Punto Final, Nº 888 – Desde el 10 hasta el 23 de noviembre de 2017.
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La revolución bolchevique y Nuestra América

 

NESTOR Kohan, intelectual revolucionario argentino.

 

La revolución bolchevique de octubre de 1917 partió la historia en dos. Allí se inició, y no con la Primera Guerra Mundial, el siglo XX. El fantasma rojo que la encabezó y que se expandió a nivel mundial a partir de 1917 quitará el sueño durante décadas a varias generaciones de empresarios, financistas, banqueros, policías, militares y agentes de inteligencia a escala mundial.
Su disrupción histórica no sólo tomará por asalto el cielo de “lo posible”, corriendo varios kilómetros más allá el límite de “la razón de Estado”, lo que se puede o no hacer, hasta dónde debemos llegar en nuestros sueños y reclamos. No sólo cambiará de raíz el imaginario de las clases populares, sus creencias y certidumbres, sino los viejos anhelos igualitarios de las grandes religiones que provenían de milenios, formulados ahora a partir de octubre de 1917 en términos laicos y seculares, a través del aliento rugiente de “los rojos”. Al mismo tiempo volverá palpable una realidad material: la sociedad humana se puede organizar de otra manera. Los empresarios y patrones, los banqueros y financistas, no son imprescindibles.
El latido acelerado del viejo topo de la revolución asomó su nariz en el sitio menos esperado y más atrasado, en medio de la nieve y una confrontación mundial. Cuando Lenin, su máximo inspirador y pensador, en abril de 1917 se baja del tren que lo trajo del exilio a través de Finlandia, sorprende hasta a sus viejos colegas, amigos y compañeros del comité central bolchevique (comunista). Allí, en la estación de tren pronuncia un discurso inolvidable apelando a la democracia radical: el socialismo de los soviets (asambleas populares, democráticas en serio y con cargos revocables, de integrantes de la clase obrera, el campesinado y los soldados pobres). Al mismo tiempo se publican entre 1916 y 1917 El imperialismo, fase superior del capitalismo y El Estado y la revolución. El cielo se teñirá de rojo y el corazón de los humildes, los explotados y oprimidos comenzará a latir al ritmo de la época. No sólo en Rusia. En Occidente, la gran camarada de Lenin, Rosa Luxemburg (judía polaca que actuaba en Alemania) encabezará una insurrección donde la propia socialdemocracia prefiere ejecutarla, mientras en Italia Antonio Gramsci se lanza a la conquista de la fábrica Fiat de la mano de los consejos obreros, y en Hungría, György Lukács se hace cargo del Ministerio de Cultura de la insurrección que aspiraba a emular a los hermanos mayores bolcheviques.
Todo ese huracán libertario y emancipatorio contagiará también las rebeldías latinoamericanas, empalmándose en diversas afinidades electivas con la revolución mexicana, la herencia rebelde de la juventud estudiantil que encabeza la Reforma Universitaria de Córdoba, de 1918, expandida por todo el continente, al mismo tiempo que se fusiona con el discurso modernista heredero de José Martí que impregna con su antiimperialismo cultural el análisis leninista del imperialismo económico, político y militar.
En la carta de Emiliano Zapata dirigida a Jenaro Amezcua (publicada en mayo de 1918 en El Mundo, de La Habana), en el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de Córdoba (redactado en junio de 1918 por Deodoro Roca), en las conferencias de José Ingenieros del libro Los tiempos nuevos (y en toda la obra de su discípulo argentino Aníbal Norberto Ponce), en los escritos del peruano universal José Carlos Mariátegui y su admiración por Lenin, compartida por los encendidos textos del cubano Julio Antonio Mella, pasando por los materiales que prepararon la insurrección político militar de Farabundo Martí en El Salvador, la resistencia