ahora se agita el fantasma de la secesión. Unos y otros se enfrascan en un sinsentido donde el diálogo y la negociación se frustra por incompetencia de unos y otros. El Partido Popular, atado a un relato excluyente, se presenta como el reservorio de la nación, garante de la democracia, las libertades públicas, el orden político y la defensa territorial. Desde el 1º de octubre se ha presionado a empresarios, exigiendo el pago de los atrasos en la seguridad social, si no, abandonan Cataluña. La Corona ejerce su influencia, pide el cierre de la automotora SEAT y el despido de sus trabajadores. Una campaña desestabilizadora, donde la Confederación de Organizaciones Empresariales (CEOE) lanza una indicación. La banca catalana pierde clientes y muchos de sus fondos se traspasan a bancos como el Santander o Bankia, en Madrid. Cientos de empresas sufren el chantaje del Estado. Cataluña debe quedar reducida a la nada. Emerge el miedo como arma política. Una Cataluña independiente sería una república empobrecida e inviable. Les vendieron humo, ilusiones y les engañaron.

FRACASO DE LA POLITICA
La proclamación de la República catalana es el fracaso de la política, resultado de múltiples desatinos, un brindis al sol cuyas consecuencias son imprevisibles. Supone el inicio de una ola de recortes democráticos. Se abre un periodo represivo y restaurador. Un momento dulce para el Partido Popular que junto a Ciudadanos y el PSOE ha liderado la aplicación del artículo 155, proclamando el estado de excepción en Cataluña. La destitución de su presidente y consejeros, junto al jefe de policía y la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, es el comienzo de la aplanadora conservadora bajo el pretexto de restablecer el orden constitucional. El gobierno del Partido Popular ejerce el control absoluto en las instituciones autonómicas, anula las competencias en seguridad, educación, salud, justicia, etc. Igualmente, la convocatoria de elecciones el 21 de diciembre genera más incertidumbres que se antojan conflictivas. ¿Aplicarán la ley de partidos? Sea o no esta la opción, la persecución política se atisba en el horizonte. Acusaciones de sedición, inhabilitaciones, listas impugnadas, llenarán los tribunales. Una situación sin precedentes para la monarquía reinstalada en 1975 y refrendada en la Constitución de 1978. Nada será igual: resentimiento, odios y fractura social será el resultado de un proceso espurio alejado de la propuesta inicial de referéndum.
 El Parlament de Cataluña rompe amarras con el Estado español, proclama unilateralmente la República. Victoria pírrica. La República nace muerta. Los sindicatos CCOO y UGT, la patronal, las pequeñas y medianas empresas, las fuerzas políticas parlamentarias que apoyaron la celebración de un referéndum sin cortapisas, como Podemos e Izquierda Unida contrarias a la aplicación del artículo 155, impugnan la declaración de independencia. La sociedad internacional se pronuncia en la misma dirección. Rajoy y el PP se frotan las manos, su prestigio crece dentro de esta España rancia que llena los balcones, pueblos y ciudades en un acto poco espontáneo, con la bandera roja y gualda, símbolo de unidad de la patria y sentimiento de odio hacia los catalanes. La derecha está exultante, tiene motivos: España, una, grande y libre. ¿Quién es el responsable de este desaguisado?
Por último, en América Latina se ha producido un movimiento solidario con el proceso independentista catalán, basado en ignorar y desconocer el fondo del problema. Se han avalado elecciones sin garantías, declaraciones unilaterales, apelando a la represión ejercida por las fuerzas policiales el 1º de octubre y al rechazo del gobierno del Partido Popular y Rajoy. Manifestarse contra la represión y el gobierno del PP, no supone reconocer una propuesta de independencia que reniega de lo mismo que adolece, saltarse las reglas del juego. Lo cual no supone renunciar a un Estado federal, seguir luchando por la República y defender el derecho de autodeterminación.

MARCOS ROITMAN ROSENMANN
En Madrid

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 888, 10 de noviembre 2017).

 

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