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Crónica para un final
“Las mariposas alegres / de ver el bello angelito / alrededor de su cuna / le caminan despacito / cuando se muere la carne / el alma va derechito / a saludar a la luna / y de paso al lucerito…”.
(Violeta Parra, “Rin del Angelito”)
Con dolor e indignación debo informar de la muerte, en la madrugada del lunes 30 de octubre, en el Hospital Regional de Concepción, de Juana Padilla, “La Padeciente” de mis columnas anteriores (PF 885, 886 y 887), quién pagó con su vida las extremas demoras, falta de recursos e ineficiencias del servicio público de salud.
No sé cómo continuar. Escribe con el corazón, me dice Andrea. Pero mi corazón es llorón y a veces en vez de palabras dispara lágrimas. Un visitante de la Filsa que pasa por mi stand, de cabello y barba canosos, hojea mi libro Allende, crónica de una tragedia anunciada, una antología de Punto Final de los años 1970 a 1973, con una entrevista larga a Manuel Cabieses y una introducción que denuncia la “científica planificación empresarial-político-militar que tiene su cerebro humano-cibernético en Estados Unidos de América (…) Inteligencia humana e inteligencia artificial unidas para crear un hábitat seguro al desarrollo del capitalismo en su fase mundial y a la burguesía global en su fase planetaria”. Y escribo que “frente a eso, todo intento voluntarista, espontáneo, militante, heroico o entusiasta por golpear al sistema o por transformarlo en una sociedad socialista colapsará o será sangrientamente derrotado mientras desde la Izquierda no se actúe de manera igualmente científica y racional…”. El visitante sonríe con una mueca: “No voy a comprar ninguno de sus libros porque me dan ganas de empuñar una metralleta”. Recuerdo entonces uno de los poemas de mi Apocalipsis de Chile (Temuco, 1983): “Quisiera enarbolar mi lápiz / y cargarlo de metralla / y escribir certeras balas / en lugar de las palabras. // Quisiera enarbolar mi fusil / y cargarlo de palabras / y disparar certeras ideas / en lugar de la metralla”.
Poco antes del cierre de esta edición paso a saludar a Manuel, quien está en su oficina en su prolija tarea de director.
-“Aquí no se publica una línea sin que antes la leas”, le digo. “En eso me parezco al dictador”, sonríe con su clásico humor negro.
Entonces, con su voz ronca, arrastrada, bonachona, escrutándome con esa mirada que parece venir desde el fondo de un océano de emociones, me pregunta: “¿Y cómo está tu padeciente?”.
-“Murió”, le digo. Sus ojos (y los míos) se humedecen y balbucea algo así como qué tristeza, o qué barbaridad, o qué horror, ya no lo recuerdo… “Y también murió mi amigo Daniel Viglietti”, dice como rumiando.
-“También hay cosas buenas”, le digo, quizás dado mi patológico optimismo, según me ha diagnosticado una amiga siquiatra. “¿Cómo cuáles?”, sonríe brutalmente.
Y ahora, al escribir, pienso que Juana Padilla, “La Padeciente”, era una mujer buena, honesta, esforzada, servicial. Y así lo reconocieron varios de los oradores en su funeral. No la conocí mucho, sólo la traté estos últimos meses cuando vino de Concepción a Santiago a cuidar a su cuñada, a pesar de estarse tratado de “la vesícula”, decía.
Decir que un millón 882 mil 184 personas se encuentran en lista de espera de los hospitales, que 268 mil 570 de ellas requieren cirugía, que en 2016 murieron 22 mil 459 esperando ser operadas,(1) es estadística. Pero si entre esos números aparece un nombre y un rostro como el de Juana a quien conocimos, nos golpea. La falta de información fue uno de los hechos que sus hijos todavía lamentan. “Si hubiésemos sabido que tenía un cáncer hepático avanzado, y que sólo restaban semanas o días para su fallecimiento, la habríamos llevado a la casa para que muriera en medio del cariño de la familia”. Tal vez no hubo un oportuno ni adecuado diagnóstico, agrego ahora, y en ese caso quizás estaría viva.
Juan Jorge Faundes Merino
(1) “Salud para pobres”, reportaje de Isabel Díaz Medina en PF 876.
(Publicado en“Punto Final”, edición Nº 888, 10 de noviembre 2017).
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