antimperialista de Sandino en Nicaragua, la insurrección de Luis Carlos Prestes en Brasil, así como en los textos y panfletos obreros de Luis Emilio Recabarren, el perfume de los libros de Lenin y el seductor fantasma rojo de los soviets bolcheviques se hace presente una y otra vez. Las victorias del imparable ejército rojo sobre los genocidas nazis durante la Segunda Guerra Mundial universalizarán ese impulso, que se encarnará con el romántico asalto al Cuartel Moncada de Fidel Castro y sus compañeros en 1953. El marxismo heroico de los años 20 renacerá de la mano de la insurgencia revolucionaria de los 60 y 70. Lenin será leído entonces a la luz de los textos eruditos del Che Guevara, las sotanas insubordinadas de Camilo Torres y la oratoria encantadora y rebelde de Fidel.
Algunos políticos famosos de Nuestra América apelarán incluso a la “amenaza roja” para negociar con sus burguesías locales e incluso con las empresas, embajadas y aparatos de represión político-militares del imperialismo gringo (yanqui). O se accedía a ciertos requerimientos mínimos del pueblo latinoamericano o… “los rojos se comerán todo”. Ya Lenin había amenazado a todos los ricos del mundo, desde un país donde la temperatura bajaba varios grados por debajo de cero y el invierno prometía montañas de nieve, sencillamente que… “les vamos a sacar hasta las botas”. Esa amenaza sirvió en Nuestra América no sólo para inspirar revolucionarios y generar infinitas rebeldías insurgentes, rurales y urbanas, blancas, mestizas y originarias. También jugó su papel en las negociaciones de los sectores “lúcidos”, reformistas y keynesianos de las burguesías criollas para obtener reformas mínimas y estados de bienestar periféricos y dependientes. Las revoluciones de México, Bolivia, Cuba, fueron sucedidas luego por las de Granada, Nicaragua, la larga insurgencia de Colombia y la coordinación continental de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), cuyo ejemplo rebelde contagió hasta a la comunidad afrodescendiente de EE.UU. y sus Panteras Negras.
La estrella bolchevique se fusionó entonces con la gesta heroica del Che (gran estudioso y admirador de Lenin), la insolencia de Fidel Castro a pocos kilómetros del gigante de la Tierra y el florecer de insurgencias a escala continental. Los movimientos sociales actuales y los gobiernos progresistas que emergieron de ellos (de Cuba a Nicaragua, de Bolivia a Venezuela bolivariana) prolongan entonces la rebeldía bolchevique de los años 20 y la multiplicación que Lenin alcanzó gracias a su gran admirador local, el Che Guevara. “Lenin y su ejemplo consiguieron muchas más reformas que todos los reformistas juntos”, afirmó un ensayista, y no dejaba de tener razón.
La burocratización de aquella revolución maravillosa, donde las vanguardias estéticas coexistían con la liberación de la mujer y los intentos de construir una nueva comunidad en lo social, en lo pedagógico y en la cotidianeidad, no opacará el mensaje rebelde de esos “locos llenos de esperanza” que asaltaron el Palacio de Invierno tomando al cielo por asalto en forma desprevenida.
Cien años después, desapareció el Estado soviético, la burocracia rusa se comió el esfuerzo de varias generaciones de abnegados y humildes luchadores, pero el sueño y el corazón rebelde de Lenin y sus colegas no ha desaparecido. Como la estrella del Che que quisieron apagar hace 50 años en Bolivia asesinándolo a sangre fría, como la reflexión de Gramsci que culminó hace 80 años encerrada en una cárcel y como El Capital de Marx (el abuelo de todos ellos), libro embrujado que salió de imprenta hace 150 años, la revolución bolchevique sembró una semilla en Nuestra América que comenzará a germinar sus mejores frutos, más fuertes y radicales que los que hasta ahora hemos conocido, recién en los próximos años y décadas del siglo XXI.

NESTOR KOHAN (*)
 (*) Profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet).

¿Hay un solo Lenin?

Creemos que no. Como hipótesis de trabajo sostenemos que existen muchos Lenin. No sólo porque su obra fue variando al calor y al ritmo de la lucha de clases, sino porque las apropiaciones posteriores priorizaron un aspecto de su obra por sobre otro, según el ángulo político de sus interlocutores o seguidores. No es el mismo Lenin el joven que comenzó a estudiar El Capital a los 18 años (su hermano Alexander le acerca la principal obra de Marx en 1886, pero él recién comienza a estudiarla en 1888, un año después que el zarismo asesinara a su hermano mayor), o el que luchaba en 1894 contra el populismo ruso tardío y ya degradado mientras postulaba a Marx como el fundador “objetivista” de la sociología y las ciencias sociales (sin haber estudiado todavía a Hegel), o el que a comienzos del siglo XX se convierte en teórico de la organización revolucionaria con su inolvidable ¿Qué hacer? (texto en el cual los medios de comunicación, absolutamente centrales hoy en día, son fundamentales para el pensador bolchevique), o el que reflexiona sobre la insurrección de 1905, el teórico del abstencionismo electoral, la organización clandestina y la guerra de guerrillas, el que polemiza durante 1908 con fracciones liquidacionistas en el exilio seducidas por el neopositivismo de Mach y Avenarius, el que rompe con sus maestros Plejanov y Kautsky (tanto en la teoría como en la práctica) mientras recopila y reconstruye la correspondencia incendiaria de Marx con Kugelmann, o el que discute con su admirada camarada Rosa Luxemburg sobre cinco problemáticas distintas, el que durante la Primera Guerra Mundial estudia en las bibliotecas de Zurich la Ciencia de la Lógica de Hegel (revisando sus propios libros anteriores), el que lee y anota en ese tiempo De la guerra de Clausewitz, El capital financiero de Hilferding, El estudio del imperialismo de Hobson construyendo mientras tanto su propia teoría del imperialismo que verá la luz en 1916, el que regresa en el famoso tren blindado y plantea las rupturistas e iconoclastas tesis sobre el doble poder en las Tesis de abril de 1917 (que descolocan a todo el comité central bolchevique), el que sistematiza la teoría marxista del Estado y el poder recorriendo en detalle toda la obra de Marx y Engels, al calor de la Comuna de París, el que prepara la insurrección de octubre de 1917, el que comanda la guerra civil y vence con el comunismo de guerra a varios ejércitos invasores, el fundador de la Internacional Comunista, el que no le queda más remedio que retroceder económicamente con la NEP y cambiar la estrategia internacional adoptando el frente único, el que profundamente enfermo deja -ya sin poder escribir con sus propias manos- un testamento con sus secretarias donde alerta sobre las enormes dificultades de los demás miembros del comité central para dirigir el partido bolchevique y el Estado soviético(1).
¿Es siempre el mismo Lenin? Sí y no. Es invariablemente el mismo revolucionario indomesticable, radical, irreductible, inclaudicable. Desde jovencito hasta su muerte en enero de 1924, tiene las mismas aspiraciones que jamás abandonará: cambiar el mundo, demoliendo las instituciones capitalistas y emancipando, mediante la revolución y el socialismo, a todos los oprimidos y todas las explotadas de la historia. Pero su obra va cambiando, se va enriqueciendo y complejizando, va enfatizando uno u otro aspecto de la realidad y de la teoría según el análisis concreto de la situación concreta y según los variados niveles de la relación de fuerzas en el enfrentamiento de las clases sociales, a nivel internacional y a escala nacional. Por eso congelar a Lenin en un solo libro, en un solo folleto, en una sola frase de algún modo “traiciona” o por lo menos deforma y petrifica el espíritu de su pensamiento en permanente ebullición(2)

NESTOR KOHAN
De su libro “Lenin. La pregunta del viento”

(1) Vladimir I. Lenin (1974): Diario de las secretarias de Lenin. Contra la burocracia. Buenos Aires, Pasado y Presente. Y Vladimir I. Lenin (1987): Testamento político. Buenos Aires, Editorial Anteo.
(2) Para reconstruir ese itinerario biográfico donde el dirigente y pensador bolchevique va elaborando y reelaborando sus categorías analíticas conviene conocer aunque sea mínimamente su biografía política, para no descontextualizar sus conceptos, sus hipótesis, sus tesis y su obra evitando convertirlo en un fetiche al margen de la historia de las luchas que nutrieron y conformaron su pensamiento. Entre las muchas biografías posibles, mencionamos algunas pocas: Nadiezhda Krupskaia (1984): Lenin: su vida, su doctrina. Buenos Aires, Editorial Rescate; Clara Zetkin (1975): Recuerdos sobre Lenin. México, Grijalbo; Christopher Hill (1965): Lenin. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina; Hugo Sacchi (1990): Lenin. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina; Isaac Deutscher (1975): Lenin: Los años de formación. México, Ediciones ERA; György Lukács (1968): Lenin, la coherencia de su pensamiento. Buenos Aires, Editorial La Rosa Blindada; Luciano Gruppi (1980): El pensamiento de Lenin. México, Grijalbo; Francisco Díez del Corral (1999): Lenin: Una biografía. Barcelona, El Viejo Topo.

(Publicado en“Punto Final”, edición Nº 888, 10 de noviembre 2017).
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